martes, 24 de noviembre de 2009

¿Que veinte años no es nada?

En Miami Dade College durante la Feria del Libro



Me veo claramente si miro detrás…
Silvio


Me veo claramente una noche de principios de los ochenta en la mesa ovalada del salón de juntas de la Facultad de Filología de la Universidad de Oriente. Hay sesión de taller literario y he sido invitada. Es mi primera vez en estas lides. No recuerdo el poema que leo ni quiénes están alrededor. Sólo a Luis Carlos Suárez, quizás porque es el presidente del conciliábulo; tal vez a Radhis en alguna esquina. Lo que sí recuerdo es la tremenda “paliza” de la que no salió ni un verso sano.
Entonces no lo entendí pero ése fue el principio. El salto, el primer paso. El tránsito de los versitos que escribía al final de los cuadernos cuando me aburría en clases hacia el sendero de la poesía. De cualquier modo, no llegó tan rápido. Porque vuelvo a verme años más tarde en el patio de la casa natal del bardo José María Heredia, bajo la luz amarillenta de la galería, en las reuniones del taller literario municipal que coordinaba Aida Bähr, también molesta por las críticas a veces tan despiadadas que parecían cuestión de venganza o de envidia más que de superación.
Pero allí conocí a personas que fueron fundamentales entonces, y ahora. El primero, León Estrada. Pero también José Manuel Poveda, Alberto Garrido, José Mariano Torralba… Empecé a trabajar en Cultura Provincial, me integré a la Asociación Hermanos Saíz, que por esos años se reestructuraba, participé en concursos, conferencias, más talleres… Y en septiembre de 1987 el Festival Nacional de Poesía Joven inundó mi ciudad y, como una de sus organizadoras, conocí a todo lo que valía y brillaba en la poética cubana bisoña y consagrada.
Ese encuentro fue el punto de arranque de muchos caminos. A partir de ese momento mi vida fue otra; los dos años siguientes tuvieron una intensidad que pocas veces se ha repetido. Rompí los límites provinciales y desanduve la isla de punta a cabo —de la punta de Maisí al cabo de San Antonio—, compartiendo con los mejores poetas y aprendiendo de ellos. Empecé a escribir como poseída —que es el modo en que escribo— versos y reseñas culturales de todo tipo. Me veo claramente junto a un grupo de artistas excepcionales y amigos a toda prueba fundando y manteniendo el tabloide Perfil de Santiago, las ediciones Caserón. Eran los tiempos del Parque del Ajedrez, de las Noches del Cabildo, de La Jutía Conga, de las tertulias en la Casa del Caribe, de la Escalera —así, con mayúscula, porque también fue una institución cultural.
A principios de 1989 tenía listos dos libros de poesía: Enigma de la sed salió como parte de las ediciones Caserón; Historias para el desayuno ganó el premio de poesía “Adelaida del Mármol” y fue publicado en Holguín. Entonces me fui a La Habana. De eso hace veinte años. Dos décadas, cuatro lustros. Tiempo relativo que a veces parece eterno y a veces, un suspiro. Veinte años, nueve libros, varias ciudades, otras tantas casas… Debí haberlos celebrado con más bombo y más platillo. Pero éste ha sido el año de Espejo de tres cuerpos y en ese azogue, como pozo sin fondo, se ha hundido casi todo.
Reparé seriamente en la efeméride una tarde de mediados de octubre en Xalapa, mientras paladeábamos un tinto en la mágica casona de Nina Crangle. Y fue en mi más reciente viaje a Miami cuando tomé conciencia. Por eso, a punto de terminar el año, decidí dedicarle a estas dos décadas mi lectura de poesía en Zu Galería y extender el festejo al gran festejo que ya era, de por sí, la presentación —finalmente posible— de Espejo de tres cuerpos como parte del Programa de Escritores Hispanoamericanos de Miami Fair Book International.
Invitada por el Florida Center for the Literary Arts, arribé a la Ciudad del Sol en medio de cerrada nublazón y tremendo friazo. Cosa normal; ya no debiera extrañarme: a dondequiera que llego, el clima suele revolverse de pronto y todos dicen: “aquí nunca es así, no sé qué ha pasado”… Pero el mediodía del sábado 14 hizo justicia al apelativo de Miami: hubo sol. Brillante y tibio. Así nos dio la bienvenida Mariela Gal Lerner en el área de hospitalidad para autores, ubicada en la biblioteca del campus Wolfson, donde abracé una vez más a Teresita Dovalpage, conocí personalmente a mi compatriota Ana Cabrera Vivanco y a la boricua Anjanette Delgado, quienes serían mis compañeras en el panel "Nuevas perspectivas de la narrativa femenina".
Un panel que resultó, para decirlo en buen mexicano, de poca madre. Tere, como presentadora precisa y considerada, nos cedió la palabra; las autoras hablamos acerca de las respectivas novelas y los procesos que nos llevaron a ellas; el público, atento y receptivo, hizo preguntas que nos permitieron ahondar en esas tres visiones de la mujer que plantean nuestras obras, en la literatura escrita por mujeres y su lugar en el contexto actual, en los malabares del mercado y el mercadeo, en nuestros afanes personales y genéricos, similitudes, cercanías, complicidades.
Siempre una feria del libro es eso: una gran fiesta, un manantial de alegrías y satisfacciones. El reencuentro con los viejos amigos; el descubrimiento de los nuevos. Esas sonoridades que por semanas siguen danzándonos por dentro. Límpidas cataratas para ver, muy claramente, qué me gusta y cuánto no. Dos décadas observo desde este promontorio y le pregunto a Gardel: “Decime, che, ¿de dónde sacaste que veinte años no es nada?”…
Hace unas semanas una vieja amiga me reprochó que últimamente paso demasiado tiempo en el recuerdo, como si amasara una bola de pasado que crece como avalancha de nieve. Mi ex cuñado Camilo me contó que los rusos afirman que añorar el pasado es correr contra el viento. En eso venía pensando esta mañana cuando saltó de mi pecho aquella canción de Angelito Quintero: “Soy lo que fui y lo que soy/ es lo que seré mañana también/ porque yo soy solamente una ventana/ que entre la vida y entre la muerte/ abre sus alas”…
Se repitió como disco rayado o trabalenguas dentro de mi cabeza hasta que sentí una voz pronunciar mi nombre. Era Marielena Olivera, esa amiga del alma. Hicimos todo el trayecto del metro mirando hacia el futuro.




11 comentarios:

Mabel Cuesta dijo...

uyuyuyyy Odetica.. como eran de horribles aquellos talleres literarios... yo nunca fui a ninguno como material despellejable, sino como jurado, ya de mayorcita... y chica, la cosa estaba fea.
pero que lindo, ya te lo dije la semana pasada, verte recorriendo esos espacios de Miami, asi, con tu verso finisimo y tu novela "so hot".
aquí estoy, desde siempre.
te beso y no corrijo un carajo de tus textos que son maravillosos.

jtg dijo...

Qué bonito y fresco texto, amiga. Gracias. Es muy halagador y recomendable, en este árido camino que es, casi siempre, el arte, poder detenerse un instante a recoger frutos ciertos: llegar al oasis, hacer fuego, y una vez ardido ese feliz remanso, hacerse de nuevo a la hostil arena, donde con suerte seguiremos creciendo. No sé cómo escribías hace veinte años, pero ahora lo haces excelentemente. Tus lectores y amigos esperamos que, dentro de veinte otros años, celebremos, juntos, un inventario igual de feliz y provechoso. Suerte y más suerte. Te abrazo.
Jorge

EthnoCuba dijo...

oye que jovencita, linda y lozana te veias hace veinte años ahi en esas fotos!

Teresa Dovalpage dijo...

Qué buenos recuerdos de la feria, amiguita. Y que se repita "bien muncho"
Pero oye, eso de los talleres literario era de espanto, yo fui una vez y salí despavorida. Con decirte que no me atreví a leer nada ni a decir ni mu...
Me encantan estas ferias del libro. por los libros, claro, pero también por las amistades...Maullidos cariñosos desde Taos

Juan Carlos Recio dijo...

Es una de tus crónicas completas, uno respira por ellas, gracias por compartirlo

el goty dijo...

que buenos tiempos aquellos niña!! las broncas con leon , que dicho sea de paso, yo creo que eran porque el nunca me considero un hombre de letras, en la Escalera , con mayuscula, la Jutia Conga, las canciones con Penton al piano, ayer precisamente estaba oyendo perla marina por una cantante joven , que para mi verguenza no conozco, con frank fernandez al piano y te juro que se me descojono el alma; creo que el recuerdo nos mantiene prestos para seguir el lento caminar hacia donde la vida nos lleve, y que mejor que esos recuerdos como compañeros !!! un abrazo desde el frio y el espanto!!

Anónimo dijo...

ah, la memoria! ese archivo del cerebro!
Un abrazo y los deseos de que el 2010 llegue pleno de bondad, salud, amor, exito y que jamas perdamos la Esperanza de que si, de que puede ser mejor.

Nancy

Anónimo dijo...

Odette: Una que vivió muchos años en la patria de Gardel y recorrió,
como él, las callecitas de Buenos Aires, te dice que "Para mi la
poesía es como aquel cafetín de buenos Aires que ...de chiquilín te
miraba de afuera/ como esas cosas que nunca se alcanzan/ la ñata
contra el vidrio..." era la aspiración máxima y con los años he
perpretado algunso versos. Se los dí a los sabios y me dijeron que
debía estudiar mucho para ser una verdadera poeta. Entonces me casé
con la narrativa. Por eso te admiro y te felicito y te envío un abrazo paraguayo.
Lita.

Anónimo dijo...

lindo siempre mi queridísima odette, y de nuevo felicidades, con gran admiración...
jetzabeth

Anónimo dijo...

Odette, los veinte años de Cardel, fueron en París, tocando guitarra, cantando y tomando champagne, si se los hubiera pasado en la Cuba de Yeyo, la letra de la canción hubiera sido algo así como: “….Veinte años le roncan los c........”

Unknown dijo...

Querida Odette:
¿Quién recuerda a esos fusileros que te acribillaron los versos en aquel taller literario "primero"? Creo que nadie. La "mala sangre" los guiaba al parecer, según la reacción de la amiga Aida.
"Los límites provinciales"... yo sé bien lo que es eso... Terrible y más cuando el PCC le emprende contra uno (aunque esto no venga al caso).
He leído con detenimiento estas líneas y se me ocurre que podrías armar un libro de crónicas con no pocos textos de Parque del Ajedrez.
Cariños:


Félix Luis