martes, 5 de octubre de 2010

Hotel California




…some dance to remember,
some dance to forget.

Eagles, Hotel California


A Manolito Borjas,

en su memoria


Ayer en la mañana mi comadre la Sanmillán dejó en mi muro de Facebook una de las versiones más recientes del Hotel California de los Águilas, aquella canción que es, sin duda alguna y por encima de cualquier otra, hasta de Donna Summer y los Bee Gees, la marca más indeleble de mis tiempos juveniles.
Los recuerdos son un torrente que no podemos controlar. Si la memoria asalta, aun cuando le digamos “detente” ya habrá dejado su huella, que irá creciendo con implacable efervescencia. Así, como avalancha, volví al Santiago de Cuba del final de los setenta, a la secundaria y el preuniversitario, a los primeros amores. Ese lamento de guitarras y voz desgarrada que cuenta la aventura del muchacho que tuvo la desdicha —o la suerte— de tocar a la puerta del Hotel California —such a lovely place, such a lovely face— no faltaba en las fiestas de los sábados, en las bocinas de la playa, en los éxitos de Nocturno, en los casetes grabados directamente del radio, en dondequiera que sonara la música de moda.

“[…] se alejaron hacia la zona donde empezaban a juntarse los bailadores con sus inmensos vasos encerados en la mano, rebosantes de espumosa e insípida cerveza. Rosita, Marta Isela y yo tratábamos de conversar a gritos en medio de la música que ya tenía un volumen ensordecedor. Algunos muchachos se acercaban a sacarnos a bailar y ellas iban a veces. Yo no quería moverme, no quería perder el momento en que Ricardo pudiera salir de la casa de sus tíos y acercarse y tal vez invitarme a bailar Hotel California cuando pusieran la música romántica. Y allí estaba, inmóvil, mirando y volviendo a mirar el espacio abierto de la puerta, tratando de divisarlo.”


Éste es un fragmento del cuento “Nunca más” que, como muchos otros, vive en el anonimato de la ineditez por causa de esa parálisis macabra, esa torpeza, que se apodera de mí al momento en que termino una obra y debo buscarle editor, lanzarla al camino. En él, Mirita y Ricardo desfogan su pasión de carnaval, se reclaman y se entregan, se aman y se interrogan, horas antes de un desenlace inesperado —de ésos trágicos que tanto me gustan—, mientras las notas de Hotel California se cuelan entre los almácigos de un parquecito que mucho se asemeja al de Trinidad, una de las calles del barrio de mis abuelos. Mirita y Ricardo también se parecen a un par de adolescentes de entonces.
Cada vez que la oigo —siempre con esa emoción que retuerce las tripas—, siento que la canción, embrujada, no envejece. Es como la dueña del Mercedes Benz, aquella mujer enjoyada de Tiffany que, mientras se enfriaba el rosado champán, le contó al jovenzuelo la espeluznante historia del hostalito de Todos Santos y le adelantó su suerte, la de todos los allí atrapados, la de todos: “Somos prisioneros de nuestra propia invención”.
Dice Maya que se viven todos los tiempos al mismo tiempo: pasado, presente y futuro en todas sus modalidades y gradaciones. Así, cuando decimos que el pasado regresa a la menor provocación, tal vez es que nunca se ha ido, como aquellos muchachos que bailaban en el patio de la antigua misión —sweet summer sweat—, some dance to remember, some dance to forget.
“Vamos a Todos Santos a ver si es cierto”, me dice Adriana. “Vamos”, le respondo sin dudarlo y pienso en otro hotel, fílmico, en tierras menos cálidas, donde un niño poseído levantaba el dedito ante el espejo y con voz gutural repetía “redrum, redrum”, que no era cuarto rojo ni bebida comunista, sino lo que significa la palabra vista al revés. Y aun evoco la habitación 226 de un hotel más cercano, real, en Aguascalientes hace sólo unos meses, donde dos viejillas blancuzas y desdentadas se me plantaron entre sueño y realidad y no me dejaron pegar un ojo en toda la noche.
El pasado es esa posada de la que nunca podremos escapar. Me pregunto si alguno de nosotros —los vivitos, los coleantes— logró huir del Hotel California y creo que no. Es absurdo negarlo: seguimos atrapados en esas danzas del recuerdo y del olvido. Puedes hacer el checkout cuando tú quieras, but you can never leave.