martes, 6 de noviembre de 2007

Sentados en la escalera

11 de agosto de 1990


1 de julio de 1989


Cual si todo conspirara para que volviéramos allí —como Jack Dawson y Rose al Titanic—, hace un par de semanas Eduardo León de la Hoz me mandó desde Nueva York esa foto del 1 de julio de 1989. Días después estuve en la página (aquí) donde Nicolás, Inés María y Alfredo Quintana —¿por qué nunca hemos podido llamarle Freddy aunque él insista en firmar así?— recordaban aquella época de finales de los ochenta, en la que un grupo de jóvenes santiagueros —intelectuales, artistas, diletantes, faranduleros y fauna que les rodeaba— empezamos a darnos cita cada noche en la escalera del Museo del Carnaval, ubicado en la esquina de Heredia y Carnicería.
Hace como un año, un joven estudiante de periodismo de la Universidad de Oriente quién sabe por qué razón empezó a mostrar interés por recuperar la historia de La Escalera. “¿Por qué se reunían allí?”, me preguntó entonces. No sé, todavía no lo sé; supongo que por privacidad, por tener un lugar nuestro. Porque la casona de la UNEAC, que está enfrente, era de los otros, de los miembros de la UNEAC, y aunque en aquellos balances nos sentábamos a conversar o a tomarnos un trago de La Jutía Conga —el bar instalado en el patio de la casa—, no sentíamos que perteneciéramos allí.
Visto con la perspectiva que dan los años y la distancia geográfica, creo que hacer de la intemperie nuestra sede, sin más protección que las paredes laterales de una escalinata, era símbolo de esa libertad que anhelábamos, de ese desapego o desconfianza en las instituciones tradicionales que nos hizo alejarnos del patio de la UNEAC, incluso del Parque del Ajedrez o La Isabelica, para acomodarnos sobre aquel piso duro y frío pero nuestro. Era un poco la marca de los tiempos: “Mírennos —parecíamos decir, arrogantes, los que no teníamos nada que ocultar o no queríamos hacerlo—, somos los nuevos, la generación de los ochenta”.
Sospecho que el único que sabe exactamente cuándo fue la primera vez que se sentó allí es León Estrada (el de la crecida barba en las fotos), que siempre fue el dueño de La Escalera, el jefe de destacamento. Mi primer recuerdo allí —y no estoy segura de que haya sido la primera vez— fue una noche del otro lado de la escalera —que es de dos alas—, en plena oscuridad, solos él y yo, cuando me enseñó el manuscrito de su revista Tomacorriente. Manuscrito en el más literal sentido de la palabra, porque el único ejemplar era una hoja tamaño oficio doblada a la mitad, escrita, diseñada e ilustrada de su puño y letra, que circuló de mano en mano entre un selecto, y supuestamente discreto, grupo de amigos. Tiempo después nos darían un suplemento mensual en el suplemento cultural Perfil de Santiago, para que acogiéramos en él las propuestas artísticas de los jóvenes creadores santiagueros miembros de la Asociación “Hermanos Saíz”. Como quien dice, para que no anduviéramos haciendo pasquines clandestinos.
La Escalera no era un sitio para debates intelectuales ni teorizaciones, aunque eventualmente los había. No era un taller literario ni un círculo de estudio ni una célula de conspiradores (como algunos acusaron entonces). No mediaba citación ni tenía horarios establecidos. Allí nos sentábamos los amigos a tomar ron y a conversar. Como si fuera un parque, la sala de una casa. Había intrigas, broncas, enamoramientos y desamores, amistades y enemistades que la mayor parte de las veces no tenían que ver con la literatura ni el arte. Ni tampoco con la política, un aspecto en el que generalmente todos coincidíamos.
Evoco un amasijo de noches en el que no puedo identificar unas de otras; un amasijo de amigos, de amores, de sentimientos encontrados. Miles de recuerdos fragmentados como en un nebuloso rompecabezas. Nicolás cantando “Déjate amar” o la “Historia de una santiaguera en La Habana”; Teresa leyendo “Otros les afilan las navajas” justo en aquellos días en que un delincuente la asaltó en plena calle Aguilera frente a la emisora CMKC y le asestó un navajazo en la cabeza; Sergio y Nitza, Jackson, los Poveda, Daniel Almenares, Noelito, Alfredo y Evelyn, Mirna Figueredo, Marcial Escudero, Bárbaro Miyares y Arzuaga, las Arrate, y Marta y yo alejándonos por el callejón de Carnicería la noche en que comprendí por qué los viejos no querían —ni podían— arriesgar lo ganado.
Allí, sentado en los escalones superiores, junto al barandal, veo a Pardo profetizando en una mano los cambios que no tardaron en llegar; a Elizabeth, la directora del coro del conservatorio, con Gustavo Corrales y otra niña muy linda y muy niña cuyo nombre no he podido recordar —¡los años no pasan en vano!—; a la gente del Cabildo Teatral Santiago: Saskia y Ana María, Mercedes, Larduet, Bertot y Dagmara, que era entonces una mulata espléndida y me han dicho que lo sigue siendo allá en Madrid. Y Aquiles y Gaby Soler, y Pequeño, Cos Cause y Jorge Luis alguna noche, y los amigos que llegaban de La Habana o de otras provincias, y los que venían de más lejos, como el novio marinero de Teresa o nuestra hermana mexicana Adriana Naveda y Chávez de Hita.
En el 89 me fui a La Habana, pero cuando regresaba de vacaciones, a visitar a mi madre, La Escalera era punto seguro adonde encontrarnos con los amigos viejos y los que se unieron después. Allí fuimos a recalar, desencajadas, la noche en que un orangután que parecía primo de Esteban Lazo —el entonces secretario del Partido en la provincia—, bajó de un Lada con placas particulares, empujó a Orlando contra la pared en la esquina de San Félix y Aguilera, y lo acusó de jinetear a esas extranjeras, nada más y nada menos que Darsi y yo. Al decirle que éramos cubanas, incrédulo y encabronado nos pidió el carné de identidad y vio en él la dirección de la capital. “¿Y si son de La Habana qué hacen aquí?” nos gritó, como si eso fuera delito. Cuando les íbamos a dar el número de placas, los amigos de La Escalera lo corearon: 9041 (¿era ése?). A todos los había acosado el policía secreto camuflado en el carro particular. Bien cuenta Inés María que cuando llegaba la patrulla, en aquellos tiempos de asustar y de hostigar, sacaban el carné antes de que se los pidieran, para agilizarles el trabajo a los agentes.
No estamos todos en las fotos, ni siquiera la mitad de los que éramos entonces. Ahora, casi dos décadas después, muchos ya no viven en Santiago, otros tantos estamos fuera de Cuba. Pero allí seguimos —estoy segura— como en espíritu, impregnados en esas paredes de un verde sucio, en esos escalones desgastados. León tenía razón: ese tiempo también sería la historia. Por eso lo recordamos independientemente de la tierra en la que nos hayamos asentado. Muchos de los que oímos en La Escalera “El tiempo de los fieles”, ese poema paradigmático de León, seguimos siéndolo —a él, a los amigos, a nosotros mismos y a estas memorias— aunque las mareas nos alejaran en los mapas. O al menos lo hayan pretendido. Porque cuando me encuentro con Nicolás en Barcelona, cuando Teresa se queda en mi casa o nos juntamos en cualquier latitud del planeta, cuando hablo con León desde La Habana riéndonos como si hubiera sido ayer y Nitza va a visitarme a casa de mi madre, cuando me hablan de Bárbaro en Valencia, de Lilita en Londres o de Saskia en Madrid, cuando esas fotos que ven ustedes allá arriba van de correo en correo despertando recuerdos… de algún modo seguimos todos allí, sentados en La Escalera.

16 comentarios:

Anónimo dijo...

Lindo, lindo... siempre lamento haber llegado tarde a esos años o tal vez algún ángel me cuidó de ellos... siempre siento nostalgia por lo que no fue... a mí me tocó la resaca, la parte herida y el guardar la memoria como si fuera mia... tuve mi parque de los chivos en matanzas, las descargas de raulito y fowler, el soñarme mayor de lo que era, amada, feliz... no me daba cuenta de que allí estaba mi paraíso...
Te abrazo.

Anónimo dijo...

Una vez me contaron que a solicitud de un policia Leon Estrada mostro su carnet de identidad, acto seguido le preguntaron si trabajaba y Leon respondio "yo soy poeta".
Poeta ? asi, con esa cara ?.
Leon se molesto y mostro la chapilla que siempre le colgaba al cuello por dentro de su camisa, al parecer ademas de poeta habia estado como internacionalista en Angola.
El era el lider natural de los jovenes donde figuraban nombres de personas muy carismaticas y destacadas.

Anónimo dijo...

Mi queridisíma Odette: Ya te he leido cuantos recuerdos se revuelcan en mi cabeza. Leía cada frase tuya y me parecía estar viviendo cada pedazo de tus recuerdos, los hice a cada instante mios. Cuánta verdad escrita de manera tan hermosa, como tambien cuánta verdad cruda que nos eterniza. Esa epoca marcó en todos los que fuimos parte de esa escalera y de esos años altruistas y auténticos. Esos finales 80 fueron y ya son historia. Es un placer haber sido testigo y cómplice del afloro de nuestra generación. Una revolución pacífica con muchos sueños y proyectos, ganas de vivir y devolvernos la vida porque también lo valiamos. Enhorabuena por tus ciertas palabras. Te quiere siempre. Saskia.

Anónimo dijo...

Muy bien. Te leo y le doy hacia atrás a las cintas de mi memoria. Eres... la mejor!
Un abrazo,
Marlenys

Anónimo dijo...

Mi querida Odette, siempre con tus escritos magistrales, con esos recuerdos imborrables que plasmas mejor que nadie, tambien recuerdo esa escalera con nostalgia y amigos perdidos en el tiempo, me parecia vivir momentos de lecturas y rones por que no¡ necesitabamos de otra escalera, creo que contigo tenemos los primeros peldaños, te quiere siempre tu negro de barcelona..Angelitico.

Odette Alonso dijo...

Esto dice León:

Qué decirte del artículo, mi querida mía, me entra un qué sé yo, un no sé qué, una nostalgia (palabra que ya en mí va sonando un poco pajaringamente cursi, pero bué), gorrión le decíamos en Angola... Tienes razón, mucha mucha muchísima, en cualquier "limbo" de la memoria donde la belleza y la verdad campeen estarán esos momentos vividos, que nada ni nadie nos podrá quitar jamás... para suerte nuestra e hígado recomido de cualquier idiota reprimendor que aún pulule o a quien le duela todavía no habernos podido joder entonces. Aún cuando mencionas gente que me alegro tanto se perdiera de este entorno (tanto como que ya Annia Linares, Leonor Zamora y Mirtha Medina (y su Vanesa) no canten en la TV cubana, por ejemplo), por lo pelantes que solían ser, porque ya sabes, a uno no le cae bien todo el mundo, y viceversa... y ahora me viene a la cabezota aquel verso de Delfín: No vuelvas a los lugares donde fuiste feliz... Aquello fue degenerando, tú sabes, hasta su total cierre, aunque luego sí iban otras aves tontas, ese tipo de gente que llega tarde a todo y después dicen haber protagonizado la aventura. Voy a buscar la otra foto que tengo de La Escalera y te la mandaré, se tiraron tantas, muchas, lo que aquellos turistas jamás las mandaron, esa existe porque la amiga Pilar, de Barcelona, nos la envió a todos (ella es la que aparece delante, la tiró su marido, Santiago).
De todos modos recuerda que Arrate padre (qepd) me expulsó deshonrosamente de la UNECA, y Uds. solidariamente, salían de la Jutía a compartir conmigo, eso, pienso yo, fue lo que la hizo existir men principio, además de que, cuando el bar cerraba, nos quedábamos con la boca seca y seguíamos la recholata. Tiene su lógica que hubiera suspicacia, ¿qué éramos? unos peluses desarrapados, ya lo habías dicho tú en aquel poema que jamás publicaste en libro; otro gallo hubiera cantado si hubiéramos vestido guayabera y hubiéramos estado peladitos militarmente. De todos modos, años después, he sabido cosas que pasaban allí, delante de mí, y que siempre negué rotundo y sí, pasaban, eso se debe a mi ingenuidad de "jefe", pero bueno, aquello ya fue... gracias por recordar, cosa a la que mucha gente se niega...

Anónimo dijo...

Que lindo se siente ver llegar a los amigos de siempre a esta ciber-escalera. Saskia, un besote, tenemos que contar como se hace el amor con los marcianos. Solo en una cosa continuo sin estar de acuerdo contigo, mis marcianos no eran verdes porque en el cosmo no existe clorofila, en todo caso violeta por la influencia de este tipo de rayos, energia o como se llame. Tambien de los juegos: el clasico de la botella pero muy oportuno para que dos personas que estuvieran distanciadas, se volvieran a dar un beso y reiniciaran la amistad. O aquel otro en que expresabamos lo que cada cual hubiera querido ser de no haber nacido humanos, muy lindo, pero a veces se complicaba y esa era la mejor parte. Alli tambien intercambiabamos libros, casettes, nos prestabamos ropas, pero ante todo, teniamos un lugar donde dar riendas sueltas a nuestra imaginacion al extremo que hubo quien encontro rostros en la pared descascarada y mal pintada de la fachada de la casona. Pero como la felicidad nunca es completa, el Lada blanco del Departamento de Lacra y su sequito, encontro en la escalera y en los que coincidiamos en el sitio, contenido de trabajo para unos treinta minutos cada noche. Si hasta hubo veces que repitieron la dosis, lo que nos llevo a comentar -a modo de chiste- que a lo mejor una de nosotras o nosotros le gustaba al jefe o a alguno de ellos, porque ni en juego se nos hubiera ocurrido pensar que lo que haciamos les pareciera interesante o agradable a los gorilas que subian los escalones pisandonos los bolsos, nuestros libros y papeles y alumbrandonos con una linterna que muchas veces tenian que golpear en la palma de sus manos para lograr un destello. Aquellos mismos simios nos pedian el carne en la Isabelica, en el Parque del Ajedrez, a la puerta del Cabildo o en el Parque Cespedes. Lo admirable era su constancia, su satisfaccion por amargarnos la vida, su empeno en encontrar algo que nos hiciera culpables no se de que y, aunque nunca nos sorprendieron en nada de lo estipulado como conducta desafecta, nos continuaban hostigando con la misma Fe de las Homigas, como dijera Torralba. Ellos, sin darse cuenta, nos llevaron a ser una generacion recordada y nuestro mensaje de amor, paz y libertad, ha empezado a despertar interes en las nuevas generaciones.
Un denominador comun encontrado hoy casualmente es que gran parte de las hembras que habitualmente ibamos a la escalera, fuimos asaltadas, golpeadas, heridas y mucho mas, en diferentes momentos y lugares de los que recorriamos diariamente. Como si alguien o algo nos advirtiera que ya no habia espacio para nosotras. El tiempo se ocupo del resto y lo demas es historia conocida. No obstante, seguimos recordando y extranando la escalera y espero que un dia podamos reencontrarnos en ella, sin protocolos, con la misma expontaneidad con la que comenzamos a hacer de este lugar el unico donde (si no llegaban visitantes no gratos) nos sentiamos libres, seguras y abiertas.
Un beso para todos nuestros varones, ellos fueron parte importante en estas y cada una de las historias que se puedan recordar de la decada de los 80.
Inés

Anónimo dijo...

Ines recordo algo del trabajo de las "Seguridad Policial". Teresa Melo pueda dar fe que en ocasion de un homenaje a Carilda Oliver en Matanzas alquien apago la luz y hasta Carilda cogio golpes, luego se supo que la accion fue realizada por agentes encubiertos.

Anónimo dijo...

Hace mucho que Teresa Melo no quiere recordar (y mucho menos dar fe) de ese tipo de eventos de su pasado. Habría que preguntarle a otros.

jorge dijo...

hola odette
me encanto este articulo de la escalera. realmente fueron años muy intensos, llenos de sueños, que unieron a muchas personas, cada una es "su escalera"
suerte y saludo desde miami
jorge

Unknown dijo...

Linda Hermanita Odette: sí, es cierto, aquellos años fueron tan puros, tan ingenuos, tan hermosos (al menos así los veíamos entonces porque sólo importaban nuestros sueños y locuras) que jamás han vuelto a ser los mismos desde que "abrimos los ojos". Como dice un anónimo, a pesar de lo que la queremos, algunos como Teresa no quieren recordar las cosas duras de aquellos años y se empeñan en andar de brazos de quienes hoy protagonizan desde el poder esos escarmientos contra los que hoy siguen con los ojos cerrados, soñando ingenuamente, como una vez lo hicimos nosotros. Lamentablemente, cada día me obligo a reconocer que para muchos allá en Cuba no les queda más remedio que la simulación para sobrevivir, algo que no pasó nunca por nuestros sueños de aquellos años.
Pero más allá de eso lo que importa es que la memoria queda, en esas fotos, en nuestros escritos, en tus cuentos, en tus poemas, en esas obras teatrales que se hicieron o se soñaron... y en cada uno de nosotros. Ahí quedan para siempre, eternizados, ese Alfredo que me escribe desde Palma Soriano, ese Poveda que también lo hace desde España, esa Saskia que ahora vi aquí de nuevo (y que quizás ni se acuerde de mí), ese León Estrada que a pesar de todas las presiones oficiales que recibe ha defendido su amistad conmigo, e incluso esa Teresa que se jacta de ser amiga de una de las peores bestias que han tenido que sufrir las letras cubanas: el actual presidente del Instituto Cubano del Libro, cuyo nombre no escribo para no darle más importancia de la que merece.
Como quiera que sea, Odette, acá seguimos, acá estamos, y tú y yo bien sabemos que aunque no vivamos la Cuba territorial, llevamos a esa isla y a aquella ciudad en un lugar de donde nadie ha podido arrebatarlas.
Como siempre, un beso grande
Amir Valle

Anónimo dijo...

Recuerdos III

Una calle sube desde la bahía
hasta el centro de la ciudad,
su final es lejano, casi imperceptible.

Pasando cerca del mercado
los ruidos arrecian,
carretas con ruedas metálicas
hacen el trajín del día.

Vociferan los vendedores,
un rostro femenino y mestizo
compra cebollas
soltando una risa sensual.

El transeúnte mira a su izquierda,
un almacén destartalado
que enseña en sus vidrieras
ropas de uso.

Sigue caminando,
a solo unos pasos ve una
antigua cárcel,
enfrente una cuartería
con un balcón
donde conversan,
una vieja con espejuelos,
y un señor muy gordo.

En los bajos un amolador de tijeras,
que negocia con jugos
y cigarros a granel.

Anda sin fijarse durante un trecho,
suda y se queja del sol ardiente.

Un grupo de jóvenes pasa tarareando un rap
van vestidos de secundaria.

Llega a su destino,
esto es tal vez decir,
se sienta bajo los árboles del parque,
dirige su mirada al hotel,
donde una tropa de turistas
beben y comen tranquilamente,
la policía deambula y pide
la documentación
a unos chicos con drelos.

Aparece alguien que le conoce,
se abrazan efusivamente,
conversan durante un rato
y entran en una cafetería,
donde una mujer les atiende,
unos señores
acaban de comprar
tabaco nacional,
pero ellos piden café doble
y se lo beben entre risas.

Salen y cruzan la acera,
al llegar a la esquina miran
por enésima vez el toro del Baturro,
esa esquina le recuerda a Patricia,
el más viejo travestí de Santiago,
con su blusa de volanta a lo español
y su lunar pintado en la barbilla,
también al enano que
iba en su carriola.

Cogen a la derecha,
es la una en punto.

Se escucha un son
a lo lejos (pero no tanto),
suena entre cláxones
y ruidos de carretas como las
del mercado.

Se paran frente a la antigua casa del cocal,
comentan como ha perdido el encanto
aquel rinconcito que fue el orgullo de Santiago,
los jóvenes tocan bien: eso es lo único que salva,
él que ha venido desde España
recuerda a Maduro y Juan Amarú,
a Miguel Ángel y Castillo,
recuerda las fotos del fondo que ya no están,
la tarima de madera y el bar,
mientras mira la actuación.

Alguien le brinda un trago
y él se lo bebe
dándole una palmada en la espalda,
le agradece el ron.

Se queda hasta el final de la actuación,
se despide del amigo
y va directo a la Isabelica.

No ve a nadie conocido y sube
hasta la casa del padrino.
Chiry le brinda un plato de harina con
frijoles negros
y salsa de quimbombó.

Se tira en el cuarto
donde esta el altar.

El padrino le habla de Oshún
mientras él viaja al pasado.

Las fiestas de todos los santos
le pasan por la cabeza,
el toque de tambor del año
mil novecientos ochenta y siete,
y la gente pidiendo gracias,
el mismo pidiendo salir de la salazón,
va hacía el balcón,
y mira la calle,
la calle es una película
en blanco y negro,
es el ayer y el hoy,
es la alegría y el sufrimiento,
el sueño y la realidad,
la claridad y la ignorancia,
pasa el tiempo entre
otros miles de pensamientos.

Cuando viene a despertar ya son las nueve.

Baja con el padrino
y van directo a la escalera del carnaval,
poco a poco empiezan a aparecer
los contertulios,
los amigos de siempre,
alguien llega con una guitarra
y así estuvieron
hasta que le sorprendió la aurora.

Anónimo dijo...

Mamasitaaa!!!!. Este medio dia visité a nuestro León y me comentó de este, tu block....que casualidad!!...no sé si sabes que desded hace tiempo vivo en Valencia, Espana, estoy por acá de paso hacia Santo Domingo donde vive mi hija más pequena, hija de Leticia, eventual visitante de la Escalera, tambien fuí donde la Tere, igualita que siempre!!!!, ya tu sabes!!. Estoy organizando una comidita antes de partir...ME ENCANTARIA ESTUVIERAS...Hermoso tus palabras, Gracias mamy...luego seguimos. Sergio Marciano Pereda

Anónimo dijo...

Fuí uno de los últimos o quizás el último en llegar, a ese rincón que tan fielmente has retratado. Valen un imperio tus palabras, las fotos, son un testimonio digamos, multimedia, en estos tiempos que corren. Donde esté tu discurso, amiga, suficiente.
.... y menos mal que llegué a probar sus peldaños. Yo creo que venía mandado, el hecho de que nuestra historia pasase por una escalera, es simbólico y premonitorio. Por la escalera subimos y bajamos - igual que en nuestra vida- , porque eso sí, a pesar de que Vista Alegre da para mucho, no me dió la vida ni la libertad ni las palabras ni el embrujo de sabernos parte de ésa Historia.
Cuando me ví en la foto casi que,.......... "cómo cambian los tiempos Venancio, qué te parece?, qué te parece Venanció?, cómo cambian los tiempos"
El corazón, los ojos, la piel, el pelo y hasta ..... todo se me estrujó, se removió, se trastocó. La garganta se me secó, el cuello se me hinchó hasta sentir incómoda la corbata, ¿cuánto REM pudo pasar por mi cabeza?, qué segundos en una historia de años.
Qué bueno!!!! Odette, lo que se siente al memorar lo vivido, y no lo digo con nostalgia, porque al final cada uno de nosotros ha tomado el camino que se ha ido creando ante sus ojos y en cada cruce y en cada paso, hemos decidido la dirección. Si es cierto que ya no soy el de antes, simplemente será porque soy más viejo, a los 43 años y habiendo seguido las flechas que me marcaron y que me dijeron muy claro por donde quería que mi vida andase, es muy difícil que cambie, sobretodo, si la vida te da premios como la vida misma, donde llegas a los hijos, a la estabilidad emocional, el cariño que nos rodea y fundamentalmente la libertad.
Entonces tejamos toda la poesía que haga falta, que bien merece la pena tocar el cielo viéndote y viéndonos felices, en este, nuestro punto de encuentro. Te quiero,
Héctor.

Lily dijo...

Hola Odette, soy Lilian Poveda. Vaya que vengo un poco tarde a dejar un comentario aquí, pero ahora fue que recibí el link para este blog, propiciado por mi madre. Me di cuenta que recibía el link para tu blog en otra cuenta que tengo que casi no uso. Bueno de todos modos estoy aquí, y me emociona ver nombres conocidos, ver las fotos de tan preciada etapa.
Tengo recuerdos gratos y de aquellas transcendentes e innumerables noches que nos sentamos ahí, tomando innumerables botellas de ron, en muestra de tan incuestionable rebeldía. Fui una de los más jóvenes ahí, recuerdo la escalera como gran parte de mi rebelde adolescencia y principios de mi camino a la vida de mujer.
Un saludo sincero y con mucho amor a todos los amigos de aquel tiempo, que aun dispersos por todo el mundo, aun así, tenemos memorias en común, un abrazo a todos.
siempre
Lilian Poveda

Percusionils dijo...

hola bloggers, soy nils estuve en stgo de cuba en 1988...tenia clase de percusion. me acuerdo de algunas caras que aparecen en la foto, tantos años! bueno abrazos desde holanda...nils

www.nilsfischer.com