Las redes sociales son un observatorio privilegiado de la naturaleza humana, de las costumbres y hábitos, dudas y certezas, alegrías y decepciones de quienes nos rodean. Y esta mañana, apenas desperté, me encontré en ellas con el ambiente fantástico del día de Reyes.
El adjetivo no es gratuito ni azaroso —como casi ninguno de los que utilizo— porque a mí, que nunca me han movido una sola fibra esos magos llegados del Oriente y me he pasado la vida cuestionando el ménage à trois que dio lugar a
Algún recuerdo hermoso han de conservar de la infancia, de aquellos días niños, para que sigan reproduciendo ese hálito mágico que me sorprende. Eso pensé y mi memoria voló hacia cierta atmósfera expectante, muy lejana, y hacia un pianito de cola, rosado, que le llevaron los Reyes a Piri. O tal vez lo estoy confundiendo con los juguetes que después se compraban sólo el Día del Niño. Y quizás confundo aquella cabalgata, que desfilaba por la calle de mi casa, con las carrozas del carnaval. Como confundo la vivencia navideña con una foto en blanco y negro —que veía después en el álbum de los tíos— en la que estoy, de poco más de un año, sentada junto al árbol de adorno, examinando con curiosidad algún juguetito que tenía entre las manos.
No quiero hablar de lo que pasó después en aquella tierra en la que nací: ni de hombre nuevo ni de trincheras, ni de milicias y agricultura, ni de acusaciones, delaciones, depuraciones y defenestraciones, ni de prohibiciones ni de amenazas cumplidas. Sólo quería contarles de esta indescriptible sensación de vacío que me provocó la ilusión de mis amigos. De cómo pensé, entonces, en la importancia de las tradiciones para el tejido social de un pueblo, en su papel como parte del sentido de pertenencia e identidad, en los procesos de asimilación y elaboración de la fantasía en la mente infantil que dará lugar a la mente —y al alma— adulta.
En medio de mi arrobamiento, alguien me señaló el contenido profundamente consumista y desigual del día de Reyes. Me dijo que los niños no necesitan alimentar su fantasía con una celebración tan vacua y materialista porque la magia les es consustancial. Pensé entonces en tanta magia aplastada y reducida a golpes de materialismo, pero tampoco de eso quiero hablar ahora.
La variedad existe y cada quien es libre de elegir en lo que cree y lo que fomenta, lo que le enseña a sus hijos y lo que no; eso diría cualquiera en este otro mundo que nos ha sido permitido conocer. Pero nosotros, los cubanos nacidos después de 1959, no tuvimos esa libertad. Por eso no debe asombrarles que me asombren las cosas que he visto y sentido hoy, éstas que les comparto.
14 comentarios:
Es curioso, sí, tienes razón. También en eso de que en la variedad está el gusto.
La magia no precisa de Reyes.
Y los niños que son sabios y verdaderos reyes en eso de la magia, se hacen los tontos, por aquello de "me hago el muerto a ver el entierro que me hacen", pero no te quepa duda que la tienen muy clara.
Está en uno no dejar que el consumo empañe la magia. Lo agradecen, la verdad.
Saluditos, paisana.
En verdad que los ritos que construyen identidad parten de muy distintos orígenes. No fui educada en una creencia religiosa sólida claramente definida; pero los recuerdos que tengo de estas celebraciones invitan. Ese degustar la recetas y platillos de antaño, y compartir con quienes tienes cerca, es invaluable. Besos,
Yo vine a conocer todo eso al salir de Cuba porque en mi casa, además de poco religiosos, no eran dados a celebraciones de ningún tipo. Pero aquí en Taos es todo un día especial, fantástico como bien dices,y a la Rosca le ponen varios muñequitos del niño (monitos que les dicen) para que no tenga que pagar una soola persona los tamales..
¡Feliz de que hayas vuelto a abrir este parque lindo!
No les hagan casi a los adultos 100%.
La Inocencia es hermosa.
Félix Luis Viera
Qué bueno iniciando año y el Parque retornando! En mi casa nunca se celebró la Navidad o el Día de Reyes, así que esas fechas siempre las vi pasar de lejos, preguntándome por qué todos recibían regalos y yo no. Hoy de esas celebraciones --que el tiempo me enseñó que solamente las inventaron para recoger el aguinaldo que recibimos en diciembre-- lo que disfruto son las dos semanas de vacaciones obligatorias que me proporcionan. Estoy de acuerdo con vos, las tradiciones nos dan un sentido de pertenencia, de comunidad, y las celebraciones en cuestión han sido geniales para inventar una comunidad consumista sin parangón.
Querida Odette, en enero del 2007 -ya sabes, con años en la espalda- recorria la Gran Via madrileña hacia Cibeles, cita en el Retiro con el chico de ojos como puñales, cuando fui sorprendida por tres reyes magos que desde lo alto de un carromato- fijate que no digo carroza porque el recuerdo te llevaria a los carnavales y sus artefactos, y no es el caso- que lanzaban confetis, caramelos y vaya usted a saber cuantos regalos que los presentes extendian sombrillas para llevarlos a casa...y ahi, en medio de Recoletos, completamente perdida, uno de los reyes detuvo la mirada en mi espanto a la multitud, y me lanzo un caramelo, haciendo señas de que me era destinado, señas y guiños tan claros que nadie lo intercepto con la mano. Creame usted, la magia existe y los cuentos y los aparecidos del oriente, y la estrella de Belen, y el pacto de trasladarse cada seis de enero al pais imaginario donde cobran cuerpo la razon y la ilusion, unidadas si, en la esperanza de recibir una caja con el amor y los sueños de todos los padres ausentes, que doblaron el lomo e hicieron inventos para que yo tuviera mi cachibache sorpresa, sin valor comercial alguno,sin otra posibilidad para decirme que habian trabajo para mi,que me ponia feliz, a pesar de mis piojos y zapatos rotos, de verlos unidos y asi, ante la fascinacion que me provocaba una piedra con dos ojos pintados sobre una boca bien roja. Creeme, los reyes magos existen, yo los vi. Viven en Madrid.
Tu conclusión es perfecta, la libertad es lo más preciado para el ser humano.
Te comprendo, amiga... Yo hasta los 8 años tuve “Reyes”. En mi casa se mantuvieron ésa y otras tradiciones mientras fue posible. Y aunque después hubo un tiempo en que me parecieron triviales, ahora lo agradezco mucho. Mira, la conclusión que más comparto en tu entrada de hoy es ésta: “De cómo pensé, entonces, en la importancia de las tradiciones para el tejido social de un pueblo, en su papel como parte del sentido de pertenencia e identidad, en los procesos de asimilación y elaboración de la fantasía en la mente infantil que dará lugar a la mente —y al alma— adulta”. Creo que ahí está la clave. Aunque ahora, con hijos de 21 y 14 años ya no participo con gran entusiasmo de esta fecha, me alegra mucho que otros lo hagan. Todo lo que alimente la vena fantástica y mitológica del hombre me atrae, sobre todo, si protege al viejo imaginario colectivo de la nueva y arrolladora episteme. Por eso me enerva que, incluso en estas tradiciones, el consumismo se imponga como un Zeus perverso, que, esta vez disfrazado de dinero, no sólo confunde a Europa en las playas de Tiro, sino al mundo entero, que camina alelado a su agujero negro. Habría que pedir a los Reyes memoria y suerte. Memoria y suerte por su propio bien… y el nuestro. Gracias por tu bonito texto. Te abrazo. Jorge
Querida Odette, me he apropiado de los buenos deseos que enviaste y
luego de leer lo que escribiste recordé lo que puse en mi blog hace
pocos días y me tomo el atrevimiento de enviártelo.
Navidades de mi infancia
¡Parecen tan lejanas esas navidades de mi infancia! Ahora, es en mi casa que se festeja la Navidad y el año Nuevo. Me he convertido en
madre y abuela y aunque preparo el pesebre -tradicional en Paraguay-
siento que no he logrado transmitir a mis hijos ese fervor, esa fe de
los hogares realmente cristianos. Debe ser la influencia de mi padre,
que sigue firme. Él era ateo y casi siempre estaba ausente en
Nochebuena, solía explicarnos que los periodistas no tenían los
feriados de los que gozaban los otros trabajadores, pero a nosotros no nos importaba mucho. En aquellos tiempos de machismo rampante las
mujeres eran las únicas responsables de acompañar a los hijos y de transmitirles las tradiciones. Mi madre cumplía con ese rol y su esfuerzo máximo consistía en preparar un sabroso pollo al horno acompañado con papas y cebollas que nosotros -los hijos mayores- nos encargábamos de llevar en una gran fuente, al horno de la panadería Atlántico, la más chic del barrio.
En nuestra casa no se preparaba arbolito de Navidad, tampoco el
pesebre, creo que eso explica por que los belenes míos lleven una
impronta tan bohemia y haya mamuchkas rusas al lado de tortugas de barro y otros adornos que no tienen nada que ver con ese nacimiento. Nunca nos sentimos tristes por no cenar con nuestro padre, solo esperábamos el momento en que estaríamos libres para ir a la casa nuestros amigos donde había decenas de parientes muy alegres y un pino artificial iluminado, con regalos al pie. Analizando esos momentos con la madurez de ahora compruebo que nunca estuvimos en un lugar nuestro, que no pertenecíamos a ningún lugar. Eramos exiliados, de un país, de lazos familiares, exiliados de la fe.
Odette, me ha encantado el tono, digamos que nostálgico de tu crónica. Mis años de infancia estuvieron también matizados por esa magia que se anunciaba ya desde los primeros días del año. Cuando supe de qué se trataba, igual no me di por enterada, porque me enternecía el modo en que mis padres se afanaban para que ésta no se me rompiera. Entre tantas y tantas cosas que les agradezco, está su intento de prolongarme los sueños hasta donde fue posible. Gracias por esta entrada que me ha remitido tan lejos. Abrazos!!
Querida Odette,
Felicidades por el año que recién ha comenzado, y los mejores deseos de salud y prosperidad personal para ti.
Recuerdo la última cabalgata que vi de niño, precisamente en nuestro Santiago de Cuba, concretamente desde la Plaza de Marte, mirando hacia la oficina de ómnibus Santiago-Habana. Los tres reyes magos desfilaban, a caballo, seguidos por una carroza llena de juguetes. Es una de las memorias más extraordinarias y persistentes que mantengo de esa época y de los cambios familiares, sociales y políticos que ocurrieron después. Fue la clausura de un mundo que, luego sabría, empezó a desaparecer, para mí, aquella tarde. Por cierto, le pregunté a mi tía Celia por qué andaban a caballo Melchor, Gaspar y Baltazar. Su respuesta: "Imagínate el viaje tan largo que han hecho para llegar hasta aquí. Tuvieron que poner a descansar a los camellos en el zoológico."
Abrazotes,
Rafael Saumell
querida odette
al fin he podido leer lo que escribiste sobre los reyes
me ha hecho pensar mucho
en pr tienen además un contenido de afirmacioón nacional que quizás en otros lugares no exista
o quizás sí
eran días mágicos gracias a mi padre
ayudaban los camellos, el oriente, el cinturón de orión
siguieron siendo mágicos después de enterarme quiénes eran
en la red se exacerba un poco todo
la navidad
la ñoñería de la paz y el amor
pero qué bueno que descubriste y nos explicaste la fuerza que pueden tener las tradiciones
un abrazo
mt
Odette sigo admirándote y leyéndote. EStoy preparando un proyecto testimonial y quiero invitarte a formar parte de él. ES le periodista santiaguero Reinalñdo cedeño, el del blog L aisla y la espina, de paso te invito a visitarlo. Por favor escribeme a reinaldocp@cultstgo.cult.cu
Mucho amor en este 2012
y un abrazo
Reinaldo Cedeño
La ignorancia y la inocencia se juntan y a veces van de la mano, entre ellas viaja de vez en cuando, creo, la magia.
Pero fijate que leyéndote, me parece que el ambiente más propicio para la magia es la escasez, la escasez que permite mantener vivos los deseos y los sueños.
Rocío que ha tenido bastante de muchas cosas y que descubrió pequeña que el hada de los dientes no existe, que creció con respuestas para todo y un ordenamiento más o menos lógico, no ha tenido por ejemplo que esperar una fiesta x para tener algo, ha "crecido" más rápido y ha "olvidado" más rápido las sensaciones de esas fiestas, incluso puede que haya crecido sin sentir gran cosa hacia ellas...
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