jueves, 16 de junio de 2011

Luna roja



Al anochecer del sábado 19 de marzo subí a la azotea del edificio donde vivo con una emoción parecida a la que me hacía trepar al tanque de agua de mi casa de Santiago. Habían anunciado que aquella noche podríamos ver la Luna más grande y más brillante de las últimas dos décadas. De modo que subí la escalerilla metálica —incomodísima— que llevan al punto más alto de la construcción y salté una verja con la destreza de quien, de pronto, volviera a tener 12 años.

Lo que vi en el horizonte me encogió el pecho como a la boca el primer bocado del marañón. Era una luna opaca, de color anaranjado cenizo, que daba miedo. La sonrisa se me borró y tuve que sentarme en un muro de cemento que sobresalía del techo. Atónita la miraba cuando las lágrimas empezaron a llenarme los ojos. Lo que sentía no puedo ni quiero describirlo, era una impresión extraña que días más tarde expliqué como “memorias de dolor”, pero que en ese momento me hizo temer los augurios más desafortunados. Al punto que le dije —ya saben que hablo con todo lo existente porque para mí todo tiene vida—: “Bueno, Selene, que sea como tenga que ser… aquí estoy para lo que me corresponda”.

Imaginé a medio mundo arrobado, inocente, observando con admiración en ese mismo instante al astro madre y recibiendo de él toda aquella energía negativa. “¡Pobre humanidad!”, pensé. Tendríamos que saber —alguien tendría que decirnos o decirle a los medios que nos dijeran— que esa Luna no es buena. Que no es la Luna alcahueta de los enamorados, ni el paño de lágrimas de los poetas, ni el queso Gruyère de la fábula infantil.

En este mundo contemporáneo —al que algunos llaman “vida moderna”—, tan urbano y escolarizado, la denostación a la sabiduría elemental y el deterioro de las religiones originarias —y las institucionalizadas—, nos han conducido a una crisis generalizada de la fe. En ese proceso, el ser humano ha ido perdiendo su conexión primaria con el planeta. Durante los siglos más recientes, el apego a lo natural fue considerado símbolo de oscurantismo, decadencia y superstición, contrario a la aparente contundencia de las explicaciones científicas. Muchos sentenciaron como ignorancia —muchos aún lo hacen— los conocimientos empíricos de los viejos y los brujos, y se les ha sometido a todo tipo de desprestigio y escarnio consuetudinarios, como si la ciencia no fuera una modalidad de la magia y viceversa.

En los últimos tiempos, con el auge de la ecología y todo el asunto del cambio climático, cunde una tendencia cursilona que considera a la Naturaleza como víctima, como una pobre madre que siendo la dadora incondicional de todos los bienes sólo recibe nuestro abuso, desidia e ingratitud. Abundan quienes la miran con lástima, como si no fueran también, planeta y Universo, los causantes de indecibles desastres desde que el mundo tiene memoria, ésa que está tatuada en el mapa genético de cada uno de nosotros, tanto de los que dicen “ver para creer” como de los que dicen “creer para ver”. Y así, entre persecución y bobería hemos acabado por perder la capacidad que tenían nuestros antepasados para discernir, leer e interpretar las señales que la Naturaleza nos envía.

Anoche, cuando iba subiendo las escaleras del metro en Ciudad Universitaria, vi la Luna, llenísima, como una sombra mate sostenida en el cielo a un ángulo de unos treinta grados. Podía confundírsele con una nube cualquiera. Cuando salí del metro en Etiopía, donde debía estar sólo había oscuridad. No sé si eran nubes o el eclipse porque quité la mirada y apuré el paso. No quería que esa energía me bañara. O pretendía que, al menos, fuera la menor cantidad de tiempo posible. Cuando llegué a la casa, a pesar del calor, no abrí las ventanas.

Pero eso no evitó que su cara anaranjada me observara desde el cabezal de Google y desde las fotografías que colman hoy los diarios y los sitios digitales de todo el mundo. Como si no fuera suficientemente elocuente su apariencia, se llama Luna de sangre a esa bola roja que tantos admiraron ayer porque, a fuerza de oírlo, suponen que todo lo natural es bello. Y sí lo es, por supuesto, miren esa foto. Aterradoramente bella.

13 comentarios:

ZoePé dijo...

Anoche aquí estaba lleno todo de nubes. No se vió la luna ni en los centros espirituales. Y me puse, ahora, a buscar fotos de ayer.
Cuando te leo, uhhh, me da cierto miedito verlas.
Dos besos, niña; de los espantamiedos.

Teresa Dovalpage dijo...

Tienes razón, amiguita, a veces la luna da miedo. Lo natural puede ser tan bueno como malo y es innegable que hay un montón de malas influencias dando vueltas por ahí. En Taos tuvimos una luna roja por causa de los incendios en Arizona y te juro que parecía algo sacado de las pelis de ciencia ficción. ¡Colorá como un mamey maduro! ¡Brr!

Anónimo dijo...

de acuerdo en que la naturaleza es otro depredador más odette, y ante este si estamos absolutamente vulnerables, ya nada ni nadie es inocente, no puede serlo porque de algun modo nos hemos apuntado todos a ese dolor, me lo llevo, gracias, sonia díaz

Anónimo dijo...

Gorda, leyéndote recordé Luna de arrabal de tu coterráneo, y me imagino la luna que describe igual que esa/. Oye y no creo que sea la primera Aterradoramente bella que te encuentras.
Besongos, tu herma LaPitu
LUNA DE ARRABAL
Sube ahora mismo, con cierta idiotez de sueño,
y su mal humor los grumos quiebra;
está congestionada, y tiene duro el ceño
por la ginebra.
Los borrachos festejan su presencia.
Es bestial la gente de Baco.
Le hacen la ofrenda de su insolencia
y la llenan de humo de tabaco.
Mas la Luna de arrabal es una hetaira
que conoce el negocio nocturno;
a ninguno desaira
y en la roja nariz los besa por turno.
Todo el suburbio se alegra;
suenan carcajadas en los vericuetos;
la Luna, comadre chismosa de la noche negra,
revela con gracia malignos secretos.
Sobre la plazuela toca un organillo
y parece la misma Luna quien lo toca;
retreta lunática de misterioso brillo
que a la gente plebeya vuelve medio loca.
Pero dura bien poco esta alegría.
La Luna, tal como una bruja, asciende
en su palo de escoba, y hasta tal lejanía
que su lueñe lenguaje ninguno abajo entiende.
Cada quisque busca entonces su escondrijo;
se cierran las puertas;
la policía disgrega el enredijo
de los curdas, y quedan las calles desiertas.
Solo Pierrot, poeta lúgubre, sucio de harina y llanto,
saca de su bandurria algún motivo fútil,
y aprovecha el momento para hacerle a la Luna
un nuevo canto inútil.

SENTADO EN EL AIRE Juan C Recio blog dijo...

Pienso igual, por suerte estaba tan ocupado que no la vi, pero son signos que mi abuelo paterno de estar vivo de seguro comentara, haces bien en no exponerte.
JC Recio

Anónimo dijo...

Somos parte de ese Universo desconocido, inmenso. Lo "bueno" y lo "malo" se complementan, lo sabes. Sera lo que sera, siempre ES y cuanto mas vieja soy, ya van a hacer 68 agostos, si Dios y mi informacion genetica lo permiten, se, que no estamos en control de nada! Cada vez mas inmersos en el "mundo moderno de la tecnologia", nos apartamos de nuestra esencia, de "oler" en el aire el peligro y la alegria, de "sentir" lo que nos viene, de mirar con los ojos del alma, que hacer querida Amiga? Estamos vivos y es la unica posibilidad de algo.
Un abrazote, me gusto muchisimo tu comentario. Yo, de niña pensaba que la Luna era de queso!

Nancy

Xabier Lizarraga Cruchaga dijo...

¡Ay, que tristeza me dan quienes hablan de la naturaleza como si fuera una bonachona madre o de un algo ajeno y externo!
Así, bromeando, mi querido Luis Armando hablaba de "ella": "La naturaleza es eso grande y verde (no siempre) que está allá afuera, donde todo asiento tiene su incomodidad y toda incomodidad su asiento". Por eso decía que él tenía un acuerdo mutuo de no agresión, y que sólo era capaz de aguantar a la naturaleza en macetas o postales.
Pero ya en un sentido un poco más riguroso: ¿Cuándo nos percataremos que somos parte de esa naturaleza impredecible, bella y terrible, siempre incierta y jamás inocua o neutra?
Esa luna anaranjada (casi roja, pero sin ideología política alguna) no es de ese color, así la vemos por efecto del terrible y necesario sol que se cruza en el camino y se aleja eruptando violentos estallidos, y por la gran contaminación ambiental que nosotros, los animales humanos hemos contribuído a incrementar, pero de la que no somos los únicos responsables... también los hoy tan activos volcanes y los excrementos de la vacas y los elefantes (nada despreciables en tamaños) aportan sus gases contaminantes... Y TAMBIÉN SON PARTE DE ESA NATURALEZA de la que nosotros somos sólo una pieza reciente y sin duda transitoria.
Bien, Odette, una vez más nos motivas, nos estimulas y haces reflexionar.
Un abrazo contaminante de afecto y un beso tan furtivo como nosotros mismos.

Mayra dijo...

Odette, a decir verdad la luna me impresionó su extraña belleza, pero no sentí que emanaba energía negativa...no sé, tal vez sea porque soy bastante descreída y las señales de la naturaleza no las veo como signos a traducir que pueden influir mi vida y la de los demás. Esas mefistofélicas emanaciones, lamentablemente, más me parecen propias de ciertos congéneres y de ellas sí creo que hay que cuidarse, absolutamente. De todas maneras, es como todo, analizamos el mundo y sus fenómenos a través de nuestro propio filtro por lo que la cantidad de interpretaciones es inmensa...y todas son válidas.

Anónimo dijo...

La luna ha sido cómplice de amores y tropelías sin nombre, siempre ajena. Pero que se viera roja no me gustó nada. Ese color trae mala suerte. Eso decían en los gulags soviéticos. Yo prefiero la luna de Valencia, que parece un preservativo iluminado y astral. Es broma. Tu texto precioso. Alberto Lauro

LABERINTO ALADO dijo...

Totalmente de acuerdo contigo Odette... En el colmo de la cursilería y el ocultamiento de lo negativo hemos caído en la negación de esa otra parte devastadora y terrorífica de la naturaleza... hemos perdido, como bien dices, esa capacidad para leerla... para recibir todos los bienes que nos da, pero también para protegernos de su lado oscuro... Y bueno, qué te puedo decir... Ya escuchaste mi experiencia de anoche... que, digan lo que digan, sí tal vez mis proyecciones y deseos no cumplidos... pero también eso otro que existe aunque no podamos o queramos verlo y que está ahí... existe... y hay que no olvidarlo cuando de protegerse se trata... digo... por lo menos habría que intentarlo... Yo, ayer, ni siquiera asomé la cabeza... ni miré esa luna que todos llevaban y traían... simplemente no la miré... quizá por eso envió a alguno de sus emisarios a llamar mi atención... Y ahora, leyendote, recordé que tengo por ahí un poema que, precisamente, contraviene esa imagen dulzona de la luna... lo buscaré y luego te lo compartiré... Gracias por tus atinadas reflexiones... Un beso...

Felix Anesio dijo...

como siempre, o casi, estaba en el trabajo --en la noria para decirlo botianamente-- y no la vi. ahora la veo a gtraves de tus palabras: luna imaginada y cierta como cierta es la belleza que derrama, aun.

silvia loustau dijo...

desde mi ciudad, Mar del Plata, no se pudo ver, pues la tapaban las nubes y las cenizas...tus sensaciones, amiga, son la percepción del poeta....los que saben dicen que la luna llena no es buena y menos si hay un eclipse...
Ahora basta esperar conta la natulaza no podemos, si ella contra nosotros.
Un abrazo,

Silvia Loustau

Anónimo dijo...

Tenés razón querida Odette, más que Selene parece Marte, el planeta de
la guerra. En Paraguay se dice qeu una luna así en el verano es
indicio de sequía, mucho más no se, pero por algo los campesinos le
hacen más caso a las lunas que a los pronósticos del tiempo. Ellos si
siguen conectados con la Tierra. Cariños, Lita.