martes, 4 de marzo de 2008

Por el gusto de querer

Con Belkys Arredondo y Jennie Carrasco
en la FIL del Palacio de Minería



A esas queridas amigas que me flanquean en la foto y que me acompañaron durante el fin de semana pasado en la muestra de escritoras latinoamericanas que coordino cada año en el marco de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería —a título absolutamente personal y sin más patrocinio que el apoyo invaluable de Fernando Macotela, entrañable amigo y director del cónclave, y de su excelente equipo de trabajo—; a esas amigas, les decía, las conocí en octubre de 2006 en el festival de poesía organizado por la Fundación Poetas de El Salvador en la capital del llamado enanito de América.
Sin embargo, todo (re)comenzó realmente la tarde del 19 de octubre de 2005 cuando llegué a Tegucigalpa para asistir al XV Congreso Anual de la Asociación Internacional de Literatura Femenina Hispánica. A la salida del pequeño aeropuerto en obras, junto a un cartel de Juanes anunciando Pepsi, había otro, menos espectacular, que decía: “La política sí es asunto de mujeres. Es nuestro derecho”. En ese mismo instante supe que allí todo sería distinto a lo que imaginaba. Y no me equivoqué. A partir de entonces, Centroamérica ha sido un camino de retorno hacia mí misma, que llevaba años siendo un alma en pena de la literatura, un ánima sola y perdida en la gran ciudad de México.
Centroamérica es mucho más cercana a Cuba que el altiplano azteca. La noche en el centro de Tegucigalpa es como la bulliciosa y volcada a la calle de un barrio habanero o santiaguero. En la nicaragüense Matagalpa, una velada sabatina en el Centro Cultural Guanuca me regresó a las peñas cubanas de los ochenta, con poesía, trova, música latinoamericana y un barcito en la esquina del patio, y en San Salvador, el ensamble vocal del Cuarteto Radio Clásica me trasladó a Santiago de Cuba y su tradición coral. En el mercado de artesanías de Masaya, una vendedora de collares de semillas me detuvo para leerles en voz alta a sus vecinas de puesto el poema impreso en la espalda de mi camiseta, cosa prácticamente impensable en México, al menos en la capital, como impensable es una taquería que, como los salvadoreños Tacos de Paco, es peña cultural, tiene una librería y había realizado en su patio 198 miércoles de poesía consecutivos.
Allí precisamente conocí a Belkys y Jennie. No era la primera vez que estaba en San Salvador, sólo que en las anteriores no había salido del aeropuerto. Desde los vidrios del largo pasillo veía la brillante vegetación y me decía: “algún día estaré allá”. Cuando me hallé por fin del lado del calor y el verde, iba con Belkys y otros poetas en la camioneta que recorría, ligera, los kilómetros que nos separaban de la ciudad. Acabábamos de conocernos y sin embargo, ya parecíamos hermanos de toda la vida. En mi cabeza, sonaba aquella vieja canción de Silvio: “El tiempo está a favor de los pequeños/ de los desnudos, de los olvidados./ El tiempo está a favor de buenos sueños/ y se pronuncia a golpes apurados”…
Uno de esos buenos sueños es éste que he emprendido con quijotesco empeño desde hace dos años: traer a la ciudad de México, en el marco que nos ofrece la FIL del Palacio de Minería, a un puñado de escritoras hispanoamericanas que nos compartan sus creaciones y dejen su impronta entre nosotros. El año pasado estuvieron mis paisanas Sonia Rivera Valdés, Minerva Salado y Jacqueline Herranz Brooke; las españolas Paquita Suárez Coalla y Fátima Rodríguez; la puertorriqueña Marithelma Costa, la dominicana Chiqui Vicioso, la hondureña Patricia Toledo, la anglo-nicaragüense Helen Dixon y la argentina Margarita Drago. En la edición de este año me acompañaron la venezolana Belkys Arredondo Olivo, la ecuatoriana Jennie Carrasco, la cubana Maricel Mayor Marsán y las mexicanas Eve Gil, Rose Mary Salum, Rosamaría Roffiel, Olivia Félix, Artemisa Téllez y María Elena Olivera.
¿Por qué lo hago? Porque creo con firmeza que las mujeres —tradicionalmente segregadas, marginadas de los circuitos culturales, siempre en número menor— tenemos no sólo derecho a hacernos oír, sino que es imprescindible dar al traste con los patrones impostados hasta ahora desde el poder patriarcal de que una escritora es una señora muy fina, con mascada de seda y peinado de salón, que “compone” versitos de amor o novelas románticas, y con esa concesión caritativa de permitirnos de vez en cuando, de preferencia cuando no subvirtamos lo establecido, algunos espacios y oportunidades. Como para que no nos quejemos. Como para hacernos callar.
Cierto tipo de escritores, muy especialmente las mujeres, tenemos un compromiso con la literatura —como con todo— que va más allá del simple acto de escribir, entregar a las prensas y cobrar. Trabajamos no para que nos lea, con arrogante vanagloria y presunción, un selecto grupo de iniciados, sino para entregar una enseñanza, compartir una inquietud, advertir, denunciar, rescatar, revalorar, reivindicar una voz otra. Tenemos un afán, incluso “moraléjico”, de transmitir, de comunicar, de compartir. Si algunos de esos muchachos jóvenes o ese público general que nos escuchó el fin de semana en Minería, que sonreía con algunos versos y se acongojaba con otros, que se identificaba con el discurso poético o narrativo de las participantes; si algunos de ellos recuerda con posterioridad esas lecturas; si —mucho más— conmovido por la impresión compra y lee un libro —aunque no sea nuestro—, una buena parte de esa misión se habrá cumplido.
Sobre esa base debemos concebirnos, trazar planes, evaluar resultados. Nuestro cielo, le decía a Jennie hace unos días, no es el cielo de los consagrados; nuestros ámbitos y referencias son otros. Compararnos con las vacas sagradas, que tienen tras de sí todo el aplastante mecanismo publicitario de las trasnacionales del libro, es un acto de lesa humanidad. Nuestras redes son menos aparatosas, más domésticas, más íntimas, más de amigas tendiéndonos las manos y sentándonos a leernos nuestras propias letras, entendiéndonos entre nosotras, que no somos menos ni tenemos poco público, como quisieran hacernos creer. Debemos entonces abrir caminos propios por los que avanzar y hacernos ver. Esos caminos, que ojalá sean pronto grandes alamedas, son los que estamos empezando a andar con paso firme. Juntas.
Por eso leí públicamente los poemas de la hondureña Patricia Toledo y de la salvadoreña Sandra Marisol Aguilar. Porque me parece una injusticia insostenible que el dinero, esa noción impuesta y perniciosa, determine qué podemos hacer y qué no, adónde podemos ir y cuándo no. Así, las limitaciones pecuniarias no consiguieron impedir su presencia, aunque fuera de este modo —faltando ellas, cuál mejor que la exposición de sus obras—, en los recitales a los que las había invitado.
Si alguien me preguntara por qué, como si no me bastaran las tensiones propias de la vida cotidiana, le robo horas a mi descanso y tranquilidad a mis sueños para embarcarme cada año en un proyecto como éste, echándome encima esta responsabilidad —desdeñada por algunos, ignorada a conciencia por otros—, le respondería: Por el gusto de querer. Entendido ese querer en el sentido de lo que se desea y también de lo que se ama. No existe mayor retribución que compartir con las amigas —admiradas colegas— aunque sea esos tres días de convivencia inteligente y creativa, presentárselas al público mexicano y ver a la audiencia disfrutar sus textos, conmoverse, acercarse a la creación. Si algún nacionalista trasnochado se saliera con aquello de “si ni siquiera conocemos a los nuestros, qué sentido tiene estarnos fijando en los extraños”, sería porque no sabe que nosotros somos todos. Porque la literatura es una, como uno es el ser humano, y al acercarnos a éstos, entraremos en comunión con los demás.
Hoy soy una mujer feliz y satisfecha. Por eso, gracias una vez más a Fernando y a los muchachos de la Feria, por ayudarnos a hacer realidad este proyecto un año más. Gracias a mis amigas, incluidas Patty y Marisol, por haber aceptado acompañarme. Gracias a la literatura, por darle sentido a esta vida que se pudriría si dependiera sólo de la sórdida aridez del lugar donde vivo y laboro cada día.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno Odette, mujer y literatura, entrañable binomio... Entiendo que tu texto, moderadamente febril, a pesar de la denuncia que hace, sude "buen rollo" por los cuatro costados. Me alegra que se la hayan pasado tan bien.
Abrazos,
Jorge

Anónimo dijo...

Gorda, sueño con acompañarte un día en esos encuentros, pienso que es una tarea que merece mucho reconocimiento. Tú eres una hormiguita que se pasa el tiempo laborando por la literatura, no sólo en la tuya, sino también para los otros, y eso es muy raro.
Arriba hermana, ese es el camino verdadero.
Un abrazo
LaPitu

Odette Alonso dijo...

Mi querido y viejo amigo AGA me plantea la siguiente cuestión:

Cara Odette,
muy inteligente y muy auténtico tu texto, como siempre.
Sin embargo, me permito apuntar una pregunta: ¿el abandono de que se quejan, con justa causa, las poetisas (así me exigía siempre Dulce María Loynaz que hablara de las mujeres que hacen poesía, ella la primera, por propiedad del idioma), no será el mismo del que, también, se quejan los poetas, con causa igualmente justificada? ¿No será un asunto más del género literario que del género "género" sexual?
Un beso,
Alesso

Anónimo dijo...

Gracias por mostrarnos por medio del Parque del Ajedrez, no solamente tu gusto de querer, sino el de las amigas y amigos que se unieron a esta tarea hermosa.
Gracias por la poesía que siembran ustedes en nuestras almas de asfalto.


Camila.

Anónimo dijo...

Esa es mi amiga Odette. Asi de emprendedora, asi de decidida, asi de persistente. Los que te conocemos, sabemos que das a extremos, que repartes paz y sabiduria. No la paz que se logra detras de un buro, sino la que solo se alcanza cuando te sientes realizada. Ahora me vienen a la mente tantas cosas y horas que aunque quisiera compartirlas, no encontraria como. Pero si alguien me preguntara quien es mi heroina femenina, con certeza le contesto: una brujita despeinada, muy puntual, por momentos nerviosita pero adorable y con unos deseos inmensos de devorar al mundo que se llama Odette Alonso. Pero yo soy muy dichosa, he tenido la suerte de conocer a mi heroina y contarme entre sus amigas.
Bravo mami, te quiero.
Ines

BAO dijo...

Ya estoy en Caracas.
Realmente fue estupendo compartir en la Feria del libro.
Las presentaciones y la batalla permanente por los que amamos la palabras.
Valioso el trabajo que se hizo bajo el comando de Odette.
Sé que crecerá y dará todos los frutos necesarios.

Gracias Odette, gracias a todos los que dieron su bello grano de arena.