martes, 25 de marzo de 2008

Cotidiano gris mecanicista

Éste es Alejandro Maldonado, el yoga teacher


Gracias a Jorge Gustavo Portella
por los versos que tomo prestados.


Ya lo he dicho otras veces: cuando llegué a México, entre las cosas que más me impresionaron, casi al mismo nivel que los colores de la laguna de Bacalar, los volcanes imponentes y el sobrecogimiento telúrico en el Zócalo capitalino, estaban los horarios de las oficinas gubernamentales. “Esta gente vive para trabajar”, decía incrédula, acostumbrada al ocio de Cuba, sin poder explicarme qué razón de Estado, trascendental e impostergable, podría mantener a alguien en el trabajo hasta las nueve de la noche o más.
Cuando me incorporé a mi actual encargo laboral, algunos amigos cercanos se lamentaron ante la inminencia de un horario aterrador. “No te hagas eso”, me dijo una; “un creador no puede sobrevivir a un régimen así”, afirmó convencido otro. Sin embargo, a la mayoría de mis allegados les parece que no aguanto nada. Si tengo un trabajo bueno, cercano a la literatura, medianamente bien pagado, cerca de mi casa, media hora en metro sin necesidad de trasbordar… Por qué me quejo tanto, me regañan, si todo el que se dedica a la literatura o a la promoción artística en el mundo tiene que hacerlo en sus tiempos libres. Y a todos, artistas o no, especialmente a las mujeres, les toca ocuparse de las labores del hogar y su abastecimiento. Y en otros países, ni pensar en alguien que te ayude con ciertas tareas domésticas, porque es impagable o no es costumbre.
Que quién me creo…. Que cuándo he visto que alguien pueda vivir de lo que escribe… ¡Ni que fuera García Márquez! Que acabe de entender, ilusa acuariana siempre pensando en los marañones de la estancia, que escribir es un hobby y no un oficio. Que soy una chillona. Que no valoro lo que tengo. Que debo dar gracias por este trabajo, que mira cómo está la situación laboral… Y gracias por no tener que lavar platos, o limpiar casas, o cuidar viejos o enfermos. O sea, que soy una afortunada.
Pero por qué suponer que todos tenemos necesidades estándares. Por qué suponer que debo agradecer por esto, en vez de por tiempo de calidad y condiciones apropiadas para escribir una novela, concebir un libro de poesía, pensar en las hipótesis y las tesis para una investigación, por ejemplo sobre la situación de los creadores artísticos que, para subsistir con cierta “decencia”, deben de cumplir horarios de oficina y actividades insensiblemente administrativas que le ocupan, cuando menos, la mitad del día.
Porque fríamente pareciera que usted trabaja las ocho horas reglamentarias, por las que pugnó el movimiento obrero durante siglos, causa a la que entregaron su vida tantos luchadores sociales: de 10 a 3 y de 5 a 8. Ocho horas. Pero en esta ciudad, esas dos horas de comida no alcanzan para trasladarse hasta la casa ni el salario es suficiente para ir diariamente en restaurantes. El trabajador opta, entonces, por llevar sus tuppercitos y comer en la oficina, con lo cual permanece encerrado en esas cuatro paredes por 12 horas. Generalmente en un ambiente macabro y aterrador. Teniendo en cuenta que el día tiene 24 horas y usted debe dormir alrededor de ocho, le quedan para vivir sólo cuatro. Y cuatro horas es el tiempo que la mayoría de la población de esta ciudad necesita para trasladarse… ¿Esto es vida?
Si usted no me conoce lo suficiente, tal vez podría parecerle que soy una huevonamanganzona, diría mi abuela Cristina— que va cantando por la vida aquel merengue clásico:


A mí me llaman el negrito del batey
porque el trabajo para mí es un enemigo;
el trabajar yo se lo dejo todo al buey
porque el trabajo lo hizo Dios como castigo.


Pero no: cuando Carmen Varela, la periodista de Notimex, me preguntó hace unos días en qué me entretenía cuando salgo de la oficina, qué me gustaba hacer, no supe responderle. Porque con más trabajo me despejo de los rigores del trabajo. La triple jornada cae sobre mí como espada de Damocles: oficina, hogar, literatura.
“¿Esto es vida?”, me pregunto a veces cuando el ritmo me agota y la rutina me enloquece. La respuesta mayoritaria parece decir que sí. Acostumbrados o resignados, los otros levantan sus hombros en señal de indiferencia. Así vive todo el mundo, igual nos pasa a todos, ¿de qué coño me quejo? Y yo, como siempre, rebelde. Que aunque sea mal de muchos, no quiero consuelo de tontos.
¿Para qué?, me cuestiono. ¿Acaso me preparo para algo trascendental que requiere sacrificio?, ¿acaso vamos a hacernos ricos?, ¿acaso podremos jubilarnos en unos cuantos años y disfrutar todavía con salud y juventud de lo que hayamos ganado?, ¿acaso nos alcanza, cuando menos, para salir de vacaciones por más de cuatro días una vez al año? Todas las respuestas son una: no. Trabajamos como bestias, en regímenes de oprobio —como me dijo Minerva— sólo para sobrevivir el día a día. ¡No podemos resignarnos a creer que eso es normal! ¡No podemos, proletarios del mundo! ¡Uníos al menos en la lamentación! Que sepan que no estamos encantados y gloriosos. Que no se hagan los de la vista gorda como si nada pasara. Y no lo hagamos tampoco nosotros.
Rita acaba de contarme que su psicóloga le dijo que hundirse en una profunda depre es lo más normal del mundo cuando se regresa de unas vacaciones, mucho más si el asueto fue en la playa o similares lugares de fábula. Que es la lógica consecuencia de disfrutar un par de días de lo que soñamos que es la vida y regresar de un jalón a la vida real, la de todos los días. ¿Eso les parece lo más normal del mundo?, ¿es así que debemos vivir y consolarnos?
Una de esas mañanas en las que, como dice mi colega venezolano Jorge Gustavo Portella, afrontaba el desasosiego de “...no querer vestirme para ir a la calle/ a ser uno más que decidió arrojar sus alegrías/ para tintarse de cotidiano gris mecanicista”, me quedé oyendo al yogui Maldonado y pensando cómo, tal vez por su estereotipo de papito sabroso en programa dedicado a señoras lelas, no prestamos oídos a esas obviedades que dice, tan ciertas. Esa mañana afirmaba que el tiempo que pasamos haciendo cosas y tomando decisiones en contra de nosotros mismos por tratar de agradar a los demás o buscar su aprobación, es tiempo perdido para siempre, no recuperable.
Yo no quiero darme cuenta un mal día, ya demasiado tarde, de que he desperdiciado el tiempo de mi vida. Y siento que lo estoy desperdiciando. ¿Qué podemos hacer en estos casos, teacher Maldonado?

9 comentarios:

Anónimo dijo...

De tus 4 horas libres, quítale las de leer mensajes de los amigos, si has hecho la cuenta no me lo digas… Pero merece la pena.
Dice un chiste: “Pepe, tú por qué no trabajas”
-para lo que me pagan…
-pues pide un aumento de salario.
-y para lo que trabajo…

En fin, mi querida amiga, que nunca vamos a estar contentos. Ya espero la siguiente entrega de Parque del Ajedrez 33.

Anónimo dijo...

Querida Odette, es el problema de todos, salvo excepciones (algunas honrosas, sólo algunas). Ya sabes, lo único que alivia es buscarse un trabajito de poco tiempo, poco salario, vivir mal y seguir escribiendo.
Un creador no tiene vacaciones, los que tienen vacaciones son los asalariados, que sufren cuando trabajan; los que gozan cuando trabajan, es decir, los creadores, llorarían si les dieran vacaciones. Esto es del carajo, en fin. Todavía por Allá dicen manganzón, como diría tu abuela. Están muy buenas tus reflexiones, despues de la "merecidas vacaciones" (qué frase tan dolorosa).
Sigue escribiendo y, aunque te duela: sí, el tiempo que "utilizas" en la oficina, es, amiga mía, tiempo perdido, de esto no tengas duda.
Dios y yo te acompañamos.
Cariños:

Félix Luis Viera

Anónimo dijo...

Conozco muy bien de lo que hablas,
años de oficina, de corre corre, de no tener tiempo para contemplar o disfrutar el día porque hay que trabajar para sobrevivir. Es difícil ser artista bajo las condiciones que describes. Yo creía que esto era solamente en USA, pero ya veo que se extiende...
Recibe mi abrazo y nos daremos consuelo mutuo. Como tú, no sé cómo
salir del vórtice.

Anónimo dijo...

Ay, esa expresión tan sabrosa... los marañones de la estancia no la oía en varias décadas... Gracias por devolvérmela, querida... Bueno, por lo visto tú también eres fan del divino Alejandro Maldonado --tan delicioso de escuchar como de contemplar... qué linda yoga hace. Yo me felicito todos los días de poder empezar mi día con un buen café y un largo desperezamiento que me permite pensar justamente en ... los marañones de la estancia. Sin esos marañones de la estancia sería imposible la creación... De ahí es de donde nos vienen las ideas seminales... por ahí es por donde se nos cuelan y encarnan en nosotros los arquetipos... Lo bueno para todos va a ser que en los próximo diez años (máximo) mucha gente --si no toda-- podrá trabajar principalmente en su casa... y nos ahorraremos horas de viaje y mucho stress y mucho gasto y mucha contaminación... con lo cual nos quedará más tiempo para poder soñar con los marañones de la estancia y parir obras de arte... Aquí, desde el Cláustro de Sor Sylvia... a donde las espero cualquier día con muchos poemas y mucho jardín y soleada atmósfera alpina... ¡sólo traigan el vino! Paz y Amor de,
La Mamadoc...

Anónimo dijo...

querida mía, no sé quién es la/el mamadoc, pero como él/ella, sueño y espero que realmente llegue ese día en que podamos trabajar en casa... al menos parcialmente y salir solo a lo agradable... yo trabajo como burra, porque considero tal denominación todas las horas que paso fuera de mi casa, 14, 15, los dias felices 10... sin embargo, lo que es la pena de mi espalda y mi cara en el invierno (o sea, el tener que estar corriendo de un college a otro y de ahi al cervantes, siempre enseñando de pie, todas esas clases de 3 horas cada una) es a la misma vez una bendición, porque lo que bien sé que no resistiría serían 12 horas de oficina.
Como dijo Nivaria Tejera, hace unos días, caminar, es una lectura mayor... y al menos esa lectura, a falta de otras, me ha sido concedida... cuando lo voy a escribir? oh, solo Dios sabrá... supongo que cuando tenga mi trabajo fijo y mis muchas horas de oficina, en mi departamento, que si es en NY, como espero, será sin luz natural... y entonces tal vez tampoco, porque me falta la luz y me ahogo...
No sé cómo explicarte, entonces, que en realidad, todos estamos atrapados... tampoco quiero consuelo, solo el poder observarlo desde afuera, que no me engañen más prometiéndome vacaciones que sólo pueden durar tres días, cuatro si consigo que un colega me sustituya y que despues me ponen a trabajar por 6 meses para pagarlas... que no me engañen más y yo lo vea... eso es todo lo que quiero... y tu abrazo, mío...

Anónimo dijo...

Yo llegue a este pais para la epoca en que supuestamente el colorido y la alegria desborda los corazones (proximo al fin del ano) y a los 10 dias de arribar, ya estaba trabajando en lo primero que aparecio (cuidar una judia anciana y enferma). Claro, yo no podia pensar en nada que me tomara mucho tiempo porque de mi dependia mi hija de 11 anos y con la venida de nosotros (tres personas), mi mama estaba sobregirada de deudas, por lo que hubiera resultado desconsiderada si tambien me ponia melindrosa. El asunto era buscar verdes, aunque para ello nos tocara alinear cuernos con el culo. Entre el gorrion y la mutez por el desconocimiento del idioma, idealizamos la fiesta de despedida del ano viejo y recibimiento de uno nuevo, como la ocasion para, por primera, festejar sin limitaciones. Chasco y mas chascos. Rodeados de gente con las que no teniamos nada en comun, que nos miraban como conejillos de india y se atrevian hasta a preguntarnos que donde quedaba Cuba. Pero lo peor es que cuando uno se convierte en parte de esa rueda dentada que mueve a toda una sociedad consumista, bien pronto comienzas a dar vueltas en el mismo mecanismo diabolico y certero del que ya no puedes salir.
Pero si trabajar en la calle contra reloj es de por si bastante desgracia, peor -al menos para quienes tambien nos ha tocado atender los quehaceres del hogar y una familia- es quedarse en casa. Ocho horas en la calle se te pueden convertir facilmente en 10 u 11, pero cuando trabajas en la casa, esas misma horas se te duplican y resulta que el dia no te alcanza para fregar platos y calderos, limpiar, recoger, cocinar, lavar y comenzar de nuevo una y otra vez. Hasta el ultimo pensamiento que recuerdas antes de caer en los brazos de morfeo, es sin dudas, que cocino manana y hasta que no lo cuadras, no te puedes dormir. Leer un buen libro es un lujo no permitido a las amas de casa, mucho menos tener la mente despejada para dedicarle tiempo al proceso creativo. Encima nadie nos paga, porque el marido nos mantiene, pero nos usa, o sea, que nos convertimos en las empleadas que nunca reciben remuneracion por lo que hacemos y sin derecho a vacaciones, porque si te animas a viajar, tienes que comenzar por prepararle el equipaje al manganzon y a toda la tropa de choque, sin contar que si olvidas algo, se te jodio el viaje con el cuento de que no se puede confiar en ti o en tu grado de responsabilidad. A esa hora solo te viene a la cabeza pensar si realmente ha valido la pena llenarle la barriga a todos los parasitos que tenemos que alimentar las amas de casa.
Como veras, cualquiera de las opciones es bien estresante. Solo espero que cuando decidas replantear las nuevas regulaciones proletarias, incluyas el pago de abono a las que como yo, tenemos que dividirnos entre el trabajo en la calle y la casa. De todas maneras te espero por los newyores para deleitarte con mis adelantos culinarios internacionales. Hasta entonces, un beso y un abrazo cibernetico de tu siempre amiga,
Ines

Traveler dijo...

Aquí, reportandome mi general, jejeje.... creo que necesitaré tiempo para leer tus entradas, de todas formas te dejo un comentario para que veas el mío.
P.D. Yo tampoco creo aguantar nada, jejeje... no sé cómo le hace mi padre.

Traveler dijo...

Te dejo unas citas de William Ospina, para apartar del tema al tipín de la foto, jajaja... vamos, no es sólo decir obviedades, más aún de alguien que puede permitirse no incurrir en ellas, sino comprender una labor de una manera más profunda, vital y actuar para solucionar un conflicto:

“¿De qué está hecho nuestro cuerpo si no de la común y antiquísima materia del universo? ¿Y qué es entonces el espíritu? Porque no podemos dudar de que exista el espíritu. Tal vez no sea más que el fruto de un ordenamiento particular de la materia. Del mismo modo que un grupo de palabras sólo ordenadas de cierta manera producen el efecto de un sentido, tal vez así los elementos, sólo ordenados de cierta manera producen el espíritu, y cuando ese orden se quebranta o se trunca, cuando se perturban sus funciones, el espíritu se desintegra.” (“Hölderlin y los nuevos dioses”, William Ospina, p. 128)

“En algún lugar del espacio infinito está flotando el universo. Esa inabarcable polvareda de estrellas ha producido en este planeta la vida. Como en la fábula de la montaña que da luz a un ratón, de un magma de elementos que imaginamos ciegos e inermes ha brotado la vida. Y la vida ha descendido a la conciencia y al lenguaje. Algo en el inerte universo crece, y alienta, y se mueve. Algo, de repente, ha hablado en él. Y siendo ese algo parte suya podemos decir que el universo ha abierto los ojos, que ha pensado, que ha hablado.
Y Hölderlin siente de pronto que si el universo de alguna manera se movió hacia la vida, la vida estaba en él desde el comienzo como posibilidad. Que si se movió hacia la consciencia, el universo tiende hacia algo, y que ese algo ya han sido diálogos platónicos y templos y sinfonías. Le parece sentir que todo en la naturaleza es expresión de una misteriosa voluntad, de modos distintos manifiesta en la piedra y la nube. Que el hombre, el viajero, ha venido a asombrarse de mundo, que, siendo tierra y agua, está aquí para darle a este universo lleno de dioses, de poderes enormes e impersonales, consciencia de su propia existencia. El agua quieres ser agua para siempre, decía el teólogo; la piedra quiere ser piedra, el mar quiere ser mar y la rosa rosa, pero no tienen voz para decirlo. Los hombres somos, hasta ahora, la única voz posible de las piedras y el agua.” (“Hölderlin y los nuevos dioses”, William Ospina, p. 130)

“Esta idea de que somos los ojos que abrió el universo para mirarse, de que somos la consciencia de los dioses, puede ahondarse en otra: a través de nosotros, el universo estará asombrado de sí mismo. A la razón puede estarle confiada la labor de pensar y explorar y comprender, pero tal vez nuestra misión más importante sea la de sentir y conservar.” (“Hölderlin y los nuevos dioses”, William Ospina, p. 131)

“Nosotros somos una búsqueda […] un vasto propósito apenas entrevisto. Mientras cierto pesimismo humanista piensa que el universo nos andaba buscando a nosotros, que somos el fruto final y perfecto de un proceso indefinible, él parece decir que el universo busca algo, y nos ha producido a nosotros como parte de esa búsqueda.” (“Hölderlin y los nuevos dioses”, William Ospina, p. 109)

Jo Ruiz dijo...

Pues, yo daría mi vida y la otra vida por recuperar aquellos años desperdiciados en Cuba que fueron prácticamente los mejores de la juventud. Años a merced del capricho de un Loco que nos convirtió en guerreros a la fuerza, que nos insufló el odio a unos americanos que a mí no me habían hecho absolutamente nada.
Escribir poesía es un don que se puede perder si uno se institucionaliza demasiado.