Belén Rueda en El orfanato
Estoy considerando habilitar en este Parque del Ajedrez una sección para encuestas y adivinanzas. La primera trataría de indagar quién le atina, o se acerca lo más posible, a cuántas semanas hace que Arjona no se baña. La segunda, quién está más peleado con el agua, ¿él o Bosé?
Y pienso inmediatamente en el pobre Juanes, que no acaba de encontrar su look. Con la greña suelta parecía un Cristo grasiento; ahora, el hijo del mendigo de cualquier fábula medieval, con esa camiseta percudida y transparente de tan usada. Su barba de cuatro días —y de cuatro pelos— me conduce, también sin mucho tránsito, a los galanes maduros y marranos de las series televisivas: el Mike de Desperate Housewives, el Hank de Californication, el Luke de las Gilmore Girls, los novios de Anne Heche en Men in Trees. Todos cortados por la misma tijera, diseñados por el mismo estilista. Si las damas —y algunos caballeros— los ven hermosos, es porque ése es el parámetro de guapura que imponen la televisión y el espectáculo. A este paso y con esa insistencia, acabaremos considerando bello y varonil hasta a Ricardo Montaner.
Y si los hombres, mugrosos —fodongos, se diría en México—; las mujeres, esqueléticas. En la primera temporada de Desperate Housewives, por ejemplo, viendo a las protagonistas se podía decir: “Ah, qué flacas tan interesantes…” Ahora, en los capítulos más recientes, el azoro le arranca a uno un grito desesperado desde el fondo del alma: “¡¿Quién sacó a esas manjúas de su estanque?!” [Manjúa, pez muy pequeño y delgado, conocido en México como charal; chanquetes o boquerones en España].
El sábado, observando la cara huesuda, los hoyos de las clavículas, el prominente esternón y las costillas de Belén Rueda en El orfanato, tuve unas profundas ganas de llorar. Pobre mujer, quién le ha hecho esto, por qué se lo ha dejado hacer… tan linda que se veía en Los periodistas, no hace tanto. Y capaz que se sienta soñada pareciendo maniquí de clase de anatomía. No sé por qué el mundo se escandalizó cuando Mariah Carey dijo envidiar la delgadez cadavérica de los niños del desierto africano, si ése es el ideal de belleza que imponen la publicidad, la moda y los medios, aun cuando nos hagan suponer que emprenden campañas contra los desórdenes alimenticios y la talla 0.
Hablando de galanes y galanas, no correspondería —ni de juego— mencionar al conductor mexicano Adal Ramones, pero fue él quien en su programa Otro Rollo —que Dios fue magnánimo al iluminar a los ejecutivos de Televisa y permitir que saliera del aire—, acuñó un término que para mí es la más cercana definición del espíritu de la época en que vivimos: ínguesu; apócope de “chingue a su madre”, frase que, entre otras muchas acepciones, alude a lo que “vale madres”; o sea, a lo que importa un cacahuate o un pepino; es decir, a lo que nos es absolutamente indiferente.
La indiferencia es la marca de esta época. De un extremo al otro, en todo el rango espectral: ¿a quién le preocupan la cultura, la educación, las buenas maneras, y a quién le preocupa la apariencia? Me asusto a mí misma haciendo esta última pregunta, yo que siempre enarbolé como principio la frase martiana de “Mucha tienda, poca alma”. Pero una cosa es priorizar la fuerza interior del ser humano y otra, muy distinta, elevar el descuido, la escualidez enfermiza, incluso la suciedad, a la categoría de belleza, de canon. ¿Cómo es posible que ese pelo desflecado —ripiao, diría mi abuela Cristina— y ralo, tipo Jennifer Aniston, que antes era característico de las niñas desnutridas y en pobreza extrema, sea ahora el corte de moda? ¿No les molestan a estos jóvenes los pantalones hechos jirones, media nalga afuera, y las toneladas de mugre pegada a sus tenis desamarrados?
Todo eso no estaría mal —son modas al fin y al cabo, también nosotros le poníamos cloro a los jeans para que se destiñeran— si no fuera porque esa indiferencia, ese valemadrismo, abarca todos los ámbitos de la vida. ¿A quién importa adónde va un acento? Les da igual tentáculos que tentaculos, aunque sea el suyo el tentado. ¿Quién se fija en el sentido que aporta o elimina un signo de puntuación? Les viene lo mismo —recordando nuestra plática de fin de año, Juan Carlos, tomando prestado tu ejemplo— bendito sea el fruto de tu vientre Jesús (como si el vientre tuviera ese nombre), que bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús (como si el vientre fuera propiedad del cristo).
Y ya no me pongo purista con el lenguaje aunque ése sea mi campo y aunque me dé como una alferecía cada vez que veo “ti” acentuado en los espectaculares publicitarios y me explican que en quién sabe qué teoría del diseño, el acento refuerza la intención. O cuando el diccionario que acompaña a los procesadores de texto da por malas mis palabras cuidadísimas y por buenos sus múltiples disparates. Si confía en esos correctores automáticos, apréstese a pasar más de una vergüenza. Claro, si es usted uno de los poquísimos especímenes en extinción que todavía se preocupan por la ortografía y la redacción.
Como mandado a hacer, como encargado especialmente, si le hacía falta un ejemplo concreto que pudiera comprobar, le cuento que el corrector de Word acaba de quitarle el acento a “especímenes” (y ahora se lo volvió a quitar, por segunda vez, como diciéndome: “si serás necia, ¿no estás viendo que es sin acento?”). De este modo queda “especimenes”, con fuerza de pronunciación en la penúltima sílaba, o sea, “especiménes”. ¡Queda, pues, advertido!
Pero en lo que estábamos: que a nadie parece importarle nada. Festejan que las variantes juveniles del habla sean el idioma oficial de los medios y oiga usted a cualquier conductor diciendo: “o sea, güey, qué onda, a poco no está súper mega guao…” No les alarma ver cómo se convierte en héroes a los artistuchos de quinta y a los concursantes de los reality shows. Incluso a los delincuentes… ¿cuántos capos, de Emilio Varela y Camelia la Tejana a la fecha, no son protagonistas de la música o de los noticieros? Y luego nos asombramos de la ola de ejecuciones de cantantes de los géneros conocidos en México como gruperos.
Son los tiempos de entre siglos y, como cada vez, eso es lo que respira nuestra juventud. En una palabra: frustración. Si les parece exagerado, mire a su alrededor y los verá poblando todas las plazas del planeta. Unos muchachos que parecen sobrinos de Marilyn Manson, remedos de caricaturas japonesas, vestidos de negro y rosa, con los ojos muy maquillados, el pelo lacio muy negro o pintado de colores chillones, echado como cortina impenetrable sobre la cara perforada cual alfiletero por miles de piercings. Una tribu urbana en proliferación, una fusión de punk, góticos y fresitas (pijos, les dirían en España). Los emos, apócope de emotionals, cuya noción de vida y objetivo son la tristeza y la indiferencia.
“Modas pasajeras”, alegarán ustedes. “También nosotros nos parábamos el pelo como afros y bailábamos disco”. Yo diría que una cosa es la moda y otra la salud, incluida la mental. Una estética de la muerte nos rodea y se impone. Suele ser tan fuerte y sofisticado el bombardeo y el sitio, que ni siquiera lo percibimos conscientemente. ¿Por qué creen que estos muchachos idolatran como sus iconos a Jack [el personaje de The Nightmare Before Christmas; Pesadilla antes de Navidad en España y El extraño mundo de Jack en Latinoamérica] y al cadáver de la novia de Tim Burton, par de calacas?
Acabo de leer a Tomás Segovia decir que “todas las épocas se ofuscan sobre sí mismas”, que la España y la Inglaterra del siglo XVII no pudieron adivinar en el modesto Cervantes o en el oscuro Shakespeare a sus más grandes figuras. Tal vez en alguno de estos emos, o incluso en los muchachos que se reían con Adal Ramones, haya un germen de eternidad. Ojalá que así sea, pero por ahora pito, pito, lo digo y lo repito: el ínguesu es el espíritu de estos años.
Y pienso inmediatamente en el pobre Juanes, que no acaba de encontrar su look. Con la greña suelta parecía un Cristo grasiento; ahora, el hijo del mendigo de cualquier fábula medieval, con esa camiseta percudida y transparente de tan usada. Su barba de cuatro días —y de cuatro pelos— me conduce, también sin mucho tránsito, a los galanes maduros y marranos de las series televisivas: el Mike de Desperate Housewives, el Hank de Californication, el Luke de las Gilmore Girls, los novios de Anne Heche en Men in Trees. Todos cortados por la misma tijera, diseñados por el mismo estilista. Si las damas —y algunos caballeros— los ven hermosos, es porque ése es el parámetro de guapura que imponen la televisión y el espectáculo. A este paso y con esa insistencia, acabaremos considerando bello y varonil hasta a Ricardo Montaner.
Y si los hombres, mugrosos —fodongos, se diría en México—; las mujeres, esqueléticas. En la primera temporada de Desperate Housewives, por ejemplo, viendo a las protagonistas se podía decir: “Ah, qué flacas tan interesantes…” Ahora, en los capítulos más recientes, el azoro le arranca a uno un grito desesperado desde el fondo del alma: “¡¿Quién sacó a esas manjúas de su estanque?!” [Manjúa, pez muy pequeño y delgado, conocido en México como charal; chanquetes o boquerones en España].
El sábado, observando la cara huesuda, los hoyos de las clavículas, el prominente esternón y las costillas de Belén Rueda en El orfanato, tuve unas profundas ganas de llorar. Pobre mujer, quién le ha hecho esto, por qué se lo ha dejado hacer… tan linda que se veía en Los periodistas, no hace tanto. Y capaz que se sienta soñada pareciendo maniquí de clase de anatomía. No sé por qué el mundo se escandalizó cuando Mariah Carey dijo envidiar la delgadez cadavérica de los niños del desierto africano, si ése es el ideal de belleza que imponen la publicidad, la moda y los medios, aun cuando nos hagan suponer que emprenden campañas contra los desórdenes alimenticios y la talla 0.
Hablando de galanes y galanas, no correspondería —ni de juego— mencionar al conductor mexicano Adal Ramones, pero fue él quien en su programa Otro Rollo —que Dios fue magnánimo al iluminar a los ejecutivos de Televisa y permitir que saliera del aire—, acuñó un término que para mí es la más cercana definición del espíritu de la época en que vivimos: ínguesu; apócope de “chingue a su madre”, frase que, entre otras muchas acepciones, alude a lo que “vale madres”; o sea, a lo que importa un cacahuate o un pepino; es decir, a lo que nos es absolutamente indiferente.
La indiferencia es la marca de esta época. De un extremo al otro, en todo el rango espectral: ¿a quién le preocupan la cultura, la educación, las buenas maneras, y a quién le preocupa la apariencia? Me asusto a mí misma haciendo esta última pregunta, yo que siempre enarbolé como principio la frase martiana de “Mucha tienda, poca alma”. Pero una cosa es priorizar la fuerza interior del ser humano y otra, muy distinta, elevar el descuido, la escualidez enfermiza, incluso la suciedad, a la categoría de belleza, de canon. ¿Cómo es posible que ese pelo desflecado —ripiao, diría mi abuela Cristina— y ralo, tipo Jennifer Aniston, que antes era característico de las niñas desnutridas y en pobreza extrema, sea ahora el corte de moda? ¿No les molestan a estos jóvenes los pantalones hechos jirones, media nalga afuera, y las toneladas de mugre pegada a sus tenis desamarrados?
Todo eso no estaría mal —son modas al fin y al cabo, también nosotros le poníamos cloro a los jeans para que se destiñeran— si no fuera porque esa indiferencia, ese valemadrismo, abarca todos los ámbitos de la vida. ¿A quién importa adónde va un acento? Les da igual tentáculos que tentaculos, aunque sea el suyo el tentado. ¿Quién se fija en el sentido que aporta o elimina un signo de puntuación? Les viene lo mismo —recordando nuestra plática de fin de año, Juan Carlos, tomando prestado tu ejemplo— bendito sea el fruto de tu vientre Jesús (como si el vientre tuviera ese nombre), que bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús (como si el vientre fuera propiedad del cristo).
Y ya no me pongo purista con el lenguaje aunque ése sea mi campo y aunque me dé como una alferecía cada vez que veo “ti” acentuado en los espectaculares publicitarios y me explican que en quién sabe qué teoría del diseño, el acento refuerza la intención. O cuando el diccionario que acompaña a los procesadores de texto da por malas mis palabras cuidadísimas y por buenos sus múltiples disparates. Si confía en esos correctores automáticos, apréstese a pasar más de una vergüenza. Claro, si es usted uno de los poquísimos especímenes en extinción que todavía se preocupan por la ortografía y la redacción.
Como mandado a hacer, como encargado especialmente, si le hacía falta un ejemplo concreto que pudiera comprobar, le cuento que el corrector de Word acaba de quitarle el acento a “especímenes” (y ahora se lo volvió a quitar, por segunda vez, como diciéndome: “si serás necia, ¿no estás viendo que es sin acento?”). De este modo queda “especimenes”, con fuerza de pronunciación en la penúltima sílaba, o sea, “especiménes”. ¡Queda, pues, advertido!
Pero en lo que estábamos: que a nadie parece importarle nada. Festejan que las variantes juveniles del habla sean el idioma oficial de los medios y oiga usted a cualquier conductor diciendo: “o sea, güey, qué onda, a poco no está súper mega guao…” No les alarma ver cómo se convierte en héroes a los artistuchos de quinta y a los concursantes de los reality shows. Incluso a los delincuentes… ¿cuántos capos, de Emilio Varela y Camelia la Tejana a la fecha, no son protagonistas de la música o de los noticieros? Y luego nos asombramos de la ola de ejecuciones de cantantes de los géneros conocidos en México como gruperos.
Son los tiempos de entre siglos y, como cada vez, eso es lo que respira nuestra juventud. En una palabra: frustración. Si les parece exagerado, mire a su alrededor y los verá poblando todas las plazas del planeta. Unos muchachos que parecen sobrinos de Marilyn Manson, remedos de caricaturas japonesas, vestidos de negro y rosa, con los ojos muy maquillados, el pelo lacio muy negro o pintado de colores chillones, echado como cortina impenetrable sobre la cara perforada cual alfiletero por miles de piercings. Una tribu urbana en proliferación, una fusión de punk, góticos y fresitas (pijos, les dirían en España). Los emos, apócope de emotionals, cuya noción de vida y objetivo son la tristeza y la indiferencia.
“Modas pasajeras”, alegarán ustedes. “También nosotros nos parábamos el pelo como afros y bailábamos disco”. Yo diría que una cosa es la moda y otra la salud, incluida la mental. Una estética de la muerte nos rodea y se impone. Suele ser tan fuerte y sofisticado el bombardeo y el sitio, que ni siquiera lo percibimos conscientemente. ¿Por qué creen que estos muchachos idolatran como sus iconos a Jack [el personaje de The Nightmare Before Christmas; Pesadilla antes de Navidad en España y El extraño mundo de Jack en Latinoamérica] y al cadáver de la novia de Tim Burton, par de calacas?
Acabo de leer a Tomás Segovia decir que “todas las épocas se ofuscan sobre sí mismas”, que la España y la Inglaterra del siglo XVII no pudieron adivinar en el modesto Cervantes o en el oscuro Shakespeare a sus más grandes figuras. Tal vez en alguno de estos emos, o incluso en los muchachos que se reían con Adal Ramones, haya un germen de eternidad. Ojalá que así sea, pero por ahora pito, pito, lo digo y lo repito: el ínguesu es el espíritu de estos años.
PD: Sí, en ese mismo espíritu, me da igual que haya renunciado. Tengo la sospecha de que nos engaña una vez más, pero me da lo mismo. De tanto esperarlo, hasta que se muera me da igual.
7 comentarios:
Será que esa postura ingesú es resultado de la pérdida de sentido, de la búsqueda de identidad, de los vacíos de esta época? Efectivamente, me aterra ver cómo las imágenes de los modelos del mercado van tomando cuerpo en la realidad cotidiana. Será también que los nuevos modelos "perfectos", relamidos, de los nuevos prospectos políticos de México (gobernador del Edo. de México, Secretario de Gobernación) ocuparán un lugar?
Querida Odette:
Tienes razón, el valemadrismo inunda todas las esferas. He venido pensando en eso en los últimos tiempos y tu texto me ha completado ciertas "esquinas".
Oye, a ver si logras que allá en la tierra vuelvan a llamar policlínicas y no policlínicos a esos sitios, y que aquella ciudad que sabemos sea declarada Ciudad Heroína y no Ciudad Hérore. Qué afán de machismo, mana.
Y eso de "manjúa" me trajo muchos recuerdos.
Gracias.
Cariños:
Félix Luis Viera
Niña, qué conectada me estoy viendo contigo... Justo esta mañana reflexionaba yo sobre eso viendo a una bola de muchachones ya no tan jóvenes con sus pelos todos grasientos y las barbas de tres o cuatro días y sus ropajes que dan ganas de llorar... y me puse a discurrir en mí misma con el mismísimo sentimiento que anima tu artículo. En cuanto a lo de la ortografia... aclárame... yo siempre pensé que es íconos aunque el Word diga que no es esdrújula sino llana... Tú así la escribes... esto de los iconos es nuevo para mí como eso de que no haya tetas pues me ha pasado de tener que añadir tan noble palabra al diccionario de Word!
Odette; empezaré por tu PD. No me dirás que no es una buena noticia. Aunque resucite de nuevo, poco va a durar. A mi sí me ha puesto muy contento. He brindado por ello con los compañeros de la oficina y con mi querido Enrique. Ya no nos podemos dejar engañar. No hay tiempo real para ello.
Y ahora voy al principio de tu entrada de este miércoles.
Te cuento; la única vez que he visto y además atendido en persona a Miguel Bosé, hace ya unos cuantos años, cuando trabajaba en la Taberna del Alabardero en la Plaza de Oriente, me enamoré de su olor. Nunca he vuelto a oler a nadie así. Me he quedado con el recuerdo y con las ganas de haberle preguntado qué colonia o perfume llevaba, además de lo encantador, bien vestido y bien acompañanado que iba. Oye, igual era ese el día que se había duchado y perfumado en quince o veinte días. No lo discuto, no lo sé. Pero, ahora pienso en lo que deben oler esas chicas y chicos gorditos que aunque se duchen y perfumen no lo parecen. Y estéticamente hablando me vas a perdonar, pero prefiero no a un anoréxico, pero sí a un tipo o una tipa que cuide su imagen y ello implique estar más delgado que un gordo¿? A tu hermana, por ejemplo, nunca le ha gustado tener más peso del que ha tenido en los últimos veinte años y nunca ha sido el paradigma de la modernidad, ni ha tenido pintas de enferma y sucia. Eso jamás. Siempre ha estado estupendamente bien. Y ellos, aunque lleven una barba de tres días seguro que detrás de ella sí hay cuidados y mimos aunque el efecto para ti sea otro. Todo va en gustos. Y respecto al lenguaje y esas cosas, tú sabes más que yo, pero eché en falta que no tradujeras al español los títulos de las series.
Por cierto, estás estupenda en la foto de la entrada anterior.
Lacho:
¿La noticia? Excelente, sin lugar a dudas. Le decía hace un rato a un amigo que es como si le hubieran quitado la piedra a Sísifo de las espaldas. Como la caída del muro de Berlín. Yo, sin embargo, sigo un tanto incrédula. Siento como si detrás hubiera "otra cosa" y esto fuera sólo una máscara.
De Bosé, tal vez se desasea en las giras o cuando lo atendiste era su día de baño. Aquí se comenta que huele a madres (o sea espantoso) y que el saco morado, ése que nunca se quitaba, está raído de tan usado y sucio en las "raideces". Vaya usté a saber...
Mamadoc:
La Real Academia acepta tanto "ícono" como "icono". En Cuba la decíamos siempre esdrújula, que la verdad suena más bonito, pero la tendencia moderna es a quitarle el acento. Igual pasa con "elite" y "élite", ya casi no se acentúa.
Ejemplos de expresiones en la tele, en El Paso y Miami:
El sangreólogo (persona que saca sangre para hacer un análisis).
La monstrua
La víctima se suicidó a sí misma.
Y para todas tienen una explicación: que eso es lo que le gusta al público. Lo que no saben es que al público se le da lo que el pide, pero el pide lo que se le da. Si lo acostumbras a la mediocridad, eso pedirá: hoy, mañana y siempre. Por los siglos de los siglos...
...
En fin. Estoy de acuerdo con parte de tu comentario. Con otras no, porque me parece que pones las cosas "over the plate" , para seguir con la línea de los niños de la época. Quiero decir que cuando voy a pensar a partir de lo que has dicho, ya has dicho otra cosa y no puedo con tanto. Escasa de neuronas, YO.
Carino:
Cuanto me gustaria que salieramos sin rumbo a caminar los newyores. Aqui no tendriamos el interminable problema de Santiago de Cuba. No hace falta virar la cabeza, al menos no para ver cosas agradables. De gente ridicula estan llenas las calles. Hace poco, me dirigia con mis nietas para la escuela y nos cruzo por delante un hombre lleno de aretes y guindaderas (al mejor estilo macrame de pasillo) con par de protuberancias en la frente cual cuernitos en formacion. Que una de mis nietas gritara al ver aquello, fue lo suficiente para que comenzaran las preguntas. Para tratar de satisfacer su curiosidad se me ocurrio decirles que era un payaso porque no tenia a mano ningun nombre que se ajustara a una cosa tan estravagante, y mi nieta mayor me corrigio explicandome que los payasos son los que se pintan la nariz de rojo. Gracias a los dicharachos de Tete pude salir airosa de esta, luego de una nueva ojeada, les repeti aquello que sale con frecuencia de la boca de mi abuela: es el diablo en figura de gente. Pero estas tendencias o como se llamen han calado tan hondo, que hasta los profesores van a las escuelas a impartir eso que llaman clases como si todos los dias fueran Halloween. La maestra de arte tuvo la brillante idea de pintarse media cabeza de blanco y dejarse el otro pelo negro, como si ya no fuera bastante el vestirse a lo Pipa Mediaslargas para presentarse a un aula y mi nieta pequena comenzo por decirle que ella se vestia muy comico. La infeliz tuvo la mala idea de seguirle la conversacion y la nina comenzo a cuestionarle los colores brillantes de su atuendo, luego las unas negras y ya cuando nos ibamos, mi gorda se vira y le dice en medio del pasillo lleno de padres y ninos: tu te pareces a Cruela la de los 101 Dalmatas. Al otro dia me esperaba la critica porque no le llame la atencion a la nina para que aprenda a respetar a los maestro. Crees eso? Me toco explicar quien era Pipa porque la Cruela ya era conocida gracias al celuloide. Algo parecido me sucedio con el nombre de mi hija -Marianela-, en su caso fui citada oficialmente a la direccion para darme las quejas porque la nina era mentirosa y debia ponerla en tratamiento. Resulta que la maestra guia (hispana por demas) le habia comentado lo lindo de su nombre y ella le respondio que se lo habian puesto por la protagoniasta de un libro que su bisabuela habia leido hacia muchos anos y que habia pasado de generacion en generacion hasta que yo decidi integrar el nombre a la familia. No me quedo mas remedio que escuchar toda la historia y decirle que si les complacia, yo la llevaba con el medico pero que a la vez buscara uno para ella que al menos le mandara algun medicamento para que su ignorancia (que ya me parecia cronica) no la condujera a la muerte.
Entonces, como podemos pretender que la juventud va a formarse con valores esteticos y sociales? Como pedir que los ninos se sepan las tablas de multiplicar cuando las calculadoras son tan necesarias en las aulas como los lapices y cuidado no mas? El pais mas desarrollado del mundo tiene el mas deficiente sistema educacional. Los ninos no dan clases de historia, pero a su vez los ponen a hacer cocinaditas como si el mercado no estuviera invadido de lugares donde llenarse la panza y complacer el mas refinado gusto. Terminan el pre-universitario y no saben nada de fisica, geografia o quimica, pero en compensacion conocen las marcas de ropa y tenis de memoria amen del lugar exacto donde venden un consolador o una revista pornografica.
Pero como todo es relativo, a lo mejor es que nosotras ya estamos viejas y somos muy anticuadas y como dice la carta de renuncia que anda circulando, hay que dejarle el caminos a los jovenes con nuevas ideas, por lo que sugiero ir preparando visas para la conchinchina porque el futuro tiene color gris matizado con pespuntes negros.
El beso de siempre.
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