viernes, 12 de octubre de 2007

Sin patria pero sin amo




No siempre las noticias son alegres. A veces no es posible hacer festejos ni en día de festejos. Acaba de llegarme la noticia de la muerte en Miami del narrador cubano Carlos Victoria.
La muerte siempre anda cerca, aunque a veces tome caminos que finjan alejarla o la escondan de la vista por un rato. Pero en los últimos meses pareciera que “esa mujer lo que quiere es que la miren”, como diría aquel guarachero comandante. Hace sólo unas semanas murió en Santiago de Cuba el poeta Jesús Cos Causse y antes, Jorge Luis Hernández, Guillermo Vidal, Joel James… hombres a los que estuve tan cercana en Cuba, amigos a los que quise.
Hace un rato le decía a Ena que a veces no sabe uno a quién decirle: lo siento mucho. Yo no conocí personalmente a Carlos Victoria y sin embargo, siempre lo sentí como a uno de esos amigos con los que coincidíamos en las actividades culturales o en alguna fiesta, o de los que tomaban cervezas en los tiros de la Uneac; de esa gente a quienes respetamos, estimamos y admiramos, aunque sólo saludemos con un gesto de alzar las cejas, una sonrisa o un guiño.
En más de una ocasión, cuando han venido amigos de Miami y preguntan: qué te llevo, he pedido los libros de Carlos Victoria y los he leído como a los de los amigos. Como los de Jorge Luis o Guillermo. Así lo he respetado y admirado.
Hace sólo unos segundos Félix Luis Viera me dijo: “poco a poco nos vamos muriendo lejos de aquella tierra”. Y aunque un amigo me ha espetado, remedando a otros, que “ya basta de acusar de cobardía a los cubanos, que ningún pueblo de la modernidad ha conseguido sacudirse una tiranía sin ayuda exterior”, vuelvo a hacerme la misma pregunta que cuando murieron, lejos de Cuba, Celia Cruz y Jesús Díaz, Cabrera Infante y Benítez Rojo, Heberto Padilla y su hermana Marta, Gastón Baquero, Eliseo Diego y Joaquín Ordoqui, tantos otros: ¿con qué derecho un hombre, tan mortal y tan miserable como cualquier otro, puede negarle a un compatriota la posibilidad de regresar a su tierra natal, de morir en ella, y qué clase de pueblo puede permitir que durante casi cinco décadas un solo hombre decida por él su destino? ¿Qué clase de pueblo permite, tan mansamente, que sus hermanos mueran como parias por el mundo?
Descansa en paz, Carlos. Sin patria pero sin amo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Querida Odette:
Es una noticia muy, muy triste. Sobre todo porque parecía que Carlos se había recuperado sin problemas del cáncer, o al menos que estaba recuperándose. De él recuerdo una conversación felina (era loco a los gatos,como yo). Tenía uno pero no le había puesto nombre. Le llamaba simplemente Gato.
Sí, el número de homenaje que le sacó Encuentro no hace mucho es magnífico. Ni que hubieran presentido lo que iba a pasar...
Teresita

José Nicolás dijo...

No soy un gran conocedor de la literatura pero la amo, la amo con mis limitaciones. Algunos de los mencionados también los conocí, a otros los he leído. Es duro y difícil ser uno mismo, pero es mejor que ser los otros que uno no quiere ser. Emigrar por cosas tan elementales como una mejoría económica o un mejor conocimiento de la cultura universal se convierte en exilio y luego en destierro. Es complejo explicar todo esto pero es más o menos así. Solo me gustaría decir que esas palabras martianas las hago mía. Aquel y el otro, tú y yo casi todos y cada vez mas “sin patria pero sin amo” - y para rematar – “tener en mi tumba un ramo de flores y una bandera”.

Recuerdos de Nicolás y mucho cariño.

Anónimo dijo...

Hoy trato de escribir con la mayor solemnidad posible para manifestar mi respeto por Carlos Victoria y por todos los cubanos que, abrazando la misma espera, han finiquitado sus dias lejos de nuestro suelo. Ya son muchos, y pesan. Muchos han muerto por causas biologicas, por repentinas enfermedades y otros en el Estrecho de la Florida, huyendo de las calamidades cotidianas o tratando de alcanzar el Paraiso Soñado.
Que pasara con nosotros? A cual listado estadistico iremos a parar?
De los cubanos que abandonaron la isla a raiz del año 59, aquellos que salieron con la esperanza de volver pasados 5 o 6 meses, ya quedan pocos y son sus hijos, que trajeron siendo ninos, los que con mas facilidad han logrado adaptarse a la sociedad americana o a la del pais donde les toco pisar tierra, bien porque crecieron fuera y no guardaban memorias suficientes o porque lo que vino despues de ese momento no lo viveron, o no han vuelto a Cuba y desconocen el dilema en toda su magnitud. Pero por desgracia, para nuestra generacion, que nacio calzando botas en vez de azabache, la situacion se torna excesivamente incomoda e insoportable. A nosotros nos ha tocado la parte del dificil del meollo. Crecimos diciendo Seremos como el Che para luego avergonzarnos al analizar que, amparados en el adoctrinamiento, coreabamos que queriamos parecernos a ese ser despiadado que el destino cruzo en el camino de otro no menos criminal. Porque diganme que no es un crimen el sometimiento, el tener a 11 millones de personas tan alejadas y distanciadas de la dinamica actual de la humanidad, el mantenernos repartidos en cuanto pedazo de terruno nos ha abierto las puertas? Que una sola persona me diga que es necesario destruir a un hombre por el simple echo de pensar diferente a otro. Para muestra el Dr. Elias Bicet o el periodista independiente Normado Hernandez que van dejando lo mejor de su juventud y periodo creativo en una sucia mozmorra, privados de los derechos mas elementales del hombre. Los cubanos tenemos dos caminos: el exilio o la manada de ovejas.
Como bien dices, no hay pueblo en la modernidad que se librara de una tirania por sus propios recursos y sin apoyo internacional. Y quiero caer en los Estados Unidos, porque es donde se concentra la mayor cantidad de cubanos exiliados. Somos una amplia, creciente y solida comunidad, contamos con cubanos a cualquier nivel de la politica de este pais, pero solo somos tomados en cuenta cuando comienzan a acercarse las campanas electorales. Cada candidato nos usa segun sus intereses para ganar votantes a su favor. Y el resto del tiempo que? Nadie siquiera desea que le recuerden que existen acuerdos sobre no ingerencia de Estados Unidos en la isla mientras que esta le mantenga el territorio que ocupa la Base Naval de Guantanamo. Nadie habla de que la ONU cuenta entre sus estatutos con una clausula que justifica la intervencion de tropas en cualquier pais cuando de este salen masivamente mas de 30 mil personas. Porque entonces pudieramos decir que esos estatutos son selectivos pues por el puerto de El Mariel salio un numero de personas mas proximo a un millon que a 30 mil y por la Base de Guantamo, las cifras superan ampliamente el numero estipulado. Tampoco se hace muy publico la cantidad de companias que comercian con el regimen de la isla, aun violando el supuesto bloqueo, que solo resulta efectivo para cuando de forma independiente queremos ayudar a los que dejamos atras o ir a visitarlos. El gobierno cubano escribe en su organo de prensa oficial que el 80% de los productos de la canasta basica familiar, provienen del exterior y que muchos de ellos salen de suelo norteamericano y la prensa nacional de las relaciones comerciales con La Habana. A estas alturas y con semejante enredo, en lo particular, no se cuales son nuestros amigos o nuestros enemigos. Mientras, seguimos esperando, aunque no tengamos muy definido que o por cuanto tiempo mas. Lo mas triste es que con la espera, tambien se va la vida, que cada dia somos mas Penelopes a la espera de un tren que no sabemos que o si nada nos traera.
Ahora, otro cubano nos falta, manana podre ser yo o cualquiera de nosotros, quien sabe. Si desde el mas alla Carlos nos puede leer, quisiera decirle que a todos nos ha dolido, que sentimos que no continue con nosotros, que su desaparicion fisica es lamentable, no como otras que esperamos, anhelamos, pedimos ante los altares y queremos para cerrar y dejar atras el ciclo mas oscuro y tragico de la historia de nuestra querida Cuba. Hasta entonces, descanse en Paz.
Inés

Anónimo dijo...

Carlos Victoria (1950-2007)

Amigo Carlos:
El segundo guarismo que aparece entre paréntesis es falso, pues ya sabemos que un hombre, todo hombre, muere después –poco o mucho después, depende– de que ha sido declarado “técnicamente” muerto. Cada ser humano que abandona el territorio que llamamos de los “vivos”, aun el más anónimo, deja tras de sí una huella que perdura en un entorno específico. Algunos dejan una estela de más o menos luminosidad; otros, una secuela de amargura, desprecio, repulsión.
En el caso de los escritores, no es ningún descubrimiento, en verdad mueren cuando desaparece su último lector sobreviviente, quién sabría cuándo. Así que, reitero, ese 2007 es apócrifo.
De manera que, si te has ido a destiempo, como solemos decir, únicamente debemos lamentar que haya quedado interrumpida esa novela que estabas escribiendo, los libros que sin duda escribirías luego. Eso sí. Pero nos dejaste, si bien no todo lo que habrías podido, suficiente.
Es el 1 de enero de 2007 y estamos en el apartamento 217 de la 107 avenida en el 8025 del SW, en Miami. Día de poco tránsito, ideal para cruzar prácticamente la ciudad hasta donde me hallo, me has hecho saber tres o cuatro días antes. En aproximadamente tres horas y media de charla, que no cesa ni siquiera cuando pasamos por el almuerzo, nos contamos casi todo lo que se nos había quedado trunco desde nuestra última conversación, desde el último mensaje electrónico, la última llamada por teléfono. Hace poco has tomado vacaciones en tu trabajo de “pan ganar” y has dedicado todo ese lapso a la novela que estás escribiendo; mas, sólo has logrado “una gota de agua en el océano”, es muy vasta esta obra. En el sofá, en la mesa, en la terraza, a todo lo largo de la conversación, ahí está conmigo, como antes, como siempre, la masa dura del estoico, la lanza dulce de quien, en el terreno de la creación, sufre sólo por ese afán de superarse a sí mismo, a lo ya escrito por sí mismo, no por superar al colega, al “otro” (ésta fue, es, una de tus virtudes insignias). Con la clarividencia que te caracteriza me regalas par de variantes para la posible resolución de una disyuntiva que se abre ante mí. “Por aquí, Félix Luis, por aquí. Ponte el casco de guerrero y dale por aquí, o por aquí”, cito textualmente. Y textualmente: “Bueno –dices mirando hacia el césped, o tal vez hacia la piscina que nos queda enfrente–, yo quisiera estar allá en Camagüey, escribiendo, pero no se puede”. Esa tarde, además, rememoramos todo el tiempo que supimos uno de la existencia del otro, que obrábamos para que el uno se encontrara con el otro, estrecharnos la mano, mirarnos a los ojos; hasta que esto fue posible en el año 2003. No voy a relatar lo que esa tarde en cuestión argumentaste para que, de tu parte, la empatía conmigo se estableciera como tiro de cañón y la amistad se sedimentara como ésas que han perdurado por veinte años o más. En definitiva, sólo los ilusos, y sobre todo los dogmáticos (que también son ilusos, claro), piensan que la confraternidad, o los grandes amores, necesitan de vasto tiempo para enraizarse. El ensamblaje de almas está en proporción directa con una acople, digamos, genético-espiritual. De lo contrario, la vida nos alcanzaría para contar sólo con dos o tres amigos, sólo con dos o tres amores del que fuera. “En diciembre nos vemos, me avisas tu llegada”, reafirmaste, cuando nos despedimos, esa tarde del 1 de diciembre de este año que va corriendo. Y lo reafirmaste, lo reafirmamos posteriormente en mensajes electrónicos, en alguna llamada telefónica. Ayer, 12 de octubre, llega la noticia de tu muerte –bueno, eso de tu muerte es un decir, pero aun así raja el hueso, escarba en el ojo, tuena en el hígado–, pero sigo pensando que, si en diciembre aún estoy del lado de acá y llego hasta aquel sitio, nos veremos. Estoy seguro de que nos veremos, no hay que ser un genio para concebir por qué lo afirmo.
Yo sí puedo decir por qué fue la empatía de mí para ti. Esa paz del resignado a su suerte, o a la suerte que le impusieron; que eso indica valentía, no lo contrario. No diríamos que pusiste la otra mejilla, pero perdonaste a tus verdugos, o al menos los olvidaste (quizás el olvido duela más que el perdón y tal vez por eso no te perdonen), consta: no solías imprecarlos, no te valías de tus dolores pasados para solicitar prebendas en el presente. No te sumaste a tus colegas y compatriotas maldicientes del sistema imperante en la isla de Cuba que, unos hoy ya fallecidos, otros no, unos buenos escritores, otros no, sacaron buen provecho con esta postura para obtener fama extraliteraria en favor de la fama literaria y de la cuenta bancaria. Obviaste el camino de los disidentes cinco estrellas que fueron, que van, que han ido por el mundo echando en cada rincón en que le sea permitido un discurso furibundo en contra de aquel “sistema político” para, de este modo, tapar la tronera que fácilmente se advierte en sus pésimas novelas. Como algunos, como alguno, no te dedicaste a construir en vida una leyenda de víctima, de perseguido, de Jesucristo en tierra –y aun mentir en sus ficciones, porque no es una paradoja afirmar que en las obras de ficción también es posible mentir– para así lograr que tu obra fuera sobredimensionada post mórtem. Tu verdad estaba en tus libros. Consta: tú sólo escribías, si esperar a cambio nada material, ni la gloria, ni el reconocimiento de hoy o de mañana, ni por éstos luchaste cabildeando en las esferas del poder. Nunca te arredraste por esa especie de estigma –¿maldición?–, que nadie sabe qué, quiénes o quién inventó y que aplasta a “Los Escritores Cubanos de Miami”. Y en fin, consta: lo que tuviste, te llegó, no fuiste a buscarlo. “Ganado tengo el pan/ hágase el verso”, diría El Maestro. Eso hacías: trabajo “asalariado” a la par de la obra creadora, pagar la renta, comer lo necesario, ahorrar para sobrevivir, es decir, para seguir escribiendo. En silencio. Así ha sido. Vida de monje casi, con la diferencia de que los monjes no fuman dicen.
El perdón, los perdones, deberían ser recíprocos. Pero no siempre resulta así. Y no ha sido así en el caso de tu muerte física. El único periódico diario nacional de Cuba no da fe de tu muerte. Menos el de tu natal Camagüey. Es decir, nunca exististe, no naciste en Cuba, no eras, eres, cubano, no escribiste una obra que enriquece la literatura de aquel país. Silencio. No ha pasado nada. No ha aparecido por allá una nota periodística que atestigüe, que llore un poquito por la partida del retraído, el solitario, el que enfrentó el fuego adversario con la sonrisa seráfica. Así es esto, amigo. Y ya lo hemos dicho en otra ocasión: dicen que el calle otorga; mas, también, el que en ciertas circunstancias calla, miente. Pero sólo alguien que fuera Dios podría hacer callar para siempre lo que desde la tierra grita.
De la información difundida se infiere que la muerte te citó al combate y estableció ganarte por puntos, pero tú le fuiste encima y la venciste por nocaut. Bien hecho.
Ahora podría cerrar diciendo “En paz descanses”, o “En paz Descanse”. Pero eso es una tontería: en ese otro lado nadie descansa. Es la nada física. La no existencia física. ¿Cómo podría alguien descansar cuando, “materialmente”, no es nada? Desde ayer, en el territorio de lo tangible, eres sólo cenizas, “polvo enamorado”. Mejor atenernos a que tú, tus libros, siguen en la pelea. Mejor confortarnos con que El salón del ciego –por sus altísimos recursos técnicos, por su tremenda carga humana, tu mejor libro en mi opinión, como dije, como escribí en su momento–, junto a los demás, seguirán sin descanso por mucho tiempo, guerreando por mucho tiempo.
Nos vemos.

Félix Luis Viera