Esta
mañana me puse mi camiseta Polo morada para sumarme a la campaña de protesta
que convocaron para celebrar el Día Mundial contra la Homofobia y la Transfobia , que
conmemora el 17 de mayo de 1990, fecha en que la Organización Mundial
de la Salud
eliminó la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales donde había
permanecido por décadas.
Me
subí al metro, como cada mañana, pero hoy sentí un aroma especial y recurrente.
Supongo que como amaneció nublado y fresco, algunos señores sacaron del fondo
de sus armarios —¡qué a propósito con lo de la homofobia!— los suéteres y
chamarras que guardaron, a todas luces —y olores— sin lavar, cuando terminó el
invierno. Y vine todo el trayecto preguntándome si ellos no se dan cuenta del
tufo que despiden o si, acaso, les agrada. Y pensando si las mujeres que los
aman —que seguramente las tendrán—, tampoco reparan en ello o cómo hacen para
pasarlo por alto.
Llegué
a mi oficina —que ya saben que es el medio de un pasillo—, encendí la computadora
—que tardó en abrir la misma eternidad de cada día— y cuando después de otra
eternidad llegué a Twitter, allí estaba la noticia: Ha muerto Donna Summer. Entonces nada más importó: me trasladé
mentalmente al Santiago de los setenta, me puse la manhattan de las palmeras que costuró mi tía Migdalia para mis 15 —o
los de Piri—, y me fui a YouTube a ver a la reina viva, cantando On the radio, I feel love, Hot stuff, Love to love you, baby y Last dance tonight, las mismas canciones
con las que bailábamos —y/o apretábamos—
en las fiestas de entonces.
Todavía
empalagados por los panegíricos dedicados desde antier a Carlos Fuentes,
algunos amigos sugirieron que hoy todos —incluso aquellos que durante años han criticado
la superficialidad de la música disco y los ambientes de la década de los
setenta— se pondrían a escribir crónicas o a sacar sus fotos con Donna Summer.
Mis
fotografías con Donna Summer —pensé entonces— son todas mentales. Y son muchas.
Las salas a oscuras de las casas de mis amigos y de mi propia casa, la música
retumbando en las paredes, Manolito y Vicente, algunas muchachas a quienes no
debo mencionar. Escaleras, rincones, sudores de la noche tropical. Pantalones
de mezclilla, tennis y camisetas que por primera vez usábamos, muy orondos, gracias
a las tías del Norte, ésas que antes habían sido traidoras impronunciables. Discos
de los Bee Gees y de Tavares, de la Streisand y Bonnie M, de KC, de “Saturday night
fever” y de “Hotel California” que nos regalaron esas tías y los primos a los
que por décadas tuvimos prohibido escribirles.
Ni
siquiera es que haya muerto Donna Summer, a quien hace años no escuchaba con
detenimiento, como tal vez ella tampoco cantara en medio de los dolores del
cáncer. No es Donna Summer en sí misma: soy yo, somos nosotros, es nuestra
juventud. Aquellos años que hoy no son ni fotografías, porque entonces muy
pocos teníamos cámaras y muchos de aquellos papelitos se han perdido.
Lo
cierto es que esta mañana, cuando leí la noticia, no me importó nada más: ni la
camisa morada, ni los tufos del metro, ni los furibundos seguidores de los
candidatos a la presidencia, ni el alma del mismísimo Carlos Fuentes. La reina
ha muerto… ¡Viva la reina!
13 comentarios:
Como uno se transporta, que locas las señales...
Has traído los ochenta por los pelos (largos) con tu preciosa evocación. Todavía me acuerdo cuando pasaban On the radio al menos dos veces al días...¡Lindo!
Querida Odette, qué conmovedora tu nota... sabés? eso estaba pensando hoy: qué pocas fotos tengo de mi adolescencia, y que cuando no hay testimonios las cosas están destinadas a irse con una.
Abrazos,
Marina
Igual que Marina... Creo que fuera de las ridículas (ahora) fotos de los 15, no llego a 10 con las fotos de esas fiestas ricas que has traído a mi memoria, aunque yo bailé más con Madonna y otras reinas (y reyes) de más acá. Pero ya sabemos cuanto tardaba en cambiar el mundo, y más en Cuba.
Un besote que te reconforte un poquito de esta pérdida,
Vero
Me encantó la película Gracias a Dios es Viernes o algo así que ella hizo y canciones como Bad Girl, On the Radio y otras hermosas canciones ochenteras que dan ganas de bailar todavía. La reina vive.
Linda nota.
Precioso trabajo este que has escrito... Donna Summer, una voz como salida directamente de una vagina, si se me permite la expresión... y una voz así, merece ¡no hay ni que decirlo! reverencia.
un beso,
Garrandés
se lo ha llevado todo, Odette, hasta las patas de campana... besos
que recuerdos!!!
Se acabò una època, me encanta la sutil irònia y tu irreverancia.
Excelente Oddete, me gustaria ponerlo en mi muro de face, pero debo tener tu permiso.Un abrazo,
Silvia Loustau
Las grandes voces nos dejan, pero su legado queda y gracias a tu imagimacion y escritura nos transportas a nuestra soñada juventud, que tiempos aquellos...que felices con tampoco y ahora la maldita crisis nos devora....gracias por hacerme pensar en otra cosa, te quiero....
Me confundió el título y corrí a verte retratada con la reina. No fue así, pero merecías haberlo logrado.
Dos reinas juntas se dan pocas veces.
Belleza:
Donna Summer somos nosotros, por eso esta en todas nuestras fotos del alma.
bello tu escrito,
tu lecteur
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