
Pero a los mayorcitos —los que no queremos quedarnos al margen del “progreso” porque ya se sabe que quien no está en las redes, no existe—, a los mayorcitos, decía, necesitados de estabilidades y tranquilidad espiritual, ese cambia cambia nos viene fatal. Nos pone en un nervio tener que aprendernos de nuevo para qué sirve cada botoncito, qué debemos apretar y qué no, cómo subir ahora los enlaces que antes eran tan fáciles, quiénes ven lo que ponemos y a quiénes debemos ocultárselo. Y como la vida tecnológica va celera y a galope, todo lo nuevo tenemos que aprehenderlo a una velocidad que, a nuestra edad, resulta casi criminal y, cuando menos, nos refuerza el insomnio.
No falta quienes se despierten a las tres de la mañana dudando si habrán apretado algo incorrecto en el nuevo diseño que, al actualizar el estado, pretende que agreguemos el lugar en donde estamos y los amigos que nos acompañan. Uno, que ha vivido vigilado toda la vida —por los padres, por las parejas, por el G2—, vocifera: “Bueno, chico, y a ti qué te importa”, pero acabas levantándote a revisar mil veces la “seguridad de la cuenta” y preguntándoles si se ve tal o cual cosa a todos los contactos que, a esa misma hora, están poseídos por la misma angustia.
No señor, no señora: no cuestionen, incrédulos y desafiantes, para qué sirve todo ese tira y jala. Las redes sociales son uno de los pocos medios para estar cerca, diaria e inmediatamente, de quienes están lejos en la geografía. ¿De qué otro modo podría saber con regularidad de mi gente de La Habana o de Miami, de Lacho que está en Madrid y Margarita en Normandía, de Guedea y Miriela que viven en Nueva Zelanda, de Aleisa en el Polo Norte o Damaris y Héctor en Chile? ¿Dónde, si no, puede uno preguntar en el momento en que lo necesite, sin estar sacando la cuenta de qué hora es en Europa, "Oigan, ¿en la menopausia da comezón en la espinilla o eso será otra cosa?", u "Oigan, ¿por dónde va el ciclón? ¿Ya está lloviendo allá?"... O compartir mensajes de urgencia como: "¡Júrenme que el Tylenol envenena! ¡Entonces ha sido un milagro que no nos hayamos muerto hace veinte años!"
Las redes sociales son como una fiesta donde están (casi) todos y quién puede decir que no es real si el encuentro se produce y nos hace felices o nos pone nostálgicos de verdad. Si las noticias y los rumores, como ése tremendo que anda circulando hace un ratito, llegan en un dos por tres a los más remotos confines del globo terráqueo. Además, son de lo más propicias para realizar círculos de estudio de la Esfera Ideológica donde se debata —con todo y acto de repudio incluido— temas tan capitales como quién tiene la razón, si Edmundo García o Pablo Milanés, o si Javier Sicilia debe o no darle de besos a los legisladores.
Por eso los cambios repentinos nos desestabilizan, nos hacen sentir nuevamente al borde de la orfandad y el abandono en que vivíamos antes de que las redes se inventaran. Cada uno tirado en su esquina del mundo, sin dinero para llamadas frecuentes y esperando por meses al correo postal. Por eso es impostergable tomar acciones drásticas e inmediatas. En otros tiempos llamaría al boicot, pero como me siento incapaz de dejar de usar Facebook, convoco entonces a una gran marcha mundial en las principales plazas de todo el universo y galaxias circundantes, para hacer valer nuestro derecho a la democrática libre expresión. Dejemos sentir nuestras voces indignadas. Gritemos: ¡Basta ya de aguantar imposiciones! ¡No queremos que cambien ni un pinche botoncito más sin consultarnos!
O exijamos que sin ningún tipo de discriminación, división ni menosprecio nos diseñen una plantilla especial para adultos. Y otra para adultos mayores. Y otra para personas con capacidades diferentes. Una para revolucionarios y otra para gusanos. Una para quienes creen que Fidel Castro acaba de morir, y otra para quienes tienen duda de que eso sea cierto. Una para radicales y otra para conservadores. Y con todo respeto a las diferencias y especificidades, una para gays y otra para lesbianas, una para bisexuales y otra para intersexuales, una para travestis, otra para transexuales y otra más para transgéneros. Una para sadomasoquistas y una para zoofílicos. Una para curas pederastas y otra para los montones y montones de pederastas que no son curas. Una para feministas y otra para lesbofeministas. Una para feministas autónomas y otra para lesbofeministas autónomas. Una para académicos y otra para protestantes. Y si queda todavía alguien sin mencionar, una más para heterosexuales normalitos. ¡A ver si puedes, Mark Zuckerberg (con ese apellido tan comprometedor)! ¡A ver si de verdad eres tan chingoncito, mijo!
Mexicanas y mexicanos feisbuqueros, hermanos y hermanas solidarios de todos los estados de la República y de todas las naciones, marchemos todos esta noche del Ángel de la Independencia al Zócalo capitalino. Digamos al muchacho de Facebook que “¡Ya basta!”
(Habrá base de taxis para los mayorcitos que no tengamos ganas de echarnos esa caminadota.)