lunes, 28 de marzo de 2011

¿Quién se acuerda de Liz Taylor?




No hace mucho, conversando con una amiga acerca de cierto hombrecillo insufrible y presumido, me salió instintivamente de allí donde no se piensan las cosas un “¡Ni que fuera Alain Delon!” Cuando la muchacha, más joven, detuvo en seco su plática y me preguntó: “¿Quién es Alain Delon?”, caí en la cuenta de que ya estoy en el portal de la senectud.
Algo similar ocurrió hace menos de una semana cuando, en una tertulia de Facebook, una jovencita venezolana compartió un video de la clásica “Aguas de marzo” de Elis Regina —é pao, é pedra, é o fim do caminho— y anotó: “Ella fue la mamá de María Rita”. Con una sonrisa de indulgencia —que lógicamente la muchacha no percibió— escribí: “Quién nos iba a decir hace apenas veinte años que Elis, la reina absoluta, acabaría siendo la mamá de María Rita”. Me quedó claro entonces —sin dolencia ni resentimiento, sino como algo tan natural como el indetenible curso de la vida— que el “para siempre” dura, cuando mucho, tres o cuatro generaciones.
En medio de esas reflexiones, me sorprendió el anuncio de la muerte de Elizabeth Taylor, ese icono del séptimo arte que es, al cine mundial, como las pirámides de Egipto a la historia humana. “¿Conocerán a Liz Taylor las nuevas generaciones?”, me preguntaba mientras los que pasamos de la cuarta década no paramos, en todo el día, de reverenciar su nombre o sus recuerdos.
Si de alguna mujer estuvo enamorada mi madre —que yo sepa—, ésa fue, sin dudas, Elizabeth Taylor. Había que oírla hablar de sus ojos violeta, de sus joyas carísimas, de sus miles de matrimonios. Con el patriarca del imperio Hilton, dos veces con Richard Burton y con otros nombres que eran entonces, para mí, como Elis Regina o Alain Delon para mis amiguitas.
Y no era una obsesión exclusiva de mi madre… Hay que ver cuántas niñas de mi generación —y de entonces para acá— se llaman Elizabeth por ella, aun cuando, con los años, ya las nuevas mamás no sepan que el origen exacto de la moda del nombre se remonta a aquellas interpretaciones suyas en La gata sobre el tejado de zinc caliente, Quién teme a Virginia Woolf, Jane Eyre, Mujercitas o Cleopatra, y a la belleza deslumbrante que exhibía por entonces la inglesita.
No tengo buena memoria. Admiro a aquellas personas que reviven paso a paso cada detalle de un suceso. En mí queda, tal vez, algo así como el espíritu del momento. Recuerdo al feo de Jean Paul Belmondo haciendo proezas acrobáticas que entonces —cuando los efectos especiales estaban en la prehistoria—, eran el plus de una actuación; recuerdo unos pollos sin cabeza ni patas —como dicen que son los que “cultiva” Kentucky Fried Chicken— en una comedia de Louis de Funes; recuerdo el humo saliendo del cigarro de Bogart o la barra de mantequilla en el suelo… pero casi siempre olvido cómo seguía la escena, cuál era la trama de la película o cómo se titulaba.
Así recuerdo ahora las ánforas con leche de cabra, el canasto que albergaba a las serpientes, los lóbregos aposentos donde abandonó a Cleopatra el imbécil de Marco Antonio —que era precisamente su marido Richard Burton—, como si hubiera —triste designio masculino— guerra o conjura más importante o atractiva que aquella tremenda dama. Y ella se dejó morder por la culebra —todas las que quepan en tal definición—, como si no hubiera —oh, maldito designio femenino— otra cosa, más que llorar hasta la muerte al vil traidor.
Allá, en los muy principios de los setenta, teníamos un televisor General Electric americano de antes del 59 —¡lógicamente!—, en blanco y negro —¡lógicamente!—, que cuando decía a no sintonizar o a ponerse de rayitas, había que estar horas dándole vueltas al botoncito de atrás, frase que a los jóvenes les parecerá en doble sentido, pero los mayorcitos entenderán perfectamente. Funcionó a base de ingeniosos milagros hasta que mi mamá se ganó el derecho a comprar uno ruso —también en blanco y negro y de botoncito atrás—, en la asamblea de méritos y deméritos del sindicato de la Normal, que ya no era Normal sino escuela formadora de maestros.
Por ese entonces, tenía un cuaderno en el que anotaba cuanta película veía, en un extraño afán estadístico que no compartía con nadie. O no sé si Piri tendría también su propio cuaderno y aquello fuera una competencia fraterna, absurda en todo caso, siendo que veíamos juntas la Tanda del domingo o los estrenos que exhibían los cines santiagueros
En ese cuaderno y por esos televisores —ambos, gringo y ruso, en el mismo orden de las querencias revolucionarias— desfilaron filmes de Bette Davis, Errol Flynn, Burt Lancaster, Kirk Douglas, Olivia de Havilland y Vivian Leigh, Paul Newman, sir Laurence Olivier, Cary Grant y John Hudson, Bogart y Lauren Bacall, Greta Garbo, Judy Garland y Rita Hayworth, Vittorio de Sica, Marcelo Mastroianni, Boris Karloff, John Wayne, Marlon Brando y James Dean, Alain Delon, Liz Taylor y otros tantos nombres que —podíamos jurarlo entonces— permanecerían para siempre, y que ahora, dos décadas después, no les dicen nada a nuestros hijos y nietos, quienes aseguran que recordarán forever al pélida Aquiles en el cuerpo bronceadito de Brad Pitt, al infortunado Paris en la galanura de Orlando Bloom, a los míticos piratas en el payaso de Johnny Depp y al Conde Drácula en esa corte de vampiros anoréxicos tan de moda.
Lo que no saben —todavía— es que esa eternidad durará, cuando mucho, otras dos décadas y una buena mañana, cuando den la noticia de la muerte de alguno de sus ídolos, tal vez se pregunten, como yo ahora, con verdadero asombro: “¿Quién se acuerda de Liz Taylor?”…

20 comentarios:

Anónimo dijo...

Cierto, la inmortalidad es breve. Y cuando se es joven, lo sabemos, pero equivocadamente. Quizá ese sea el motivo de porqué -en ese momento de la vida-, estamos tan apresurados por ser "grandes", en los dos sentidos: "famosos" y "mayores". ¿Lo recuerdas? Tampoco yo me di cuenta del espejismo, aunque te confieso que a "mis prisas" siempre le sobró tiempo. Creo más por genes que por la eficiencia de mis propósitos de entonces, que si te los contara exclamarías lo mismo que "los viejos" que me conocieron: "¡Muchacho, estás loco!" Y si Liz hubiera sabido a que parte de mi cuerpo levantaba de emoción -como todas las "buenas diosas", mediáticas o no, supongo lo sabía-, hubiera ruborizado al verme recordar sus películas hasta 4 veces al día, sentado y meditando en ella en el impúdico inodoro del servicio de baño común de la cuartería donde vivía en aquellos años, mientras mi madre gritaba al otro lado de la puerta: "¡Apurate, muchacho, que hay personas esperando!". Así de complicados son estos asuntos de memoría, generaciones y mitos. Pero como siempre, el orden de tus palabras, hace más fácil y sencillo de entenderlos como a cualquier otro asunto que tu inteligencia toca.

Leyéndote, tuve ganas de decirtelo. Un abrazo.

Lázaro Buría Pérez

Mayra Delgado Novoa dijo...

Excelente artículo Odette, suscribo hasta la última coma. Recuerdo que en la Trinidad de mi adolescencia, en un cine bellísimo, hoy lamentablemente ruinoso, los lunes eran de cinemateca. Allí vi ciclos enteros de películas de estos monstruo ...s, recuerdo "La gata...", "Quién le teme...", también otras memorables como "Algunos prefieren quemarse" con Marilyn Monroe, Tony Curtis y Jack Lemmon, "Trapecio", con la Gina Lollobrigida...también mucho cine francés e italiano. Recuerdo "La jaula del amor" con Jane Fonda y Alain Delon, "A pleno sol", en fin, tantas y tan buenas, lamentablemente víctimas de esta especie de "dialéctica de la memoria".

JM Poveda dijo...

La verdad que las nuevas generaciones conocen a Liz Taylor más por las noticias del corazón o sensacionalistas que por sus propios méritos cinematográficos. Tú le preguntas a un chaval sobre Liz Taylor y te responderá: "Ah sí, esa vieja que ... era amiga de M. Jackson". Muy pocos la conocen por sus espléndidas actuaciones en Cleopatra o en Quien le teme a Virginia Woolf, entre otras.
Talvez dentro de diez años ya casi nadie la recuerde, pero sus mejores películas aún resisten el paso del tiempo porque, ante todo, era una excelente actriz, con un rostro intemporal y unos ojos de memorable belleza.

Anónimo dijo...

Gracias, Odette, me hiciste recordar una época de cine que viví y he recordado siempre: la belleza del blanco y negro y una revista creo que mexicana: Ecran; como era niña no retengo cómo se escribe, si sabes que aún circula, me gustaría volverla a ver. En realidad mi madre me compraba dos revistas: Ecran y Para ti, que luego supe (esta última de Uruguay) no sé. En fin Odette, te dejo mi abrazo. Teresa.

Anónimo dijo...

Fue hermosisimo leer tus recuerdos y memorias sobre Elizabeth... nuestra Elizabeth. Algo se murió con ella: una era.
Te recuerdo con mucho cariño.
maya

Silvia Matus dijo...

Como no olvidar a la hermosa, inteligente e irreverente Liz Taylor, crecida en Gigante, majestuosa en Cleopatra, increible en Quien le teme a Virginia Woolf. Era una artista, y estrella por default. Una de las grandes sin duda.

Anónimo dijo...

SOCIOLOGIA DE TU LITERATURA

Leyendo a quienes comentan tus emanaciones literarias en este blog, me llama la atención cómo tu manera de narrar influye no solo en los sentimientos y emociones de los lectores , sino también en "la forma" en que te lo dicen: ¡hacen, como tú, literatura! Y buena. O sea, que eres "maestra de emociones" y excelente profesora de "autores aún desconocidos". Sorprendente y muy útil para los tiempos que corren, pues con eso de que, pronto, serán "los propios autores" quienes editen, publiquen, vendan y cobren, directamente, su trabajo, en nuestra especie habrá más "famosas y famosos" que "anónimas y anónimos". Liz nunca pudo imaginar que "el mercado" cambiaría tanto. ¡Que lástima que se lo perderá! Pero así son las cosas de la vida: "...el muerto al hoyo y el vivo al pollo..." Así es El Universo.

Lázaro Buría Pérez

rafa dijo...

Ingenioso el recuento, lo que me llamò la atenciòn fue el comentario de aquella chica sobre Elis y su hija Maria Rita, con todo respeto por Maria Rita que lo hace muy bien, porque de su "madre" Elis a Marìa Rita van siglos luz de luces y canto.
Como bien dices, las estrellas solo duran dos o tres generaciones, el implacable las opaca sin dar cuenta de su intensidad .

Teresa Dovalpage dijo...

Bellísimo tu artículo, y una oda magistral al paso de los años. Verdad que esas preguntas del tipo "¿quién se acuerda de...?" y el hecho de que canciones de nuestra juventud se conviertan en oldies nos recuerdan que Cronos no perdona.
Besos taoseños...

Anónimo dijo...

A mí de ella me encanta "Reflejos en un ojo dorado", magnífica versión de la novela de Carscon McCullers, con Marlos Brando. Brando se enamora de un misterioso soldado que ronda la casa y llega a creerse que es por él, pero el soldado lo que quiere es acostarse con ella. Entonces Marlon lo mata. Un clásico. No sabes lo grato que es leerte y recordar... Besos Alberto Lauro

Ana P dijo...

Mientras vos llevabas un recuento de las películas que veías, por las mismas fechas yo tenía una libreta llena de títulos de canciones y sus respectivos intérpretes. Las personas pasan pero sus obras quedan, al menos en los corazones de quienes las supimos valorar. Gracias por el rico entremés.

Anónimo dijo...

sobre eso del tiempo y de qué quién se acuerda de nuestros emblemas generacionales, ni hablar, así es, sí, así es de claridoso el tiempo.

un abrazo y un beso

juan carlos quiroz

arrabalpoético dijo...

Magnífica reflexión, que efímera es la vigencia de los recuerdos y la belleza humana.
Hermosa Liz Taylor sus ojos son los mas bellos que he visto en mi vida, siempre me han fascinado.

Anónimo dijo...

Gracias por compartir tus recuerdos y reflexiones!! Me has vuelto a colocar delante de nuestro televisor en blanco y negro (¡claro!), sobreviviente, nada más y nada menos que del ciclón Flora. (Los americanos podrán tener todos los defectos del mundo, pero no se puede negar que cumplen su palabra, como dijo Buñuel en memorable ocasión... :-) Y, en otro siglo, incluso fabricaban televisores que navegaban con las aguas que traían los ciclones, se secaban al sol en el patio.. y luego funcionaban como siempre). :-)

Miguel Grillo Morales dijo...

Mucho se ha escrito sobre la Taylor estos días. Esta es una estupenda entrega, yo no me atrevo a llamarla reflección para no embarrarla, (por respeto no escribo cagarla) Gracias Odete, me llevo usted a un pequeño cine en el Central Mercedes de mi infancia, donde descubrí todas esas luminarias. Allí me enamore por primera vez, todavía hoy juro, que la hija de Felipito tenia los ojos mucho más hermosos que Liz. Al menos más cercanos, más reales. Permítame que la lea una vez más.

goty dijo...

no hay nada mas devastador que el paso del tiempo mi niña; tambien es cierto que el recuerdo hay que alimentarlo; es por eso que estoy coleccionando peliculas del recuerdo en un ultra moderno 2terabites disco duro y los viernes tenemos mi hijo y yo las noches del recuerdo con el zorro, asterix el galo, fantomas, los incapturables, el capitan blood,los aristogatos y la lista se me hace interminable asi como mi deseo que en el futuro esas imagenes pasen de generacion en generacion!!!

Escombros Hablaneros dijo...

Yo llegué tarde para tomar el café pero no para disfrutar éste texto con el mismo gustó de cuando veía sus filmes

litaperezcaceres.blogspot.com dijo...

Hola Odette, este es el tercer comentario tuyo que leo hoy, en orden decreciente. El primero fue sobre el temblor de la madre Tierra, el segundo, el de la violencia de todos los días. En Paraguay pasa algo parecido pero menos gente muere porque somos menos habitantes, nada más que por eso. Además, entrando con ímpetu en el siglo 21, ya tenemos hasta sicarios contratados en la frontera con el Brasil (ellos también se encuentran a la intemperie como decis). Pero me ha conmovido el comentario de Liz Taylor, era tan hermosa que muchas queríamos tener al menos un cuarto de su hermosura. En estos tiempso de feminismos eso ya no se estila, pero guardo la nostalgia. Un criñoso saludo.

Tiendas Muebles dijo...

Sin lugar a dudas nos ha dejado una de las más grandes actrices de toda la historia de la cinematografía mundial.
No sólo hablamos de una belleza incomparable y una sensualidad arrolladora, sino también de un talento interpretativo fuera de común.
Ella sóla es capaz de mantener una película como "Butterfly 8", aburrida pero con una actuación magistral de la diva de los ojos violeta (con la que recibió su primer Oscar); o ser el complemento perfecto para sus compañeros de reparto. Ahora mismo estoy pensando en Un Lugar en el Sol, junto a Montgomery Cliff y Shelley Winters, o Gigante, junto a los siempre llorados Rock Hudson y James Dean.
Inolvidables también ¿Quien teme a Virginia Wolf?, La gana sobre el tejado de Zinc o Cleopatra.

Chat gratis dijo...

Una verdadera pena, aunque sus ultimas apariciones ya no nos dijeran nada realmente de su gran cine.
Una actriz con una gran historia, a marcado epoca y es una de las grandes, lo sera para siempre.