
No hubo quien no opinara; hasta los que aseguran que no les importa o que quién no sabía que Ricky era gay. Uno de mis amigos gritaba en el Facebook: “Siempre se los dije y ojo de loca… no se equivoca”. Yo recordé el cuento de la pareja gay que cohabitaba en un solar ―vecindad, cuartería― habanero. Como no querían que en el barrio se supiera de su preferencia, salían y regresaban separados, llevaban amigas para aparentar que eran sus novias, hasta se rascaban la entrepierna y sopesaban lo que allí cuelga, como buenos machos. Pero un día, cuando ellos estaban en el trabajo, cogió candela su vivienda y todos los vecinos, enteradísimos, gritaban: “¡Fuego, bomberos, se quema el cuarto de los maricones!”…
La homosexualidad de Ricky se sabía, desde Menudo, hasta el universo y más allá. Reforzado desde el momento en que decidió ―sin importarle un cacahuate lo que pensaran los demás― tener a sus hijos sin mujer, usando un vientre alquilado, sin boda de mentirita ni simulación alguna. Él, padre y madre. Porque cobarde no ha sido. Esto agregó en la carta de ayer explicando su “tardanza”: “Mucha gente me dijo que no era importante hacerlo, que no valía la pena, que todo lo que trabajé y todo lo que había logrado se colapsaría. Que muchos en este mundo no estarían preparados para aceptar mi verdad, mi naturaleza. Y como estos consejos venían de personas que amo con locura, decidí seguir adelante con mi ‘casi verdad’. MUY MAL. Dejarme seducir por el miedo fue un verdadero sabotaje a mi vida. Hoy me responsabilizo por completo de todas mis decisiones, y de todas mis acciones”.
Y quién puede juzgar esa “demora” ―él dice: “Hoy es mi día, éste es mi tiempo, mi momento”― y querer crucificarlo en Semana Santa cuando, en el medio del espectáculo ―o en la política, o en el deporte―, pocos son quienes se atreven a confesarlo públicamente. Más bien él es de los primeros. La mayor parte se casa y tiene hijos con tal de “taparle el ojo al macho”. Dígame usted quién, en su sano juicio y buena visión, puede creer que Raphael o Camilo Sesto son machos varones masculinos o que Ana Gabriela Guevara o Soraya Jiménez, la levantadora de pesas, son damiselas por mucha falda que les pongan o novios que les inventen. Quién que viera a las locas de Locomía con sayón y abanico podía pensar que eran otra cosa que lo que su nombre indicaba con toda elocuencia…
El asunto no es que todos supiéramos “lo de Ricky” ―también lo sabemos de Juan Gabriel, Bosé, Daniela Romo, Ana Gabriel, Rosana, Pepillo Origel, Monserrat Oliver o Yolanda Andrade… y se rumorea de tantos otros que la lista sería interminable―, sino que para una figura de su dimensión ―no es sólo un cantante pop, sino también filántropo, embajador de las Naciones Unidas para las mejores causas, presidente de fundaciones de ayuda a los desposeídos de este planeta y, además, buena persona y sangre liviana―, lo importante no es que lo supiéramos sino que asumirlo públicamente representa una acción de responsabilidad y compromiso sociosexual. Porque, ¿cuántos jovencitos/as no son todavía discriminados en cualquier país de este mundo por sus preferencias sexuales?, ¿cuántos hombres y mujeres no siguen siendo agredidos, asesinados incluso, por ser homosexuales?, ¿cuántos caminos no nos han cerrado por esa causa?...
Dice Ricky en su declaración de ayer: “…ahora que soy padre de 2 criaturas que son seres de luz. Tengo que estar a su altura. Seguir viviendo como lo hice hasta hoy, sería opacar indirectamente ese brillo puro con el cual mis hijos han nacido”. Y me parece encomiable esta afirmación, porque ¿cuántas veces no hemos sido despreciados y humillados incluso por nuestras propias familias, o se nos ha desposeído y marginado por no ser como ellos hubieran querido?, ¿cuántos no siguen gritando que no tenemos derecho a casarnos y mucho menos a tener hijos y que mejor sería que nos muriéramos?, por citar dos de las más recientes declaraciones de personas públicas a raíz de la aprobación del matrimonio lésbico/gay en el Distrito Federal.
Que Ricky Martin confirme que es homosexual no es una obviedad de feria; es un escalón en la lucha por el derecho a ser como uno sea, sea quien sea. Porque decir “lo que se ve no se juzga”, como respondió Juan Gabriel a Fernando del Rincón en aquella famosa entrevista para Univisión, es evadir la respuesta. No abrir la puerta del clóset sino dejarla entornada, como se decía en Cuba. Y a veces las cosas necesitan ser dichas con todas sus letras.
En la vida de Ricky poco va a cambiar: no será ni más ni menos maricón de lo que ha sido hasta ahora, ni más ni menos acosado por la prensa y por sus fans, ni más ni menos famoso. Cambiará en la del muchacho o la muchacha que, al verlo, comprendan que ser homosexual no es una vergüenza ni una torcedura ni una enfermedad maligna que haya que ocultar y vivir a salto de mata como animal clandestino; en aquel que entienda que aunque es bueno que exista legislación que permita la adopción a personas del mismo sexo como a cualquier otra persona, no es imprescindible ley alguna ni permiso para que tengamos hijos porque nuestros órganos reproductores funcionan a la perfección: los gays tienen la semilla; las lesbianas, el vientre. Cambiará en la vida de aquellas familias que miran hacia los ídolos tratando de justificar o respaldar sus propios caminos.
Más allá del morbo de los medios y la maledicencia de la mayoría, ésta es una excelente noticia. Buena para Ricky, que ya podrá respirar tranquilo, porque cuando uno saca a la luz los secretos ―aunque fueran a voces―, dejan de molestarnos y nos permiten ser más felices; como él mismo dice en su carta: “la verdad sólo trae la calma”. Buena para los que estamos en el camino y muy buena para los que vendrán, que ojalá no tengan que pasar las cosas que nosotros, y sobre todo quienes nos antecedieron, pasamos. Buenísima, porque como dijera Benedetti ―¡que nadie sabe para quién escribe!―, cada vez queda más claro que “en la calle, codo a codo, somos mucho más que dos”.