En Tijuana, tres veces por semana...
Hace unos días, mientras caminaba sobre el pasillo que lleva al andén de la estación Etiopía, me di cuenta de cuánto extrañaba a Tertuliano Máximo Afonso, el protagonista de El hombre duplicado de Saramago. Y más que al obsesionado y puntilloso profesor de historia, a ese narrador sentencioso, simpático y ―se diría ahora― proactivo que me hizo soltar la carcajada en pleno vagón más de una vez. “Personal autorizado está bajando a las vías en estación Guerrero”, anunciaba el audio local, lo cual quiere decir, exactamente, que algún desdichado se arrojó a que el tren terminara con la vida que ya no podía soportar. Pensé entonces si la vocación de sobreviviente de Tertuliano Máximo Afonso en algún momento hubiera podido ordenarle resolver así, tan de sopetón, sus raras tribulaciones.
Días antes, caminando con Vianett por la carpa de libreros en la Feria de Tijuana, un guiño imantó mi pupila: la colección La Sonrisa Vertical de Tusquets y, entre las rosadas carátulas, un título largamente añorado: el Púrpura profundo de Mayra Montero, ganador del XXII Premio de esa casa que padece el infortunio de que sus convocatorias más recientes hayan sido declaradas desiertas. ¿Será que ya no se ama con fiereza, lujuria y regodeo o que tanto pecar se nos hizo hábito y hemos perdido la concupiscencia y el interés en compartirla?
Dentro de mi cabeza el impertinente de Sabina cantaba bien bajito, con su voz aguardentosa: “En Tijuana,/ tres noches por semana,/ se trabajaba en México la nuit./ ¿Quiubo, señor?/ Me llamo Viridiana/ y me apellido veinticinco mil”. Esa fresca noche tijuanense, luego de una muy rica comida china en el Palacio Royal, volví a reencontrarme con Tertuliano Máximo Afonso y su hilarante narrador. No dejé el tomito hasta que conocí el desenlace de la singular aventura de los hombres duplicados.
Cuando se termina un buen libro, queda en el alma una especie de vacío. Un desapego que sólo se alivia con otro buen libro. Y fue justamente lo que pasó cuando abrí Púrpura profundo y me topé con el también excelente narrador: el odiosísimo y a veces repugnante viejo zorro de Agustín Cabán que, según su propia memoria, se despachó a cuanta solista virtuosa desfiló por la orquesta sinfónica de Puerto Rico y sus alrededores, incluidos un par de varones y una secretaria lesbiana. ¡Qué magistralidad de Mayra el narrar a través de un personaje tan escabrosa, humana y caribeñamente masculino!
“Nunca tendrá uno suficiente tiempo de leer todo lo que quiere o lo que debe”, me había dicho en el avión de ida hacia Tijuana, mientras alternaba el suplemento cultural de Milenio y un cuento fresquecito que Camilo Venegas le confió a mis ojos unas horas antes. Todo tiene su tiempo bajo el Sol, clama el Eclesiastés. Empecé a leer El hombre duplicado hace varios años. No recuerdo por qué razón ―¿aburrimiento?, ¿hastío?, ¿otro libro que le robó mi atención?― un buen día puse el marcador y no volví a abrirlo hasta hace un par de semanas. Durante años durmió en mi mesa de noche el sueño de los justos y, como era justo al fin y al cabo, volvió a la batalla y la ganó.
Sabina insiste en mi cabeza: …“los mariachis, mirando a Viridiana,/ le cantan Y volver, volver, volver”. Y vuelvo a recordar la ciudad fronteriza. Miles de mariachis en la plaza, bajo el arco, y una madurita Viridiana teñida de rubio tratando con un gringo, en un inglés chapurreado y fluido, en la planta alta del Dragón Rojo, cantina donde los primeros miércoles de cada mes la pintora Carmela Castrejón y un grupo de tijuanenses hacen Las noches del Dragón Rosa, fiesta de y para mujeres. Allí, al amparo de las siluetas femeninas en papel de estraza pegadas a la pared, testimonio del más reciente convivio, celebramos entre amigas la Victoria de México, como dice el comercial de esa cervecita morena.
Vuelvo al camino ―del Centro a Playas, de Playas al Centro―, a la vera de la cerca fronteriza llena de cruces. Pienso en las que nunca podremos alzar los cubanos sobre el mar, donde han quedado tantos compatriotas, devorados por el océano y por los tiburones del estrecho de la Florida y el Golfo de México. Vuelvo a las carpas de la Feria en el estacionamiento del centro comercial Plaza Río, en esa modalidad cada vez más frecuente en nuestras consumistas ciudades de “meter la cultura al mall”. Vuelvo a disfrutar el apacible desayuno con Sara y Cris, la terraza frente al Pacífico del Café Arcoiris, la chimenea en la sala de Jeanette. Sabina concluye junto a mi oído: “Con el corrido de la bella Malinche/ y el pinche gachupín/ ¡que viva México la nuit!”
Ahora que cerré la última página de Púrpura profundo, todavía abrumada de tanta intensidad y tanta promesa, me paro ante el extenso librero, indecisa, y dejo vagar la vista sobre los lomos, como sobre el desierto desde la ventanilla del avión que me traía de la Baja California. “Nunca tendrá uno suficiente tiempo para leer todo lo que quiere”, murmuro y siento cómo los libros que no he abierto me contemplan: algunos inquietos; otros decepcionados, indiferentes. El hombre duplicado se los ha dicho: es cuestión de esperar su hora, su tiempo bajo el Sol.
PD: Que alguien me dé la dirección de Mayra o la invite a darse una vuelta por este Parque. Díganle que la admiro y que cada vez que la leo me deja pensando y hablando de libros, esa gran pasión.
Hace unos días, mientras caminaba sobre el pasillo que lleva al andén de la estación Etiopía, me di cuenta de cuánto extrañaba a Tertuliano Máximo Afonso, el protagonista de El hombre duplicado de Saramago. Y más que al obsesionado y puntilloso profesor de historia, a ese narrador sentencioso, simpático y ―se diría ahora― proactivo que me hizo soltar la carcajada en pleno vagón más de una vez. “Personal autorizado está bajando a las vías en estación Guerrero”, anunciaba el audio local, lo cual quiere decir, exactamente, que algún desdichado se arrojó a que el tren terminara con la vida que ya no podía soportar. Pensé entonces si la vocación de sobreviviente de Tertuliano Máximo Afonso en algún momento hubiera podido ordenarle resolver así, tan de sopetón, sus raras tribulaciones.
Días antes, caminando con Vianett por la carpa de libreros en la Feria de Tijuana, un guiño imantó mi pupila: la colección La Sonrisa Vertical de Tusquets y, entre las rosadas carátulas, un título largamente añorado: el Púrpura profundo de Mayra Montero, ganador del XXII Premio de esa casa que padece el infortunio de que sus convocatorias más recientes hayan sido declaradas desiertas. ¿Será que ya no se ama con fiereza, lujuria y regodeo o que tanto pecar se nos hizo hábito y hemos perdido la concupiscencia y el interés en compartirla?
Dentro de mi cabeza el impertinente de Sabina cantaba bien bajito, con su voz aguardentosa: “En Tijuana,/ tres noches por semana,/ se trabajaba en México la nuit./ ¿Quiubo, señor?/ Me llamo Viridiana/ y me apellido veinticinco mil”. Esa fresca noche tijuanense, luego de una muy rica comida china en el Palacio Royal, volví a reencontrarme con Tertuliano Máximo Afonso y su hilarante narrador. No dejé el tomito hasta que conocí el desenlace de la singular aventura de los hombres duplicados.
Cuando se termina un buen libro, queda en el alma una especie de vacío. Un desapego que sólo se alivia con otro buen libro. Y fue justamente lo que pasó cuando abrí Púrpura profundo y me topé con el también excelente narrador: el odiosísimo y a veces repugnante viejo zorro de Agustín Cabán que, según su propia memoria, se despachó a cuanta solista virtuosa desfiló por la orquesta sinfónica de Puerto Rico y sus alrededores, incluidos un par de varones y una secretaria lesbiana. ¡Qué magistralidad de Mayra el narrar a través de un personaje tan escabrosa, humana y caribeñamente masculino!
“Nunca tendrá uno suficiente tiempo de leer todo lo que quiere o lo que debe”, me había dicho en el avión de ida hacia Tijuana, mientras alternaba el suplemento cultural de Milenio y un cuento fresquecito que Camilo Venegas le confió a mis ojos unas horas antes. Todo tiene su tiempo bajo el Sol, clama el Eclesiastés. Empecé a leer El hombre duplicado hace varios años. No recuerdo por qué razón ―¿aburrimiento?, ¿hastío?, ¿otro libro que le robó mi atención?― un buen día puse el marcador y no volví a abrirlo hasta hace un par de semanas. Durante años durmió en mi mesa de noche el sueño de los justos y, como era justo al fin y al cabo, volvió a la batalla y la ganó.
Sabina insiste en mi cabeza: …“los mariachis, mirando a Viridiana,/ le cantan Y volver, volver, volver”. Y vuelvo a recordar la ciudad fronteriza. Miles de mariachis en la plaza, bajo el arco, y una madurita Viridiana teñida de rubio tratando con un gringo, en un inglés chapurreado y fluido, en la planta alta del Dragón Rojo, cantina donde los primeros miércoles de cada mes la pintora Carmela Castrejón y un grupo de tijuanenses hacen Las noches del Dragón Rosa, fiesta de y para mujeres. Allí, al amparo de las siluetas femeninas en papel de estraza pegadas a la pared, testimonio del más reciente convivio, celebramos entre amigas la Victoria de México, como dice el comercial de esa cervecita morena.
Vuelvo al camino ―del Centro a Playas, de Playas al Centro―, a la vera de la cerca fronteriza llena de cruces. Pienso en las que nunca podremos alzar los cubanos sobre el mar, donde han quedado tantos compatriotas, devorados por el océano y por los tiburones del estrecho de la Florida y el Golfo de México. Vuelvo a las carpas de la Feria en el estacionamiento del centro comercial Plaza Río, en esa modalidad cada vez más frecuente en nuestras consumistas ciudades de “meter la cultura al mall”. Vuelvo a disfrutar el apacible desayuno con Sara y Cris, la terraza frente al Pacífico del Café Arcoiris, la chimenea en la sala de Jeanette. Sabina concluye junto a mi oído: “Con el corrido de la bella Malinche/ y el pinche gachupín/ ¡que viva México la nuit!”
Ahora que cerré la última página de Púrpura profundo, todavía abrumada de tanta intensidad y tanta promesa, me paro ante el extenso librero, indecisa, y dejo vagar la vista sobre los lomos, como sobre el desierto desde la ventanilla del avión que me traía de la Baja California. “Nunca tendrá uno suficiente tiempo para leer todo lo que quiere”, murmuro y siento cómo los libros que no he abierto me contemplan: algunos inquietos; otros decepcionados, indiferentes. El hombre duplicado se los ha dicho: es cuestión de esperar su hora, su tiempo bajo el Sol.
PD: Que alguien me dé la dirección de Mayra o la invite a darse una vuelta por este Parque. Díganle que la admiro y que cada vez que la leo me deja pensando y hablando de libros, esa gran pasión.
11 comentarios:
Ay Odette; qué bonito lo que te acabo de leer. Esta vez me he adelantado y te he encontrado en El Parque mucho antes de que me mandaras la invitación.
Y hablando de Libros: en la feria que ahora mismo hay en El Retiro (bajo un sol de justicia y sin una mala playa cerca) faltas tú.
Besitos y buena suerte.
vuelve pronto, te esperamos.
Ya me sentí en Tijuana leyendo tu post. ¿Todavía estará abierto El Molcajete? Oye, qué ganas de zumbarme hasta allá de nuevo, chica. Cuando vivía en San Diego iba cada semana pero desde aquí, ni modo...
Y sí, un día todos deberíamos hacer una lista de los libros que NO hemos leído y procurar salvar a alguno, por lo menos. Púrpura profundo es maravilloso, te agarra, te espeluzna. No he leído el de Saramago pero lo buscaré. Creo que Correa Mujica estaba haciendo una investigación sobre Mayra Montero, pregúntale si logró contactarla. Cariños taoseños
querida Odette, qué lamentable saber que nunca tendremos el tiempo suficiente para leer todo lo que queremos, pero que belleza que los libros que tienen "su tiempo bajo el Sol" con nosotros, nos toquen, nos colmen, nos hagan desear más.
un abrazo
jetzabeth
el otro dia un amigo de esos que no cejan en el vano empeño de ganar la puñetera loteria, me pregunto que haria yo si me ganara un premio gordo?; mi contesta fue la que me acompaña fiel desde hace unos cuantos años: me compraria varios pares de ojos nuevos para gastarlos leyendo los libros que no he leido y los otros tantos que me gustaria releer. Ya no puedo, mi querida amiga, leer un buen libro de un estiron como hace 20 años atras, y creeme que que es un penar del carajo, pero todavia confio que la ciencia (y el billete) me daran esa oportunidad; dichosa tu que tu mundo se desenvuelve alrededor de ese mundo maravilloso de los libros; cuidate querida y sigue asi como eres, un abrazo, goty.
Creo que tengo la dirección electrónica, d algún trabajo que escribí sobre ella cuando llegué a Miami. Si la encuentra, te la mado.
Un abrazo.
Marlenys
Uf,y menos mal que a ti te da por la reflexionadera y hasta rescatas alguno que se había quedado por ahí con el marcador atorado en espera de que lo terminaran. A mí me entra una culpabilidad de tres pares de...y me da por rezongar días y días "mira para eso,no he leído tal o más cual, ni este otro, y la s.... vida se me va en la bobería, si seré burra y tao, tao, tao...Pero al final el asunto es que de todos modos siempre se van a quedar miles. He llegado a consolarme pensando algo así como "ojos que no ven, corazón que no siente"; es decir: hay muchos que no sé que existen, y otros que no puedo comprar porque necesitaría pegarle al MELATE; de modo que, sacando cuentas,el número de los que pueden esperar su lugar en la cola se reduce lo bastante como para ser tolerable.
Normy
¡Gracias por el recuerdo!
Un abrazo.
Lindo el Parque 82, si, coincido con el vacio que deja terminar un buen libro. Si es narrativa le doy unos días de descanso, con la poesía vuelvo sobre algunos de sus pasos antes de colarlo en su nuevo sitio hasta que me pique releerlo.
Besos
Queve
Lindo recorrido. Gracias.
Te consigo la dirección de Mayra.
Te recomiendo otros dos libros de esos autores, por si los tienes en los pendientes: Son de Almendra (Mayra) y el último de Saramago, El viaje del elefante.
Cuando se te lee, es imposible no quererte.
B
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