Más que el mar, el glamur de Ocean Drive, esos altísimos edificios que tanto se parecen a mis sueños, Miami ha sido siempre el lugar de reencuentro con los grandes amigos. Desde la primera vez, en 1996, cuando Dinorah y Margarita me esperaban fuera del aeropuerto y convirtieron mis dos días de tránsito hacia Nueva York en una cadena de deslumbramientos: cena en South Beach en una de esas terracitas que todavía en México no eran moda; desayuno en La Carreta de la Calle 8; paseo a Los Cayos con destino final en Key West ―Cayo Hueso para los cubanos―, donde visitamos la casa de Hemingway, el liceo donde Martí convenció a los tabaqueros con su inflamado verbo, los bares gay de la calle principal y el Sloppy Joe’s, donde brindamos a nuestra salud y la de aquel que bebía sus mojitos en la Bodeguita, sus daiquiríes en El Floridita y las cervezas de barril allí mismo donde estábamos sentadas. ¡Qué buena vida se daba aquel barbú, fuera cual haya sido el desenlace!
Años después, Efraín decidió “bajar de los fríos” del Canadá y establecerse en el cálido manglar; desde entonces ha sido mi anfitrión, su casa mi casa como antes en el DF. Fue primero aquel balcón frente a la intercostal de North Bay Village y ahora éste de la Collins alta, donde ponernos al día de uno y mil temas mientras tomamos el café o la cerveza y él se envenena con su humo.
En esa ciudad, cada vez más metropolitana, me reencontré también, viaje tras viaje, con mis primos Astrid y Encito, con Marlenys y Orlando ―la vida, pródiga, me ha dado dos hermanos con el mismo nombre: La O y Montes de Oca―, con Germán Guerra. Allí he admirado esa manera casi furibunda con que los cubanos han intentado reproducir la isla, sus costumbres más esenciales, en un afán de no quedarse sin raíces. Allí, hace dos sábados, supe que ya estaba en un pedazo de patria cuando en el Havana’s on the Bay una cubanita, que seguramente se llama Yuniaikys, le pedía: “No me la saques pero no me mientas” a un cubanito que bien pudiera llamarse Yasniel, el cual respondía profiriendo a diestra y siniestra, una y otra vez, a vivo grito, ese enfático mantra isleño que empieza en pin y termina en ga.
El lunes a mediodía, mientras Elegguá, yo y mi cortaúñas estábamos embarrados en la arena, ensordecidos por el estruendo de las olas y el viento, intenté establecer una comparación entre ejercer mi actividad favorita ―pensar― front the ocean o hacerlo en la oficina. La conclusión fue contundente: ¿a quién se le ocurre esa comparación? Disuadida, pues, en ese primer intento, me puse a pensar entonces que no quiero que incineren mi rollizo cuerpecito; ésos son hábitos de inquisidores y verdugos medievales. Pero si lo hicieran ―quién le asegura al muerto que se respetan sus últimas voluntades…―, que esparzan mis cenizas no en el mar ―¡ni que fuera tiburón o medusa!―, sino en la playa, en esa franja de arena donde acaban las olas en un baño de espuma.
Para fortuna de todos ―incluidos mis pacientes y magnánimos lectores―, la noche me iba a deparar mejores alegrías. En la terraza de Germán y Carina, a orillas del lago donde deambulan felices los aligátores, volví a abrazar, después de 20 años de no separarnos un segundo pero de no vernos personalmente, a mi hermana Ena, a Heriberto, a Daína, a Cenzano, a Carlitos Pintado… volví a compartir con mi querida Elena Tamargo y conocí a otros tantos viejos amigos de la internet: Teresita Dovalpage, William Navarrete, Néstor Díaz de Villegas, Jose...
Si sólo hubiera ido a Miami para esa ocasión, habría valido la pena… que pena no hubo ninguna. Pero el día siguiente me aguardaban más sorpresas. Después de un almuerzo y paseo meridiano por Las Olas Boulevard de Fort Lauderdale con Efraín y Orlando, la noche lluviosa ―algún asunto pendiente debo tener vaya usted a saber con qué orisha que dondequiera que llego convoco a la llovizna, si no al aguacero, así sea el Sahara más sediento―, al entrar en la carpa del Café Bohemio de la XXV Miami Book Fair International, el primer abrazo fue de María Isabel Rodríguez Giraudy ―¿nunca podré llamarla por su nombre de casada?― y a continuación fue una cadena: Alejandro Ríos, Alex “Papagayo” Fonseca, Carlos del Pino, George Riverón, Juan Carlos Valls, Luis de la Paz, Reinaldo García Ramos, Maricel Mayor… Justo entonces recordé lo que me dijo Susana hace unos meses, la noche del homenaje a Osvaldo Navarro en la Casa Lamm: “Parecieras otra persona… Éste es tu ambiente natural; ésta eres tú”.
Alejandro Ríos nos dio la bienvenida, Germán presentó a Cenzano, Ena me presentó. Con la boca abierta, a pesar de algún que otro desconcierto y de su limitada distribución comercial, me ha dado grandes satisfacciones, pero nunca antes me sentí tan cómoda, tan a gusto, leyendo esa primera parte del “Retablo para amores imposibles” que recrea, además del amor irrealizado, que es su buen pretexto, aquella Habana de principios de los noventa. Una vez más desfilaban ante mis ojos y los oídos de los presentes el gentío del bulevar de San Rafael, los libros prohibidos, el bullicio de Centro Habana, la música de entonces y de siempre, los sorbos de aquel ron nicaragüense, Margarita y el miedo de que dijera no.
Siempre voy a todos lados con el tiempo contado; debe ser un sino. Yo que añoro y envidio esas estancias largas de que hablan las biografías de los escritores míticos, aquellos periplos sin rumbo fijo. Aun así, siempre hay espacio para las anotaciones que después se convierten en materia poética. Allí, en el balcón de Efraín, frente a esas aguas que también tocan las costas de la isla, escribí los versos que darían lugar, días después, a este poema:
Años después, Efraín decidió “bajar de los fríos” del Canadá y establecerse en el cálido manglar; desde entonces ha sido mi anfitrión, su casa mi casa como antes en el DF. Fue primero aquel balcón frente a la intercostal de North Bay Village y ahora éste de la Collins alta, donde ponernos al día de uno y mil temas mientras tomamos el café o la cerveza y él se envenena con su humo.
En esa ciudad, cada vez más metropolitana, me reencontré también, viaje tras viaje, con mis primos Astrid y Encito, con Marlenys y Orlando ―la vida, pródiga, me ha dado dos hermanos con el mismo nombre: La O y Montes de Oca―, con Germán Guerra. Allí he admirado esa manera casi furibunda con que los cubanos han intentado reproducir la isla, sus costumbres más esenciales, en un afán de no quedarse sin raíces. Allí, hace dos sábados, supe que ya estaba en un pedazo de patria cuando en el Havana’s on the Bay una cubanita, que seguramente se llama Yuniaikys, le pedía: “No me la saques pero no me mientas” a un cubanito que bien pudiera llamarse Yasniel, el cual respondía profiriendo a diestra y siniestra, una y otra vez, a vivo grito, ese enfático mantra isleño que empieza en pin y termina en ga.
El lunes a mediodía, mientras Elegguá, yo y mi cortaúñas estábamos embarrados en la arena, ensordecidos por el estruendo de las olas y el viento, intenté establecer una comparación entre ejercer mi actividad favorita ―pensar― front the ocean o hacerlo en la oficina. La conclusión fue contundente: ¿a quién se le ocurre esa comparación? Disuadida, pues, en ese primer intento, me puse a pensar entonces que no quiero que incineren mi rollizo cuerpecito; ésos son hábitos de inquisidores y verdugos medievales. Pero si lo hicieran ―quién le asegura al muerto que se respetan sus últimas voluntades…―, que esparzan mis cenizas no en el mar ―¡ni que fuera tiburón o medusa!―, sino en la playa, en esa franja de arena donde acaban las olas en un baño de espuma.
Para fortuna de todos ―incluidos mis pacientes y magnánimos lectores―, la noche me iba a deparar mejores alegrías. En la terraza de Germán y Carina, a orillas del lago donde deambulan felices los aligátores, volví a abrazar, después de 20 años de no separarnos un segundo pero de no vernos personalmente, a mi hermana Ena, a Heriberto, a Daína, a Cenzano, a Carlitos Pintado… volví a compartir con mi querida Elena Tamargo y conocí a otros tantos viejos amigos de la internet: Teresita Dovalpage, William Navarrete, Néstor Díaz de Villegas, Jose...
Si sólo hubiera ido a Miami para esa ocasión, habría valido la pena… que pena no hubo ninguna. Pero el día siguiente me aguardaban más sorpresas. Después de un almuerzo y paseo meridiano por Las Olas Boulevard de Fort Lauderdale con Efraín y Orlando, la noche lluviosa ―algún asunto pendiente debo tener vaya usted a saber con qué orisha que dondequiera que llego convoco a la llovizna, si no al aguacero, así sea el Sahara más sediento―, al entrar en la carpa del Café Bohemio de la XXV Miami Book Fair International, el primer abrazo fue de María Isabel Rodríguez Giraudy ―¿nunca podré llamarla por su nombre de casada?― y a continuación fue una cadena: Alejandro Ríos, Alex “Papagayo” Fonseca, Carlos del Pino, George Riverón, Juan Carlos Valls, Luis de la Paz, Reinaldo García Ramos, Maricel Mayor… Justo entonces recordé lo que me dijo Susana hace unos meses, la noche del homenaje a Osvaldo Navarro en la Casa Lamm: “Parecieras otra persona… Éste es tu ambiente natural; ésta eres tú”.
Alejandro Ríos nos dio la bienvenida, Germán presentó a Cenzano, Ena me presentó. Con la boca abierta, a pesar de algún que otro desconcierto y de su limitada distribución comercial, me ha dado grandes satisfacciones, pero nunca antes me sentí tan cómoda, tan a gusto, leyendo esa primera parte del “Retablo para amores imposibles” que recrea, además del amor irrealizado, que es su buen pretexto, aquella Habana de principios de los noventa. Una vez más desfilaban ante mis ojos y los oídos de los presentes el gentío del bulevar de San Rafael, los libros prohibidos, el bullicio de Centro Habana, la música de entonces y de siempre, los sorbos de aquel ron nicaragüense, Margarita y el miedo de que dijera no.
Siempre voy a todos lados con el tiempo contado; debe ser un sino. Yo que añoro y envidio esas estancias largas de que hablan las biografías de los escritores míticos, aquellos periplos sin rumbo fijo. Aun así, siempre hay espacio para las anotaciones que después se convierten en materia poética. Allí, en el balcón de Efraín, frente a esas aguas que también tocan las costas de la isla, escribí los versos que darían lugar, días después, a este poema:
VEINTIUNO
Y entonces habló el mar
repitió entre palmeras un guarismo.
En esos días en que enardece el celo
la playa es una niña juntando caracoles
una mano en el hueco de mi mano.
Ése es el resplandor que convoca a las ánimas
fantasmas que ante mí se corporizan
viejos abrazos sí resucitados
círculos que también ha aprendido mi alma.
El verdor
que es la marca del paisaje
nada quiere decir
sólo el curso natural que estos días extraños
siembran en mi cabeza
al fondo de mis ojos
allí donde se enreda esta absurda película.
Las cuentas caen al mar
se hacen guarismo
valses de ingravidez.
Desde un balcón
alzada por el aire
describo una pirueta y otros actos de suerte
convoco a mis fantasmas.
Y entonces habló el mar
repitió entre palmeras un guarismo.
En esos días en que enardece el celo
la playa es una niña juntando caracoles
una mano en el hueco de mi mano.
Ése es el resplandor que convoca a las ánimas
fantasmas que ante mí se corporizan
viejos abrazos sí resucitados
círculos que también ha aprendido mi alma.
El verdor
que es la marca del paisaje
nada quiere decir
sólo el curso natural que estos días extraños
siembran en mi cabeza
al fondo de mis ojos
allí donde se enreda esta absurda película.
Las cuentas caen al mar
se hacen guarismo
valses de ingravidez.
Desde un balcón
alzada por el aire
describo una pirueta y otros actos de suerte
convoco a mis fantasmas.
17 comentarios:
Odette querida, ¡qué bella descripción de tus días miamenses y sentido poema! Fue un placer conocerte y presenciar el encuentro tan emotivo entre tú y Ena y disfrutar de la compañía de tantos buenos amigos. Creo que todos hablamos, nos movemos, pensamos y sentimos diferente en Miami. Tienes razón en decir que es "nuestro ambiente natural". Ahora ¡a volver! A todos nos hace falta convocar a esos fantasmas de vez en cuando.
saludos Odette, contenta de leer ese recuento tan jovial, con rumores de mar;
un abrazo
Vaya Gallega! Bueno, esta lindo eso de los re-encuentros. Aunque a veces pensar en el origen puede tener su dolorcito, mas vale disfrutarlos. Son parte de la aventura de la vida. Te comprendi mucho con lo del poco tiempo, pues me ha pasado que he visitado ciudades y ni siquiera he podido a ver a todos los que quisiera. En fin. Que el proximo viaje te traiga a Buenos Aires! BSote.
Ernesto Carro
Querida Odette:
Me ha gustado mucho tu artículo, tu visión de Miami que contrasta con otras no muy afortunadas esparcidas por Internet -ya sabes, el estigma de que no es "como antes", en el peor sentido de la palabra, porque "como antes" puede significar también que ha crecido para bien- tus reencuentros, lo que significa el tiempo, el mar, ese aluvión de recuerdos y reflexiones que sólo es posible cuando afloran emociones muy especiales.
Como siempre, disfruto mucho tu trabajo. Magnífico.
Un gran abrazo,
Karin
Leido tus recuerdos de sol y universo, de arena y guarismo, siento el deseo de decir algo bonito a quien no conozco -¡ni me conoce!-: eres bella y hermosa, por lo que ven mis ojos en las fotos donde te encuentran y por como las palabras que convocas para mostrarte gestionan lo que dejas en mi de ti cuando te leo.
No te preocupes, sólo es elogio literario. Y no hay más.
Lázaro Buría
Que bueno que hayas disfrutado de todo eso que cuentas, amiga Odette, que envia (sana, vaya oximoron) siento desde este frío Oviedo. Yo sólo estuve en Miami 15 días, circunscrita a Hialeah, salvo por un fin de semana que disfrutamos de Miami Beach, que maravilla! Gracias por compartir tus experiencias, leerte es un poco vivirlas yo también. Un saludo,
Rosa
Muy lindo Odette, para mi Miami es como lo pintas, lleno de recuerdos, de Cuba, de amigo, en fin gracias por este lindo regalo
mi querida amiga , tu si que tienes suerte, yo en cambio cuando voy a miami nunca veo a nadie conocido de la intelectualidad o de lo que sea , solo a mi querido amigo rolando alea con quien comparto una gran amistad y de casualidad si lo cojo a pinillo (esa bala perdidad!!)tambien a mi querido emilio garcia (cuando contesta el cabron cellular)en fin la mer!!(de). un abrazo de corazon.
gotardo.
Odette, me alegra mucho que la hayas pasado tan bien en tu viaje. Como dicen por aquí: "sabe a teta" leerte feliz y optimista. Muy bonito y entrañable tu texto, y sobre todo, tu poema. Ay, esta debilidad por la poesía... Estuve tres veces en Miami, y ciertamente, sólo pude encontrar amparo en la compañía y la complicidad de familiares y amigos. No es el sitio donde me gustaría perderme... Ni encontrarme, si es que algún día me pierdo. Pero como tú, tengo grandes amigos allí y muchos familiares, muy buena gente que hace amables mi estancias en un lugar tan anodino. Te abrazo.
Jorge
Barbaro, la pasamos muy bien, me encanto verte, lo unico que no me gusto fue que no pude disfrutarte mas y contarnos bretecitos.
Un besote hermana
Ena
Qué bueno Odette, como disfruté que hayas encontrado parte de la isla en este viaje, me bebí el Parque de hoy como si hubiese estado también en esos días contigo. Qué decir de la coda -el poema- certero resumen.
Te mando un beso grande amiga mía y te dejo mil gracias.
Queve
Hola Odette:
Fue un placer verte después de tantos años y compartir contigo en casa de Germán y en la Feria. Leyendo tu pequeña crónica y luego la de Navarrete a la que remites veo uno de los comentarios de un tal Faranyi que dice me conoce y se acuerda cuando yo tocaba la guitarra en la filial de Guantánamo. Estamos hablando de antes de nuestra era, años 1976-1977, años de estudios universitarios y de parrandas y libaciones colosales e inolvidables. Si sabes quien es me gustaría escribirle un correo pues en su block no tiene su dirección.
Un abrazo
Carlos Cenzano
Querida mia...tengo tantos Miamis como viajes he hecho alli... el primero, un total desastre de reencuentros familiares, circunscrita a Hialeah, como dice alguien por aqui, y a la cubana comida que tan poco favor le hace a mi panza y con un epilogo fatal del que no vale la pena hablar aqui... el segundo, con los amigos, mucho mas consolador y divertido, el tercero, de lunita de miely frente al mar, en el apartamento de Ana y Marlenys y escondidas de la familia, fue la bomba y el cuarto de conferencia en la FIU, donde cogi la gripe mas estruendosa de la historia y Elena Martinez perdido su avion porque nos quedamos todas dormidas en el hotel...
Entonces, Miamis hay en mi, como fideos en la sopa... todos humedos de llanto, mocos o placer... todos hermosos a su manera... pero este viaje tuyo, lo vivo como propio y lo bailo contigo... las ferias, ese ambiente natural del que ya no soy parte y quien sabe si regrese...
gracias por compartir como siempre... y cuando carajos vas a poner mi blog en tu lista, mi amolcito? o tengo que ponerme mas chusmita para que lo hagas?
Cenzano, disculpa que use este Blog, como si fuera un directorio. Gracias a Odette supe que estabas por Miami, vi tu foto y entonces me dije, es el mismo, cuando estabamos en la Inagua, conversamos varias veces y luego en Santiago, aqui te pongo la direccion de un blog que recien comence a escribir, por supuesto ni a la suela de ustedes dos le llego, pero me sirve de catarsis. Saludos Luis Bello
http://faranyi.blogspot.com/
Odette: acabo de leer tu parque del ajedrez. Ayer no pude rodeada de tanto estudiante necesitado. No habia pared ni espejo privado. Hoy,
antes de irme a la casa encontré un poquitico de silencio y pude leer tus impresiones sobre el lugar y los amigos, tu experiencia como poeta en la Feria y fue como dar un paseo propio por el mar, las calles, los desayunos con pastelitos de guayaba. Te has ganado el camino, amiga; todos vamos detras de ti, en una conga virtual de alegría melancólica.
Hola Odette: linda crónica. Miami estaba espectacular. Tienes razón. Yo también conservo recuerdos excelentes. Te mando en estos días nuestras fotos en lo de GERMANICVS. Hamacados y con la risa como sonajeros. Tu poemario me lo leí de un tiro: EXCELENTE. Abrazos grandes.
AY MI ALMA, ESE POEMA TUYO ME DESCOJONÓ. PERO YA SABES, NO TODOS LOS DESCOJONAMIENTOS SON PARA MAL. UN BESO DEL TAMAÑO DEL MUNDO Y MI QUIERO, TAMBIEN ENORME, EL DE SIEMPRE.
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