martes, 14 de octubre de 2008

Rones viejos




Para brindar con mi hermano Orlando La O, que hoy suma
un año más a esa ya larga cuenta; a Lazarito, que cumplió antier;
a Pedri, que cumplirá el 19; a Teresa y Pequeño, el 21.

En memoria de Oscar Ruiz Miyares.




El sábado a mediodía destapé una botella de ron Caney carta oro, “fundada en 1862”, “producido y embotellado en Santiago de Cuba”, que conseguí en Honduras hace unos meses por sólo cien lempiras (unos seis dólares). Después de echar a los santos, tras la puerta, el primer chorrito, la llevé instintivamente a mi nariz. El impacto fue inmediato y desconcertante. ¡Había olvidado ese olor! Tan fuerte y crudo que sentí al hígado chillar y revolcarse de sólo reconocerlo. Fue como abrir un ánfora antigua de la que escaparan, ululando, las ánimas en ella contenidas. Como la lámpara de Aladino o la caja de Pandora.
Dos primeras visiones, nítidas, afloraron de ellas: la escalera del Museo del Carnaval y el comedor iluminado de mi casa de Santiago. Después, la casona de la UNEAC y los jardines de la Casa del Caribe. La historia de mi vida adulta en Santiago de Cuba es un anecdotario ligado a la cultura y al alcohol. A la rebeldía, a los amigos, a los amores primeros… y al alcohol. Como la ciudad misma, envuelta siempre en esos olores a melaza y etanol. El vuelco en el estómago tuvo que ver, sin lugar a dudas, más que con un mecanismo fisiológico, con el recuerdo de aquellos intensos años que volaron sobre la década de los ochenta como sobre una pista de carreras.
No es ninguna gracia, diría mi madre, estar contando, como si fueran un chiste, las borracheras. Pero ya había recordado aquéllas juveniles cuando, hace unos días, la… contengo el adjetivo… de Marisa ligó varios licores y acabamos penosamente ebrios, como barricas de aguardiente barato. En los ochenta, en Santiago rescataron de quién sabe qué viejo baúl la receta del ron Los Marinos Paticruzao. Un licor oscurito y perfumado que era un veneno; hacía el mismo efecto que la mezcla de Marisa. “Ron de albañiles”, decía mi mamá, que lo conocía —de oídas, claro está— de tiempos de la República.
Con la botella de Caney entre las manos —¡juraría que era este mismo el olor!—, al son de las patas trenzadas de Los Marinos vienen las memorias de las tazas de manzanilla inútil que mi madre, refunfuñante, preparaba para curarme las resacas incurables; botellas de Hatuey de 13° —universitarias, decía el chiste popular, porque superaban los doce grados de la enseñanza media—, con el cacique de moño lacio en la etiqueta, que compartía con mi padre cuando, ya mujeres nosotras, se volvió más participativo en la vida familiar; fiestas de adolescentes que tomábamos alcohol de 90° mezclado con menta o café; una Viña 95 al cobijo de la cual una amiga muy querida decidió dejar de hablarme y no volví a saber de ella; los preparaítos de remolacha y vino seco que hacía mi papá; carnavales y bailes, festivales de estudiantes o peñas de artistas, viajes de inspección cultural a los municipios… todo acababa siempre en una libación sin fin.
Litros y litros de Caney, Matusalén, Santiago o Bocoy compartí con los amigos en cualquier casa o esquina santiaguera, en los bares del hotel Bayamo o el Venus, en la Iris o el Tricontinental. Cuando esos elíxires desaparecieron como por arte de magia o los “desviaron” al turismo internacional, su vacío fue llenado por aquellos destilados inexplicables —decían que hasta de keroseno—, hechos en alambiques particulares improvisados, a los que llamábamos chispa e’ tren, bájate el blúmer o nombres similares que aludían a su dudoso origen y a sus contundentes efectos.
Cuando uno pertenece a familias apocadas en asuntos de celebraciones baquianas, empinar el codo suele estar muy mal visto y peor juzgado. Pero el alcohol es el protagonista, por excelencia, de todas las actividades sociales. No hay personaje de película o de televisión que al llegar a casa, después de una larga y agotadora jornada, no descorche una cerveza o se sirva un whisky. Cualquier pretexto es bueno: las fiestas y los velorios, los triunfos y los fracasos, los nacimientos y las despedidas, las dudas y las certezas, la orfandad y la esperanza, las novias y las ex. Y la amistad. Sobre todo la amistad. Porque ser, como diría Sabina, un “impúdico animal sin pedigrí adicto al elixir del corazón de las botellas” es pertenecer a una especie de cofradía intraicionable.
Cuando volví a Santiago, años después de haberme asentado en México, mis antiguos cofrades se sorprendían, con ojos de incomprensión sin fondo, de que tomara, en primer lugar, cerveza —cosa de habaneros, suavecitos, maricones… ¡los orientales, bien machos, tomamos ron!—; en segundo y vergonzoso lugar, ¡ron con Coca Cola! Mi condición de santiaguera de pura cepa ha quedado, desde entonces, muy en entredicho.
La semana pasada llegó, inesperada, la terrible noticia de la muerte prematura de Oscarito El Monstruo, uno de los personajes más importantes de la cultura santiaguera en las décadas recientes, que fuera mi primer jefe en el Departamento de Arte de Cultura Provincial; aquel hombrón enorme con el que compartí tanto sueños comunes como desencuentros durante el proceso de creación y puesta en marcha de la Asociación Hermanos Saíz. En los últimos años fallecieron también Joel James y María Nelsa, Jorge Luis Hernández, Cos Cause, Meneses, Ferrer Cabello y su hijo Guarionex, Crespo Frutos, Julián Mateo, Silvio Frómeta, Jorge Pruna, mi tío Pepín… Demasiados en tan poco tiempo. Como si un viento impío flotara sobre la ciudad.
Hace unos meses, después de uno de esos batacazos, desconcertada le pregunté a Pequeño: “¿Por qué, Pepe?, ¿qué está pasando?” Él me respondió: “Nos dimos, nos dieron, muy mala vida”. Ahora, con la botella de Caney entre las manos evoco esa respuesta y aquel poema mío de la “Caja de música”:



Piensa que ellos han vuelto y empujarán la puerta
que traen los rones viejos y la inconformidad
que bailarán de nuevo aquella melodía


y siguen llegando uno a uno los recuerdos como, al son del viejo son, los bailadores, compay, por los camino’ atasca’o.

20 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi querida odette... como sabes ando sin tiempo, pero te leo, te leo... y te doy la bienvenida de regreso a los temas cubanos que son, como dirian mis amigos de España, los que molan mas... alli donde abres y rompes el corojo y como dice Xiomara, la Laugart (a quien vimos este fin de semana en vivo) nos pones a gozar como quiera...
También a Matanzas la ha azotado una rafaga de muerte... mas de diez amigos, poetas, cantantes, historiadores, en cosa de año, año y pico...
Nunca he tomado mucho alcohol... pero el otro dia le contaba a maya, algunas de mis pocas borracheras, con un quitate el blumer, precisamente, yo aprendi a hacer ese ejercicio años despues y sobria... aburrida, cierto? pero todo paso en Cuba, lo terrible y la maravilla... todos los hallazgos... en Cuba te descubri a ti y todavia lo estoy celebrando... muy fina ahora, con un licor de Amaretto, que es lo unico que tomo, bueno y algun tinto del Duero, que pa eso nos fuimos...
un abrazo, mi querida...

L. Santiago Méndez Alpízar / Chago dijo...

Bien sentido y memorioso: eres grande como amiga, querida Odette.

Va mi abrazo.

Ch.

Anónimo dijo...

Coño Gorda yo no supe cuándo murió Meneses, era mi socio y compañero de aula en la universidad, ¡tremenda gente! Y El Monstruo, también mi socio, ¡increíble! Recientemente murió el hermano menor de Etna Aladro (debes recordarla) de cirrosis hepática, definitivamente muy mala vida.
Se te quedaron fuera los Caribe (el Palma y el refino) eran los que frecuentemente bebíamos en casa de La Del Castillo. Pero el Santiago... ¡Muero por un Santiago carta blanca!
Un abrazote, tu hermana
Ena

Anónimo dijo...

Ah, odette, se me olvidó decirte antes: gracias por escribir tan sinceramente... porque mira que tú eres honesta, corazón... y mira que hay gente aprovechada y circunstancial (como un complemento de tiempo y otro de modo, cualquiera, muy vulgar) que no te merece...

Anónimo dijo...

Querida Odette, recuerdas a Pancho el Bravo"? Aquél vino tinto búlgaro que desató una ola de estómagos flatulentos y vejigas púrpuras? Vaya si lo sabré! Ciertamente el alcohol en Cuba toda estaba -como creo que hoy por hoy también- o mejor dicho, formaba parte de la ritualidad social,y no había peña que no destilara su aromático imperio. Algo que se acostumbraba en los carnavales, era mezclar en un cubo la cerveza cruda (la traían en camiones cisternas) con vermouth, ron y hasta ginebra (que sabía a colonia Bebito). Luego veías a los grupos de gentes de arriba para abajo con sus respectivos cargamentos, sentados en el malecón porque ya no podían ni caminar, con el tumba'o característico del "juma" y las lenguas enredadas.
Era una época de búsqueda de identidad, de alucinaciones y paranoias, de verso herido y amores apresurados, una especie de Roma tercermundista en sus últimos días, donde era mejor -aunque no lo confesaramos- estar ebrio para soñar con la Roma de Richard Burton y Elizabeth Taylor, que por cierto, se divisaba desde nuestras costas habaneras en las noches de luna nueva como un destello imperceptible, un halo provocador.
En fin, que aquí estamos, abstemios, sin náuseas, con un vinillo de vez en cuando acompañando una cena.
Como siempre, disfruto mucho tu Parque, que imagino nostálgico.
Karin

Anónimo dijo...

Odette, amiga, te entiendo. Aunque mis ciclos nostálgicos se van espaciando cada vez más, siguen siendo intensos y suelen venir de la mano menos previsible. Ya ves, una botella de ron cuánto puede evocar. Yo en estos días he estado pendiente de "la tierra" porque tengo una gran amiga de aquí presentando allí su último disco. Y claro, la he puesto en contacto con viejos amigos (también amigos viejos, porque allí se envejece a la velocidad de un cohete) para que se sintiera bien arropada. Bueno, por ello he rozado un nuevo período nostálgico que, no sé si para bien o para mal, he tenido que drenar rápidamente en la inmediatez machacona de la actualidad: noticias, crisis, ángeles, demonios... Si en tal estado de vulnerabilidad, a tu sentido texto de hoy, se hubiera añadido una buena botella de Bucanero (mi ron preferido) o de Santa Cruz (mi ron más cercano) seguramente no habría escapado del "hueco". Siento mucho que hayas tenido tantas pérdidas entre tus amigos y familiares en tan poco tiempo. Pero te insto a destapar ese Caney, si es que no lo has terminado ya, para dar cuenta de él, agradecida, claro, de que te haya permitido tanta evocación. Yo te doy las gracias por compartir sus efectos con nosotros. Te abrazo.
Jorge

Anónimo dijo...

Odette, me ha gustado muchísimo tu artículo y he aprendido cantidad de él. Pues, bitonga que soy, yo no conozco, de todos esos elíxires que mencionas, más que el Viña 95 que mi abuela me hacía tomar, con una yema de huevo revuelta en azúcar, arf, cuando me daba catarrito. Bitonga bien y shame on me!

Anónimo dijo...

"Dame más vino... que la vida es nada", decía Pessoa. Y eso fue lo que les dije a Mabel y a Maya este domingo, luego de ver a la Laugart frente a la gran ciudad.

Por cierto, uno de los primos de mi padre decía siempre que él bebía para emborrocharse, y que se emborrachaba para olvidar las penas. Nosotras, en cambio, muchas veces hacemos lo contario, como si estuviéramos persiguiendo recuerdos.

Anónimo dijo...

Querida Odette; gracias por regalarme este parque. Por compartir tus recuerdos. Los nuestros. Ayer tu hermana "me regaló" una llamada de teléfono para felicitarme. Era tarde y estaba en la cama. Me levanté creyendo que por ejemplo era Rolando o cualquier otro amigo. Y para sorpresa. Una bonita y muy alegre sorpresa, fue tu hermana. Con la que compartí tantos alcoholes habaneros en los primeros noventa. De todas las marcas, sabores y olores. Sobre todo de los "mezclados y novísimos". A cualquier hora y casi en cualquier lugar. Donde nos dejaban. Donde lo encontráramos. Pero lo mejor en esa época era compartirlos con ella. Reirnos. Llorar. Enfadarnos. Y volver a encontrarnos.
Ahora déjame brindar contigo una copita de tinto de Toro. Un crianza con mucho cuerpo: Bajoz. A falta de ron, que hay que comprar.
Gracias de nuevo.
Besos.

Anónimo dijo...

Mi hermana muy querida, no tenngo que decir nada más. Me ha conmovido mucho esa muerte de Oscar y por eso ahora mismo que te escribo estas palabras orientales de amor, me estoy bebiendo un trago. Un beso.
Bladimir.

Anónimo dijo...

Gracias, cariño. No tengo que repetírtelo, eres de las cosas que Dios me concedió, quizás porque sabía que un día me alejaría de mi patria. Tu reflexión, brillante como siempre, me ha movido los recuerdos. En mi insomnio correspondiente a la madrugada de anoche, no pude menos que escribir en mi mente todas las añoranzas que me trajo el tema. Te quiero, sabes que te quiero,
Pepe

Anónimo dijo...

Me gustó su artículo, pero para nada comparto eso de "habaneros suavecitos y maricones" porque tomamos cerveza. Es irrespetuoso. Después no quieren quieren que les digan "nagües" y palestinos aquí. El desprecio es mutuo, señora...

Anónimo dijo...

Hola Odette, primera vez que visito tu blog y de repente me ha impresionado mucho este post sobre los Rones Viejos, yo soy de esa generacion que compraba el Paticruzao a 12 pesos, pero luego en los 90 teniamois que tomar alcohoelite con te negro e inventar todo tipo de bebidas para hacernos mas soportable la situacion. Tmabien conoci a muchos de los que mencionas que han fallecido uno en partiuclar le agradezco mucho que me prestara su libro El Monte, hace muhcos annos, los demas los recuerdo. Quizas no nos conocimos en Stgo, pero seguro que nos cruzamos en algunos momentos en Santa Rita durante los Carnavales o en algun Bar o esquina de Stgo, exitos y nos vemos en la red. Un santiaguero de la mas.

Odette Alonso dijo...

Pensé dejar pasar este comentario tan fuera de lugar, pero más bien me ha dado pie a recordar a todos mis buenos amigos habaneros, de los que nunca recibí un insulto, una burla o una humillación, ni antes ni en los años en que viví en la capital. Para ellos, que saben cuánto he amado a esa ciudad hermosa, mi cariño probado, el de siempre. Quienes me conocen saben que jamás enarbolo desprecios absurdos o insustentos.
Aprovecho para agradecerles a todos los que leen este blog sus comentarios y su apoyo. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Odette:
Quisiera primero que todo agradecer el compartir este parque.
Al empezar a leerlo automáticamente
me remonté a recuerdos de tu país.
Es increible lo que se puede sentir en la distancia, las conexiones , las nostalgias compartidas y tratar de vivir día a día el desapego de la raíz en el que se nace.
¡Gracias por ello!
Vicky

Anónimo dijo...

Hola Odette, he seguido leyendo tu blog sobre todo los post anteriores, me maravilla ver como puedes recordar y recrear cosas de Santiago, es increible, me he acordado de muchas cosas de mi juventud gracias a tus comentarios. Comparto muhcas de las cosas que escribes y sobre todo como la escribes sobre todo las que mencionas a Santiago y tambien a Guantanamo, pues son ciudades gemelas. Yo no se si tengo mala memoria, pero me cuesta mucho revivir ese pasado de La Placita, de la conga de San PEdrio, de Marti, del Club Kon Tiki (donde aprendi a tomar cervezas) en fin de esa ciudad querida. Mis respetos para ti y mis mejores animos paa que te mantengas. Firmado un Santiaguero del Mundo.

Fabricio Estrada dijo...

Tan rocanrolero el ron que recuerdo y que aparece como conejo en sombrero de mago cada vez que se anuncia un viaje al sol, al sol del verano...vaya, el sol ese es como un pedazo de limon en el abismo dorado de un vaso de ron, siempre tan bueno...recomiendo el Ron Centenario 18 años Flor de Caña, es una experiencia brumosa, como golpe y espuma en el rompeolas de la lengua.

Salud Odette!

Elia Martínez-Rodarte dijo...

Querida Odette, te leo como siempre con mucho gusto. Todo lo que verse sobre Cuba, incluso la alegría de ustedes que es cascabelina y contagiosa, trae esa leve pátina melancólica que intuyo más no sé de cierto, de qué se trata. Eso hace tan entrañable a Cuba y a sus hijos e hijas. Celebro que Cuba nos haya dado a tu persona, a vos que tanto lindo nos das con estas palabras. Te contesto con calmita más tarde, que ando, como loca este mes.
Besos.
E.

el goty dijo...

hace unos dias, exactamente el domingo pasado una amiga santiaguera me invito a compartir una botella de recuerdos(havana club añejo)y unos cohibas que trajo en su primer viaje a cuba desde que se fue hace mas de 20 años; puedes estar segura que senti casi lo mismo que tu al degustar el elixir de los dioses ebrios, la noticia de la muerte de julian mateo y oscarito me ha jodio el domingo , que como diria padura ya es bien maricon en la tarde, cos ya era carne de las parcas desde la ultima vez que lo vi en mi ultimo viaje a cuba; anyway eso justifica una buena nota en su honor , que la cojere en cuanto termine de leer unos articulos de mi trabajo, un beso y un abrazo mi querida amiga y cuidate que de los buenos ya van quedando pocos.

Anónimo dijo...

Rones nuevos o las trampas para besar a Odette

Odette:
Estoy en un colmado de otro Santiago, esta vez de los Caballeros, e intento remover un Cuba Libre para beberme los rones viejos de tu blog con la laptop sobre las piernas. Pudiera no parecer el mejor lugar para concentrarse y escribir, pero hay luna llena, la bachata afirma con filosófica categoría que los hombres también lloran y los tígueres que discuten hacia mi izquierda, siempre atentos a la respectiva chata de ron, me ignoran con respetuosa indiferencia, salvo en los escasos momentos que precisan mi opinión para dilucidar quién debe ser el novato del año en la Liga Americana o qué resulta más erótico, si el trasero de la López o los labios de la Jolie. A la primera consulta respondo cubano y decidido: Alexei Ramírez. A la segunda, salomónico y condicional: depende para qué.
Tus remembranzas alcohólicas exigen ser bebidas en este colmado. Es más pequeño que el garaje donde viví quince años en Santiago de Cuba –y recordarás que era muy pequeño–, pero su olor indefinible a objeto y a deseo contiene las esencias del revoltijo universal. Infinitamente más de lo que un ser humano pueda necesitar para la sobreviviencia se apila al otro lado del mostrador: desde una tuerca hasta un plátano, desde una aspirina hasta un disco compacto, desde un rollo de papel sanitario hasta media libra de camarones… sin que falten las fórmulas infalibles para soportar las cuitas del desamor. Pero nada se compara con el estante de bebidas donde es posible encontrar un ron blanco que Barceló embasa por centavos –clorito, le llaman los dominicanos– junto a una orgullosa botella de Jhonny Walker black label –Juanito Caminante, según Juan Salvador Guevara–; un aguardiente peleón junto al Bacardí añejo que en el anuncio publicitario se toma un tipo con pinta de ejecutivo top class; el misterioso y potente clerén junto a una tinta botella de Marqués de Riscal.
Los cubanos somos los parias del invento. Y como además bebemos hasta estar seguros de que la vida vale la pena, a contrapelo de todos los períodos especiales y las corrosiones del olvido, durante casi medio siglo hemos extraído alcohol de cualquier cosa. Mi padre ascendió a maceta haciendo guárfara a partir de azúcar y, para el momento en que lo trancaron por tres años, ya le daba un toque de sabor con cierto amarguito y le ponía etiqueta a las botellas, todo gracias a unos habilísimos proveedores que merodeaban por la fábrica de ron… estatal, por supuesto. Otros se movían como sombras entre los trenes cargados de miel de purga para el ganado, materia prima de la cual derivaban un alcohol que no solo estableció un record continental de hígados reventados, sino que además dejó impotente a un alto por ciento de la población masculina cubana por la habitual presencia de urea en esas mieles. Tampoco pudieron escapar a la furia destilera las frutas, algunas viandas, no pocos productos farmacéuticos y el alcohol de reverbero.
El asunto llegó a mayores cuando algún cubiche injustamente olvidado hoy estuvo a punto de obtener el Nóbel de Química por descubrir que la mierda era una materia excepcional para atraer las impurezas del alcohol, sobre todo el keroseno que con tanta frecuencia se encontraba presente en aquellos “elíxires” cubanos. El nombre que adoptó el producto así procesado era toda una revelación: cagín. ¿Por qué crees que la palabra comemierda ha pasado a formar parte de los símbolos patrios en la posmodernidad isleña y socialista? Alguien debería estudiar la ironía poética subyacente en los nombres que los alcoholes creados por la inventiva criolla rubricó: Hueso de Tíguere, Mofuco, Chispa e’ Tren y tantos más. Todavía me recuerdo de quince años y escapado a la orilla del río Cauto con cinco o seis adolescentes más para cubrir la falta de alcohol bebestible tragando Poción Yacú, aquel jarabe para personas con dolencias vinculadas a la presión arterial. Al día siguiente nos tiraban a las cinco de la madrugada y salíamos a cortar caña con un furor apocalíptico, ¿cómo no iba a ser si llevábamos la presión en setecientos con quince?
Entre esos alcoholes espurios se hizo pero también se deshizo nuestra vida. Con ellos al lado, como compañeros fieles y propicios, creamos nuestros mejores proyectos, quemamos nuestros mejores sueños y construimos lazos de cariño, algunos de los cuales han probado ser invulnerables, incluso al tiempo y la migración. Con ellos también empezamos a morir hace mucho. Todos los nombres de intelectuales y artistas santiagueros –terriblemente demasiados– que mencionas en tu blog murieron a destiempo, y no faltan entre ellos quienes eligieron el lento suicidio del alcohol. Por eso te agradezco la mezcla de nostalgia noble y rechazo visceral con que te refieres a aquellos años de parrandas y desmesuras tóxicas. Me resulta abominable la forma en que algunos idealizan las carencias cuajadas de ingenuidades y deseos que toreamos durante décadas en Cuba, como si las mezclas de alcoholes intragables que nos garantizaban el coraje de seguir adelante fueran una demostración de nuestra viveza y nuestra creatividad como pueblo. En verdad, fueron la expresión de un escamoteo: nos prometieron un futuro mejor, a cambio de darnos a vivir un presente peor. De esa experiencia he extraído la máxima más importante de mi vida: si no puedes disfrutar el proceso, jamás disfrutarás el resultado.
La prueba más convincente del escamoteo es este pobre colmado situado en un pobre barrio de una pobre ciudad de un pobre país antillano, cuyo dueño –del colmado, no del país– se me acerca para darme a escoger entre las cervezas Presidente, Heineken, Bohemia, Brahma, Quisqueya, Quilmes… algo que hace para molestarme porque lo único que sabe a ciencia cierta de mí es que siempre tomo cerveza One y a pico de botella. Daría la mitad de lo que me resta por vivir para que Joel, Jorge Luis, Juan Salvador, Zoelia Frómeta, tú o Hiram Casalí estuvieran conmigo esta noche, compartiendo el sopor de la luna llena. León Estrada no porque ha tenido la nefasta idea de hacerse abstemio, y en los colmados el que no bebe pronto la coge con proteger a las chicas de las miradas libidinosas y las insinuaciones cada vez menos sutiles que los bebedores les dedicamos. Probablemente nuestros cortos bolsillos y el gusto que nos desgraciaron aquellos alcoholes nefastos no nos permitirían comprar un Chivas Regal, pero tampoco tendríamos que empinarnos una mezcla en la que el sabor más agradable se acerca al aguarrás, ni estaríamos obligados a tomarnos las cervezas calientes a una velocidad digna de Usain Bolt, por el temor cierto de que en cualquier momento se acabarán. Y, tómese nota, en cada pobre calle de esta pobre ciudad hay un colmado –o dos y a veces hasta tres– más o menos parecido a este. Sí que fueron ventajistas los dominicanos: mientras nosotros organizábamos cedeerres, ellos construían colmados.
Tres recuerdos dispares me trajeron tus añoranzas de tragos y andadas viejas. Uno distante. El bar Hermanos Pérez, que estaba en la esquina de mi calle bayamesa. Lo veo entre brumas porque mi abuelo gallego no me permitía acercarse a aquel antro, que de todas maneras recupero no muy espacioso, con su imponente aliento de alcohol rancio, su barra percudida y el infaltable borracho con el trago en la mano, recostado al traganíquel que sonaba un bolero semejante a la bachata donde ahora mismo una voz explica por qué mató a la desalmada que lo traicionó. Otro reciente. La imagen de este colmado, que me puso ante la evidencia de que nuestras vidas perdieron el faro de la cordura el día en que la ofensiva revolucionaria de 1967 convirtió el bar Hermanos Pérez en una oficina de Juceplan. El tercero es inevitable, dado el caso. Es aquella noche de la Jutía Conga, ya avanzada en horas y tragos, cuando me voltee y te besé, acción que durante años no pude explicarme, dada mi conocida timidez para acercarme a las mujeres. Tú me miraste muerta de risa y dijiste lo que de seguro habrías dicho al hermano varón y travieso: “¡Como estamos!” Puede que aquella noche el ron Paticruzao me hubiera hecho lúcido por única vez, tanto y tan inusitadamente como para intuir la necesidad perentoria de salvarnos a través de un pacto que nos recuperaría en los rones nuevos de esta noche dominicana y tristísima que en lo alto se bebe la luna llena.