martes, 5 de agosto de 2008

El pasado y el cielo

La ciudad de México en 1628,
grabado de Juan Gómez de Trasmonte



Estos años son el pasado del cielo.
Silvio, el viejo


Y de pronto estoy bailando con Karina una de esas rancheras o norteñas, nunca sé bien, en las que se dan saltitos y el hombre te lleva de la cintura alterando a ratos el ritmo con pasos largos que te dejan literalmente colgando de sus brazos. Estamos en una de aquellas fiestas raras de la casa vieja, llena de muchachos rebeldes y comprometidos que hacían las revistas La Guillotina y Las Brujas y para quienes Barry era algo así como un gurú.
De pronto estoy borrachísima, sacando la cabeza por la ventanilla del carro de Jorge, a ver si el viento me despeja, la noche en que recibí en la UNAM el premio Punto de Partida. Vamos hacia aquel edificio del Olivar del Conde, imperio de cubanos —Miliki, Carralero y Gisela con Jorgito pequeño, Susana Montero, Madeline Cámara—, a que alguien me abrazara el solitario corazón en esa hora feliz. Y allí estaba Elena, con Nazim y Osvaldo recién llegados, abriéndonos su puerta casi en la madrugada. Que como en Cuba, allí no había hora para los amigos.
O voy con Efraín, Carlitos y Omar a Cuernavaca aquellos fines de semana en los que conocí al charro negro [tequila con coca cola] y la piscina helada me contrajo de tal modo los músculos del pecho, que creí tener un infarto. Esa madrugada escribí una carta de despedida para mi madre y el número confidencial de una tarjeta que tenía una fortuna como de 700 pesos —unos 200 dólares de entonces; 70 de ahora—, el monto de mi primer salario en México, recibido a cambio de ser secretaria, recepcionista, capturista, correctora y jefa de redacción de dos revistas. Las ventajas de la inmigración ilegal para los empresarios aguzados; que no en vano los mexicanos lo dicen con “b”, abusados, sabiendo que precisamente de abusos se trata esa destreza.
Y me veo echada en la colchoneta del depto de Tacubaya con el gato Pericles sobre el pecho, señorial él como buen emperador griego, escuchando el The Wall de Pink Floyd, a Queens, Deep Purple y Jethro Tull. Aquel depto donde una noche de marzo nos sorprendió la noticia del asesinato de Colosio, candidato presidencial priista en plena campaña, y otra noche prepararon los carteles para la marcha del orgullo.
Después de unas cervezas Bohemia cuando Sanborns todavía era un lugar agradable —¿será que alguna vez lo fue realmente?—, recuerdo un concierto de Pablito [Milanés, por supuesto] y Mercedes Sosa en el Auditorio Nacional, al que fui con Minerva, Rita y Marta Valdés; y uno de Argelita Fragoso en Radio UNAM. Me acuerdo de haber escuchado a Jorge Hernández y a Elena Burke, La Señora Sentimiento, en el reducidísimo espacio del Mamá Rumba original, el de Querétaro y Medellín, donde aquella noche bailamos “Ya vienen llegando”, cuando todavía creíamos inminente que “nuestro día” llegara. De eso hace casi veinte años y seguimos en las mismas…
Sentada en los escalones del Auditorio, mientras esperaba a Ricardo Bernal, miraba los hoteles de Polanco, contaba uno a uno sus pisos y me preguntaba que tenía aquel Hilton que no tuviera el antiguo Hilton de La Habana… Ricardo, al que conocí en la Casa Internacional del Escritor de Bacalar, mi primera escala en este país, fue quien me invitó a la ciudad de México y me mostró sus rincones básicos en aquel inicio del verano del 92. Mi primer momento mágico fue la noche de mi llegada, cuando salimos a la plancha del Zócalo. La imponente catedral iba apareciendo poco a poco ante mis ojos, bajo una llovizna finísima y copiosa, mientras ascendía cada peldaño de la escalera del metro. Era una visión indescriptible y sobrecogedora que todavía evoco cada vez que mis pasos me llevan a ese sitio.
Con Ricardo y Adriana Casas conocí las callecitas empedradas de Coyoacán, los murales de CU, los museos de Chapultepec, el eco de las voces en la cúpula del metro Insurgentes, las piedras milenarias de la antigua Tenochtitlan, de Tlatelolco y Teotihuacan, antes de que esta ciudad se convirtiera en la verbena de cafecitos en las aceras, centros comerciales y franquicias que es ahora. Así empezó mi fascinación por esta tierra y lo que hay debajo de ella: esa telaraña luminosa que es la red del metro. El inframundo, diría Normita. Allí donde el tiempo transcurre en otro ritmo y los trayectos infinitos pueden ser sueños o pesadillas.
Aquellos fueron tiempos de descubrir, caminando, la ciudad, calle por calle. Esa especie de mapa/radar que tengo en la cabeza para ubicarlo todo en un segundo, me llevaba sin rodeos al apartamento de Lichi en Pacífico o al de Eliseo, Bella y Fefé en la calle de Amores, donde al enorme poeta lo sorprendió la muerte lejos de la Calzada de Jesús del Monte. Allí, donde la última vez que nos vimos le dije, con ese atrevimiento de la juventud: “Cuídese, Poeta, que de los buenos quedamos pocos” y él sonrió, sabio y amable como era.
Y de pronto estoy rodeada de gente que baila en el Anyway o el Enigma, de donde regreso al amanecer, ya despuntando el día, después de unos tacos bien picosos, a casa de Pablo Picardi, de Efraín o de Dalid. O a casa de Marta e Ydalia, ese lugar donde hallé calor de hogar, en cuya sala una Noche de Brujas me convenció de quedarme. Y de pronto estoy sola con mi máquina de escribir en un diminuto cuarto de azotea en Santa Mónica, donde despierto en las madrugadas aterrorizada, soñando una vez más el ruido de unas botas militares que suben la escalera de caracol para apresarme y deportarme. Mis primos de Miami insistían en venir por mí a la frontera de Texas, que aún había que cruzar con polleros y coyotes, como cualquier mojado, porque no existía la Ley de Ajuste Cubano que nos hace exclusivos y privilegiados a las puertas del monstruo y sus entrañas.
Aquellos días en que, en medio de un peregrinar de abogados y mentiras, estafas y más estafas, al entrar al edificio de Migración en la glorieta del metro Insurgentes me registraba como Lucrecia Borgia porque temía que, de poner mi nombre, me dejaran detenida. Aquellos de recorrer la ciudad buscando teléfonos mágicos para llamar a Cuba y a todos los lugares donde estaban los amigos y parientes que acabábamos de salir de la isla como de un surtidor. Los aparatos comunicaban gratis y delante de ellos se formaba una cola interminable de extranjeros de todas las latitudes. Tiempo después —que todo se perfecciona y se moderniza—, los teléfonos descompuestos fueron sustituidos por claves de mil dígitos que podían marcarse desde cualquiera y que, se decía, usaban los narcos o los judiciales para coordinar sus acciones encubiertas.
Con Marta e Ydalia fui a una cantina por el Toreo de Cuatro Caminos donde la variedad era un muchacho que imitaba muy bien a Juan Gabriel —después supe que parodiar al Divo de Juárez es uno de los hobbies nacionales—; allí me comí el primer T-Bonne de mi vida y creo que el único. Y hablando de toreos, con ellas asistí a mi primera corrida de toros en la monumental Plaza México, con chaleco y bota de vino, como la resurrección de mi abuelo José. Meses después fui a la segunda y última —a excepción de una de Cristina Sánchez que vimos por tele en casa de Claudia Catelli—, con una muchacha de boina que no me hizo ningún caso. Porque no quiero quitarles la ilusión a quienes me imaginan como la conquistadora irresistible de mis cuentos, pero la verdad es que nunca me hicieron mucho caso las muchachas. Definitivamente no es Casanovas mi apellido. “Escribir es el placer de los eunucos”.
Todo esto me vuelve a la memoria mientras leo Lenguas en erección, el primer poemario de Juan Carlos Bautista, al que pertenece ese verso: Escribir es el placer de los eunucos. Cuaderno que acaba de ser reeditado por Quimera donde, dicho sea de paso, saldrá en un par de meses mi primera novela: Espejo de tres cuerpos, gracias al atento afán de Sergio Téllez-Pon. Leo los versos de Juan Carlos, viajo al pasado y al cielo, y me lo encuentro una tarde de los primeros noventa en el Centro Cultural Universitario, jóvenes y hermosos los dos, de pelo crecido, listos para poetizar lo que desde entonces era nuestro y tal vez no lo sabíamos.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Querida Odette, empiezas a recordar (con el tino que te va proporcionando cada vez más tu condición, a la par, de narradora) y pregúntate: "¿por qué empiezo a recordar?"
Esto es una crónica que vale la pena "meterla", si está en tus planes "temáticos", en una narración de "ficción".
"De los buenos quedamos pocos", una frase muy cubana y que, cada vez más, resulta más certera para aplicarla, entre nosotros, por acá.
Félix Luis

Anónimo dijo...

Odette, me alegra mucho que estés de nuevo "en el aire" con tu texto de cada martes. Recuerdas minuciosamente, y siempre, a pesar de las malas experiencias vividas, con aparente placer. Esa es una gran suerte: recuerdas bien y drenas bien las malas jugadas. Ambas cosas son muy útiles en tu oficio. Gracias de nuevo por mantenerme al tanto.
Abrazos,
Jorge

Anónimo dijo...

Mi amiga:
Como pensar que el destino nos deparaba esa suerte de caleidoscopio. Es muy dificil dejarlo todo atras y enfrentarse a lo desconocido y, aunque cuando comienzas a preparar un viaje, la euforia no te permite pensar en nada desagradable, luego que lo logras, suele ser menos colorido de lo que imaginabamos. Pero hay casos mucho peores, tu al menos llegaste a un lugar donde te podias comunicar y hacer uso del habla y de la escritura. Mi caso fue muy diferente, aqui nada de amigos ni conocidos con los que pudiera socializar. Sali de La Habana un dia caluroso y aterrice en los newyores con un frio de catarsis. Sobrevolar esta ciudad de noche es un espectaculo maravilloso, pero el frio y la nieve, mi amiga, eso es otra cosa que de agradable no tiene nada. Cai en un barrio italo-americano de New Jersey racista y conservador, de echo mi hija fue la primer nina hispana que asistio a la primaria y por ella tuvieron que incluir clases de ingles como segunda lengua. Quizas por esa misma razon, hoy me divierto tanto cuando los carros suben y bajan por la Main Street con las ventanillas bajas y la musica a todo lo que da espantando a los viejos a golpe de reguetton, merengue y bachata; cuando entro al super del barrio y veo la caja de platanos, yuca, las bolsas de cafe Bustelo y de arroz y frijoles Goya y no dejo de pensar que fuimos los primeros y que luego llegaron otros no tan discretos y les estan haciendo tomar a esos mismos que nos miraban como bichos raros, buena dosis de su propia medicina.
Aunque nunca llegare a adaptarme por completo, aunque no se si todo esto valio o no la pena, recorro a diario ese mismo barrio y les impongo mi presencia, hablo espanol para se recondenen la vida y le enseno a mis nietas nuestro idioma (cosa que solo hacemos los caribenos). A fin de cuentas que ni tan blancos ni exquisitos, que esto fue y sera una nacion de inmigrantes y sin nosotros, los veo gris pespunteados en negro. Por esa misma razon creo que la Casa Blanca se la merece el negro. Razon tuvo el poeta cuando dijo que el agua quimicamente pura es una porqueria.
Un beso estruendoso,
Ines

el goty dijo...

mi querida , tu comentario me ha sacado del marasmo en que estaba , trabajando (como siempre) en la compu nueva de mama y pasando todos los files de la vieja , porque en eso ella es una nulidad; me puso a pensar y por supuesto a deprimirme(cogito ergo doleo)entre este y el anterior me has descojonado todo, que hasta queme un cd de bonny m y lo tengo el carro a todo volumen, que se le va a hacer niña , recuerda a khalil gibran: " de todos los dias del mundo solo hay dos que no me importan , el ayar que ya paso y el mañana que aun no ha pasado". un besote cuidate mucho que de los buenos quedamos pocos.

Anónimo dijo...

Odette: siempre que termino de leerte, me quedo como tus otros lectores, lista a que me den jaque mate. Estuve leyendo el comentario de Ines, que me dejó bastante impresionada con eso de los italianos y el racismo. Donde hay culturas y razas diferentes conviviendo, siempre hay división
y el concepto del "otro". Aqui se nota más por ser país de inmigrantes, pero no importa el
titulo que se le dé al pais, el problemita proviene del alma humana. Lo que creo de gran valor es que tus memorias evocan en otros un volcán, una lava dormida que sale suavecita a la superficie para aliviar el dolor. Literatura y terapia, mi querida Odette. Gracias por compartir tu canto; ya sabes que hay un coro esperando tu
señal. Un abrazo

Fabricio Estrada dijo...

Saludos Odette, gracias por compartir este blog, la foto de Tenochtitlán es realmente buena por su rareza!!!
Sabés, la historia del pueblo Mexica es uno de mis mayores intereses.

Gracias por las visitas a mi blog. Hasta luego. ¿Conocés a alguien de Honduras?

Anónimo dijo...

YO ME LLAMO CARLOS ESAÚ LOS CONOCÍ EN LA CASA VIEJA, PUEDO CONOCERTE?