martes, 20 de mayo de 2008

Érase una vez… y otra

Sônia Menna Barreto, Lápis de Tróia, 2001



Según los agoreros, en lo que va de década este mundo debió haberse acabado, cuando menos, en dos ocasiones: el 11 de agosto de 1999 cuando una inusual alineación de astros, la Gran Cruz Cósmica, nos hizo esperar lo peor durante toda la madrugada, y el 1 de enero de 2000, cuando supuestamente las computadoras iban a ponerse turulatas sin poder reconocer tanto cero. Ahora, un nuevo augurio nos asecha: 21 de diciembre de 2012, fecha que equivale al fin de la Cuenta Larga del calendario maya, según asienta la estela 11 de Izapa; momento en el cual ocurrirá un acontecimiento trascendental que sólo sucede cada 5,125 años: el inicio de la alineación del Sol con la llamada “gruta negra” de la Vía Láctea.
Este tránsito, que tardará décadas —parece que el astro rey no tiene mucha prisa—, arrojará allá por 2043 el nacimiento de un nuevo sol. Y aun así de lento el asunto —¡si no sabremos esperar nosotros!—, como ese tipo de incierto presagio me pone loquita de la emoción, mientras observo descender, pesados, esos jumbos de Lufthansa, KLM o Air France, pienso que cuando volvamos al origen, en las comunidades de sobrevivientes dispersos sobre un mapa terráqueo y galáctico tan diferente al actual, relataremos a los hijos del clan que alguna vez surcaron los cielos inmensos aparatos a los que llamábamos aviones. Ellos, ya abuelos, cuando nosotros hayamos muerto, repetirán a sus nietos que en tiempos idílicos los pájaros eran tan grandes, que cargaban en sus panzas pasajeros y mercancías hasta las orillas más lejanas. Y así nacerá el mito de los hombres voladores que en algún mejor pasado podían desafiar la gravedad.
En esas noches junto a la fogata o bajo la luz sin fin del cinturón de fotones, los viejos contaremos de un hombre enorme y barbado, a veces furioso e impío como un demonio de cuyos ojos brotaban rayos de fuego, otras aguerrido, iluminado y hermoso, que gobernaba al mundo desde una isla en medio del mar. “¿Cómo se llamaba, abuelo?”, preguntarán los niños, y ante la imposibilidad de pronunciar esas dos sílabas macabras por temor a que la lengua y las tripas se calcinen, buscaremos un asonante: “Gulliver”, responderemos más tranquilos. Y mezclándolo todo para complacer a tan exigente auditorio, hablaremos de un pueblo de enanos lujuriosos que quiso ejecutarlo con un tirapiedras, pero después de miles de intentos fallidos decidieron marcharse poco a poco en improvisadas piraguas como la de Guillermo Cubillo, hasta dejarlo solo en aquel cayo, apuntándolos con un tridente descomunal que atravesaba cualquier océano. “Nunca lo vimos morir”, agregaremos pensativos. Con el tiempo, la tradición lo habrá convertido en el dios inmortal, cruel y magnánimo, dadivoso y vengativo.
Seguramente narraré mil veces que un hombre hubo que se apellidaba Anderson y era programador de computadoras, artefactos más rápidos y certeros que el cerebro humano. Ese muchacho, delgado y guapo como una gaceta pálida, un mal día tuvo frente a sí a un moreno estrafalario llamado Morpheus, como el dios del sueño, que le ofreció una píldora roja y otra azul. Si Mr. Anderson tomaba la añil, su vida seguiría siendo cómoda y aburrida como la de todos nosotros y no se enteraría de nada en este mundo; pero si se zampaba la colorada, se convertiría en Neo, el elegido, el salvador de la humanidad. Después de ciertos episodios de programación mental, teletransportación y antigravidez nada comunes entre los que tragamos la pastillita azul, pero pan de cada día para la pandilla interestelar que lo creía El Héroe, el pobre acabó electrocutado en un gran generador universal tratando de salvar a la mítica Sión, último reducto de esta Tierra, donde todos gozaban la papeleta en una especie de carnaval orgiástico bastante apetecible a ratos.
“Yo también quise tomar la píldora roja”, diré entre dientes y pensaré que allá por los principios de los noventa, cuando mi alma se quedó tan sola y tan maltrecha, soñaba con que me contrataran para ir a darle la mano al enorme barbado, forrada de explosivos como los palestinos, y hacer pedazos al hijo de puta aunque volara con él y me tocara andarlo arriando —o más bien él a mí— por toda la eternidad. Mientras eso recuerdo, mis nietos adoptivos imitarán la acrobática pelea de Neo contra los Mr. Smith, les susurrarán a los más chicos su secreto antes de dormirse cada noche: “Era el Hijo de Dios” y se encomendarán al cristo cibernético-celuliodeo ansiando alcanzar algún día su fama, su valor y su entrega.
Y rememoraré bajo las estrellas del nuevo firmamento que una de las viejas mañanas de primavera subió una joven piernuda al gusano de luz y, replegada en una esquina del vagón, interpretó canciones italianas. Pero no las de Ramazotti ni Volare ooh, cantare ooooh, no: melodías clásicas, de aquellas de los entonces lejanísimos, y todos la mirábamos como merluza en congelador. Una torre altísima hubo a las orillas de un río, les diremos después, donde se reunían hombres y mujeres de todos los confines a tratar de hallar soluciones a los más grandes problemas del planeta. Cada uno hablaba un idioma diferente, pero no sólo el que brotaba de sus bocas, sino el que anquilosaba sus pensamientos en odios eternos, deseos de venganza, miedos y sumisiones indescriptibles. Así, cuando pase el tiempo y pase un águila sobre el mar, el edificio flaco de la ONU se habrá convertido en la Torre de Babel y en la cima, entre los escombros, cantará una sirena soprano con cola de merluza las rimas del derrumbe en una lengua incomprensible.
Y así, con tantos ires y venires, los cayucos se volverán arca y aquellos navegantes suicidas serán Marco Polo, Colón, los shogunes del Oriente en sus galeones de fastuosas arboladuras, que darán luz a otras tierras milagrosas y sorprendentes más allá de las Indias Occidentales y del estrecho de Bering; la vaca Ubre Blanca, que daba más de mil litros de leche al día, y su dueño, el caballo innombrable, se fundirán para volverse el becerro de oro; el ciclón Wilma se desbordará como diluvio universal, y mis amigas, reverdecidas en las nostalgias del devenir, renacerán como amazonas o vírgenes, hadas o brujas, princesas azules y valquirias de las noches febriles. Y Elegguá seguirá siendo el dueño de los caminos, estará pintado a la entrada de todas las cavernas y en las ceibas que coronen todas las encrucijadas se le pondrán ofrendas y se bailará bembé.
Poco a poco, sin proponérselo, irá surgiendo y conformándose un mundo de dioses y mitos que no será más que la recreación fantasiosa de otro mundo igualito, porque no somos los primeros ni seremos los últimos. Pero nuestros descendientes, sin saber que el tiempo termina y recomienza una y otra vez de forma más o menos similar, contarán a sus nietos que alguna vez hubo un parque con una fuente al centro y en la veranda un oráculo, mitad mujer mitad tablero de ajedrez, se entretenía profetizando, a veces con su poquito de mala leche —¿y quién no?—, el pasado, el presente y lo por venir.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Estupendo Odette... Cuán fácil entra la filosofía si viene arropada con la poesía. Tu texto, felizmente cargado de logradas imágenes y de la siempre útil dosis de humor, es mucho más pretencioso de lo que quiere parecer. Tú lo sabes... Y yo. He disfrutado con él en todos los sentidos. Gracias de nuevo. Sólo un pequeño reproche: algunas imágenes están "codificadas a lo cubano", quiero decir, pueden resultar inaccesibles para lectores de otros sitios. Pero bueno, pensándolo bien, algún privilegio tenemos que tener los descarriados que habitamos las antípodas del paraíso donde pasta el caballo innombrable.
Un fuerte abrazo,
Jorge

Anónimo dijo...

Odette! terminé de leer tu viaje profético y me encantó el juego increíble de las circumstancias, cómo fueron y las que serán. Tiene
la gran lección de que la realidad depende de nuestra interpretación.
Los mitos son memoria y la memoria puede ser imaginación.
Leí alguna vez que la letra M de los restaurantes de comida rápida
McDonald, sería encontrada enterrada por generaciones futuras, por todo el planeta y que las gentes de ese futuro escribirían: los habitantes de
estas tierras adoraban un dios que se llamaba M y ésta era su imagen. Nunca se me olvidó este detalle de la imaginación de quién lo escribió. Este, tu trabajo de hoy me hace analizar las posibilidades de cómo la realidad se interpreta, cómo nace el mito y cómo escribimos ambos para explicarles a los demás la razón de ser de las cosas. También está la memoria de lo que realmente fue, convertido en un mito de la imaginación.
Hay muchos juegos en la historia, y me ha encantado el juego de estas
fórmulas en tu escritura. Gracias por todos estos tópicos que nos hacen pensar.

el goty dijo...

querida amiga , estamos viviendo en un nuevo mundo donde se promueve, que digo promueve , se adora el sensacionalismo y con ello toda prediccion apocalictica; nos movemos en una sociedad que usa los limpiadores antibacterianos con demasiada frecuencia para mi gusto y de madres que cargan cuanto pañito antiseptico sale al mercado para limpiar al niño porque toco algo sucio o acaricio un perro en la calle (despues se quejan de que el niño es enfermizo: claro coño si no tiene anticuerpos)donde un gordo de 400 libras entra a mcdonnald y pide un big mac con extra papa frita y por favor una coca cola de dieta para no engordar, tu comentario, como siempre bueno, es un cantar de nuestra generacion , que mirando los estandares y requerimientos de la vida de hoy , me hace preguntarme:como sobrevivimos?, un abrazo grande..

María José Mures dijo...

Y yo sin saber qué me voy a poner para tal día, a lo mejor aprovecho la oferta del fin del mundo y me sale más económico, como las ofertas del Corte Inglés.

MJ

L. Santiago Méndez Alpízar / Chago dijo...

Que tu e-mail fue reenviado a la poeta, claro, el mismo día.

Divertido y lúcido el divertimento. Está muy bien tener los martes destinados a un encuentro contigo.
Abrazo.
Ch.g

Pupila dijo...

Odette, fantastico tu texto, al fin y al cabo, como siempre.
saludos!

Anónimo dijo...

Odette, te vi en "yutú", leyendo un poema, y me dio una extraña felicidad. Ya estar lejos no es tan difícil, aunque tampoco tan llevadero. Todos los días tu Parque del Ajedrez y tus mensajes de cariño me hacen mucho bien. Un beso. C.

Anónimo dijo...

Fantástico, Odette, este trabajo lo deberías de guardar e ir pensando en un libro de ensayos. Me encanta tu prosa, tu sarcasmo apenas perceptible. Y tus codificaciones cubanas se entienden en todas partes, es tu sello, con el perdón de JTG. Me has entretenido y divertido, gracias.

Jo Ruiz dijo...

Me quito el sombrero ante tu texto, Odette. Realmente maravilloso, antológico(o antolójico para los juanramonianos)
Saludos.

Carlos Rivera dijo...

Me fascina como dices las cosas, realmente eres un gran enlace entre lo que vivimos y lo que sentimos, nos acercas mucho a todos los que de alguna manera estamos lejos
Con cariño
Carlos Rivera

Frank69 dijo...

Así es mi estimada Odette, la recreación atemporal de los acontecimientos del mundo nuevo después del Apocalipsis, es casi infinita. La tuya, es desde luego muy halagüeña. La disfrute y me siento honrado de que la compartas conmigo. Todas las visiones del mundo después del caos que he leído han sido funestas, trágicas (¡de que otra forma podrían ser si no?), pero invariablemente, todas también convergen en un mismo anhelo: recrearlo nuevamente con un perfil de esperanza renovadora. Sin embargo, en tu relato lo haces esperanzador y lleno de alegría en todo momento, desde el inicio. Lo disfruté, lo goce y de ratos, me hizo reír bastante.

Otro día platicaremos de las historias alternas, que sobre el día después de mañana he leído; en una de ellas esta involucrada esa linda perra que tienen como mascota por allá, y que esta en franco proceso evolutivo hacia una foca.

Un abrazo.