
asesinos del mundo.
Silvio Rodríguez
Me indigna la cancioncita porque en este país —y en este planeta— la violencia, doméstica y social, es una realidad de todos los días, especialmente la ejercida en contra de las mujeres y los niños. Sólo en un contexto así puede este tipejo, tan enfundadito en su traje vernáculo, hacer tal proposición y que sea celebrada en las cantinas y en las alcobas como si fuera lo más normal.
Y es que en la historia humana —al menos en la del patriarcado que, viéndolo fríamente, es toda la historia registrada—, la violencia ha sido tan constante y sistemática que pareciera natural. Incluso a mí —que aquí me tienen despotricando contra el Potrillo—, me gustan mucho más los asesinos que las muchachas románticas. Y prefiero a los despiadados, que a los que se demoran dando inútiles explicaciones interminables para dar tiempo a que llegue el detective.
A eso nos acostumbran el cine, la literatura, los noticiarios. Y aunque la mayor parte de nosotros jamás vaya a encontrarse con uno de verdad —¡gracias a Dios!, diría mi abuela Cristina—, nuestras vidas están colmadas de asesinos. De tal modo, lo que en la realidad es inaceptable, se convierte en material de fábula y entretenimiento gracias a la magia del arte y la televisión, gracias a las mentes asesinas de sus creadores y a las mentes asesinas de nosotros, los consumidores.
Y así, nos fascina la destreza de Jack el Destripador, el excelente apetito de Hannibal Lecter, la sangre fría de los personajes de Tarantino (Travolta y Jackson en Pulp Fiction, la Thurman y pandillas en Kill Bill), el ingenio y la creatividad del John Smith de Seven, las idioteces de Freddie Krueger y Jason, los criminales bichos intergalácticos de Alien o Especies, los anormales de Scream y sus parodias, la encantadora y macabra muchachita interpretada por Kate Winslet en Criaturas celestiales, la sensualidad latina de Rosario Tijeras y la sanguinaria locura del Pitt de Kalifornia. Ese Pitt que sí es asesino de mujeres comprobado y confirmado: dejó muerta a la Paltrow cuando se fue con la Aniston, y a la Aniston cuando prefirió a la jugosa Mrs. Smith, o sea, la bembona Angelina. Y es el preferido number one de las damas del orbe. ¡Hiiiijas del maltrato!
En la realidad, en estos días terribles, también pululan. Ahí tiene a los serial killers a la azteca: la Mataviejitos, una ex luchadora de Triple A que se hacía pasar por enfermera antes de aplicarles la quebradora a los ancianos y robarles sus cositas; el Mochaorejas, que no es necesario decirles cuál era su pasatiempo favorito y, más recientemente, el Poeta Caníbal, bardo, dramaturgo, periodista y cheff… todo un artista posmoderno, que desplegaba esas aptitudes para convencer a sus víctimas en los días previos a devorarlas frititas y con limón.
Y si no le bastara con éstos, ahí tiene a los proyectistas de la segunda línea del metrobús de la ciudad de México, que acaban de liquidar toda lógica vial en el Eje 4 Sur Xola; a Mario Aburto, que en 1993 se despachó al candidato presidencial Luis Donaldo Colosio en medio de un acto de campaña, a la vista de todos; al chinito malmodiento que limpió aquel tecnológico gringo hace unos meses; a los guaruras que le metieron el plomazo al ingeniero Belmar en pleno viaducto y hora pico sólo por interponerse entre su carro y el de su boss; al aún desconocido que dejó como colador al conductor televisivo Paco Stanley; a los capos, gatilleros y reinas de los narcocarteles, encomendados píamente al santo Valverde; a los cómicos de la televisión, asesinos del humor; a Juanes y Arjona, homicidas de canciones; a los presidentes y los soldados gringos; a Bin Laden y los rebeldes de cualquier latitud. Y para no pensar en ellos… ¡nos vamos al cine!
Yo no me quedo atrás, lo confieso. Aunque hace unos días, cuando trataba de darle cran a una de esas hermosas mariposas brujas —tataguas se les llamaba en Santiago— le pedí disculpas antes de echarle medio pomo de flit y propinarle dos caritativos escobazos —“Perdóname, vieja”, le dije, “ya sabes que así es esta mugrosa vida… ya te vengarás tú con tus maldiciones”—, he escrito un poema titulado “Las asesinas de la calle del Carmen”, cuyas protagonistas, dos encantadoras jovencitas, se meriendan al niño, a la muchacha de los lentes de botella, al vendedor de enciclopedias y a ellas mismas, una a la otra y la otra a la una.
Y aunque la Villamar dice —no sé de dónde lo saca— que en mi literatura pululan los suicidas, realmente se multiplican los asesinos, encabezados por la mosquita muerta de Mar, que quién hubiera imaginado… (“Un puñado de cenizas”, Con la boca abierta, Madrid, Odisea, 2006). Otros se han de encontrar en los próximos libros, que los dejarán igual de helados y patidifusos.
¿Quieren leer un fragmentito de “Las asesinas…”? Ahí les va, en exclusiva internacional:
Tal para cual
como dos adolescentes entusiastas
salían en las noches.
Nada existía alrededor
más que ellas mismas y su reloj de hambre.
Levantaron la casa en el centro del barrio
y los dedos señalaban
allí viven las brujas
allí
en sus aquelarres
devoraron al niño
a la muchacha
al vendedor de enciclopedias.
Y ellas
tan jóvenes y hermosas
pasaban saludando a todo el vecindario
como si no supieran.
Ebria
la luna se reía entre las nubes.