martes, 26 de agosto de 2014

Cien años no es nada




Cortázar es una etapa de mi vida, aquellos finales de los ochenta y principios de los noventa en que leíamos con avidez, clandestinamente, los volúmenes que llegaban escondidos en las maletas de algunos amigos extranjeros o los que robábamos en las primeras ferias del libro que entonces se hacían en el Palacio de las Convenciones.
Cortázar es la continuidad de los parques, la noche boca arriba, la casa tomada, el ajolote, las migalas, la autopista del sur. Cortázar es el París del exilio y los poemas a Cristina. Cortázar hoy cumple cien años y lo celebro publicando este fragmento de mi cuento “Retablo para amores imposibles”, cuyo escenario es precisamente La Habana de aquellos años.



RETABLO PARA AMORES IMPOSIBLES
  

Una mujer que nunca me provoca
me ha condenado a lluvia sin motivo
y desde entonces vivo
ahogado en el deseo de su boca.
Silvio Rodríguez


Margarita esta tarde con su frío mosaico, escribo y la recuerdo avanzando entre la gente en el boulevard de San Rafael una tarde soleada de La Habana. Una muchacha menuda, de pelo lacio y negrísimo, que cuando llega junto a mí me dice a bocajarro “Qué bueno que te encuentro” como quien acabara de hallar su salvación.
Y la salvación era ella, aparecida precisamente cuando yo sobrevivía entre los escollos de un maremoto personal. Ella que me muestra, con misterio, escondido dentro de su bolsa tejida, un libro forrado de papel periódico para que los curiosos no vean el título ni el autor: Milan Kundera, El libro de la risa y el olvido. “Te lo presto, pero tienes que leértelo esta madrugada; tengo que devolverlo mañana”.
Kundera, Vargas Llosa, Arenas, Novás Calvo, Lezama, libros prohibidos en la isla de los libros. “Lo trajo un español”, me cuenta. “Se lo dejó a una prima de una amiga de mi compañera de trabajo; hay que leerlo rápido”. Y no dormí esa noche, tomando notas, casi trascribiendo, haciendo paralelos entre las letras que devoraba y el mundo más allá de mi ventana, ese limbo parecido al de los niños macabros.
Y pensando en ella, tan bonita, aquella tarde en que la conocí leyendo sus poemas en un patio colonial, rodeada de escritores y aspirantes, todos queriendo llevársela a la cama. Y ella conmigo un rato después, caminando junto al muro que divide a la ciudad del mar.
Las olas chocan contra la piedra y echan sobre la acera un abanico de pequeños arco iris que nos salpican. El sol se ha convertido en tibia caricia cuando nos sentamos a ver el último rayo de la tarde. “Cuando el sol rueda detrás del horizonte”, me dice, “a veces se percibe un rayo verde”… Quiero abrazarla, pegarla a mí. “Si lo llegas a ver y le pides un deseo, se te cumple”. Un deseo que se cumpla, qué sueño tan gastado y engañoso…
“Te traigo un tesoro”, dijo con los ojos muy abiertos cuando abrí la puerta la primera vez que me visitó. “Pero tienes que leerlo ahora mismo, no te lo puedo dejar”. Forrada con las páginas coloridas de una revista Unión Soviética, la edición príncipe de Fuera de juego de Heberto Padilla con la nota de la Unión de Escritores deslindándose, desacreditando al jurado que otorgó el premio. “Lo encontró un amigo escondido entre otros libros viejos de la biblioteca de su tío”.
Los libros del índex revolucionario pasando de bolsa en bolsa, de mano en mano, de ojo ávido a ojo ávido. La Biblia, Simone de Beauvoir, Piñera, Solzhenitsin. Clandestinos como productos del mercado negro, perseguidos como agentes transmisores de epidemias. Cavafis, Sartre y Camus, Nietzsche. Y las visitas y los tesoros se hicieron más frecuentes. Dos veces por semana. A veces tres.
Margarita y mis manos tanteándole la furia y los almíbares. Está sentada al borde de la cama, junto al equipo de música, revisando el puñado de discos y casetes. Tan concentrada, que su único movimiento es ese gesto instintivo de quitarse el pelo de la cara con un golpe de cabeza.
Yo la miro desde la puerta del cuarto, en silencio. “Es un panal en el que no debo meter la mano hasta que no esté segura de que no van a picarme las abejas”, pienso mientras ella saca un disco del montón y cantamos juntas, a vivo grito “Quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón” y bebemos a sorbos, del mismo vaso, un ron nicaragüense.
Y avanzada la noche la acompaño a la parada o tal vez caminamos largamente hasta la puerta de su casa, donde nos despedimos y yo desando los pasos, uno a uno, pensando qué pensará de mí, si me querrá un poquito. Pensando si valdrá la pena perder esta amistad por un beso que inaugure el desmoronamiento inevitable. Porque el amor, cuando empieza, sella en ese mismo instante su final. Y porque el de dos mujeres es un grito imperdonable en medio de una plaza rodeada de sicarios dispuestos a atacar.
Vender el alma al diablo o vender el alma a Dios, escribo y me pregunto si no será de locos que estemos leyendo las Iluminaciones de Rimbaud, las dos del mismo libro, a veces en voz alta, como si nos confesáramos esos fragmentos la una a la otra, mientras llegan claritos los ruidos de la calle, burda salsa desde la grabadora de los vecinos, los gritos de niños jugando a la pelota, el timbre intermitente de las bicicletas.
Pero en este instante somos las poetas malditas, las enfants terribles. Rimbaud y Verlaine en Centro Habana. Paolo y Françesca en un cuarto alquilado de una isla infernal. Eva y Lillith tentando a la manzana frente al árbol prohibido. Vender el alma y que ella llegue alguna tarde a ponerme su almíbar en los labios.
La cama es un colchón pegado al suelo. Ella está sentada a los pies y yo en el piso, a su lado. Ella tiene abierto el libro sobre sus piernas y yo escribo los versos en una hoja arrancada de un cuaderno. “Qué calor”, se queja y saca los pies de los zapatos. Los pega al suelo frío buscando un alivio. Sus pies pequeños al alcance de mi mano.
Pongo el papel entre las suyas. Ella lee, casi inmóvil, Margarita esta tarde con su frío mosaico. Y levanta la vista lentamente hasta mis ojos. Margarita y mis manos tanteándole la furia y los almíbares. “¿Qué es esto?” pregunta como si no lo supiera, como si fuera normal encerrarse noche a noche en un cuarto con una mujer y cantar y beber y leer del mismo libro los tremendos poemas del francés y los poemas propios.
Y yo quise decirle “que te quiero”, pero las tres palabras se me atoraron en la garganta y desataron una furia interior que no tenía más salida que el fuego de mis ojos. “Creo que te has confundido”, me dice, cuando la confundida es ella. Y no le sostengo la mirada, sino que cierro el libro, lo dejo sobre la cama, a su lado, y me levanto de un salto y me pierdo en la oscuridad de la cocina.
Y hasta allí me persigue. “No entiendo qué sucede” y me toma una mano que aparto de la suya. “No sabía que esto estaba pasando”, insiste y le doy la espalda.
Vuelve al cuarto y recoge sus cosas. “No la dejes ir” grita una voz dentro de mi cabeza, pero ella avanza sobre el pasillo apenas iluminado. “Aprecio tu amistad, pero esto no lo imaginaba… no sé cómo enfrentarlo” y se detiene ante la puerta y gira hasta quedar de frente a mí. Me mira a los ojos, con una mirada que me parece triste.
En silencio saltan los segundos. El nudo clavado en la garganta apenas me permite respirar. “Está esperando a que la beses” grita la voz desde el fondo de mi alma y hago el ademán de acercarme a su cara, pero me detengo, paralizada. Espero a que sea ella quien se acerque y antes de abrir la puerta, deposite un beso leve, el último, en mi mejilla.
Margarita y el miedo de que dijera no.


(tomado de Con la boca abierta, Madrid, Odisea Editorial, 2006)

lunes, 17 de febrero de 2014

Una vez más, Escritoras latinoamericanas en Minería




Por octavo año consecutivo, la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería acoge una muestra representativa de la literatura que escriben actualmente las mujeres latinoamericanas, coordinada por la escritora cubana radicada en México Odette Alonso.

Paneles dedicados a la poesía y la narrativa contemporáneas, presentaciones de libros y charlas literarias se realizarán en la sede de la Feria (Tacuba 5, Centro Histórico, México, D.F.), desde el jueves 20 hasta el domingo 23 de febrero próximos, con la presencia de la ecuatoriana Aleyda Quevedo Rojas, la peruana Claudia Salazar Jiménez, la colombiana Camila Charry Noriega, la salvadoreña Lauri García Dueñas y las mexicanas Elizabeth Cazessús y Artemisa Téllez. También participarán, como presentadores de los libros de estas escritoras, Eve Gil, Ana Clavel, María Elena Olivera Córdova, Rodolfo Naró y Carlos López.

Los participantes son destacados poetas, narradores y ensayistas reconocidos en América Latina y otras plazas literarias. Sus obras han sido publicadas por importantes casas editoriales y han recibido premios internacionales. El tratamiento de la mujer y sus principales conflictos contemporáneos es uno de los ejes temáticos fundamentales en torno a los cuales gira la vital literatura de nuestras mujeres, que también se desempeñan como académicas, investigadoras, activistas comunitarias y promotoras artísticas en sus países de origen o residencia.

Como parte del Programa de Actividades Culturales de la XXXV Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, los asistentes podrán disfrutar de seis presentaciones de libros, lecturas de poesía y narrativa, así como de una charla: “Literatura de mujeres en América Latina”, que indagará un poco más acerca del trabajo creativo de estas escritoras y cómo recrean en sus obras las claves fundamentales de sus países y de la región.

En todas estas actividades el público tendrá la oportunidad de escuchar los textos en las voces de sus propias autoras e intercambiar preguntas, opiniones y comentarios con ellas. Habrá venta de libros y revistas de las escritoras invitadas.



Programa de actividades del ciclo 
Escritoras latinoamericanas en Minería

Jueves 20 de febrero, 17:00 hrs. Presentación del poemario Razones de la dama infiel, de Elizabeth Cazessús. Presentadora: Eve Gil. Auditorio Sotero Prieto.

Jueves 20 de febrero, 18:00 hrs. Presentación de la novela Crema de vainilla, de Artemisa Téllez. Presentadoras: Eve Gil y Bertha de la Maza. Salón El Caballito.

Viernes 21 de febrero, 17:00 hrs. Presentación de los poemarios El día de hoy y Otros ojos, de Camila Charry Noriega. Presentadora: Elizabeth Cazassús. Salón El Caballito.

Viernes 21 de febrero, 19:00 hrs. Presentación de la novela La sangre de la aurora, de Claudia Salazar. Presentadoras: María Elena Olivera Córdova y Odette Alonso. Salón Manuel Tolsá.

Sábado 22 de febrero, 16:00 hrs. Charla “Literatura de mujeres en América Latina”. Con Claudia Salazar, Aleyda Quevedo Rojas, Camila Charry Noriega y Elizabeth Cazessús. Modera: Odette Alonso. Auditorio Cinco.

Sábado 22 de febrero, 19:00 hrs. Presentación del libro de cuentos Hotel Pánico, de Odette Alonso. Presentadores: Ana Clavel y Rodolfo Naró. Moderadora: Dora González Lima. Salón El Caballito.

Domingo 23 de febrero, 14:00 hrs. Presentación del poemario Jardín de dagas, de Aleyda Quevedo Rojas. Presentadores: Odette Alonso y Carlos López. Salón Manuel Tolsá.


Domingo 23 de febrero, 16:00 hrs. Lectura de poesía latinoamericana: Aleyda Quevedo Rojas, Lauri García Dueñas y Elizabeth Cazessús. Moderadora: Odette Alonso. Auditorio Sotero Prieto. 


















miércoles, 12 de febrero de 2014

Santiago y la Muerte

Santiago Feliú (1962-2014)



“Dicen que murió Santiago Feliú”, fue lo primero que leí esta mañana cuando encendí la tableta y me reconecté al mundo. De inmediato le escribí a Darsi indagando si era cierto, pero no pude esperar respuesta: busqué en Google Noticias y ahí estaba la confirmación desde el blog de Silvio: infarto.
El impacto fue como de golpe de tambor mayor, de esos que repercuten en el estómago y cimbran. Hace unos días, reparando en que hemos cruzado la barrera del medio siglo y ya no somos tan jóvenes, me preguntaba quién sería el primero en partir, quiénes lo seguiremos en esa fila india que no se va a detener.
Santiago y yo no fuimos amigos; lo conocí como casi todos: de la televisión o de haber coincidido ocasionalmente en alguna peña o algún sitio de La Habana cuando él cantaba “Vida” y teníamos toda la vida por delante. Él siempre fue el “distinto”, el raro, el revolucionario. ¿Por qué entonces este golpe de tambor, estas lágrimas incontenibles? Porque la muerte de Santiago nos regresa a una etapa definitoria para nuestras vidas y para la cultura cubana, nos enfrenta a quienes somos: esa generación, esos años ochenta y todo lo que ello significa.

Nadie se va antes de tiempo: la Muerte sólo cumple un cronograma. Hoy debimos quedarnos todo el día sentados en la colina —la que fuera— mirando el mar. O, cuando menos, en el sillón más amado de la casa escuchando “Vida” y “Para Bárbara”. Pero la vida, cruenta, nos sacó de la casa y nos lanzó al mundo como a él a quién sabe qué confines. Que te vaya bien, Santiago, nos llevas ventaja: tú ya sabes lo que hay que saber.


miércoles, 9 de octubre de 2013

Hotel Pánico

Ilustración de portada, obra de Patricia Toledo


Una habitación de hotel, un ahorcado y un detective que le teme a los fantasmas; tres malandros, pistola en mano, en un Cougart negro; una taquilla de metro y una mujer que sueña con el fin del mundo; otra mujer que borra el pasado de un teclazo; una jacaranda y una cámara filmando el patio de una casa colonial; unos muchachos que cantan Stayin’ alive y otros que apedrean a sus propios compañeros; el engaño y el fragor del sexo en una noche de La Habana y en otra noche de México DF; un tren invisible y una ciudad que estalla en llamas.

Dieciséis relatos de temática urbana reúne Odette Alonso en Hotel Pánico, su segundo libro de cuentos. Amistad y amor, lealtades y traiciones son puestos bajo una lupa que desmenuza los hilos más soterrados y aparentemente contradictorios. La violencia, esa marca de las sociedades contemporáneas, es presencia recurrente en las anécdotas protagonizadas por una serie de personajes citadinos. La alternancia de escenarios y caracteres mexicanos y caribeños nos enfrenta con una realidad más o menos globalizada, narrada con crudeza inclemente, aunque también salpicada con notas de humor, tan características de la prosa de esta autora. El ambiente acelerado, a veces deshumanizado, comparte sitio con la mirada crítica en esta suerte de rapsodia macabra donde la ausencia de moraleja deja todo juicio en manos del lector.

Próximamente estará a la venta en librerías de la República mexicana, pero mientras llega, para irles animando, les dejo el book trailer realizado por Patricia Toledo.








martes, 6 de agosto de 2013

Miami, esa fiesta

Los amigos y yo
(foto de Ernesto G.)



La primera vez que fui a Miami, a pesar de que las revistas hablaban con insistencia de la “supercarretera de la información”, todavía para muchos —yo entre ellos— no existía internet. Recuerdo que Dinorah me llamó por teléfono una tarde para convencerme de que extendiera al menos por un par de días mi tránsito hacia Nueva York, que originalmente sería de algunas pocas horas. No tuvo que insistirme mucho.
Cuando llegué, aquella noche de abril de 1996, ella y Margarita me esperaban en el aeropuerto y me llevaron a cenar a una terracita de South Beach que me pareció un ensueño, sobre todo en tiempos en que en la ciudad de México no era recomendable salir de noche. Al día siguiente, después de un cubanísimo desayuno en La Carreta de la Calle 8, nos fuimos a Key West, atravesando esa línea de islotes tejidos sobre un mar verdísimo. Las fotos que entonces nos tomamos, sólo pudimos compartirlas con algunos familiares a quienes les mandamos duplicados de aquellas postalitas reveladas en papel fotográfico.
La segunda vez que fui a Miami, casi diez años después, ya vivían allí Efraín, Orlando, la flaca Villamar y mi prima Astrid. Mis visitas al sur de la Florida se hicieron frecuentes, siempre con ese ingrediente literario que es el aderezo de casi todos mis viajes. Para entonces, ya existían el correo electrónico y las fotos digitales, ya se podía circular las invitaciones y los boletines de prensa entre una mayor cantidad de personas. Por esos tiempos abrí este blog, llevé mis libros a un par de ferias e hice lecturas junto a otros colegas en ese lugarcito mágico que fue Zu Galería. Así, un buen día, descubrimos el milagro de las redes sociales y los canales para promover la literatura y el arte se multiplicaron exponencialmente.
Hago todo este preámbulo para contarles que a mediados del mes pasado estuve nuevamente en Miami: el sábado 13 presenté La ruta del pájaro sobre mi cabeza, poemario de mi querida Yosie Crespo, en Books and Books, y el viernes 19 conversé y leí parte de mi obra a los amigos que me acompañaron en Iván Galindo Art Studio. Gracias a las posibilidades que nos ofrecen las nuevas tecnologías, y especialmente gracias al lente y las tijeras de Ernesto G., puedo hoy revivir aquellos momentos y compartirlos con ustedes a través de estos videos de iSawFinger Productions y la Revista Conexos. Espero que los disfruten tanto como yo.

Para ver la lista de reproducción con todos los videos, acceda al siguiente link:





Con Yosie Crespo durante la presentación de su libro
(foto de Ulises Regueiro)


Con Rodolfo Martínez Sotomayor y Ernesto G.
durante la presentación en Iván Galindo Art Studio
(foto de Eva M. Vergara)


Disfrutando la lectura
(foto de Ernesto G.)


Ménage à quatre
(foto de Ernesto G.)

jueves, 27 de junio de 2013

Julio literario

Tengo el placer de invitarles a acompañarme en las actividades literarias que tendremos en el próximo mes de julio en la ciudad de México y en Miami. A continuación les adjunto las respectivas invitaciones.













lunes, 17 de junio de 2013

Oh balancê balancê

Extrañas luces se observaron en el cielo de la ciudad durante el temblor;
en esta foto lo captado desde las cámaras de un hotel de Polanco



Pasaba de la medianoche. Django estaba desencadenado en la pantalla y Patty dormitaba cuando empecé a percibir una sensación extraña, como si alguien que estuviera sentado en el sofá tiritara. Automáticamente miré la lámpara colgante del comedor, que es nuestro sismógrafo familiar; no había desplazamiento. Observé a Patty; tampoco se movía y sin embargo, aquel tremor continuaba. Me revisé a mí misma, considerando que tal vez tuviera algún tic involuntario. Nada. En una fracción de segundo pensé: ¿no es demasiada confiancita que los espíritus de esta casa se acomoden junto a uno en el sofá?, al tiempo que volví a dirigir la vista hacia la lámpara, que entonces ya bailaba como poseída. “Está temblando”, le dije a Patty justo en el instante en que se sintió el primer jalón, el paso de trepidatorio a oscilatorio. “Y muy fuerte”, agregué mientras corría hacia la mesa donde siempre están a mano las llaves y el celular por esta misma razón, porque en esta ciudad, en cualquier momento empieza a temblar.
Me señaló la danza de las plantas y las antenas de la tele y corrió a buscar un pantalón. “¿Ves por qué siempre te digo que aquí no se puede andar en calzones?” No sé si lo pensé, si quise decirlo, si lo dije, porque en ese momento empezó a parpadear la luz y lo que sí dije fue: “Van a cortar la electricidad” mientras corría al baño, donde había visto la linterna de mano.
Salí al pasillo. Las puertas de los vecinos empezaban a abrirse violentamente y se escuchaban sus voces alteradas y sus gritos. Me pareció que ya se había detenido, creo que incluso lo expresé, pero otro jalón me hizo reconsiderarlo. Bajé la escalera y al llegar a la planta baja iba saliendo de su casa la vecina del 1, evidentemente arrancada de su sueño. Le dije: “Ya paró”, creo que más por tranquilizarla. Abrí el portón y salí a la calle. No había electricidad, pero la iluminación interior del edificio nos permitía ver el poste del semáforo subiendo y bajando como cachumbambé. Los cables eran una cuerda de saltar, de ésas a las que en Cuba llamamos suiza. Le marqué a Dora, pero los celulares ya estaban bloqueados. La tierra ya no se movía pero persistía el tembleque de la adrenalina en las piernas y el estómago. Desde abajo, a través de las ventanas, se veía la lámpara del comedor, todavía en pleno frenesí.

Estuvimos en silencio un par de minutos, hasta que algunos comenzaron a regresar a sus hogares. Empezamos a reírnos con los vecinos del 10, que llevaban cargadas a sus dos perritas, de las fachas en las que salimos cuando tiembla, especialmente si es de madrugada. El susto había pasado. Al entrar al departamento, salía la canción de Django desde el televisor. También se escuchaba el ulular de las sirenas a lo lejos. “¡Qué buen festejo de la Madre Tierra por el Día de los Padres!”, bromeé, “lo que se dice una sorpresa”.



En este video se ven las luces que captaron las cámaras 
de la Torre Latinoamericana durante el sismo







martes, 14 de mayo de 2013

Algunos pocos conocidos*

Nelson y yo el domingo



La gente hace amigos de manera azarosa. De esas mismas maneras a veces inexplicables, ajenas incluso a la voluntad, los conserva o los echa al olvido temporal en un proceso que forma parte de esos caminos de la vida que, como decía el vallenato, “no son como yo pensaba, no son lo que imaginaba, no son lo que yo creía”.
A mediados de los años ochenta del siglo pasado, como si hubieran movido la famosa piedra que vox populi refiere cuando algo aparece de improviso, un puñado de veinteañeros irrumpió en la escena artística cubana con una obra incipiente, cuestionadora  y a ratos contestataria que inquietó a más de uno. Nadie imaginaba entonces que después serían identificados —y según me cuentan, incluso mitificados— como generación, "algo/ que la gente llama ahora los ochenta", al decir de Sigfredo Ariel, ese otro amigo entrañable.
En septiembre de 1987 conocí a muchos de ellos en un festival nacional de poesía que organizamos en Santiago de Cuba. Allí estaba Nelson Simón, un muchacho flaquito y tímido del que me hice amiga inmediatamente y con el que coincidiría muchas veces en jelengues culturales a todo lo largo y ancho de la isla. Eso recordábamos el domingo pasado al reencontrarnos después de casi una década.
Como era de esperarse, la tarde se tornó memoriosa. Hablamos de festivales y lecturas en parajes recónditos donde la gente prefiere saltimbanquis o humoristas a los que llaman cómicos. Hablamos de trampas y emboscadas, de ciertas transacciones y viajes sin retorno. Hablamos de Tere y de Laura, de Norge, de Fowler, de Edel y de Zurbano, de Delfín, de Arístides y Heriberto, de Damaris y María Elena. Y hablamos de mucho más. En cierto momento, explicando alguna de sus relaciones, Nelson dijo: “Somos así como Odette y yo: hermanos”.
Los amigos son la familia que elegimos, suele decir la voz del pueblo. Hubo una vez unos muchachos y una isla. Después, parafraseando a Martí, pasó el tiempo y pasó más de un águila sobre el mar.
En estos días, degusto a sorbos Ahora mismo un puente, la antología de Sigfredo Ariel publicada en Madrid por Efory Atocha. En el poema titulado “Arte Calle”, que fue el nombre de uno de aquellos grupos de revoltosos artistas ochenteros, muchos de los cuales emigraron después, Sigfredo propone un panorama hipotético: “Si los hubiesen digamos ignorado/ sus vidas serían simples./ Si los hubiesen digamos ignorado/ estarían aquí”.
¿Quiénes seríamos ahora si no hubiéramos salido de Cuba?, me pregunté, rememorando aquellos días y los que les siguieron. Hay preguntas que parecieran inútiles; hay respuestas que no existen.


*Título de uno de los libros del poeta cubano Sigfredo Ariel.

martes, 16 de abril de 2013

(Des)arreglando el mundo






Esta mañana Patricia Toledo y yo amanecimos queriendo arreglar el mundo. Todo empezó después de leer los polémicos comentarios de la escritora nicaragüense Gioconda Belli a propósito de la situación que vive Venezuela después de las elecciones del domingo pasado y, más específicamente, alrededor de una cita donde Gramsci describe el descalabro del pensamiento socialista, en la que me topé de frente con un retrato fiel y al detalle de la Cuba en la que crecí:


Gramsci hacía la acotación de que cuando se cercena la crítica y el debate y por ende a los intelectuales, la reproducción ideológica de las ideas de izquierda se aborta. entonces la misión de enriquecer el pensamiento es sustituida por loa aparatos de propaganda de los partidos que lo que hacen es generar consignas y dogmas y posiciones rígidas que se bajan a las masas como instrumentos de agitación; pero no como herramientas para ayudar a reflexionar, aprender a analizar la realidad y desarrollar una conciencia revolucionaria sólida. Los aparatos de propaganda que sustituyeron a los intelectuales reprimidos en los países del Este, por ejemplo, generaron sistemas que aparentaban fervor revolucionario, pero que se desmoronaron en tiempo récord porque no existía solidez en las ideas. Se debía pensar según la línea oficial por obediencia y presión colectiva so pena de represión o repudio. Gramsci aseguraba que sin una crítica libre y un debate constante, ninguna izquierda podía lograr el cambio de conciencia que significa una verdadera revolución. Al impedirse ese cambio, los pueblos, en la primera oportunidad que tuvieran de expresarse o recuperar su libertad, regresarían a la ideología que sí llevaban interiorizada, la anterior a la revolución.


Para ello se necesitaría librepensadores, dijimos, exigir el acceso de todos a la educación. Pero hasta el sol de hoy no hay sistema sociopolítico —ninguno— que aplauda a quien lo revisa. Porque el papel del Estado, como el de la familia —espejos como son uno de la otra—, no es formar ni consentir a sus posibles enemigos, sino controlar, disciplinar, hacer entrar al aro, y si no se consiguiera por vías “pacíficas”, reprimir sin miramientos. Y sus principales instrumentos para ello no son —como podría pensarse— el ejército, la policía o las instituciones de justicia y penitencia, sino nada más y nada menos que la educación, en general, y la escuela, en específico.
La escuela —que podría y puede servir para muchas otras cosas— es, por lo general, la gran represora desde la más tierna edad, desde esa etapa en que las experiencias cognoscitivas se asientan como aprendizaje de sobrevivencia. En ella, rara vez se enseña a cuestionar y sí, siempre, a obedecer por mandato o instinto. Su misión es estandarizar, homogeneizar, meter en cintura. Y de poco sirve enseñar las letras, las operaciones matemáticas, la anatomía o la historia vista desde el lado de los triunfadores, si no se enseña también a desconfiar de todo aprendizaje y a privilegiar la duda como motor de profundización de los conocimientos. Es decir, si no se fomentan, en vez de la repetición y la memorización automáticas, el pensamiento intuitivo, investigativo y creativo y su sistematización, o sea, la estructuración sistemática de ese pensamiento que permita interrelacionar la teoría con la vida.
Entonces, qué pedimos realmente cuando insistimos en la educación para todos —sin hacer el debido énfasis, por ejemplo, en su calidad o su diversidad de enfoques— si es en la escuela —y en la familia— donde nos enseñan la conveniencia de no disentir  —e incluso de mentir— para evitarnos problemas; si son ésos los primeros lugares donde se aprende a odiar, a marcar las diferencias y a aplastar la rebeldía. Cada vez que alguien levante la cabeza por encima de la media, recibirá un golpe o una burla; cada vez que piense o se comporte distinto, se le llamará burgués u homosexual (entre una larga lista de apelativos registrados como ofensas). Al pensamiento mágico o alternativo se le calificará de oscurantista y nos enseñarán a huir de él como de la tiña en los ámbitos públicos, aunque en los privados sea práctica común.
Por eso mejor no les cuento los metafísicos caminos por los que siguieron nuestras reflexiones mañaneras. Pero entre ellos se habló de la libertad, ese término engañoso que es, realmente, la más grande de las consignas y la mayor de las utopías. ¿Qué será realmente la libertad?, me pregunté mientras me colgaba la bolsa al hombro y salía rumbo a la oficina.