Algo así, aunque menos adornada, más tosca...
Era una casa al estilo de las viejas haciendas mexicanas, con gruesos muros de piedra rojiza o anaranjada y una iluminación tenue. Allí vivía una familia entrañable: había trabajado alguna vez con el patriarca y quedó una amistad muy bonita con sus hijas, especialmente las dos que cada año me invitaban a la gran fiesta que se ofrecía en ocasión del cumpleaños de su padre. Asistí un par de veces, y como la casa quedaba en las afueras, ellas me permitían pernoctar allí, por lo que el suceso se convertía en una especie de aventura o vacación.
Ya estaba a punto de recibir la llamada anual pero por alguna razón, de ésas que no sabemos explicar —hormonal tal vez—, en esta ocasión no quería participar y me resultaba angustioso tener que negarme. Sobre todo porque yo misma no podía hallar la causa de mi rechazo ni encontraba pretexto que esgrimir cuando ellos siempre fueron tan cariñosos y generosos conmigo. Cuando desperté, me resultó aun más desconcertante que aquella situación, tan vívida, no hubiera ocurrido nunca en este plano de la “realidad” y no conozca un lugar similar ni a una familia como ésa.
Como en los tiempos actuales las redes sociales son una suerte de internados o comunas en las que compartimos casi todo, lo primero que hice, después de poner el café y realizar algún que otro ejercicio fisiológico, fue contarles a mis correligionarios de Facebook el sueño y la sensación. Al instante, Aura, asombrada, confesó que ése ha sido su sueño recurrente desde que tenía siete años. “Los sueños”, me dijo, “son superiores a nuestros egos, la física cuántica existe, los vasos comunicantes están abiertos, la vibra de las auras rebasa kilómetros y minutosluz, se abren puertas dimensionales, todo es paralelo”. Al mismo tiempo, mientras ella escribía en su casa y no había “dado enter” al comentario anterior, yo había escrito en la mía: “Son los misterios de los planos cohabitantes, esas cosas que todavía no alcanzamos a entender con nuestras mentes lógicas y absurdas”.
Un rato después, cuando me bañaba —el sonido del agua a veces propicia un profuso fluir del pensamiento—, recordé algunas escenas de la más reciente película de Woody Allen, Medianoche en París; ésas en las que el protagonista viaja al pasado y se encuentra con las grandes personalidades de los años veinte y de la Belle Époque. “Todos los tiempos han sucedido, suceden y sucederán sobre el mismo espacio”, me explicó una vez mi querida Maya Islas. El espacio es limitado; el tiempo, infinito. Me lo dijo cuando le narré un suceso que me había contado otro amigo queridísimo —a quien no mencionaré, porque no le gustaría—: viajaba él en un autobús que se detuvo ante un semáforo en el madrileño Paseo del Prado. Miraba hacia fuera por las amplias ventanillas cuando, de pronto, todo cambió: la calle ya no era pavimentada sino terregosa, había carruajes tirados por caballos y las personas vestían a la usanza de algún tiempo indefiniblemente pasado: coquetos parasoles floreados y amplias y largas faldas las mujeres; levitas y sombrero de copa los hombres, que además portaban pelucas de ricitos. Aquella escena duró los poquísimos segundos que tarda el semáforo en cambiar de luz. Cuando la guagua —diríamos los cubanos— aceleró, todo volvió a ser como antes, algunos afirmarían que “normal”.
Salí del baño apurada porque el tiempo convencional no se detiene y ya se me estaba haciendo tardísimo, pero no pude evitar volver a asomarme al Facebook donde Carlos Barahona bromeaba: “Feliz cumpleaños, Dios... ¡Gracias por todo lo que nos has dado en estos 60 años!” Mientras me vestía me dije: “Si hoy es cumpleaños del Viejo —Virgo... ¡ahora lo entiendo todo!—, tal vez tenga sentido mi sueño...”
Cuando alcé las cortinas ahí estaban las palomas del vecindario, gordotas, rozagantes, meciéndose en el cable que tarde o temprano tumbarán porque son como los elefantes que se columpian sobre la tela de la araña. Me quedé viéndolas fijamente —y ellas a mí, tan desafiantes, tan atrevidas—. Recordé que es precisamente una paloma —supongo que tan cagona como éstas— la representación del alma del Señor aquel. Sin titubear pegué en el vidrio, como cada mañana, y las espanté: “Chu chu…” en medio de otras imprecaciones irrepetibles. A lo lejos, en sordina, se oía un sonsonete: “Se compran/ colchones,/ estufas,/ lavadoras,/ tambores,/ microondas/ o algo de fierro viejo que venda”…
Era una casa al estilo de las viejas haciendas mexicanas, con gruesos muros de piedra rojiza o anaranjada y una iluminación tenue. Allí vivía una familia entrañable: había trabajado alguna vez con el patriarca y quedó una amistad muy bonita con sus hijas, especialmente las dos que cada año me invitaban a la gran fiesta que se ofrecía en ocasión del cumpleaños de su padre. Asistí un par de veces, y como la casa quedaba en las afueras, ellas me permitían pernoctar allí, por lo que el suceso se convertía en una especie de aventura o vacación.
Ya estaba a punto de recibir la llamada anual pero por alguna razón, de ésas que no sabemos explicar —hormonal tal vez—, en esta ocasión no quería participar y me resultaba angustioso tener que negarme. Sobre todo porque yo misma no podía hallar la causa de mi rechazo ni encontraba pretexto que esgrimir cuando ellos siempre fueron tan cariñosos y generosos conmigo. Cuando desperté, me resultó aun más desconcertante que aquella situación, tan vívida, no hubiera ocurrido nunca en este plano de la “realidad” y no conozca un lugar similar ni a una familia como ésa.
Como en los tiempos actuales las redes sociales son una suerte de internados o comunas en las que compartimos casi todo, lo primero que hice, después de poner el café y realizar algún que otro ejercicio fisiológico, fue contarles a mis correligionarios de Facebook el sueño y la sensación. Al instante, Aura, asombrada, confesó que ése ha sido su sueño recurrente desde que tenía siete años. “Los sueños”, me dijo, “son superiores a nuestros egos, la física cuántica existe, los vasos comunicantes están abiertos, la vibra de las auras rebasa kilómetros y minutosluz, se abren puertas dimensionales, todo es paralelo”. Al mismo tiempo, mientras ella escribía en su casa y no había “dado enter” al comentario anterior, yo había escrito en la mía: “Son los misterios de los planos cohabitantes, esas cosas que todavía no alcanzamos a entender con nuestras mentes lógicas y absurdas”.
Un rato después, cuando me bañaba —el sonido del agua a veces propicia un profuso fluir del pensamiento—, recordé algunas escenas de la más reciente película de Woody Allen, Medianoche en París; ésas en las que el protagonista viaja al pasado y se encuentra con las grandes personalidades de los años veinte y de la Belle Époque. “Todos los tiempos han sucedido, suceden y sucederán sobre el mismo espacio”, me explicó una vez mi querida Maya Islas. El espacio es limitado; el tiempo, infinito. Me lo dijo cuando le narré un suceso que me había contado otro amigo queridísimo —a quien no mencionaré, porque no le gustaría—: viajaba él en un autobús que se detuvo ante un semáforo en el madrileño Paseo del Prado. Miraba hacia fuera por las amplias ventanillas cuando, de pronto, todo cambió: la calle ya no era pavimentada sino terregosa, había carruajes tirados por caballos y las personas vestían a la usanza de algún tiempo indefiniblemente pasado: coquetos parasoles floreados y amplias y largas faldas las mujeres; levitas y sombrero de copa los hombres, que además portaban pelucas de ricitos. Aquella escena duró los poquísimos segundos que tarda el semáforo en cambiar de luz. Cuando la guagua —diríamos los cubanos— aceleró, todo volvió a ser como antes, algunos afirmarían que “normal”.
Salí del baño apurada porque el tiempo convencional no se detiene y ya se me estaba haciendo tardísimo, pero no pude evitar volver a asomarme al Facebook donde Carlos Barahona bromeaba: “Feliz cumpleaños, Dios... ¡Gracias por todo lo que nos has dado en estos 60 años!” Mientras me vestía me dije: “Si hoy es cumpleaños del Viejo —Virgo... ¡ahora lo entiendo todo!—, tal vez tenga sentido mi sueño...”
Cuando alcé las cortinas ahí estaban las palomas del vecindario, gordotas, rozagantes, meciéndose en el cable que tarde o temprano tumbarán porque son como los elefantes que se columpian sobre la tela de la araña. Me quedé viéndolas fijamente —y ellas a mí, tan desafiantes, tan atrevidas—. Recordé que es precisamente una paloma —supongo que tan cagona como éstas— la representación del alma del Señor aquel. Sin titubear pegué en el vidrio, como cada mañana, y las espanté: “Chu chu…” en medio de otras imprecaciones irrepetibles. A lo lejos, en sordina, se oía un sonsonete: “Se compran/ colchones,/ estufas,/ lavadoras,/ tambores,/ microondas/ o algo de fierro viejo que venda”…
Lo mejor de estas entregas es que cada columna es un cuento. Públicalas en un libro! (Con este retintín ya sabes quién soy jajaja)
ResponderEliminarBueno!!!
ResponderEliminarAh, las pinches palomas...
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con el anónimo del retintín. ¡Tienes que recoger estas columnas y hacer un buen libro con ellas! Y sí, eso de los universos paralelos tiene su aché. Aquí en Taos dicen que hay un vórtice de energía y que pasan cosas rarísimas, estoy esperando que me llegue el turno...
ResponderEliminarMuakisses...
Lo que haces con las palabras y su inmensa diversidad es tan inmoral y placentero como el balance indecente con que las palomas caminan picoteando minúsculos desechos esparcidos por plazas de civilizaciones seculares que, admirados, visitan los turistas. ¿Por qué las espantaste? A pesar de tantas metáforas y vivencias presumidas –convocadas una y otra vez gracias a la magia natural que yace en lo intangible-, no es cierto que el tiempo sea "muchos" y el espacio solo “él mismo”. Ambos son diversos, o mejor, múltiples, además de en tamaño y colores también en la dulzura y el amargor con que nos acoge el cuerpo y el sabor que deja en las mentes donde los contenemos. Quizá eso explique esa sensación que has retratado tan bien, aunque los telescopios -¡ni siquiera los más potentes!- alcancen aún a revelar lo que aún ignoramos del Universo. El tuyo es espléndido. Precioso.
ResponderEliminarUn abrazo. No voy casi nunca al cine y no he visto esta pelicula, pero lo que has narrado es como un guión. Un beso. Alberto Lauro
ResponderEliminarme gusta la complicidad de los que están cerca aunque estén en planos diferentes, me gusta, abrazo, sonia
ResponderEliminaresos mundos paralelos...que tanto nos maravillan, sorprenden, envuelven...
ResponderEliminarbuen motivo para un cuento y bien escrito Odette!
Te han asesorado bien sobre la dinámica de los sueños mi querida Odette, esas puertas dimensionales que se abren y por la que viajamos cuando "cesa" el parloteo inquieto de la mente en esta densidad...Sin duda tu relato sugiere una buena reflexión metafísica muy a tono con estos tiempos de cambio de paradigmas. Eso es justo lo que me gusta y disfruto del mismo. Ya estás comprendiendo lo nouménico, observando con el ojo cuántico lo intangible. Tal vez, el único detalle que me resulte discutible o no comparta sea la percepción (o concepción) tiempo-espacio de tu amiga Maya pero, eso es ya harina de otro costal.
ResponderEliminarMe quedo con tu estimulante crónica órfica, con la peli de Woody (recomendable), evocando esos mundos imaginarios que muy bien conocía Lezama y también Lewis Carroll, abriendo y cerrando puertas astrales, entrando y saliendo de sus laberintos multidimensionales.
Gracias¡
Besos
Julio Fowler
Pues mira que sí, Odette. La multiplicidad de tiempos en el espacio es algo increíble. Hoy en la mañana, mientras preparaba mi infaltable café, estuve pensando en las fotos que tomé en Verona cuando fui por primera vez y que revisité anoche, mientras rumiaba algunas ideas sobre un blog que mi pereza no me ha permitido abrir. Recordaba que mientras recorría esa ciudad, sentí una extraña sensación de familiaridad...de pronto todo me era conocido, como cuando camino por las calles de mi Trinidad natal. Algo realmente inexplicable. Luego, con mi humeante café por medio, me encuentro este sorprendente relato tuyo sobre los mundos paralelos...¿di tú si no es cierto?
ResponderEliminarExcelente tu voz, la trama, la tensión, como todos creo que debes sacar un libro de relatos.
ResponderEliminarYo le dejo miguitas a las palomas y los gorriones, ja, ja soy " la que da de comer a los pájaros".
Abrazos, querida Odette,
Silvia Loustau