Mónica y Elizabeth se casan en La Habana
Mejor ser felices como nuestros padres
y hacer de la lástima amores eternos
hasta que a la larga nos tape el invierno.
Silvio Rodríguez, “Canción de invierno”
En las últimas semanas ha recorrido el mundo y conmovido los corazones la noticia de la boda simbólica entre Mónica y Elizabeth, enlace que con la venia del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), entidad estatal encabezada por Mariela Castro Espín, se celebró en La Habana el 23 de diciembre pasado. Que esperan que algún día su unión sea reconocida legalmente para validar ese amor que se ha impuesto a todos los obstáculos, decían las muchachas y sus amigos en los despachos de prensa, como si para eso fuera imprescindible una ley.
Me contaba un amigo alicantino que en la España de hoy sólo se casan los homosexuales. Eso me hace pensar, una vez más, que justo en el momento histórico en que la familia tradicional atraviesa su más profunda crisis, décadas de lucha del movimiento gay y lésbico nos han regresado al punto inicial del que huimos algún día, nos convierten en una caricatura de nuestros padres y reperpetúan así la institución de la que muchos fueron expulsados sin clemencia cuando se supo su “perversión”: la familia heterosexual.
No tiene que ver el amor con ninguna noción legal: ni propiedades, ni compromisos establecidos por compromiso, ni compasiones, ni el encierro de la fidelidad o las dependencias, ni la “vida hecha”, ni “lo logrado”, ni las estabilidades. El amor es una ola de tsunami que se presenta cuando nadie lo espera, arrastra todo y deja la tierra limpia para volver a edificar. ¿Acaso no nos preciábamos de danzar sobre esa ola sin que nos detuvieran los contratos de papel y las ataduras que “obligan” a los heterosexuales a permanecer unidos por ley, por el bien de los hijos, hasta que la muerte los separe?
¿Por que acogernos entonces a una figura legal casi en desuso, como es el matrimonio? ¿No sería más conveniente lograr que las leyes reconozcan los derechos de cualquier pareja sin necesidad de un continente tan condicionante y con tanta carga simbólica? ¿No bastará con establecer legalmente que un homosexual, como cualquier persona, pueda nombrar beneficiario de sus seguros y cuentas o copropietario de sus bienes a quien le dé la soberana gana, sea su pareja, su perro o una libélula?
Juntarse y tener descendencia, o ejercer la maternidad o la paternidad mediante la adopción, son anhelos perfectamente legítimos de todo ser humano. Y cómo no, si todos nacimos y crecimos en el seno de una familia heterosexual donde aprendimos que eso era lo correcto y lo natural. El invertido, el anormal, el engendro antinatura, la vergüenza de la familia, siempre fue uno.
Cuántas veces yo misma he enarbolado que la mejor manera de integrarnos a la sociedad es siendo naturales, no autoexcluyéndonos en guetos ni sintiéndonos minoría. Y cuántas recriminaciones y retorcidas de ojos he merecido cada vez que dije que —sin restar valor a la lucha por nuestros derechos elementales— ser homosexual es un asunto sexual, de preferencia a la hora de escoger pareja, cuestión de cama y convivencia; que el resto del tiempo somos como cualquier otro: votamos, pagamos impuestos, nos afectan las subidas de precio o de intereses en las tarjetas de crédito; vamos a trabajar o quedamos desempleados como cualquier otro, nos enojamos igual si nos apretujan en el metro o el convoy se para entre estaciones, nos da hambre o deseos de ir al baño más o menos a la misma hora y regresamos muertos a casa en la noche sin ganas más que de cenar y embobecernos un rato ante la tele.
Que no, que ser homosexual es una actitud social y política, una toma de posición, un orgullo que exhibir, una distinción, una diferencia que debe ser respetada… ¡y ahora resulta que el gran logro del movimiento es que nos permitan casarnos y tener hijos! ¡Como si ambas cosas no las hubiéramos hecho, a nuestra manera, toda la vida!
Cada quien tiene sus gustos y su temperamento y debe realizarlos del modo en que mejor le plazca. Eso es lo justo. No me parece mal que la gente quiera casarse; está claro. Lo que no me parece es que haya una ley que “obligue” a tomar esos compromisos a cambio de beneficios elementales. Lo que me sorprende es que a nuestros líderes, quienes nos representan y negocian nuestros derechos ante las fuerzas políticas correspondientes, les ha parecido que lo mejor es estandarizarnos con el resto en vez de respetar la tan cacareada diferencia. Y ahora, para obtener esos derechos… ¡hay que matrimoniarse! El que no se case o no se anote en esa lista de Schindler no podrá acceder a ellos.
Repito: a nivel personal cada cual puede hacerlo como mejor le convenga o le agrade. Pero a nivel social… ¿este arreglo era lo más afortunado que podíamos conseguir? ¿Así nos conceden las garantías que nos corresponden o nos reducen a sus cánones y, de paso, nos meten en su redil, nos hacen entrar por el aro, nos reivindican? ¡Y todavía se lo agradecemos con desfiles, caravanas y parabienes! ¿No habíamos dicho que nuestra misión, nuestro reto, sería proponer un nuevo tipo de familia, un nuevo tipo de relación de pareja? ¿Vamos a hacerlo sobre los patrones y lineamientos del matrimonio heterosexual tradicional?
Es bueno el agradecimiento por este primer paso, por las migajas de Hansel marcando el camino, pero no nos conformemos ni nos detengamos, que vivir y merecer es mucho más de lo que estipula cualquier legislación. No vayan a decirme que no importa la forma sino el resultado y que se casan, como mercenarios, simplemente para obtener los beneficios. Porque dónde quedó, entonces, la honestidad de la lucha y la justicia de los objetivos. ¿Somos más visibles y más respetados desde que vamos a los ayuntamientos a firmar un papel o nos han engañado como a indios con espejitos de colores? ¿Eso era lo que queríamos: casarnos, tener hijos y dejarle la chequera a nuestr@ viud@? ¿No estamos convirtiendo así nuestras uniones en el matrimonio homoheterosexual? ¿Podrán ser diferentes, entonces, nuestros hijos?
O será que de este lado del Atlántico, en estos países donde el que hace la ley hace la trampa y en México específicamente, vemos las cosas con menos entusiasmo y pasión, con más cautela y desconfianza. Porque desde que fue aprobada la Ley de Sociedad de Convivencia para el Distrito Federal, el 9 de noviembre de 2006, de las personas a las que conozco —que no son pocas— sólo se ha acogido a ella una pareja. Y cuando fueron a validarlo en la Delegación Cuauhtémoc, que comprende el centro de la ciudad y la Zona Rosa, capital gay de la ciudad de México, sólo 43 parejas lo habían hecho.
O sea que, resumiendo, si hasta ahora nos preciábamos de nuestra libertad, nuestro poder de compra, las posibilidades de viajar y de fiestar toda la madrugada, prepárense a comprar pañales y juguetes, a pagar colegiaturas, a sacar cuentas y a mantener escuincles. Y nada de pachanga, que nos los quita el Estado si los descuidamos… ¡A la mierda Sodoma y Gomorra!
Mejor ser felices como nuestros padres
y hacer de la lástima amores eternos
hasta que a la larga nos tape el invierno.
Silvio Rodríguez, “Canción de invierno”
En las últimas semanas ha recorrido el mundo y conmovido los corazones la noticia de la boda simbólica entre Mónica y Elizabeth, enlace que con la venia del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), entidad estatal encabezada por Mariela Castro Espín, se celebró en La Habana el 23 de diciembre pasado. Que esperan que algún día su unión sea reconocida legalmente para validar ese amor que se ha impuesto a todos los obstáculos, decían las muchachas y sus amigos en los despachos de prensa, como si para eso fuera imprescindible una ley.
Me contaba un amigo alicantino que en la España de hoy sólo se casan los homosexuales. Eso me hace pensar, una vez más, que justo en el momento histórico en que la familia tradicional atraviesa su más profunda crisis, décadas de lucha del movimiento gay y lésbico nos han regresado al punto inicial del que huimos algún día, nos convierten en una caricatura de nuestros padres y reperpetúan así la institución de la que muchos fueron expulsados sin clemencia cuando se supo su “perversión”: la familia heterosexual.
No tiene que ver el amor con ninguna noción legal: ni propiedades, ni compromisos establecidos por compromiso, ni compasiones, ni el encierro de la fidelidad o las dependencias, ni la “vida hecha”, ni “lo logrado”, ni las estabilidades. El amor es una ola de tsunami que se presenta cuando nadie lo espera, arrastra todo y deja la tierra limpia para volver a edificar. ¿Acaso no nos preciábamos de danzar sobre esa ola sin que nos detuvieran los contratos de papel y las ataduras que “obligan” a los heterosexuales a permanecer unidos por ley, por el bien de los hijos, hasta que la muerte los separe?
¿Por que acogernos entonces a una figura legal casi en desuso, como es el matrimonio? ¿No sería más conveniente lograr que las leyes reconozcan los derechos de cualquier pareja sin necesidad de un continente tan condicionante y con tanta carga simbólica? ¿No bastará con establecer legalmente que un homosexual, como cualquier persona, pueda nombrar beneficiario de sus seguros y cuentas o copropietario de sus bienes a quien le dé la soberana gana, sea su pareja, su perro o una libélula?
Juntarse y tener descendencia, o ejercer la maternidad o la paternidad mediante la adopción, son anhelos perfectamente legítimos de todo ser humano. Y cómo no, si todos nacimos y crecimos en el seno de una familia heterosexual donde aprendimos que eso era lo correcto y lo natural. El invertido, el anormal, el engendro antinatura, la vergüenza de la familia, siempre fue uno.
Cuántas veces yo misma he enarbolado que la mejor manera de integrarnos a la sociedad es siendo naturales, no autoexcluyéndonos en guetos ni sintiéndonos minoría. Y cuántas recriminaciones y retorcidas de ojos he merecido cada vez que dije que —sin restar valor a la lucha por nuestros derechos elementales— ser homosexual es un asunto sexual, de preferencia a la hora de escoger pareja, cuestión de cama y convivencia; que el resto del tiempo somos como cualquier otro: votamos, pagamos impuestos, nos afectan las subidas de precio o de intereses en las tarjetas de crédito; vamos a trabajar o quedamos desempleados como cualquier otro, nos enojamos igual si nos apretujan en el metro o el convoy se para entre estaciones, nos da hambre o deseos de ir al baño más o menos a la misma hora y regresamos muertos a casa en la noche sin ganas más que de cenar y embobecernos un rato ante la tele.
Que no, que ser homosexual es una actitud social y política, una toma de posición, un orgullo que exhibir, una distinción, una diferencia que debe ser respetada… ¡y ahora resulta que el gran logro del movimiento es que nos permitan casarnos y tener hijos! ¡Como si ambas cosas no las hubiéramos hecho, a nuestra manera, toda la vida!
Cada quien tiene sus gustos y su temperamento y debe realizarlos del modo en que mejor le plazca. Eso es lo justo. No me parece mal que la gente quiera casarse; está claro. Lo que no me parece es que haya una ley que “obligue” a tomar esos compromisos a cambio de beneficios elementales. Lo que me sorprende es que a nuestros líderes, quienes nos representan y negocian nuestros derechos ante las fuerzas políticas correspondientes, les ha parecido que lo mejor es estandarizarnos con el resto en vez de respetar la tan cacareada diferencia. Y ahora, para obtener esos derechos… ¡hay que matrimoniarse! El que no se case o no se anote en esa lista de Schindler no podrá acceder a ellos.
Repito: a nivel personal cada cual puede hacerlo como mejor le convenga o le agrade. Pero a nivel social… ¿este arreglo era lo más afortunado que podíamos conseguir? ¿Así nos conceden las garantías que nos corresponden o nos reducen a sus cánones y, de paso, nos meten en su redil, nos hacen entrar por el aro, nos reivindican? ¡Y todavía se lo agradecemos con desfiles, caravanas y parabienes! ¿No habíamos dicho que nuestra misión, nuestro reto, sería proponer un nuevo tipo de familia, un nuevo tipo de relación de pareja? ¿Vamos a hacerlo sobre los patrones y lineamientos del matrimonio heterosexual tradicional?
Es bueno el agradecimiento por este primer paso, por las migajas de Hansel marcando el camino, pero no nos conformemos ni nos detengamos, que vivir y merecer es mucho más de lo que estipula cualquier legislación. No vayan a decirme que no importa la forma sino el resultado y que se casan, como mercenarios, simplemente para obtener los beneficios. Porque dónde quedó, entonces, la honestidad de la lucha y la justicia de los objetivos. ¿Somos más visibles y más respetados desde que vamos a los ayuntamientos a firmar un papel o nos han engañado como a indios con espejitos de colores? ¿Eso era lo que queríamos: casarnos, tener hijos y dejarle la chequera a nuestr@ viud@? ¿No estamos convirtiendo así nuestras uniones en el matrimonio homoheterosexual? ¿Podrán ser diferentes, entonces, nuestros hijos?
O será que de este lado del Atlántico, en estos países donde el que hace la ley hace la trampa y en México específicamente, vemos las cosas con menos entusiasmo y pasión, con más cautela y desconfianza. Porque desde que fue aprobada la Ley de Sociedad de Convivencia para el Distrito Federal, el 9 de noviembre de 2006, de las personas a las que conozco —que no son pocas— sólo se ha acogido a ella una pareja. Y cuando fueron a validarlo en la Delegación Cuauhtémoc, que comprende el centro de la ciudad y la Zona Rosa, capital gay de la ciudad de México, sólo 43 parejas lo habían hecho.
O sea que, resumiendo, si hasta ahora nos preciábamos de nuestra libertad, nuestro poder de compra, las posibilidades de viajar y de fiestar toda la madrugada, prepárense a comprar pañales y juguetes, a pagar colegiaturas, a sacar cuentas y a mantener escuincles. Y nada de pachanga, que nos los quita el Estado si los descuidamos… ¡A la mierda Sodoma y Gomorra!
De acuerdo, de punta a cabo!
ResponderEliminarUn abrazo
la Villamar
Querdia Odette; afortunadamente no estoy ahora mismo de ese lado del Atlántico, con lo cuál puedo elegir.
ResponderEliminarNo voy a entrar en debate, faltan muchos matices en tu comentario, que por cierto algún votante de la derecha más conservadora de este país y alentada por la Iglesia Católica, estaría de acuerdo también contigo. Combinación nefasta para vivir en la tolerancia y en democracia.
Creo que lo más bonito de la historia de estas dos chicas que se han casado simbólicamente en La Habana, es la posibilidad que se abre para que en un futuro el maricón, la tortillera, el transexual que quiera casarse lo haga sin más.
Para los que viven allí es la mejor noticia con la que han empezado este año. Si yo hubiera nacido ahora en esa Isla mi niñez y juventud hubieran sido menos turbulentas.
Sólo pienso en lo bueno que sería que en Cuba y en México y tantos otros países, la gente pueda elegir con total libertad lo que más le guste para su vida. Yo, de momento soy feliz: imagínate una pajarita de pueblo, Santo Domingo, de Cuba, con una infancia en el barrio militar de Matanzas, cuando descubrió La Habana, no quiso volver y ahora casado con un hombre en Madrid. Creo que es suficiente, de momento.
Besitos.
A mí me da un poco de pena (pena española, no pena cubana) el tratamiento que le has dado a la noticia de la boda en La Habana, porque me parece un tema interesante y prometedor. También me da pena que la primera entrada (si no me equivoco mucho) en la que un aspecto relacionado con la homosexualidad es EL tema te lleve a una conclusión que, como te dice Lázaro, podría suscribir cualquier líder del PP en su programa electoral: los maricas (ellos nunca hablan de lesbianas) son distintos, y en realidad no quieren casarse, y tampoco debemos dejar que lo hagan. A ELLOS les gusta el modelo de homosexual “diferente”, porque les justifica todas sus discriminaciones.
ResponderEliminarYo tengo claro que la igualdad legal en el tema del matrimonio no puede ser el objetivo último de las reivindicaciones de los colectivos (ni de los individuos), y de hecho una vez conseguido este, al menos en España existen otros frentes abiertos. Supongo que en México, o en Guatemala por decir otro lugar, .hay muchas más cosas que hacer antes que pensar en casarse... Pero tampoco me parece justo quitarle la importancia que tiene a esta posibilidad.
Supongo que cada cual tiene su visión del matrimonio, y a algunos les parecerá que el objetivo debería haber sido acabar con él como institución e instaurar un batiburrillo libertario. Pero lo cierto es que el matrimonio existe, la gente sigue casándose, y en esa coyuntura lo justo es que las parejas homosexuales podamos, si queremos, hacerlo también. Entre otras cosas sí que somos más visibles, y por tanto, poco a poco más respetados. Creo que casarse hoy en día tiene algo de militancia.
Para acabar, yo lo que no sabía es que alguien hubiera dicho que por ser personas homosexuales tuviéramos ninguna misión ni ningún reto, ni que fuera obligación nuestra proponer nuevos tipos de nada o cargarnos algún patrón establecido. A mi esto no me lo contaron cuando me dieron el carné.
Odette:
ResponderEliminarTienes razón. Yo también de alguna manera he dejado la familia tradicional, la que me hizo mierda, aunque seguro que mis padres eso no querían, la que formé y volvió a hacerme mierda, y con dos hijos a cuestas. Espero que ellos ahora lo hagan diferente.
Chiste enviado desde La Habana:
ResponderEliminarEn los 60, la homosexualidad era perseguida
En los 70 era reprimida
En los 80 era tolerada
En los 90 era filmada
En los 2000 es OBLIGATORIA
Querida doctora: Estoy de acuerdo contigo porque ahora resulta que los homesecuales están reproduciendo conductas de los heterosexuales conservadores y algunos heterosexuales están pasando de las canones sociales establecidos y toman la decisión de vivir en pareja así nada más unidos por el amor que es lo único que une a una pareja con hijos o sin ellos eso es otra historia. Y cuando el amor cambia o se acaba cada quien recogesus triques y a otra cosa mariposa. Pregunto ¿cómo se tramitará oficialmente las bodas o las convivencias?
ResponderEliminarUn beso tronado
Susana
"Amaos los unos a los otros". Y no me digan que lo escribieron asi para generalizar. Mierda, que cuando se tuvieron que referir a "las unas o las otras", desde los tiempos de Eva, nos acusaron de ser las causantes de que Adán pecara (el, tan escaso de convicciones que al primer contoneo de cadera de ella, se postro a sus pies o entre sus piernas) y para colmo nos compararon con las serpientes. Luego, para que entendieramos mas claro el mensaje, especificaron que nuestra funcion estaba limitada a la procreacion, el cuidado de la casa, los hijos, a lavarle los pies a los hombres y a seguirlos y servirles con respeto y silenciosamente. De esa manera se anunciaron las Buenas Nuevas, asi que no podiamos esperar nada mejor para estos tiempos. Luego la historia de la Virgen Maria (que debieron elegir a una anciana infertil para hacer el cuento mas creible) y asi sucesivamente hasta llegar a la infeliz Maria Magdalena que fue utilizada por Juan el bautista para que Jesus pasara entre sus piernas una vez sumergido en las aguas bautismales. La pobre de Magdala paso de virgen a prostituta y ni siquiera han liberado de la censura del Vaticano sus evangelios. Si volvemos la vista a la epoca en que Jesus andaba por la Tierra, debemos recordar que, como la muerte aparecia comunmente antes de los 40 años, los hombre que llegaba a los 30 sin esposa y familia, estaban publicamente descartados porque no habian cumplido el sagrado mandato de amaos y multiplicaos.
ResponderEliminarEs que desde esos remotos momentos comenzo el conflicto y luego la tergiversacion. Pienso que somos las parejas heterosexuales las que hemos violado las normativas para cada sexo. Releamos la Biblia una vez adultos con la mente abierta y de seguro mas de una vez concordaran conmigo. Esto es mas sano que el papel hipocrita que jugamos en la actualidad cuando nos atrevemos a atacar a alguien por sus preferencias sexuales, o simplemente por ser amigo de un homosexual. Y de eso si que Odette y yo tenemos muchas anecdotas. Fuimos muy criticadas, apuntadas y segregadas por nuestra amistad en Santiago de Cuba. Que nadie entendia que hacia la puta con la tortillera para arriba y para abajo, de dia y de noche, que nos regalaramos flores y que nos sentaramos horas interminables en ese Parque del Ajedrez a tomar cafe y conversar de cuanto nos venia en ganas. A quien le rompimos un hueso con nuestra amistad? Por que es tan dificl entender que dos personas se quieran asexualmente?
Como estamos entre amigos les voy a decir algo. Si la reencarnacion exite, si tengo la dicha de reencarnar y algun dia vengo de hombre, de seguro voy a ser gay o maricon de concurso porque estoy muy conforme y complacida con la preferencia sexual que elegi voluntariamente. Pero si a estas alturas me sintiera atraida por una mujer, tambien se los comentaria porque a fin de cuentas, lo importante es ser felices y sentirse realizados para poder honrar este cuerpo que nos prestaron. Nada mas nos llevaremos, asi que vivamos la vida y disfrutemos con lo que nos resulte agradable, que ni un papel firmado ni un ridiculo comentario de cualquier troglodita nos va a mas buenos o mas malos. Lo fundamental siempre ha sido invisible a los ojos de la mayoria y esa es la peor condena que arrastramos.
Inés
Tienes más que razón con la paradoja, aunque el matrimonio esté más en crisis que en real desuso. Se regresa al inicio y queda fuera de la discusión el punto que planteas y que debiese de ser fundamental. Cuando las cosas llegan a su extremo, parece ser que el centro de la disputa es la cuestión económica (quién hereda los bienes), es decir, lo que constituye obligación respetar y hasta el punto en el cual el Estado tiene que intervenir para que algo sea respetado. Pero, curiosamente, el matrimonio revela aquí un punto fuerte: el hecho de que yo viva o acepte la existencia de un lazo (de vida unida) que obligo a que sea reconocido por la sociedad, por todos, implica un derecho inalienable sobre la sucesión de mis bienes para aquél (de mi matrimonio) que me sobrevive. Puesto que es un derecho que no puedo traicionar (la ley impide que yo desherede a mi pareja), entonces reconozco su parte, su participación. A no ser que entremos en el mundo de aquellos matrimonios que se establecen, desde la firma, sin derechos de herencia para una de las partes. Adquiere su sentido más pleno en las clases adineradas, al mismo tiempo que es una clarísima ilustración del fraude del matrimonio mientras más posibilidades hay de que el patrimonio, el caudal que aporta cada una de las partes, intervenga en él. Sin embargo, ¿debe de ser así es esa mayoría inmensa de la población para la cual el dinero no es la cuestión central o está bien que exista el matrimonio y ya? Lo que, por cierto, nada tiene que ver con el reconocimiento de la dignidad de éste o aquél como ser humano con derechos (en particular, el de no ser discriminado por su opción sexual o estilo de vida al respecto).
ResponderEliminarFowler
Querida Odette:
ResponderEliminarInteresantísimo tu texto, y muy certero. Por un lado, me parece perfecto lo de las sociedades de convivencia y esas bodas simbólicas que se han realizado como una forma de subrayar un triunfo legal, pero me temo que legalizar una alianza, sea homosexual o heterosexual, trae a la larga muchos problemas si a fin de cuentas resulta que esa persona que elegiste para casarte no era el amor de tu vida... o no era lo que te imaginaste, y eso puede ocurrirle a cualquiera. Lo que sí apoyo con todo mi corazón, es la posibilidad de que una persona pueda heredar sus bienes a su pareja homosexual. He visto como a queridas amigas y parientes los despojan hasta de los retratos de quien fuera su pareja cuando esta muere, es muy doloroso, y no es justo, porque generalmente la parentela ni siquiera se ocupaba de la persona cuya herencia se atreven a pelear,
en fin, el mundo está patas pa' rriba,
un besito,
ev
Querida Odette:
ResponderEliminarSiempre leo encantada tus aportaciones del blog y más de una vez me he visto tentada a participar, pero el mucho trabajo y la pereza...
Pero hoy no puedo dejar de comunicar mi opinión. Será porque soy homosexual y estoy casada (a mucha honra) o porque soy homosexual y quiero tener un niño (encantada de la vida).
Creo que en tu artículo mezclas –a veces- dos cosas: la ideología y la orientación sexual. La ideología es algo que uno elige, puede cambiarla, modificarla, actuar en consecuencia con ella o abandonarla...
La homosexualidad no es una opción de vida y, por tanto, no implica de por sí ninguna actitud revolucionaria, cuestionadora del orden social... soy mujer y amo a otra mujer, así de sencillo.
Como homosexual no aspiro más que a una cosa: normalidad. Yo no quiero destacar, dar lecciones de nada, mostrar mi valor o mi lucha... no, yo quiero que no me cobren más impuestos por vivir con una mujer en lugar de un hombre, que si me pongo enferma de corazón, mi pareja (y no mis padres) decidan si me operan o no, que si me muero, la pensión de viudedad se la lleve la persona con quien he compartido mi vida y no el estado... son cosas muy vulgares, muy cotidianas. En estos momentos y tal y como está la sociedad, conseguir eso pasa por casarse. ¿Qué tú crees que esos derechos deberían conseguirse por la cohabitación o la pareja de hecho? Bueno, esa es tu opinión, pero esa es otra lucha. El hecho de que se legalice el matrimonio homosexual sí es una conquista y bien grande. Nadie está obligado a casarse, pero si uno quiere y le da la gana, puede.
La ideología es otra cosa: uno puede estar (ame a quien ame) en contra del sistema establecido, pensar que la familia tradicional no tiene sentido, preferir más tiempo libre y menos hijos, o considerar que el amor no tiene nada que ver con firmas o compromisos por escrito... esa es otra batalla, pero nada tiene nada que ver con nuestra condición de homosexuales. Tampoco me convence la dicotomía heterosexual= tradicional, homosexual = alternativo... o la idealización de los homosexuales como los que van a cambiar al mundo... odette, míranos bien, cuantos homosexuales son sexistas, fascistas, racistas, aburguesados, conformistas, intolerantes, prejuiciosos...
Y una pregunta: ¿Sodoma y Gomorra es la vía que propones para que podamos cambiar el mundo?
Un abrazo muy fuerte
Carmen (la de Alemania)
Querida odette... debe ser que definitovamente estoy envejeciendo, porque desde ayer leí tu texto y aunque tuve mi arranque juvenil de siempre de contestar lo que me dictó más el corazón o el pulmón que me cortó el aire que el cerebro, decidí esperar... en general no ando en días inteligentes, mi mujer, dice que no se quiere casar conmigo porque es muy mayor para mí y quiere que yo no esté atada a nadie en el momento que me enamore de alguien más joven, imagínate...
ResponderEliminarmientras, yo recojo la casa para ponerla en otra parte, como bien sabes, no por separación, sino por problemas de calefacción... en fin, que he decidido esperar, pero aquí estoy contestandote porque no puedo dejar de hacerlo esta vez...
las feministas italianas en los 70 declararon una consigna definitiva: lo privado es público. A buen entendedor... sin embargo, quiero seguir por aquí... y establecer un paralelo con las conquistas feministas, ya sabes, las mujeres son mi tema en general... y no solo de doctorado...
Lo privado es publico y hoy cuando tú vas a la urna y votas, como toda ciudadana mexicana es porque mucha gente ha muerto y ha sido torturada y humillada y quemada en la hoguera para eso...
Lo privado es publico y la conquista del matrimonio homosexual en cualquier lugar del mundo; pero especialmente en la Habana, es un acto de democracia que no se puede desdeñar... y porque responde a una organización lógica del pensamiento y el modus operandi de la humanidad es que la gente se va a ir a casar como loca en todo aquel país que esto se permita: acción-reacción, elemental Watson; y esa gente que se casa, está alzándose públicamente por los miles de asesinados por el solo delito de ser homosexuales; por los millones encarcelados y por los otros tantos expropiados una vez muerta la pareja con la que compartieron toda una vida.
la libertad de elegir si lo haces o no, es por supuesto, problema tuyo, lo privado es publico y pertenecerá al mundo simbólico de cada quien y al compromiso político y sentimental con sus parejas casarse o no... estudiando teoría me pasa lo mismo que me ha pasado con tu texto... a veces puedo llegar a asentirlo, pero siempre me queda la pregunta: y la propuesta nueva, esa que establezca una posibilidad ante ese arranque nihilista y escéptico, dónde está?
En fin, guapa, que no me extraña que tan poca gente se esté reconociendo como pareja de hecho en México; el complejo de la Malinche nunca terminó, es cultural y las dos lo sabemos...
besitos y abrazos de novia rechazada
Siento algo de alivio por las entradas de Carmen (la de Alemania) y Mabel. Y por supuesto, por la de Enrique, pero a él lo tengo en casa.
ResponderEliminarSaludos a Mabel desde aquí.Que tengas suerte y encuentres "calefacción".
En la esencia de mi artículo, y en su intención —aparte de los cuestionadores y sarcásticos comentarios que me caracterizan, bien lo saben quienes me conocen—, está mi preocupación de que en futuras legislaciones —quedó claro que estamos tratando un asunto que rebasa al amor y otras nociones idílicas y se asienta en el orden jurídico—, sobre todo en estos países de América donde todavía están en análisis o ni siquiera, o incluso en Europa, se contemplen los mecanismos que garanticen los derechos de las parejas que, por la razón que sea, no quieran o puedan contraer nupcias… Porque como le dije ayer a Enrique en correo privado, a quienes les haga felices casarse y vivan más tranquilos después de hacerlo, ¡felicidades! Ese derecho de elección no lo cuestiono y de hecho, si leen bien, lo refrendo en más de una ocasión. De eso se trata la dicha, la plenitud y la realización: de poder hacer lo que se nos antoje sin perjuicio de terceros.
ResponderEliminarPero hasta ahora, en estas legislaciones, para ganar los derechos (que son los inalienables de cualquier persona humana) HAY que casarse. O sea, para acceder a ellos, el matrimonio es OBLIGATORIO, como dice el chiste cubano… De modo que quienes no quieran casarse, no tiene derechos. ¿Eso no les llama la atención o no les importa porque no es su caso, porque ya ustedes se casaron y son felices?
Yo siempre he abogado, bien lo saben, por esa “normalidad” de que habla Carmen y tal vez, en ese sentido, “el ideal” sería para mí que no hubiera legislación alguna que contemplara a los homosexuales como “casos aparte” o fenómenos de feria. Que se establezca la libertad a contraer matrimonio, sin tener especificar; si se quieren casar dos cotorras, o un perro y una cacatúa, que lo hagan. Y si no se quieren casar, que apliquen las normas del amaciato, como en las parejas heterosexuales. Si abogamos “ahora” por no ser distintos, pues seamos iguales en derechos a TODOS los seres humanos. Tal vez es que, en el fondo, soy una idealista y una cuestionadota a ultranza, que nunca estoy conforme, gracias a Dios. Si me conocen, qué les extraña… ¡ahora soy la defensora de los derechos de quienes NO quieren casarse!
Francamente, para que más si Carmen ya lo ha dejado bastante claro,cito: "Creo que en tu artículo mezclas –a veces- dos cosas: la ideología y la orientación sexual";"yo quiero que no me cobren más impuestos por vivir con una mujer en lugar de un hombre, que si me pongo enferma de corazón, mi pareja (y no mis padres) decidan si me operan o no, que si me muero, la pensión de viudedad se la lleve la persona con quien he compartido mi vida y no el estado... son cosas muy vulgares, muy cotidianas". Pero real como la vida misma.
ResponderEliminarEn la España "progre" a las lesbianas que decidimos casarnos (por múltiples circunstancias, incluido el amor)y se lo comunicamos a la empresa para la que trabajamos para pedir los días que nos corresponden por matrimonio, muchas (entre las que me encuentro) acabamos de patitas en la calle. A las lesbianas que decidimos casarnos y por una cuestión o por otra acompañamos a nuestra pareja al médico y después intentamos recoger sus resultados médicos, nos encontramos con que tenemos que llevar el libro de familia en la boca y además levantar un poquito la voz para que se nos escuche, ya no digamos si tu pareja se pone enferma y sin estar casados pretendes entrar el la UCI, eso se puede convertir en una odisea.
Ya ni quiero pensar en que haya hijos por el medio,y que por desgracia tu pareja se muera,¿cuántos casos conoceis en el que se le ha retirado la guardia y custodia a la otra parte simplemente por el hecho de ser homosexual?.
Y, también por desgracia , aún es más diferente ente mujeres y hombres.El homosexual masculino está considerado por encima de las lesbianas.
En cuanto a la ideología desengañemonos ya de una vez: todos los homosexuales NO son abanderados del progresismo.
Por otro lado, en cuanto sepas de la boda de las cacatuas, no dudes en invitarme, que estaré encantada de ser la madrina. De hecho tengo a dos gatos(ambos machos) literalmente amancebados en mi casa y aún no han pedido ni siquiera registrarse como pareja de hecho.
Y a mi consorte que la compares con una cacatua no le ha gustado nada (jajaja).
Pluma
http://www.cubaencuentro.com/es/encuentro-en-la-red/cuba/noticias/mariela-c
ResponderEliminarastro-falta-voluntad-politica-para-divulgar-datos-sobre-el-abuso-de-menores
Cariño:
Te envio este articulo de Mariela Castro para compartirlo con los amigos del parque porque como este personaje esta en en el boom de la popularidad y lo novedoso hasta provoca morbo, me parece propicio para que nuestra generacion analice en cuantos aspectos fuimos abusados a traves de toda nuestra infancia. Porque no quiero hablar de la escases de leche, ni de las 20 compotas que nos tocaban (cuando nos tocaban), pero si quisiera saber si Marielita participo en algun plan de la escuela al campo, si tuvo que dormir en aquellas barracas sin luz electrica, ni agua potable o si necesito hacer del cuerpo en aquellas letrinas colectivas. A estas alturas con ese cuento? Ahi lo dejo de tarea, yo solo advierto, porque las decepciones duelen. La epoca de escuchar a Tia Tata ya forma parte de los recuerdos de infancia.
Un beso,
Ines
Acabo de leer tu reflexión sobre la boda de esas muchachas. Yo creo como tú que nuestros patrones son nuestros y no hay por qué querer imitar en todo a los heterpsexuales para que nos aprueben que, en definitiva, no tienen por qué apreobarnos nada ni lo necesitamos.
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