El sábado el escándalo era inusual en esta ciudad de por sí bulliciosa. El camión del agua sonaba como si los garrafones fueran de hierro; en los televisores Chávez interrumpía a Zapatero y el rey Juan Carlos lo mandaba callar; los niños chillaban por doquier, los padres hablaban alto, Juanes enumeraba las razones que lo enamoran y en los altavoces de Gigante, la muchacha de la voz tipluda anunciaba las ofertas con singular galillo. La gente arrastraba los carritos con un ímpetu entusiasta que apenas daba tiempo de apartarse y los demostradores de productos la emprendían para arriba de los clientes con sus bandejas repletas de vasitos y unas sonrisas amenazantes. “O esta gripe me tiene muy sensible o algo raro está pasando”, me decía extrañada y la respuesta fue haciéndose oír a modo de un tintineo que subía de volumen a cada campanada: ¡Ha llegado la Navidad!
Para ser justa, tiene semanas que llegó. Mucho antes de que las brujas emprendieran su vuelo de aquelarre hacia la convención anual en Salem y de que los difuntos vinieran de visita y se regresaran resignados a su morada eterna, las tiendas departamentales y los supermercados se llenaron de un día para otro de esferas, guirnaldas, series de luces, listones dorados y plateados, abetos plásticos, ramos de muérdago, nacimientos artesanales o minimalistas y toda suerte de ridículos adornitos multicolores.
Ya Marisa le regaló a Orlando una bota del gordo de los renos; Dora y Víctor están planeando hacer frutcakes para regalar; la vecina de los altos colgó su Santa Claus polvoso y la de abajo la nochebuena de fieltro, cubriendo onerosamente sendas calcomanías de “Mi presidente se llama Obrador”; Fabi tiene contaditos no sólo los días que le restan al año laboral, sino también los que faltan para Semana Santa, y ya Elsa debe haber encargado las latas de galletas —más grandes o más chiquitas dependiendo de la jerarquía del destinatario— que nos obsequia cada año en víspera de vacaciones.
¡Ha llegado la Navidad! Todo es paz y amor. En cualquier momento empezarán los villancicos que nos recuerdan, año con año, no la alegría del nacimiento del Salvador, sino la verdadera causa por la cual se dejó clavar tan mansamente: debió estar harto de que le taladraran los tímpanos con esa musiquita demoníaca que pretendiendo narrar lo que le pasó a la Marimorena en el portal de Belén —que no era portal sino vil establo— y festejar cómo beben los peces en el río campana sobre campana, realmente tiene como único objetivo enajenar a los oyentes para que compren sin límite, traguen como barriles sin fondo, beban y beban y vuelvan a beber como las acuáticas criaturas ya referidas, y no despierten de ese frenesí hasta que el año nuevo los deje completamente desplumados ante lo que en México se llama cuesta de enero.
Y me quedo pensando que casi tres décadas viví sin Navidad. Mi único recuerdo de esa época en Cuba es adornando un pino natural junto a mi tía Noris; Piri e Isel casi recién nacidas. Es una imagen muy difusa, tal vez retomada inconscientemente de alguna vieja fotografía más que del laberinto de la mente. Era el año 67, 68 tal vez. Después, nunca más volvió a desempolvarse la caja de las esferas —bolas se dice allá—. La Natividad, los Reyes Magos, la Semana Santa… todos fueron desterrados de la vida cubana hasta que llegaron los turistas en los últimos noventa, con sus bolsillitos llenos de dólares, a celebrar en la cálida isla el descanso de fin de año y entonces, con todo y arbolito, resucitó muy convenientemente la Navidad, como el Ungido al tercer día.
Así, nos ahorraron treinta años de regalos y felicitaciones y nos desacostumbraron de musiquitas y lucecitas alegóricas, brindis con sidra y olor a manzanas maduras. Y de paso nos evitaron matinés interminables de “Mi pobre angelito” y “Milagro en quién sabe qué calle”, estampas piadosas de la vida de Jesús y cuentos lacrimógenos del Canal de las Estrellas. ¡Eso sí que fue favor!
La costumbre que no perdimos en Santiago fue reunirnos los últimos minutos de un año y los primeros del otro en el parque Céspedes, centro de la ciudad. Generalmente había allí un espectáculo musical de esos inmetibles, pero justo después de las campanadas de la catedral y antes de los fuegos artificiales, mientras se oía el himno nacional, una bandera enorme era izada en el edificio del Ayuntamiento. Atendiendo a la tradición, según como fuera elevándose, sería el año: si ondeaba, nos sonreiría un poquito la suerte; si subía achurrada, la cosa estaría pa’ los leones. Incluso luego de irnos a La Habana o más lejos —los que nos fuimos—, seguimos en vilo hasta que llamamos a preguntar cómo sube la bandera, cual si la susodicha superchería tuviera alcance extraterritorial.
Pero bueno, como esto ya se va alejando del tema y no quiero anónimos en los comentarios mentándome la madre o diciendo que qué amargada estoy, aquí me callo. Y mientras espero que la antena de Televisa Chapultepec se forre de bailarines bombillitos de colores que se vean desde toda la ciudad, que los árboles de Reforma se vistan de luces y empiece la Navidad Coca Cola, se despide de ustedes con saludos revolucionarios,
su amiga El Grinch
Para ser justa, tiene semanas que llegó. Mucho antes de que las brujas emprendieran su vuelo de aquelarre hacia la convención anual en Salem y de que los difuntos vinieran de visita y se regresaran resignados a su morada eterna, las tiendas departamentales y los supermercados se llenaron de un día para otro de esferas, guirnaldas, series de luces, listones dorados y plateados, abetos plásticos, ramos de muérdago, nacimientos artesanales o minimalistas y toda suerte de ridículos adornitos multicolores.
Ya Marisa le regaló a Orlando una bota del gordo de los renos; Dora y Víctor están planeando hacer frutcakes para regalar; la vecina de los altos colgó su Santa Claus polvoso y la de abajo la nochebuena de fieltro, cubriendo onerosamente sendas calcomanías de “Mi presidente se llama Obrador”; Fabi tiene contaditos no sólo los días que le restan al año laboral, sino también los que faltan para Semana Santa, y ya Elsa debe haber encargado las latas de galletas —más grandes o más chiquitas dependiendo de la jerarquía del destinatario— que nos obsequia cada año en víspera de vacaciones.
¡Ha llegado la Navidad! Todo es paz y amor. En cualquier momento empezarán los villancicos que nos recuerdan, año con año, no la alegría del nacimiento del Salvador, sino la verdadera causa por la cual se dejó clavar tan mansamente: debió estar harto de que le taladraran los tímpanos con esa musiquita demoníaca que pretendiendo narrar lo que le pasó a la Marimorena en el portal de Belén —que no era portal sino vil establo— y festejar cómo beben los peces en el río campana sobre campana, realmente tiene como único objetivo enajenar a los oyentes para que compren sin límite, traguen como barriles sin fondo, beban y beban y vuelvan a beber como las acuáticas criaturas ya referidas, y no despierten de ese frenesí hasta que el año nuevo los deje completamente desplumados ante lo que en México se llama cuesta de enero.
Y me quedo pensando que casi tres décadas viví sin Navidad. Mi único recuerdo de esa época en Cuba es adornando un pino natural junto a mi tía Noris; Piri e Isel casi recién nacidas. Es una imagen muy difusa, tal vez retomada inconscientemente de alguna vieja fotografía más que del laberinto de la mente. Era el año 67, 68 tal vez. Después, nunca más volvió a desempolvarse la caja de las esferas —bolas se dice allá—. La Natividad, los Reyes Magos, la Semana Santa… todos fueron desterrados de la vida cubana hasta que llegaron los turistas en los últimos noventa, con sus bolsillitos llenos de dólares, a celebrar en la cálida isla el descanso de fin de año y entonces, con todo y arbolito, resucitó muy convenientemente la Navidad, como el Ungido al tercer día.
Así, nos ahorraron treinta años de regalos y felicitaciones y nos desacostumbraron de musiquitas y lucecitas alegóricas, brindis con sidra y olor a manzanas maduras. Y de paso nos evitaron matinés interminables de “Mi pobre angelito” y “Milagro en quién sabe qué calle”, estampas piadosas de la vida de Jesús y cuentos lacrimógenos del Canal de las Estrellas. ¡Eso sí que fue favor!
La costumbre que no perdimos en Santiago fue reunirnos los últimos minutos de un año y los primeros del otro en el parque Céspedes, centro de la ciudad. Generalmente había allí un espectáculo musical de esos inmetibles, pero justo después de las campanadas de la catedral y antes de los fuegos artificiales, mientras se oía el himno nacional, una bandera enorme era izada en el edificio del Ayuntamiento. Atendiendo a la tradición, según como fuera elevándose, sería el año: si ondeaba, nos sonreiría un poquito la suerte; si subía achurrada, la cosa estaría pa’ los leones. Incluso luego de irnos a La Habana o más lejos —los que nos fuimos—, seguimos en vilo hasta que llamamos a preguntar cómo sube la bandera, cual si la susodicha superchería tuviera alcance extraterritorial.
Pero bueno, como esto ya se va alejando del tema y no quiero anónimos en los comentarios mentándome la madre o diciendo que qué amargada estoy, aquí me callo. Y mientras espero que la antena de Televisa Chapultepec se forre de bailarines bombillitos de colores que se vean desde toda la ciudad, que los árboles de Reforma se vistan de luces y empiece la Navidad Coca Cola, se despide de ustedes con saludos revolucionarios,
su amiga El Grinch
Y ojo, ¡que es martes 13! Ni te cases, ni te embarques, ni de tu casa te apartes.
Feliz Navidad amiga El Grinch!
ResponderEliminarMis saludos revolucionarios para Usted! Por cierto, me diverti tanto leyendo su articulo, como mirando el "papelon" del compannero Hugo en la Cumbre, que mencionas al inicio.
Un abrazo desde Missouri.
...la la la la la la la la la la, ya llegó la navidad, vamos todos a matar guajolotes y arbolitos hasta ninguno dejar, la la la la la la la la la la...
ResponderEliminarah! y la bota es Made in China, of course.
besitos
Or
Y si, la navidad era para nosotros otra cosa... como llegue despues, como a casi todo; el unico arbolito que vi fue uno que escondia una vecina de mi tia Zoyla en un rincon de su sala... y digo escondia, porque mientras todo el año esa misma señora tenia la puerta abierta, cuando ponia el arbolito la cerraba como si estuviera cerrando una fortaleza... entonces mi tia me subia en sus brazos, que pequeña debo haber sido como para que pudiera cargarme porque siempre he sido la gordita o la gorda panolla dependiendo del hablante, eso que mi tia me subio en sus hombros y por primera vez vi el arbol... y solo ahora, leyendote, odette, lo recuerdo... despues ya fue toda esa cosa espantosa y de carton que se han inventado los nuevos ricos en Cuba...
ResponderEliminarcuando llegue a los Estados Unidos, Maya me volvia loca deseando que llegara la navidad, y yo, tan chulita diciendo, madre mia, que ruido... el mismo ruido que tu describes y yo intuia... pero sin afanes de chuleria, una vez mas, te digo que la magia de NY en Navidad es despampanante... montada para que compres y despues pases tu enero de arrepentimiento, como dice Yurien; pero mágica... mágica para hacer que los niños crean en Santa al menos una vez... y la musica no son esos villancicos chillones, sino modernas versiones de temas que dicen que Santa Claus esta llegando a la ciudad y que no debes llorar, porque el lo sabra... todo lo que nos arrebataron, tal vez para hacernos espirituales y combatientes, tal vez solo pa joder, me ha sido devuelto en esta ciudad que sueña blanca la Navidad y con ella algo de aquel gesto de amor de mi tia al levantarme en sus hombros, regresa...
mis besos y gratitud...
Mamma mia... esa cuesta de México imagino que es como todas las cuestas de la humanidad cristiana (aunque las celebraciones sean cada vez más paganas). Hoy por hoy, donde hay Navidad se adquieren deudas, y donde hay deudas, existe el síndrome del bolsillo estrujado, algo que convoca a la austeridad, depresiones a posteriori y mala leche. Ahora bien, los momentos navideños del disfrute valen la pena; en nuestras sociedades, donde ya no almorzamos con la familia y apenas les vemos el hocico por semanas, la Navidad es ideal para cobrársela a la esclavitud cotidiana, al menos yo me impregno de Disney por los cuatro costa'os con los niños de la familia y bailo al son de los cascabeles, el barrigón del Polo Norte y las uvitas del 31, pues normalmente el resto del año es árido en términos de celebraciones alegres, emotivas y desenfadadas (olvidemos las patrióticas, que suelen producirme alergias). En fin, como cantaría Feliciano: I want to wish a Merry Christmas, and a Happyyyyyyyyy New Yearrrrrrrrrrrr... Y salud con El Gaitero!
ResponderEliminarAbrazos,
Karin