Ayer fue uno de esos días que se nos antojan especiales. Cuando salí del metro en la mañana, la luz, brillantísima, dibujaba la silueta deshelada y verde del Ajusco. Parecía de nuevo —me lo ha parecido siempre— una mujer desnuda disfrutando su siesta: la pierna flexionada, el vientre abultadito, el costillar, el seno…
A mediodía —que aquí es pasaditas las tres de la tarde— algunas diligencias me llevaron a Perisur, centro comercial ubicado a sólo unas cuadras de mi oficina. Un bufido me salió desde el estómago —y no por el esfuerzo de la subidita— al desembocar en el estacionamiento al aire libre: en el horizonte, no tan lejano, Iztaccíhuatl y Popocatépetl eran una postal. Tan nevados, que parecían envueltos en un traje de novia. Él erguido, expectante; ella desmadejada, lánguida, llenándolo de ganas. Dueños y señores del valle y sus inmediaciones.
Cuando llegué a México —mil veces lo he contado— el magnetismo que ejercían sobre mí me hacía buscar su blancura desde cualquier punto de la ciudad o sus alrededores. Y cuando hallaba de ellos alguna pincelada alba, aun entre las nubes o la contaminación, no podía apartar los ojos. Subía a la azotea de las casas que alquilaba sólo para comprobar si ese día —cualquier día, todos los días— se veían los volcanes.
Siempre voy a los lugares con un propósito predeterminado. Rara vez me doy el lujo de pasear por pasear. Lo hago constantemente: me obligo a “inventar” presentaciones literarias cada vez que quiero salir de la ciudad o visitar a los amigos, como si no fuera legítimo gozar por el simple gusto. Y así, cumplido el propósito que me lleva a los lugares, siento una pulsión casi incontrolable de regresar.
Eso sentí ayer, cuando terminé mis compras en Perisur, a pesar de que aún era temprano para encerrarme en la oficina. Y fueron ellos, el Popo y su dormida acompañante, quienes me hicieron detenerme. Me senté en una banca desde donde podía observarlos en todo su esplendor. A mi lado, dos abuelos custodiaban las vueltas en bicicleta de su nieto quien, cuando fue enterado de que el paseo había concluido, abrazó al anciano y le dijo: “Me divertí mucho”. “La inocencia infantil…”, pensé y sin embargo, sentí que me entregaba a una inocencia similar. Cortaúñas en ristre, me tasajeé las manos dejándome llevar por mis pensamientos al amparo de la música ambiental que venía del estacionamiento techado: Primavera y Verano de Vivaldi, muy ad hoc las estaciones.
No sé qué tiempo pasó. Media hora, cuarenta minutos. Sobre las faldas del Izta iba cayendo una tarde rosada cuando retomé camino. Ligera, como nueva, iba cruzando el puente sobre Insurgentes cuando del sendero que conduce a la estación del metrobús salieron dos muchachas. Había un no sé qué en su lenguaje corporal. No lo sabrían los demás, claro está; yo lo supe desde antes de ver las manos de una revoloteando sobre la cintura de la otra y luego enlazando los dedos con los de su compañera. “Qué lindas las muchachas que se toman de las manos”, pensé y tuve un impulso de abrazarlas, de decírselo a ellas.
En cierta ocasión, conversando con una amiga —ella en Nueva York; yo en México— acerca de las nostalgias de Cuba, ambas coincidimos en que lo que no extrañábamos, lo que más celebrábamos haber dejado en el pasado eran los piropos. Esos tipos que te “susurraban” a un volumen que lo oía todo el barrio y en el tono más guarro: “mamacita, ricura, cosa buena…”, seguido del menú de cómo te meterían todo lo metible y te chuparían todo lo chupable. Y como ésos, posiblemente ellos mismos, los que se regodeaban gritándonos “tortilleeeeera”, a veces sólo por el simple hecho de que no les “hiciéramos caso”.
Aparto ese recuerdo nefasto mientras las veo caminar con tanta naturalidad, tan tranquilas y seguras. No puedo dejar de comentarlo, todavía arrobada, y entonces me cuenta Lorena que vio de mano a dos muchachas en la macroplaza de Monterrey; que se detuvieron a besarse frente a la fuente de Neptuno y ella sintió franca envidia. Y Roque, suspirando, me dice: “¿A poco no parece que se detuviera el mundo?” Sí, se detiene un segundo y vuelve a arrancar. Hasta creo que un poquito más rápido. Como si flotara entre nubes y lo impulsara el viento. Todo el mundo bailando al compás de su paso.
Y pienso que si para eso sirvió que nos gritaran en las calles, que nos acosaran, que nos agredieran hasta nuestros propios parientes, que nos sometieran a juicios y nos expulsaran de familias, trabajos, escuelas y universidades… Si para ello sirvió que tantos crímenes de odio se ensañaran con nuestros hermanos (y recuerdo especialmente aquella terrible película sobre la vida de Teena Brandon, Boys don’t cry)… Si sirvió para que dos muchachas —o dos muchachos— puedan ir por la calle tomadas de la mano, enamoradas y sin miedo… entonces valió la pena. ¡No se suelten!
No, querida, no nos soltaremos ya...
ResponderEliminarhermosa entrada, con la ternura que solo los que saben amar en libertad y entregados a la suavidad de los gestos, conocen bien.
Gracias.
m
Qué lindo, qué prosa poética la que nos regalas, Odette. Y que sigan las chicas tomadas de la mano, por siempre, con valentía y amor...
ResponderEliminarrecuerdos al Popo desde el también helado Wheeler Peak de Taos.
Mi querida Odette, tú que has enfrentado tantas cosas, sabes bien que el amor siempre vencerá. Que sigan, no sólo tus muchachas sino todos nosotros cogidos de la mano.
ResponderEliminarMuy tierno, muy romántico y con un tinte optimista lo que has escrito Odette. Es bello porque el amor es así, sean mujeres tomadas de las manos o besándose o sean muchachos haciendo lo mismo.
ResponderEliminarHoy diecinueve del primer mes del año está de nuevo el cielo despejado en Iztapalapa e Iztacalco (donde estudio y donde se encuentra mi hogar).
ResponderEliminarEstaba cruzando la calle para tomar el microbus para regresar a casa luego de tomar la clase de "Historia de la filosofía" en la cual la profesora llegó tarde y no nos dejó salir hasta media hora después de las dos (hora en que concluía su clase) y yo iba pensando en eso, en que llegaba tarde a casa y mi abuela se preocuparía. Volví la mirada hacía arriba, como me gusta hacer para despejarme, para poder ver el cielo y ahí estaban, a mi lado derecho, reposando bajo nieve. Una vista verdaderamente hermosa... dan ganas de tomar de la mano a alguien y quedarse viendo un buen rato, sólo para obtener aquella serenidad que parece, ellos tienen.
Ahora vagando un poco en internet, abrí el portal para acceder al Parque de ajedrez y me he encontrado con esta entrada que me supo maravillosa.
Saludos.
He disfrutado hasta que me aguaras los ojos.
ResponderEliminarUn abrazo, querida.
Hermosoooo lo que has escrito, ojalá y no se suelten y tengan la valentía de pasar por todo lo que sea necesario para poder estar tomadas de la mano, respirando la libertad que hoy tienen, ojalá que no se la dejen arrebatar por ninguna politiquería barata ded período electoral, ni religión incoherente y avasalladora.
ResponderEliminarBonito texto, amiga. Gracias. La realidad siempre busca su imagen para humanizarse. Dos manos entrelazadas siempre llevan designio humanidad. Que no se suelten, no, ni ellas ni ningún otro que pueda regalarse (regalarnos) imágenes tales. Un besote.
ResponderEliminarJorge
Amiga del alma, a mí me gusta ver también a las chicas que en CU se miran enamoradas, se toman de las manos, se acarician o retozan en el pasto frente a la Torre II de Humanidades. También me siento feliz cuando subo al metro y un par de chicos se besan con pasión instalados en los asientos dobles, mientras el resto de los usuarios miran a otro lado o algún despistado que se sentó junto a ellos, al darse cuenta cambia inmediatamente el lugar (seguro de momento pensó que era una pareja hetero y, entonces, no le importó). Me gusta que hagan uso del derecho que a nosotras nos costó corretizas e insultos. Y miro a los jóvenes, pero discreta, porque yo no llevo mi distintivo de lesbiana y ellos/ellas no saben que mi mirada es de aprobación y, discreta, porque me gusta pensar que así hago cuando los heteros se besan en las calles. La verdad es que cuando miro a dos chicas de la mano, me dan ganas de sacar a ondear mi bandera de arco iris. Gracias por tu Parque del Ajedrez.
ResponderEliminarMalena
¡Wow! Que manera tan mas fina y elegante tuvo Usted de escribir sobre este tema, la felicito.
ResponderEliminarIdea suelta.
¿Ha pensado usted que ásaría si en cada momento mágico, hermoso, envidiable se detuviera el tiempo para que el universo entero fuera testigo de ese momento? Tuvieramos retraso de algunos muchos segundos
Tal vez por eso los años pasan tan rápido en ocaciones.
¿Y que pasó entonces cuando los días pasan tan agonizantemente lentos?
Saludos.
Anny Rdz.
Mty.
ya lo dijeron pablo y juan, "todo lo que necesitas es amor""""!!
ResponderEliminarque hermoso Odette, que gusto esa descripcion de las muchachas ... se siente, se ven tan cercanas, ese canto de amor, ese poema, gracias
ResponderEliminarbesos
QUE BÁRBARA DOCTORA, AHORA SI ME HA EMOCIONADO HASTA LAS LÁGRIMAS ESTE PARQUE DEL AJEDREZ QUE MANERA DE ESTRENAR UN AÑO MÁS EN SU HABER Y SIN SOLTAR LAS MANOS Y SOBRE TODA LA INSPIRACIÓN. ENHORABUENA
ResponderEliminarUN ABRAZO DEL LARGO DE LA MUJER DORMIDA.
LA DOCTORA
Odette,
ResponderEliminarHermoso texto! Me impresiono el arco de historia (e historias) que recorre. Yo disfruto mucho la cada vez mas presente imagen de novios con novio y novias con novias de las manos y a los besos en las plazas, en el subte de Bs As. Muchas veces pienso en nuestra juventud, cuando eso -a pesar de algunas excepciones- era impensado. La buena noticia es que cada vez es mas comun, y la otra buena noticia es tener una amiga que lo puede contar de esta manera.
Felicidades en el 2010!
Ernesto Carro
Exquisito texto.
ResponderEliminar¡Cómo me agradó leerlo!
¡abrazo amiga mía!
Querida Odette, la Indescencia de la palabra, como decia el surrealista argentino Aldo Pellegrini, recorre escritura, la historia que narras.
ResponderEliminarUn abrazo desde mi ciudad marina,
Silvia Loustau
www.silvialoustau.blogspot.com
Sonrío grande. Siempre será un privilegio haberte conocido Odette y haber podido ir algunas veces, de la mano. Tengo el alma ligera y la confianza plena en que todo lo que hemos vivido, vos, yo, Rocío y esas muchachas ha valido la pena. Seamos felices querida Odette, ¡seamos!, que no se ponga el sol de enero sin que cumplamos ese cometido. Con mi admiración y cariño,
ResponderEliminarPatty
Estoy muy emocionada.
ResponderEliminarCuando tenía 15 años y asistía a la prep 3, conocí a la chica más bella de este mundo: Kitzia -que en ese entonces recién había cumplido 17-.
Desde ese día vivo enamorada de ella, de lo que aprendemos juntas cada día, de su sonrisa.
Ella entró a la ENAP y un año después yo ingresé a la FCPyS. CU fue nuestro paraiso, nuestra casa de puertas siempre abiertas. Hoy ella tiene 23 y yo 21. Terminamos nuestras cerreras.
GRACIAS a todas ustedes, las que nos han abierto este hermoso camino, porque ya no puedo pensar mi vida de otra manera que tomada de su mano...
Astrid