Para mi prima Astrid y para mi mamá,
maestra de español, por su cumpleaños.
Iba yo muy pensativa, con las manos en los bolsillos, caminando hacia el metro. Sentía la llovizna como finos alfileres y recordaba la noche anterior, la peña de Manolito Mulet en la sede del Centro de Intercambio Cultural “José María Heredia” que comanda desde hace más de tres lustros mi queridísimo Rafael Carralero. Avanzaba despacio, sonriendo, cuando algo en el pie me dio un tirón. “Chingá, ya se me desataron las agujetas”. Volví a apretar el nudo sobre mis tenis y sonreí: “A un cubano le costaría entender”, me dije, “allá diríamos: coño, se me desamarraron ―o desabrocharon― los cordones”.
Entonces recordé el texto leído en la víspera por Nacho Martín, mi contertulio gachupín ―o sea, español―, que bromeaba poéticamente sobre su experiencia al respecto en las casi dos décadas que lleva en tierra azteca:
Entonces recordé el texto leído en la víspera por Nacho Martín, mi contertulio gachupín ―o sea, español―, que bromeaba poéticamente sobre su experiencia al respecto en las casi dos décadas que lleva en tierra azteca:
Ya casi no conozco gilipollas
o quizás todos se volvieron pendejos.
El mogollón se está volviendo un chingo
y ahora en vez de resaca tengo cruda.
Un chingo sería en Cuba un pocotón. Un montón pila burujón puña’o. Y si bien la cruda es resaca, igual que en España, la borrachera es juma o curda. Y en Centroamérica, borracho es bolo y resaca, goma. Bolos le decíamos en Cuba a los rusos y gomas son las llantas de las bicicletas y los carros, allí donde carro es máquina y me cuentan que no habiendo encontrado una de alquiler que las llevara hasta el hotel en que se alojaban, por las Playas de Marianao, unas mexicanas le decían a su amigo cubano que no se preocupara, que tomarían un camión. Y él, abriendo los ojos descomunalmente y manoteando como pulpo, les grito: “¡Pero cómo van a coger un camión si pueden coger una guagua!”
Guagua es niño pequeño en Sudamérica, bebé, término que en México aplica hasta casi los cinco años, edad en la que ya en Cuba llevarían mucho tiempo siendo vejigos o fiñes. Criatura a la que, de ser niña, nunca se le llamaría en México hembra, que así se habla de los animales, no de las personas. Entonces, recién salida de la panza, a la cría se le dice mujercita… ¡Válgame Dios, qué mujer tan chiquitica! A uno de mis amigos, por preguntar con toda dulzura a una recién parida si el nuevo ser había sido hembrita, se le armó un sal p'afuera, un revolú, un huéleme la colcha, un dale que te pego, un Songo le dio a Borondongo que le costó la amistad de la ofendida madre… ¿Recién parida dije? ¡Ni que fuera una vaca! Lo correcto es recién aliviada, como si la susodicha se hubiera curado de una enfermedad muy dolorosa.
Ni hablar de los límites territoriales y semánticos entre estómago, panza y vientre porque entonces el enredo se tornaría inexplicable para un forastero con otra terminología para los mismos órganos. Y es que la lengua castellana, a la que tantos insistimos en llamarle español a pesar de los reclamos de las otras comunidades ibéricas, tiene tantas palabras para nombrar las mismas cosas y tantas variantes regionales para cada una de ellas, que sospecho que quienes tratan de aprenderla deben quedarse en Babia tan a menudo como los propios hispanoparlantes cuando llegamos a otras zonas o países.
Muchas veces me pregunto qué interpretará un recién avecindado en la capital azteca, por muy latinoamericano o ibérico que sea, al escuchar la Chilanga banda de Café Tacuba… banda, que es pandilla, mara, piquete, palomilla, conjunto musical o simplemente grupo de amigos; chilango(a), casi gentilicio de los nacidos en el Distrito Federal:
Guagua es niño pequeño en Sudamérica, bebé, término que en México aplica hasta casi los cinco años, edad en la que ya en Cuba llevarían mucho tiempo siendo vejigos o fiñes. Criatura a la que, de ser niña, nunca se le llamaría en México hembra, que así se habla de los animales, no de las personas. Entonces, recién salida de la panza, a la cría se le dice mujercita… ¡Válgame Dios, qué mujer tan chiquitica! A uno de mis amigos, por preguntar con toda dulzura a una recién parida si el nuevo ser había sido hembrita, se le armó un sal p'afuera, un revolú, un huéleme la colcha, un dale que te pego, un Songo le dio a Borondongo que le costó la amistad de la ofendida madre… ¿Recién parida dije? ¡Ni que fuera una vaca! Lo correcto es recién aliviada, como si la susodicha se hubiera curado de una enfermedad muy dolorosa.
Ni hablar de los límites territoriales y semánticos entre estómago, panza y vientre porque entonces el enredo se tornaría inexplicable para un forastero con otra terminología para los mismos órganos. Y es que la lengua castellana, a la que tantos insistimos en llamarle español a pesar de los reclamos de las otras comunidades ibéricas, tiene tantas palabras para nombrar las mismas cosas y tantas variantes regionales para cada una de ellas, que sospecho que quienes tratan de aprenderla deben quedarse en Babia tan a menudo como los propios hispanoparlantes cuando llegamos a otras zonas o países.
Muchas veces me pregunto qué interpretará un recién avecindado en la capital azteca, por muy latinoamericano o ibérico que sea, al escuchar la Chilanga banda de Café Tacuba… banda, que es pandilla, mara, piquete, palomilla, conjunto musical o simplemente grupo de amigos; chilango(a), casi gentilicio de los nacidos en el Distrito Federal:
Pachucos, cholos y chundos,
chinchinflas y malafachas,
acá los chómpiras rifan
y bailan tibiritábara.
Mejor yo me echo una chela
y chance enchufo una chava,
chambeando de chafirete
me sobra chupe y pachanga.
Mi ñero mata la bacha
y canta la cucaracha,
su choya vive de chochos
de chemo, chupe y garnachas.
Transando de arriba abajo,
ahí va la chilanga banda;
chinchín si me la recuerdan,
carcacha y se les retacha.
chinchinflas y malafachas,
acá los chómpiras rifan
y bailan tibiritábara.
Mejor yo me echo una chela
y chance enchufo una chava,
chambeando de chafirete
me sobra chupe y pachanga.
Mi ñero mata la bacha
y canta la cucaracha,
su choya vive de chochos
de chemo, chupe y garnachas.
Transando de arriba abajo,
ahí va la chilanga banda;
chinchín si me la recuerdan,
carcacha y se les retacha.
Sonrío imaginándome la cara de mis lectores de otras regiones y pienso en el famoso Baile del perrito cuyo estribillo decía: “Papi no sea’ así, no te pongas guapo, que este baile lo bailan todos los muchachos”. Nunca he estado segura de qué entienden los mexicanos —si es que vale la pena el análisis lexicológico— cuando oyen aquello que en el Caribe es casi un ruego para que el padre no salga con un machete y les corte, cuando menos, la cabeza a los atrevidos y pegajosos bailadores. Ponerse guapo allá es enojarse, por decirlo bonito, mientras acá puede ser desde pagar la cuenta o hacer un regalo, hasta acicalarse para volverse bonito de buenas a primera.
Y ya ni meternos en las “malas palabras”… Cuentan de un venezolano que viendo la ciudad de México desde el avión, desbordada e infinita, dejó escapar un instintivo y mascullado veeerrrga que les provocó un delicioso escozor a más de una de las señoronas que venían en la aeronave. Y uno de mis amigos, recién llegado de la isla, le explicaba al taxista el camino que debía seguir: “Coja aquí a la derecha”. Al escuchar la risita burlona del ruletero ―término que, en rigor, debería aplicarse a quien manejara una ruleta―, le espetó: “¿De qué se ríe?, ¿nunca ha cogido aquí a la derecha?”, a lo que el chafirete le respondió, muy mexicanamente, “No, güero, la verdad es que no”. Güero dijo, que en Cuba sería el adjetivo aplicado a un huevo podrido y aquí es rubio o de piel blanca, como chele en Centroamérica si es extranjero. Y en Cuba cheles serían bultos, bártulos, como tiliches en México… “Coge tus cheles y dale” significaría “agarra tus pertenencias y vete de aquí”. ¿Agarrar? ¡ni que tuviera garras!; ¿tomar? ¡ni que fuera a beberse!... ¿coger?...
Decir “en rigor” me recordó la anécdota más extralingüística de un forastero que visitaba Santiago y entró a una de aquellas tiendas caras donde se vendían algunos productos fuera de la libreta de abastecimientos, por la libre. El individuo le preguntó a la dependienta si no tendría un probador, para oler el aroma antes de comprarlo. Ella le respondió rotundamente que no y el hombre insistió: “En rigor, debieran tener un probador”, a lo que la mujer farfulló: “Eso será en Rigor, mijito, pero aquí, en Santiago de Cuba, está prohibido abrir los frascos”.
Todas estas asociaciones iba haciendo, en la exaltación de la sinonimia y la anécdota chusca, mientras continuaba mi camino hacia el trabajo, o sea, hacia la chamba, la pincha, el laburo, el curralo. Recordaba el reclamo de mi prima Astrid por haber usado “linkeo” en el Parque de la semana pasada. “¡Tú, la filóloga, cómo es posible!”, argüía. Es tal el nivel de globalización y asiduidad de las nuevas tecnologías, le expliqué, que la Real Academia Española ya aceptó como verbos, con sus conjugaciones correspondientes, faxear y escanear. Con esa misma sonrisita con que rememoraba en incidente, le dije entonces: “Lo que falta pa’ que acepten chatear, cliquear, linquear es nada, así que modernízate, mi prima, no vayan a llamarte arcaica”.
Como si aquél fuera día de confrontaciones semánticas, al llegar a la oficina me topé de frente con el pastel de cumpleaños de mi compañera Fabiola, una caja anaranjadísima que decía, sin el menor recato: Panificadora El Bollo. Más allá del exquisito nombre del negocio, incuestionable sin duda, en Cuba nunca llamaríamos panificadora a una panadería y mucho menos a una dulcería. Claro que dulcería, aquí, sería donde venden caramelos, nunca panes de dulce. Y siguiendo esa línea de pensamiento, tan carbohidratada y edulcorante, inmediatamente comprendí que no debo leer con tan poética inocencia aquel verso de “La vida es una concha tremendamente hueca”. Mucho menos cuando haya público sureño.
“¿Te gusta chupar?”, me preguntó, recién llegada a estos lares, uno de mis alumnos. “¡Uy, éste qué lanzado!”, pensé… No, realmente no debo haber usado lanzado porque ese término para mí, entonces, no quería decir nada. En última instancia, alguien que fuera expelido a los aires desde la boca de un cañón y eso, verdaderamente, está cañón. Empinar el codo, dirían los viejos en la isla, pero aquí empinarse entra en los peliagudos terrenos del albur y para eso hay que cursar, casi casi, un doctorado, teoría y práctica.
Leí en algún sitio no hace mucho que la lengua de Cervantes, ésa que enarbolamos como estandarte del buen decir, era, en su tiempo, jerga de soldados. Ni sublime ni culta ni elevada ni aristocrática. Algo así como la Chilanga banda de los Siglos de Oro… ¿Quieren algo más elaboradamente barroco en comparación, por ejemplo, con el nuevo programa de concursos que anuncia Televisa para el próximo fin de semana y que se titulará 100 mexicanos dijieron [sic] o cualquiera de esos espacios que regularizan el lenguaje juvenil, marginal, sectorial, etcétera?
Algunas batallas parecieran inútiles. Lamento decírselos con tal crudeza, pero en esto del idioma, tan móvil y cambiante, no hay bastiones inexpugnables ni tienen mucho sentido las fijezas. Si nos abandonamos a la dialéctica como a las mareas, cuando pasen algunas décadas y todo se escriba con “k”, sin vocales ni diéresis ni signos de puntuación, Café Tacuba será como el Quijote de finales del XX, un paradigma del buen español de los abuelos. Porque, al fin y al cabo, mis socios, cuates, valedores, colegas, cúmbilas, consortes, ambias, aseres y moninas, ¿todo pasado no fue siempre mejor?... Y al que no le guste: ¡carcacha y se le retacha!
Y ya ni meternos en las “malas palabras”… Cuentan de un venezolano que viendo la ciudad de México desde el avión, desbordada e infinita, dejó escapar un instintivo y mascullado veeerrrga que les provocó un delicioso escozor a más de una de las señoronas que venían en la aeronave. Y uno de mis amigos, recién llegado de la isla, le explicaba al taxista el camino que debía seguir: “Coja aquí a la derecha”. Al escuchar la risita burlona del ruletero ―término que, en rigor, debería aplicarse a quien manejara una ruleta―, le espetó: “¿De qué se ríe?, ¿nunca ha cogido aquí a la derecha?”, a lo que el chafirete le respondió, muy mexicanamente, “No, güero, la verdad es que no”. Güero dijo, que en Cuba sería el adjetivo aplicado a un huevo podrido y aquí es rubio o de piel blanca, como chele en Centroamérica si es extranjero. Y en Cuba cheles serían bultos, bártulos, como tiliches en México… “Coge tus cheles y dale” significaría “agarra tus pertenencias y vete de aquí”. ¿Agarrar? ¡ni que tuviera garras!; ¿tomar? ¡ni que fuera a beberse!... ¿coger?...
Decir “en rigor” me recordó la anécdota más extralingüística de un forastero que visitaba Santiago y entró a una de aquellas tiendas caras donde se vendían algunos productos fuera de la libreta de abastecimientos, por la libre. El individuo le preguntó a la dependienta si no tendría un probador, para oler el aroma antes de comprarlo. Ella le respondió rotundamente que no y el hombre insistió: “En rigor, debieran tener un probador”, a lo que la mujer farfulló: “Eso será en Rigor, mijito, pero aquí, en Santiago de Cuba, está prohibido abrir los frascos”.
Todas estas asociaciones iba haciendo, en la exaltación de la sinonimia y la anécdota chusca, mientras continuaba mi camino hacia el trabajo, o sea, hacia la chamba, la pincha, el laburo, el curralo. Recordaba el reclamo de mi prima Astrid por haber usado “linkeo” en el Parque de la semana pasada. “¡Tú, la filóloga, cómo es posible!”, argüía. Es tal el nivel de globalización y asiduidad de las nuevas tecnologías, le expliqué, que la Real Academia Española ya aceptó como verbos, con sus conjugaciones correspondientes, faxear y escanear. Con esa misma sonrisita con que rememoraba en incidente, le dije entonces: “Lo que falta pa’ que acepten chatear, cliquear, linquear es nada, así que modernízate, mi prima, no vayan a llamarte arcaica”.
Como si aquél fuera día de confrontaciones semánticas, al llegar a la oficina me topé de frente con el pastel de cumpleaños de mi compañera Fabiola, una caja anaranjadísima que decía, sin el menor recato: Panificadora El Bollo. Más allá del exquisito nombre del negocio, incuestionable sin duda, en Cuba nunca llamaríamos panificadora a una panadería y mucho menos a una dulcería. Claro que dulcería, aquí, sería donde venden caramelos, nunca panes de dulce. Y siguiendo esa línea de pensamiento, tan carbohidratada y edulcorante, inmediatamente comprendí que no debo leer con tan poética inocencia aquel verso de “La vida es una concha tremendamente hueca”. Mucho menos cuando haya público sureño.
“¿Te gusta chupar?”, me preguntó, recién llegada a estos lares, uno de mis alumnos. “¡Uy, éste qué lanzado!”, pensé… No, realmente no debo haber usado lanzado porque ese término para mí, entonces, no quería decir nada. En última instancia, alguien que fuera expelido a los aires desde la boca de un cañón y eso, verdaderamente, está cañón. Empinar el codo, dirían los viejos en la isla, pero aquí empinarse entra en los peliagudos terrenos del albur y para eso hay que cursar, casi casi, un doctorado, teoría y práctica.
Leí en algún sitio no hace mucho que la lengua de Cervantes, ésa que enarbolamos como estandarte del buen decir, era, en su tiempo, jerga de soldados. Ni sublime ni culta ni elevada ni aristocrática. Algo así como la Chilanga banda de los Siglos de Oro… ¿Quieren algo más elaboradamente barroco en comparación, por ejemplo, con el nuevo programa de concursos que anuncia Televisa para el próximo fin de semana y que se titulará 100 mexicanos dijieron [sic] o cualquiera de esos espacios que regularizan el lenguaje juvenil, marginal, sectorial, etcétera?
Algunas batallas parecieran inútiles. Lamento decírselos con tal crudeza, pero en esto del idioma, tan móvil y cambiante, no hay bastiones inexpugnables ni tienen mucho sentido las fijezas. Si nos abandonamos a la dialéctica como a las mareas, cuando pasen algunas décadas y todo se escriba con “k”, sin vocales ni diéresis ni signos de puntuación, Café Tacuba será como el Quijote de finales del XX, un paradigma del buen español de los abuelos. Porque, al fin y al cabo, mis socios, cuates, valedores, colegas, cúmbilas, consortes, ambias, aseres y moninas, ¿todo pasado no fue siempre mejor?... Y al que no le guste: ¡carcacha y se le retacha!
Buenísimo. Recorde la risa que le daba a una amiga colombiana cuando le contaba que para ir al trabajo tomaba un camión... en el camión se lleva a los animales, me decía...
ResponderEliminarSe diria en buen "cubano", te la comiste!!! con esas reflexiones sobre nuestro sabroso "castellano". Yo confieso que cuando llegué a Madrid muyyyyyyyyyy jovencita no entendia la jerga madrileña hasta que "el oido", mi refinada "guataca" de porcelana de China, se acostumbró a esa digamos "curva de entonacion" y otros diretes.
ResponderEliminarMe sacaste la carcajada con la anecdota de "rigor" (vuelvo a reir).
Y el sumun fue el otro dia cuando Gorki entrevistado por Oscar Aza trataba de hacerle entender que significa "eres un comepinga"!!! Bien sabes que las palabras son palabras, ni buenas ni malas, solo eso PALABRAS. La intencion es quien expone la diferencia (sonrisa). Porque por ejemplo le puedes decir a una mujer qué puta eres con tu mas deliciosa sonrisa o maledicente decir !es una puta!, líbrenos Dios porque respeto el mas antiguo de los oficios. A las de mi barrio las recuerdo respetabilisimas.
Te quiero, gracias por hacerme siempre reir, o reflexionar humanamente.
Nancy
Me he reído un montón con ese artículo, ahora imagínate cuando vives en otro idioma casi hermano del nuestro, pero lleno de trampas. Qué pensaría un típico asere del Jesús María si alguien lo invitase a tomar una pinga, que aquí significa aguardiente, jaaaaa
ResponderEliminarFelicidades, Odette.
ResponderEliminarUn muy buen texto, todos los que hemos cambiado de lugar de residencia hispanohablante lo hemos vivido y, en el fondo, como lo dejas claro, podemos tener momentos de "no entender", de decir lo que no queremos y pues sí, el español que llega acá y coge el autobús y cuando regresa a España agarra el camión, provoca las burlas allá y acá. Y lo mejor es que, a pesar de todo, esa lengua de Cervantes es la mayor riqueza que tenemos, cultural y económica, y a mucha gente no parece importarle, por lo que perpetra a veces... Saludos,
Nacho Martín
El guamazo no te lo quita ni Dios Padre, Azuquita... jajajá!
ResponderEliminar¡Joder! nena, yo pensaba que solo eran algunas palabras, pero casi es un tercio de diccionario, prepárame un manual para cuando vaya a México, porque si no hubieses traducido no entendía ni J. Como uno aprende en este Parque de Ajedrez...
ResponderEliminar¡Ah!, cuéntame sobre las peñas de mi tocayo el Carralero, cómo son, así que estuvo Manolito Mulet, hace unos pocos días nos cruzamos unos mails después de como 28 ó 30 años sin saber de él. A donde te llevo la peña que caiste en estas cavilaciones, todo a partir de como se dice &%%$%#"$/& amarrarte los cordones del zapato.
Besos
Queve
Ay, amiga, muy divertido tu texto de hoy. Me ha gustado mucho. Vaya catarata verbal tan bien hilvanada y conducida... Aunque al final te pones seria para tomar partido por el vigor sanguíneo del idioma frente a la urdimbre de normas que necesita, o cree necesitar, para reconocerse a sí mismo. Complicado tema éste. Te confieso que soy de los trasnochados que se espanta cuando ve ese lenguaje de los mensajes telefónicos. Todavía me emociono cuando releo "Trilce" o "Tres tristes tigres". Cada vez envidio más la capacidad de sus autores para hacer estallar al castellano en infinitas direcciones. Pero amiga, anticuado como soy, no puedo con esa economía cómoda que invade en la actualidad el lenguaje de los nuevos medios de comunicación. No sé, no alcanzo a ver por dónde puede enriquecer a esta lengua que nos mantiene tan cerca, y gracias a la cual, para nosotros el mundo no es tan grande. Ya lo sé: estoy envejeciendo. Qué le voy a hacer... Un besote.
ResponderEliminarJorge
Querida mia, gracias por dedicarme tu envio del Parque conjutamente con mi tia Istria, cómo me he divertido, si que te la comisteeee!!!!, genial!!!!.
ResponderEliminarUn dia en el trabajo mi compañera la colombiana me dice: "este Ricardo (refiriendose al esposo) es más mamón, no se cansa de mamar todas las mañanas, por eso siempre llego tarde..." Yo sentia que me subian y me bajaban los colores de mi cara, los ojos se me salían de las órbitas, hasta que le pregunto: y a ti no te gusta?, me dice: no, para nada!!... Ellos le dicen "mamar gallo" a molestar, a tomar el pelo.
Pero si te digo una cosa, prima querida, sigo renuente a pronunciar faxear, linkear, horror!!
Un beso,
Astrid
Según entiendo, la lengua de Cervantes fue impuesta en su momento por la corona española como una forma de controlar las autonomías locales de la España reconquistada... Pero el genio de los pueblos es superior a cualquier imposición centralizadora y monotonizante (para no decir unificante que es una palabra bonita en ciertos casos...)
ResponderEliminarSaludos.
jajaja uno se la pasa riéndose por el parque...así es la multiculturalidad, provoca en un "mismo idioma" varios matices...igual que en la vida ruletera (ahora sí aplicable al mero artefcto del juego)que tenemos, todo gira y cambia y comunmente regresa...
ResponderEliminarabrazos
jetzabeth
Me he reído como loca, recuerda que yo viví 9 años en Venezuela y mi nieta venezolana, descendiente de una cubana con un español y residente desde hace 4 años en Mérida, Yucatán quiere hablar "cubano".
ResponderEliminarNo hay cabeza, diría mi queridísimo amigo Gáspar, jajajaja.
Ay, con qué ganas me he reído al pasearme por este Parque semántico. Comparto el horror de Astrid a los anglicismos, aceptados o no por la RAE...Lo que no significa que no se me escapen a veces. Pero si estoy escribiendo, ¡ipso facto los deleteo!
ResponderEliminarAbrazos desde Taos
Excelente. Asi mismitico es.
ResponderEliminarMira esta: RECIEN LLEGADO A CARACAS, VENEZUELA, por si hay por ahi otra Caracas, BAJO CON LA SEñORA CUCA A COMPRAR CIGARROS, para ella por supuesto.
DE REGRESO LA SEñORA, EMPLEADA DEL ICAIC QUE CUIDABA EL DEPARATAMENTO DONDE LLEGUE PARA PASAR ESA NOCHE, SALE DEL ASCENSOR UN PISO ANTES. NO SABIA YO QUE SU INTENCION ERA SER CORTES Y PERMITIR LA SALIDA DE ALGUNOS Y DIJE: CUCA, NO ES AQUI!TODOS SE VOLTEAN A VERME. CUCA SE ALLEJA HACIA LAS ESCALERAS. YO GRITO, POCO ANTES DE QUE SE CERRARA LA PUERTA DEL ASCENSOR: CUCA! CUCA!DENTRO DEL ASCENSOR EXPLOTA UNA CARCAJADA COLECTIVA Y YO COMO SI CONMIGO NO FUERA.
CUCA, ROJA COMO UN TOMATE LLEGA A LA PUERTA DEL APARTAMENTO: CHICO TU ESTAS LOCO?- ME DICE. COMO ME VAS A GRITAR CUCA DELANTE DE TODOS
Y ESO QUE?- PREGUNTO EMPATANDO CABOS CON LAS CARCAJADAS DEL ASCENSOR, PERO A MIL AñOS LUZ DE LO QUE PASABA.
MIJITO, TU NOSABES QUE AQUI CUCA ES EL BOLLO!
UN BESO,
OMAR MEDEROS
Odette: te la comiste. Es de verdad una explosión de conocimiento
ResponderEliminarlinguistico. Me he reido a veces; otras, releí el texto para que no se me quedara algo entre las rendijas.
Como dijeron otros: genial
Te admiro, poeta \por estos envíos que nos llenan la vida de conocimiento.
JA JA jaja en el medio de los oficios y las profesiones que de una manera u otra tienen que ver con la relacion laboral y el trato cotidiano, en las construcciones del laberintico lenguaje, bien dices hay que tomar maestria para desenvolverse en el plano de la vida burlesca y asimilar toda la esencia del trato amigable y a veces violento de la palabra.
ResponderEliminarGRACIAS........Muy buen punto de vista. ja jaja jajaja
Muy bueno amiga tu parque de hoy, he reido muy rico. Un manual viajero para todos.
ResponderEliminarOrlando
Odette: aquí van un par de anécdotas que en su momento me hicieron reir y más.
ResponderEliminarLa primera: recién llegado a Madrid, por el año 1995 del pasado siglo, me "acosté" con un nativo casi en la escalera de su casa, justo a la entrada. Fueron algunos besos y nos tocamos un poco. Mi sorpresa fue cuando ya se estaba acabando todo que me preguntó: ¿te corres? y yo me corrí (de lugar), él se vino.
La segunda fue en una frutería: pedí papaya, porque en Madrid no se le llama fruta bomba y me enseñó y después me dijo: ¡mira qué papayón más grande tengo! Y la verdad es que era muy grande. Con la risa contenida y a punto de estallar, la compré y le agradecí haberme buscado una buena papaya. Después estaba muy rica.
Besitos.
Mmmm... después de eso, capaz que te guste el pan de El Bollo.
ResponderEliminartu no hablaras del cervantes que vende churros en la esquina de la 45th y broadway,porque el otro ese yo no me acuerdo de conocerlo; ja, ja, ja.
ResponderEliminarMuy interesante tu escrito, me gusto mucho y da mucha tela por donde cortar.
ResponderEliminarAqui en USA, he oído a muchos angloparlantes usar palabras en español, se ha hecho popular decir cosas en español, aquí va una anécdota:
Un día el Jefe muy serio el y muy formal, quería lanzar una promoción sobre un nuevo soft, y pregunto:
Who else have the cojones to do it?
Yo mire para todos los lados y me dije pa' su madre, esto se puso duro, pero después me di cuenta que usaba ese termino como sinónimo de valor.
Delicioso post, lo he disfrutado un montón, burujón, puña'o!
ResponderEliminarAcá en Puerto Rico se reconoce a los turistas argentinos porque les gusta retratarse junto al letrero del hotel "La Concha".
ResponderEliminarMuy bueno, Odette!!
ResponderEliminarSiendo argentina, casada con un cubano que paso 4 años en Baires y ahora viviendo en Miami, te podrás imaginar que tengo ejemplos a diario. Me acuerdo recién llegada, caminando con mi hijo mayor por la Pequeña Habana, como él se portaba mal, le dije en voz alta "Parala, que el horno no está para bollos!", expresión muy común en Argentina...
Me sigue impactando lo de llamar hembras a las nenas. Me suena a vaca y a pampa húmeda, ja!
Abrazos,
Mariela