La ola en crecimiento
“Mi vida no tiene sentido”, afirmé lloriqueante hace unos días haciendo gala de ese gen melodramático que hizo a Piri actriz y a mí, escritora de historias trágicas. Acababa de ver el último capítulo de 24 ―muy aburrida, por cierto, la séptima temporada― en el que, como siempre, Jack Bauer, poniendo en riesgo su salud y su vida, había salvado a media humanidad de la más amplia gama de catástrofes que puedan ocurrir en un solo día.
Claro que a pesar de esa mala costumbre que a veces nos hace creer que sólo los héroes merecen la vida porque se la han “ganado”, dar los saltos y brincos de Bauer tal vez no sea, a estas alturas, mi mayor aspiración. Otro abanico de reflexiones, angustias e impotencias, más de diván que de guerrilla, me han hecho debatirme —¡si lo sabrán ustedes!— en los tiempos recientes.
También “merecen la vida”, me decía, los médicos, que —aunque de pronto maten a un par— salvan de las enfermedades y la muerte. Y quienes luchan por una causa justa o dedican su trabajo a ayudar a los demás. Y los científicos y los inventores y los cantantes que nos alegran o nos ponen a bailar. Y, sobre todo, más que todo, los padres, que perpetúan la especie cuando le regalan la existencia a sus vástagos y se entregan a ellos aun a costa de sí mismos… Pero, ¿qué hace alguien sin hijos en una comunidad cuyos formatos y esquemas preestablecidos de convivencia responden a lo que una sesuda ex reina de belleza llamó el otro día, muy apropiadamente, la “sociedad de la gente casada”? ¿Cómo puede evitarse el sufrimiento de aquellos a quienes se quiere? ¿Sirve para algo una escritora de versitos en un mundo que apenas lee? ¿Cómo encajar en un rompecabezas que no parece nuestro?... Todas esas interrogantes me planteo en medio de esos raros cambios y revisiones de la quinta década, o sea, de los cuarenta y tantos.
“Me voy al cielo y al mar, a que su inmensidad me regrese a mi verdadera dimensión”, escribí en el Facebook el lunes, agobiada de “sinsentidos” y falta de explicaciones, minutos antes de salir hacia el aeropuerto a tomar el vuelo que nos llevaría a San José del Cabo, Baja California Sur. Y ni siquiera tuve que esperar el reencuentro con el océano; cuando el taxi avanzaba por el Viaducto, a un lado de la Ciudad Deportiva y el velódromo, de allí donde vienen ese tipo de mensaje me llegó la señal: “Demasiado ego”, decía el pensamiento ―o lo que fuera― dentro de mi cabeza, “y, por lo tanto, demasiada carga”. Me puse atenta, lo dejé fluir: “Eres una criatura, estás aquí con la simple misión de vivir de la mejor manera la vida que te toca. Hay cosas que no está en tus manos resolver por más que quieras y te esfuerces y te empeñes, porque no te corresponde resolverlas; no está a tu nivel. Déjate acunar por la fuerza superior que te protege; alíviate de ese peso que no es tuyo. De ahí vienen la impotencia y el dolor. Sosiégate, déjate llevar”.
De más está decirles lo necia que soy, nieta de asturiano. De inmediato, contrario al sosiego sugerido, empecé a cuestionar. ¿Entonces está todo previsto, programado, y hay que dejarse llevar como hoja al viento? Cuando nos repiten que cada uno es “el arquitecto de su propio destino", ¿nos engañan? ¿Venimos sólo a ser engranajes de un mecanismo que ni siquiera podemos ver? ¿Ésa es la verdadera dimensión del ser humano: contribuir a un plan superior cuya finalidad nunca sabremos? ¿Es inútil hacer esas preguntas, buscar esas respuestas?
El atardecer me regalaría dos sorpresas. Cuando cayó la noche, sin prisa, las estrellas empezaron a encenderse en la inmensidad del cielo. Tal vez voy a decir una obviedad pero, citadina al fin y al cabo, uno suele dar las cosas por sentadas: alzas la mirada y como las ves brillando, impertérritas, crees que siempre estuvieron ahí. Pues no es tan sencillo: se alumbran guiño a guiño como las antiguas lámparas fluorescentes. De pronto se insinúan y al segundo vuelven a esconderse. Aguza uno la vista y puede adivinarlas pero sólo un instante. Como si coquetearan. Así van iluminándose una a una, poco a poco, dosificando la magia y la emoción.
Ya oscuro, bajé al mar, a mojarme en la espuma, a asombrarme con otra maravilla. Unos animalitos como calamares milimétricos, con cabeza luminosa, azulada, llegaban con cada ola y trazaban en la arena una réplica del firmamento. Podía tomarlos en mi mano, verlos brillar, celestes, en mi palma, entre mis dedos. ¿Eran esas manifestaciones de la naturaleza una respuesta a mis interrogantes, un recordatorio de mi nivel de criatura ante la inmensidad?
Cuando la tarde del jueves vi formarse ante mí, al menos tres veces consecutivas, aquella mole de más de dos metros de altura, no sé si dije “Dios mío” o “No mames” que, para el caso, significaban exactamente lo mismo: la naturaleza mostraba su poder y, de paso, me ubicaba de nuevo en “mi lugar”: “Ésa eres tú, una mujercitita a la que voy a aplastar si no corres en este mismo instante orilla arriba”, parecía decir.
Cuando rompió esa primera ola, supe que el agua llegaría hasta donde dejé las chancletas, unos diez metros atrás, subiendo la pendiente. Por unos segundos me debatí entre “salvarlas” y luchar contra la resaca que enterraba mis pies hasta los tobillos y me jalaba sin miramientos. Logré recuperar una, pero los rieles de agua enfurecida que regresaban a su origen se llevaban la otra a una velocidad inimitable. “Mira de lo que soy capaz ―oí que me dijo―, así que olvídate de la ridícula chancla y corre por tu vida”. Otro muro verde se alzó y cayó sobre sí mismo con una fuerza estrepitosa, levantando arena y espuma tierra adentro mientras los que me rodeaban y yo retrocedíamos sin poder evitar que, aun así, nos bañara totalmente e intentara arrastrarnos, como a muñequitos plásticos, hacia el vientre del océano.
Entre asustada y admirada, ya a buen recaudo, lo vi volver a hacerlo al menos tres veces más. Me preguntaba quién tuvo la ocurrencia de llamar Pacífico a ese mar con tan malas pulgas.
La ola rompiendo
“Mi vida no tiene sentido”, afirmé lloriqueante hace unos días haciendo gala de ese gen melodramático que hizo a Piri actriz y a mí, escritora de historias trágicas. Acababa de ver el último capítulo de 24 ―muy aburrida, por cierto, la séptima temporada― en el que, como siempre, Jack Bauer, poniendo en riesgo su salud y su vida, había salvado a media humanidad de la más amplia gama de catástrofes que puedan ocurrir en un solo día.
Claro que a pesar de esa mala costumbre que a veces nos hace creer que sólo los héroes merecen la vida porque se la han “ganado”, dar los saltos y brincos de Bauer tal vez no sea, a estas alturas, mi mayor aspiración. Otro abanico de reflexiones, angustias e impotencias, más de diván que de guerrilla, me han hecho debatirme —¡si lo sabrán ustedes!— en los tiempos recientes.
También “merecen la vida”, me decía, los médicos, que —aunque de pronto maten a un par— salvan de las enfermedades y la muerte. Y quienes luchan por una causa justa o dedican su trabajo a ayudar a los demás. Y los científicos y los inventores y los cantantes que nos alegran o nos ponen a bailar. Y, sobre todo, más que todo, los padres, que perpetúan la especie cuando le regalan la existencia a sus vástagos y se entregan a ellos aun a costa de sí mismos… Pero, ¿qué hace alguien sin hijos en una comunidad cuyos formatos y esquemas preestablecidos de convivencia responden a lo que una sesuda ex reina de belleza llamó el otro día, muy apropiadamente, la “sociedad de la gente casada”? ¿Cómo puede evitarse el sufrimiento de aquellos a quienes se quiere? ¿Sirve para algo una escritora de versitos en un mundo que apenas lee? ¿Cómo encajar en un rompecabezas que no parece nuestro?... Todas esas interrogantes me planteo en medio de esos raros cambios y revisiones de la quinta década, o sea, de los cuarenta y tantos.
“Me voy al cielo y al mar, a que su inmensidad me regrese a mi verdadera dimensión”, escribí en el Facebook el lunes, agobiada de “sinsentidos” y falta de explicaciones, minutos antes de salir hacia el aeropuerto a tomar el vuelo que nos llevaría a San José del Cabo, Baja California Sur. Y ni siquiera tuve que esperar el reencuentro con el océano; cuando el taxi avanzaba por el Viaducto, a un lado de la Ciudad Deportiva y el velódromo, de allí donde vienen ese tipo de mensaje me llegó la señal: “Demasiado ego”, decía el pensamiento ―o lo que fuera― dentro de mi cabeza, “y, por lo tanto, demasiada carga”. Me puse atenta, lo dejé fluir: “Eres una criatura, estás aquí con la simple misión de vivir de la mejor manera la vida que te toca. Hay cosas que no está en tus manos resolver por más que quieras y te esfuerces y te empeñes, porque no te corresponde resolverlas; no está a tu nivel. Déjate acunar por la fuerza superior que te protege; alíviate de ese peso que no es tuyo. De ahí vienen la impotencia y el dolor. Sosiégate, déjate llevar”.
De más está decirles lo necia que soy, nieta de asturiano. De inmediato, contrario al sosiego sugerido, empecé a cuestionar. ¿Entonces está todo previsto, programado, y hay que dejarse llevar como hoja al viento? Cuando nos repiten que cada uno es “el arquitecto de su propio destino", ¿nos engañan? ¿Venimos sólo a ser engranajes de un mecanismo que ni siquiera podemos ver? ¿Ésa es la verdadera dimensión del ser humano: contribuir a un plan superior cuya finalidad nunca sabremos? ¿Es inútil hacer esas preguntas, buscar esas respuestas?
El atardecer me regalaría dos sorpresas. Cuando cayó la noche, sin prisa, las estrellas empezaron a encenderse en la inmensidad del cielo. Tal vez voy a decir una obviedad pero, citadina al fin y al cabo, uno suele dar las cosas por sentadas: alzas la mirada y como las ves brillando, impertérritas, crees que siempre estuvieron ahí. Pues no es tan sencillo: se alumbran guiño a guiño como las antiguas lámparas fluorescentes. De pronto se insinúan y al segundo vuelven a esconderse. Aguza uno la vista y puede adivinarlas pero sólo un instante. Como si coquetearan. Así van iluminándose una a una, poco a poco, dosificando la magia y la emoción.
Ya oscuro, bajé al mar, a mojarme en la espuma, a asombrarme con otra maravilla. Unos animalitos como calamares milimétricos, con cabeza luminosa, azulada, llegaban con cada ola y trazaban en la arena una réplica del firmamento. Podía tomarlos en mi mano, verlos brillar, celestes, en mi palma, entre mis dedos. ¿Eran esas manifestaciones de la naturaleza una respuesta a mis interrogantes, un recordatorio de mi nivel de criatura ante la inmensidad?
Cuando la tarde del jueves vi formarse ante mí, al menos tres veces consecutivas, aquella mole de más de dos metros de altura, no sé si dije “Dios mío” o “No mames” que, para el caso, significaban exactamente lo mismo: la naturaleza mostraba su poder y, de paso, me ubicaba de nuevo en “mi lugar”: “Ésa eres tú, una mujercitita a la que voy a aplastar si no corres en este mismo instante orilla arriba”, parecía decir.
Cuando rompió esa primera ola, supe que el agua llegaría hasta donde dejé las chancletas, unos diez metros atrás, subiendo la pendiente. Por unos segundos me debatí entre “salvarlas” y luchar contra la resaca que enterraba mis pies hasta los tobillos y me jalaba sin miramientos. Logré recuperar una, pero los rieles de agua enfurecida que regresaban a su origen se llevaban la otra a una velocidad inimitable. “Mira de lo que soy capaz ―oí que me dijo―, así que olvídate de la ridícula chancla y corre por tu vida”. Otro muro verde se alzó y cayó sobre sí mismo con una fuerza estrepitosa, levantando arena y espuma tierra adentro mientras los que me rodeaban y yo retrocedíamos sin poder evitar que, aun así, nos bañara totalmente e intentara arrastrarnos, como a muñequitos plásticos, hacia el vientre del océano.
Entre asustada y admirada, ya a buen recaudo, lo vi volver a hacerlo al menos tres veces más. Me preguntaba quién tuvo la ocurrencia de llamar Pacífico a ese mar con tan malas pulgas.
La ola rompiendo
Me preguntaba quién tuvo la ocurrencia de llamar Pacífico a ese mar con tan malas pulgas...
ResponderEliminarseguro que el mismo mentiroso que me dijo que mi vida valia la pena...
Odette hoy no comento, siento ese escrito y no hallo respuestas, ni mar, ni caracolas, ni aquellos ojos..
te beso.
gracias, pues es hermoso
seOdette, es ésa duda que siempre me acompaña y he llegado a pesar muchas veces que nuestra generación es de una sequía de hijos horrible, pero tal vez por eso mismo seamos más libre. Abrazos Azuquita
ResponderEliminarEncantador
ResponderEliminar¿De verdazzz que una ex-miss acuñó semejante término...???? I can't f... believe it!!! ¿Le estás tomando el pelo a tus fieles lectores??
ResponderEliminarY otra cosa: fue Magalhaes quien llamó "Pacífico" al océano que te robó la chacleta.
Un abrazo,
Pablo
Hombre, claro que sí, cuándo les he mentido??? Venezolana ella, cual deben ser las reinas de belleza...
ResponderEliminar¡Ay, miji, ahora sí que me preocupas!A estas alturas con complejo de plumita de Forrest Gump, y pensando en la anatomía del pingüino y en la marcha'trás del cangrejo.Oye, deja la bobería y disfruta que "lento es el paso del burro en el abismo". En lugar de irte de vacaciones a ese lugar donde el mar está mejor para películas de surfistas asaltabancos debiste ramar pa'ca, pal Caribito, donde tienes unas casa a tu disposición, un vocho del año de la canica que todavía se mueve y un mar tranquilito que no come chancletas. ¡Abrase visto! Ya sabes quién soy. Un beso
ResponderEliminarTe extrañé la pasada semana y mira donde estabas, en ti, no importa el sitio, tu andabas entre preguntas y más preguntas sobre nuestro pequeño universo, este en el que transitamos, la tierra, y la inmensidad del gran universo...
ResponderEliminarEl texto de hoy me llevó a una de las enseñansas que Don Juan Matus pasó a Castaneda, y como tu eres una guerrera te lo cito:
"Cualquier cosa es un camino entre un millón de caminos. Por tanto,
un guerrero siempre debe tener presente que un camino, es sólo un camino; si se siente que no debería seguirlo, no debe permanecer en él bajo minguna circunstancia. Su decisión de mantenerse en ese camino o de abandonarlo debe estar libre de miedo o ambición. Debe observar cada camino de cerca y de manera deliberada.
Y hay una pregunta que un guerrero tiene que hacerse, obligatoriamente: ¿tiene corazón este camino? Todos los caminos son lo mismo: no llevan a ninguna parte. Sin embargo, un camino con corazón resulta sencillo: a un guerrero no le cuesta tomarle el gusto; el viaje se hace gozoso; mientras un hombre lo sigue, es uno él".
Besos
Queve
Eres muy inteligente y muy encojonada a lo cubano, a lo macho, en el verdadero sentido de la palabra, para que te me amilanes por boberías... ¿Cuándo has visto en esta perra vida una modelo, una "reina" de belleza, pensar? por eso, cágate en la noticia, cágate en eso de "la sociedad de gente casada", y has de nuevo lo que hiciste, irte al cielo y al mar a que su inmensidad te regrese a tu verdadera dimensión, claro que sí.
ResponderEliminarAh, y sí sirve para muchos, y bastantes, eso de "una escritora de versitos de un país que apenas lee". ¿Y los que sí leemos? Porque esa novelita de más de un espejo, es una maravilla. Ay de los que saben leer y no disfrutan esa
dicha. Yo llamo UNA DICHA poder leer.
Acuérdate que sí hay cosas que no están en tus manos resolverlas.
Me diste envidia con eso de las "olas pacíficas" con que disfrutaste en B. California. Me trasladaste a mi infancia primera y juventud, y hasta mis posteriores vacaciones, a mi natal Baracoa, cerca de Maisí, donde nació mi padre, que esas olas me hacían divertir a lo lindo;
ahí emprecé a no temerle al inmenso mar. Estando en Colombia,
también disfruté de esas olas, hace unos diez años, precisamente en el Pacífico, que realmente no es tan pacífico.
Un beso,
Manolito
Odette debo haber marcado algo equivocado en mi comentario anterior, porque salió anónimo y no me gusta nada esa palabra, siempre he sido fiel a mis pensamientos, discúlpame pero el anónimo no soy yo, tu amigo Azuquita
ResponderEliminar¡Chica! Magnífico post, como siempre, y claro que la vida vale la pena. Chiquita cubana, ¡anímate tú también! LA vida es hermosa, pink and fluffy y si hasta los bichitos milimétricos la viven lo mejor que pueden aunque sólo duren tres días ¿por qué no hacer nosotros lo mismo? Un brindis por la vida... Acabo de regresar de otro mar, el Mediterráneo y aunque no tenía malas pulgas, la arena me apreció gorda y sucia y habái piedritas jodedoras asta para hacer dulce...en fin, que no hay na perfecto en el mundo pero hay que echarle ganas porque como no nos van a dar otro...Abrazotes
ResponderEliminarno te puedes permitir dudas ni debilidades. yo necesito role models sin grietas, solidos. Como diria Este, no te me desmerengues ahora.
ResponderEliminarAsi que levanta el ala querida que tienes una responsabilidad con el mundo. jajaja. Y muy bien que te pagamos tu trabajo por nosotros, (aunque solo sea con atencion)
Un beso,
Vaya las casualidades, es impresionante. La semana pasada estaba en Las Hadas, la pequeña y más apacible playita de Manzanillo, un pequeño Edén de acuerdo con mis gustos de playa, pues bien, de repente sucedió eso que describes, algo inesperado, un oleaje realmente loco nos cogió dentro del agua, a unos metros de la orilla. En esos momentos iba entrando una señora con un niño de unos 3 a 4 años, no más, el niño salió caminando hacia la orilla y justo en el lugar donde revienta la ola ahí comencé a gritar para que ella viera que iba a revolcarlo. Dicho y hecho; entonces salí corriendo torpemente (como es lógico) dentro del agua porque era la más cercana pero me entró la desesperación del siglo al perderlo entre la masa espumosa de arena y agua turbia, no podíamos verlo, me angustié un montón aunque el muchachito logró, unos segundos después (que me parecieron minutos largos) pararse aturdido, escupiendo agua pero bien, salió solito por sus propios pies.
ResponderEliminarFue una experiencia rara, absurda, de profundo sentido para mi, quedé mal pero bien y al mismo tiempo me puse a hacer consideraciones similares a las tuyas. No obstante, la parte que es muy coincidente con tu escrito es en la que te preguntas por qué llamaron Pacífico a este mar convulso y arrebatado. ¿Coincidente? dos cubanas en lugares distintos pero bajo el signo del mismo océano, palabras similares, cuestionamientos similares. En fin, quería contártelo.
Es que hubo marejadas especialmente fuertes en todo el Pacífico, dicen que hasta cerraron playas en Mazatlán y prohibieron la navegación de embarcaciones pequeñas. Salió en noticieros y periódicos. Pero sí, lo importante es el enfrentamiento humano con la grandeza de la naturaleza y las reflexiones que nos deja.
ResponderEliminartodos los dias del mundo me pregunto que hace alguien como yo amante ferviente de la vida al aire libre y sobre todo cerca del mar, viviendo en urbe cerca de otra super urbe""nada , que aunque cada vez que me encojono grito que ire a alaska a pescar salmon no hago un carajo y como tu me olvido del respeto que se le debe a madre natura, por eso entiendo tus reflexiones y los acojo con alegria; pero entre tu y yo, si quires de verdad ver la fuerza de la naturaleza, vente este invierno a las montañas nevadas al norte del estado de new york donde las avalanchas son cosa diaria y ya veremos. un beso goty.
ResponderEliminarHola mi niña..para el mar como para el corazón la misma furia de vivir con pasión de ola y horizonte todo lo que nos encuentra que al final no es por casulidad que nos encuentra o simplemente nos deja ir a donde sea que uno quiere y desea ir ...Miré contigo las estrellas , yo nunco voy al mar con chanclas por eso no las pierdo...Fuerte el abrazo marinero.
ResponderEliminarTu siempre
Alina
Yo creo que tus preguntas existencialistas, nos la hemos formulado todos, mas de una vez, lo importante no es tener la duda o hacerse las preguntas, sino encontrar las respuestas en nuestras vidas diarias, como te paso a ti frente al Pacifico. Adelante, que todos tenemos un destino, pero eso no significa, que nos sentemos a esperar, con nuestra voluntad, lo matizamos, lo aceleramos o lo retardamos, pues sino la vida seria muy aburrida.
ResponderEliminarA las miss bellezas hay que olvidarlas, tal vez algún día se conviertan en especie en extinción. Vaya, vaya, con dudas existenciales. Una mujer que tiene un talento como el tuyo sólo tiene que decir y pensarlo: vida solo hay una.
ResponderEliminarLo del Pacífico ya parece una broma del destino y es una pregunta que Florentino se hace desde que lo conoció.
Te quiero mucho y escribes como los ángeles.
Fue bueno leerte en este día, porque uno amanece a veces como el cangrejo caminando de medio lado, que eso de que camina patrás es un invento, pero sí como arisca se pone una a veces con la vida y esas egolatrías, entonces te leo y recuerdo haberme visto desde arriba con un papalote en mano, lloviendo y mis botas hundidas en la piedra del Popo, oye, que México nos ha gritado a los cubanos un ubícate porque aquí todo no es el malecón o la arenita de Varadero. Me gustó leerte y ahora que cerré mi egoteca del día, veo a alguien como tú que se despierta del letargo como yo. Dame la vuelta por la tendedera.
ResponderEliminarQuerida amiga Odette, cuando te diga quién soy, me reconocerás, pues conversamos algunas veces en Cuba, y ahora encontré tu blog, que no conocía, y me he quedado extasiado, contemplando y abrazando el mar, a través de tus palabras. Soy José Antonio Gutiérrez Caballero, y nos vimos en múltiples lugares, cuando iba a Matanzas, y tú venías a La Habana, pero puedes no acordarte, lo que importa es que yo sí te recuerdo, y más tu poesía, iracunda y diáfana, semejante a ese mar que hoy nos evocas. En la semblanza que te hizo LAMIMITA Loynaz, te dejé hoy un comentario, y en mi blog www.josancaballero.wordpress.com, estás con foto y todo, pues intento descifrar quién es la susodicha, que me inclino más a que sea hombre, que mujer, pero nada, aquí estoy haciéndote ahora una reverencia, y dejándote mis señas, para que nos visitemos mutuamente, y podamos escribir y poetizar la vida, que es lo que más sabemos hacer, y acaso nos importa. Un gran beso, y saludos, Josán Caballero.
ResponderEliminarHe leído tu último post: " La dimensión humana", y me ha gustado mucho. Esas preguntas que te haces con mayor o menor intensidad nos la hacemos alguna vez (por lo menos). Ojalá que no encuentres respuesta definitiva (dicen que cuando se encuentra una respuesta certera es un camino que se cierra), pero sí, el estímulo suficiente para al lado de esas preguntas hacerte otras que al menos a tus ojos encuentren el sentido. ¡Tienes tantas razones para abrazar el día! Espero que pienses en ello con frecuencia.
ResponderEliminarMe encanto muchísimo tu relato, Odette y por eso de las olas me recordó una experiencia ya muy lejan, allá por Mazatlán: de repente una ola enorme me jaló que en unos segundos yo miraba la playa como desde una montaña, allá abajo y muy, muy lejos. No sé la verdad cómo hice para nadar y salir, pero lo hice, y cuando volví a tocar la playa, corrí hasta el hotel dejando a mi mujer -que ni cuanta se dió del percance- "abandonada" en la playa.
ResponderEliminarUn beso desde Sydney.
elmario
Per natura, este mundo que habitamos tiene la característica de dualidad, lo
ResponderEliminarbueno y lo malo, lo negro y lo blanco, famoso yin y yang de la filosofía china
de la cual ascendemos, los motivos por los cuales se ve trastocada, aún no los
hemos dilucidado, salvo las experiencias que todo sujeto ha tenido, y tal vez
ayuden a comprender eso que llaman desviaciones.
Anormales, es como se ha calificado, claro como fuera de lo normal,
fuera de lo establecido, y realmente muchas y muchos estamos genéticamente
predispuestos a manifestarnos en contra de lo establecido.
Sexualmente las conductas han sido trastocadas por esas tendencias, resultado
desde mi punto de vista de la manipulación emocional, represión y adoctrinamiento
desde tiempos inmemoriales.
En realidad un pretexto mas para agradecer la vuelta al parque del ajedrez y
tomar el cafetín, no enfrentarnos al trajín cotidiano del arribo del metro, de ganar
un lugar para transitar cómodamente al trabajo, desviar la atención del empujón
del achicamiento del asiento, pero si saca de mis cabales, el que a pesar de ceder
el asiento para no sentirte apretujado, todavía te impidan el paso para salir del
atolladero, un imbécil siempre se encuentra uno en el camino, oh Señor…..,
dice la plegaria de esta mañana, líbrame de los pendejos Señor.