A mis compatriotas, sobrevivientes de todas ellas
Especialistas en endemias y pandemias hemos sido siempre los habitantes de este calientito e intertropical Tercer Mundo en el que nos tocó nacer. Hoy la palabra de moda vuelve a ser influenza, que no quiere decir otra cosa que, simple y llanamente, gripe. La diferencia la hace el apellido que se le dé, aunque ha sido igualmente mortífera y depredadora a través de la historia humana, desde las primeras registradas en el Medioevo, cualquiera que fuere, entonces o ahora, su clasificación.
“Pon una bolsita con alcanfor entre tu ropa”, ordenó mi mamá al teléfono y me explicó que ése fue uno de los remedios preventivos durante la gran influenza de 1918, producida por el H5N1, primo de este nuevo AH1N1, y en las décadas siguientes, cada vez que se anunciaban en Santiago de Cuba los frecuentes brotes de poliomielitis, viruela, malaria, sarampión, paperas, etcétera, etcétera, etcétera. “El alcanfor espanta a los malos espíritus y a los gérmenes”, concluyó mi progenitora. Remedio de viejos, me dije, seguramente más efectivo que las vacunas. Y ese olor fuerte, penetrante, fue el primer jalón hacia el pasado. Era el olor de la casa de mis abuelos, donde había alcanfor y naftalina en los armarios para que trazas, polillas y comejenes no devoraran las telas, las maderas, el papel.
Fue allí, en aquella casa, que tuve mi primer encuentro con los artilugios artesanales para el control y exterminio de plagas: mosquiteros y matamoscas, chuchazos de luz brillante en las cuevas de las hormigas o en el agua para trapear, bombas para flit, bolitas de ácido bórico con leche condensada para engañar cucarachas hipoglucémicas y ratoneras donde amanecían prensadas criaturitas de cuerpos milimétricos y larga cola.
Pero si de epidemias hablamos, epidemias en serio de las que asolaban aquella islita, la sempiterna fue el dengue, que en su variante hemorrágica mató, en cada aparición, a un número infinitamente mayor de cristianos ―en aquel caso socialistas― que los que este AH1N1 se ha ajusticiado hasta ahora en todo el mundo. A su transmisor, el Aedes aegypti ―ese mosquito precioso, estilizado, de patas y trompa larguísimas― se le perseguía como a Billy El Niño o cualquier otro bandido del Viejo Oeste, con todo y cartel de Se Busca.
Las revisiones domiciliarias dieron trabajo y entretenimiento a miles de brigadistas de grises uniformes que, mochila al hombro y linterna en mano, se metían hasta debajo de las camas, no fuera a ser que por ahí hubiera quedado olvidada una lágrima furtiva donde las mosquitas pudieran echar sus huevos. Cualquier posible continente de agua debía ser vaciado: las palanganas del patio, los búcaros de las flores, los vasos para que los espíritus se elevaran, las cubetas y barriles que solíamos acumular en un país donde el agua escaseaba consuetudinariamente. Hasta las cáscaras de huevo debían ser quebradas, apachurradas, antes de echarlas a la basura.
Cada cierto tiempo nos sacaban de nuestras casas por una hora y echaban dentro aquel humo apestoso que, bromeábamos, sólo servía para engordar a los insectos. Y después de cada uno de esos eventos, llegaba un supervisor que revisaba que vigilantes y fumigadores hubieran registrado su visita en una tarjeta pegada detrás de la puerta de cada domicilio u oficina, local, empresa, fábrica, restaurán, tienda o cafetería. Sobre quienes no cumplieran esas precisas orientaciones sanitarias, pendían multas y castigos como espadas de Damocles.
No se le daba cuartel al mosquito y, sin embargo, aquello duró meses, años. Se superaba la epidemia, pero regresaba al poco tiempo. Era parte de nuestra vida. Y la música, ese componente fundamental de la vida nacional, le otorgó el sitio que merecía. “Malanguitas en el agua, no no no…/ recipientes en el patio, no no no…/ el mosquito aedes aegypti, ¡no!” cantaba la publicidad gubernamental ―la única que existía― para alertar sobre las posibles vías de proliferación, transmisión y contagio, mientras que el genio de Juan Formell escribió para Los Van Van, cronistas también sempiternos, aquel songo sabrosón que se tituló “Eso que anda”.
Hablando de fumigaciones, recuerdo las que hacíamos contra las cucarachas, animales implacables en los climas húmedos. A mi abuela Cristina, sus marchantes clandestinos ―no se conseguía “oficialmente”; sólo en el mercado negro― le llevaban botellas de un líquido blanco que mezclaban con agua, en la misma proporción, y se echaba en todos los rincones de la casa. Era fascinante el espectáculo que encontrábamos la mañana siguiente. Una alfombra de animales patas p’arriba que barríamos hasta el patio. Yo me sentía cochero de carromato medieval recolectando cadáveres de la peste. Y evocaba a Nerón cuando mi abuela, en tiempos en que faltaba todo tipo de producto sanitario, luego de que alguien extraño a la familia hubiera pasado al baño, le echaba alcohol y prendía fuego a la taza para eliminar los posibles gérmenes.
Después del dengue ―o antes… o durante, fueron tantas veces…―, padecimos la fiebre porcina. Pero la de los “machos”, como llamamos a los cerdos en la región oriental cubana. Ésa se transmitía a través de las heces del animal que los guajiros, clasificados así todos los provincianos, en masa, aunque viviéramos en la ciudad, podíamos llevar pegadas a las suelas de los zapatos ―¿y por qué no los habaneros?―. Entonces, cada vez que subíamos a un avión o cruzábamos de una población a otra, de una a otra provincia, había retenes militares donde teníamos que bajarnos del medio de transporte en el que viajáramos y caminar sobre unos sacos empapados del insecticida que, supuestamente, mataba al virus. Además, los guardias nos sometían a estrictas revisiones de equipaje, no fuera a ser que a alguien se le ocurriera llevar carne de cerdo contaminada. Esa epidemia también duró siglos.
La primera vez que me invitaron a Honduras, a la XV Conferencia de la Asociación Internacional de Literatura Femenina Hispánica, Tegucigalpa estaba en medio de una epidemia de dengue. “Traigan repelente para mosquitos”, sugería Amanda en las instrucciones generales. Y Marithelma llevó unos comprados en aquel Macy’s de frente a Colombus Circle, tan coloridos y sofisticados, que los mosquitos catrachos, en vez de huir, se juntaban para olfatearlos, fascinados de conocer los aromas del imperialismo, como los cubanos cuando llegaron los parientes de “la comunidad”, hasta entonces gusanos y traidores, con aquellos divinos olores extranjeros desconocidos para nosotros que inundaron las casas y las ciudades.
Siempre vivimos entre epidemias, plagas, calamidades, miseria bíblica. Y aumentaron en la misma proporción en que desaparecían los productos de higiene. Hongos, caries, roñas, piojos, ladillas, sarna… Giardias, oxiuros, estafilococos y cándidas clamidias… Otras, más o menos endémicas, nos persiguen a todos alrededor de este globalizado y estandarizado mundo: la intolerancia, la pérdida de valores, la desinformación, el miedo y el silencio, el sobrepeso, los chismes de la farándula, la simpleza y la indiferencia, el esmog, el consumismo… ¡el reggaetón! A todas ésas digámosle, como a las malanguitas en el agua: no no no.
18 comentarios:
Ay, Odette, ya me iba a dormir y vi tu post, qué manera de reírme. Además, me has traído media vida en las alas del alcanfor. (Coño, qué poético sonó eso...o qué cursi, jajajá.) Lo de malanguitas en el agua no tiene desperdicio, ya me había olvidado de la canción,. Y tienes razón, mira que jorobaron con el dengue y las fumigaciones...Ah, y me desayuno con eso de que influenza es gripe, yo pensaba que se trataba de algo mucho peor.
Bueno, me voy a dormir, Cariñitos taoseños
Hola!
Muy simpático tu comentario, me he reído mucho, sobretodo con la imagen de la Edad Media recogiendo cadáveres...
Me gustan mcuho tus post, son muy santiagueros..ay el parquecito de ajedrez:-)..
Saludos desde Valencia.
hablando de epidemias,
http://unbustoparahernandez.wordpress.com/
Muy bueno, oriental y no-epidéRmica Odette... Te mandaré bibliografía sobre bichos chupasangre - ¡no sólo el A. aegypti es una criatura fabulosa!! :-)) ¡Piensa en las chinches! ¡¡Garrapatas!! ¡¡Moscas!! ¡¡Sanguijuelas!! Por cierto, el animal más peligroso del mundo no es ningún felino... ni cocodrilos, ni caimanes, ni tiburones... Es un mosquito, el Anopheles. (Transmisor de la malaria).
Besos,
Pablo
Hola Odettica: en estos dias continúo viajando por Mexico, enviando oraciones personales con olores shamanicos para ti, Dora, y todo el pueblo mexicano.
Acabo de escribirme con los amigos poetas de Chapingo que no salen de
casa en estos momentos. Recuerdo mis días tan hermosos por tierras mexicanas en noviembre y trato de ubicarme con toda la esperanza posible.
Tus cuentos de la isla, que no se ha perdido ninguna experiencia posible, inclusive la fiebre porcina, la muerte de las cucarachas, que me llegó muy hondo,
pues siempre vivía en un espanto continuo a sus presencias... uh, quién hubiera sabido de ese liquido blanco por las esquinas. En fin, tienes el poder de despertarle a una, a traves de
tus memorias, un sistema de asociaciones, que va del timbo al tambo.
Ayer le decia a Mabel: "mañana es martes y llega el Parque del Ajedrez" de Odette. No tengo que decirte el impacto de este blog que nos une, nos sacude a todos. Gracias, poeta.
No dejes de usar la mascara, la atmosfera carga los enemigos. Luz
violeta por todas partes y asi sea.
Hola Odette soy Yoly la amiga de Amparito deL IPU Rafael Maria Mendive. Como siempre bien ocupada pero no puedo dejar de hacer un tiempo pues quiero agradecerte por "tus reflexiones"que me han provocado la risa y me han hecho recordar todo lo que padecimos nosotros los que si vivimos desde que nacimos bajo la "influenza castrista". Me maravilla tu memoria pues aca en Miami yo creo que realmente la coca-cola nos produce olvido...Bueno realmente yo no tomo coca-cola, pero la mayora si( concluyo que a lo mejor me contagia su efecto en los que me rodean). Bueno, ahora me explico por que todavia pese a las noticias de los medios de divulgacion y la gravedad de las noticias toda actividad que desplegan los organismos politicos y gubernamentales a veces me parecen exagerados. Gracias Odette for aclararme mis dudas y conectar mis lagunas....Yoly
Recordé un relato que leí hace muchos años de un niño que encontró en el patio una palangana blanca llena de agua y luego depositó debajo de la cama de sus padres, éstos, a la mañana siguiente, se levantaron llenos de moscos y de piquetes.
Hice un viaje a la época en que viví en Santa Rosalía Veracruz, con mi papá; y, cierto, el olor de naftalina y de creolina era abrumador. Odié mucho tiempo esos aromas, invadían el patio en el que jugaba con los pochitoques.
Hoy en ese va y viene del odio al amoroso receurdo de mi infancia. Aromas de ternura infernal.
Gracias al alcanfor bendito ni un rasguño de la gripe. Qué tiempos aquellos de bajarse de la guagua o del auto -puro privilegio- para pasar los pies por los sacos llenos de insecticidas...
Oye te ves de lo más cómica con el barbijo.
Lei tu entrega del Parque, que Dios te bendiga siempre esa mente tan iluminada que tienes, chica, lo disfrute muchisimo, de las cosas que te acuerdas... hiciste que me pasara el dia recordando a nuestra abuela Cristina, que era increible, me recuerdo que se llevaba con cuanta gente mala o buena le hiciera un favor, tenia un club muy pintoresco de marchantes.
Te digo teniamos una abuela increible
yo también Odette, buscaré mi bolsita de alcanfor y la pondré entre mi ropa.
un abrazo y mil besos
Creolina, puaf!!!... Eso nunca me olerá a limpio porque cuando no había agua para echarle a los baños públicos, después de unas 25 meadas (cálculo muy conservador), echaban un chorro de creolina... Siempre relacionaré ese olor con antihigiene... con baños de terminal de ómnibus.
Como siempre, es una gloria leerte. Con todo esto de la epidemia, de pronto me pregunté cómo haran aquí en Miami. No veo que fumiguen, pero no hay mosquistos, ni moscas. No veo cucarachas, ni ratones. Es un gran misterio para mi.
Precioso texto, amiga mía. Muy divertido además. Es cierto que en Cuba padecimos todos esos virus. La diferencia con la actual situación tal vez radique en que allí estábamos aislados; sí, también geográficamente... Gracias como siempre, y como siempre, un beso. Sigue cuidándote. Eso del alcanfor no parece mala idea.
Jorge
Querida, lo acabo de leer y las fumigaciones y sus rituales siguen siendo igualitos cuando he estado allá. Oye, lo que me ha impresionado es tu memoria para el detalle, eso de las malanguitas en el agua...no me lo podía creer.
besos
damaris
Odette, me acuerdo los controles a la entrada y salida de los pueblos de Cuba cuando la fiebre porcina. En muchos de eso puntos ademas de quitarte la carne en los bocaditos que llevabas, te revisaban y te quitaban el poquito de café en grano que llevabas para la Habana, la leche y otros productos, que no necesariamente podrían portan el virus.
Se me olvido comentar, el liquido que echaban en los sacos donde había que limpiarse los pies es formol, que tiene una acción deshidratante, y por lo tanto acaba con todo los microorganismos y todo especie viva.
Entre la creolina y las malanguitas me divierto cantidad y ahora si puedo firmar, querida Odette, que bicho malo, y buena escritora, nunca muere...!!
besotes
Hola Odette!
Hablando de cucarachas, por favor pasame la receta exacta del preparado de ácido bórico. Aca en Miami estoy inundada de esos tremendos bichos resistentes a todo!
Abrazos,
Mariela Gal
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