martes, 14 de abril de 2009

Microbios del universo

La nebulosa del Águila, que parece el hiato estomacal


A Orlando y Frank, después de las fotos en “Las Islas”.
Y a Maya, por su cumpleaños.



La semana pasada me sometí a un tratamiento desparasitante. El segundo día, mientras la tripa se retorcía con singular entusiasmo, pensé en las víctimas del genocidio. Esos raudales de lava que bajaban desde el estómago debían ser para ellos algo así como Sodoma y Gomorra: un suceso sobrenatural e inexplicable, ajeno a sus capacidades y a su voluntad como especie, que arrastraba por igual a beligerantes combatientes de todos los bandos y a inocente población civil.
El día que Marisa me preparó aquella cuba de tres licores que me zampé sin menor conciencia debe haber sido el fin de una era para mis helicobácteres pyloris: la lluvia de fuego que seguramente presagió el Juan de Patmos de mis habitantes íntimos. Segundos después, ríos desbordados los arrastraron, esófago arriba, hacia la nada. Una masacre bíblica a la que pocos sobrevivieron; sólo aquellos elegidos que contarán la historia, generación tras generación, a las camadas de futuros animalitos.
Los bacilos búlgaros que desayuné a la mañana siguiente de las pastillas asesinas fueron, para los sobrevivientes, como la llegada de brigadas internacionalistas de países tan lejanos que no supieron ubicar en el mapa. Algunos microorganismos radicales verán con muy malos ojos el asentamiento en sus comarcas de esos visitantes balcánicos que empezarán a llenar de ideas extranjerizantes las mínimas cabezas de sus jóvenes. Ya ni hablar de la animada celeridad e indiscriminación con que se mezclarán sexualmente, lo que dará lugar a un nuevo tipo de microbios que los investigadores externos ―los terrícolas―, ante la imposibilidad de clasificarlos ―y de paso exterminarlos― con los métodos tradicionales, les llamarán mutantes.
Las diferencias ideológicas darán lugar a cruentos enfrentamientos entre globalifóbicos y globalifílicos que parecieran no darse cuenta de que ambos son productos del mismo proceso, sin el cual no existirían ni unos ni los otros. La imposibilidad de coexistir en armonía y entenderse democráticamente les hará enviar expediciones hacia el exterior, en un desesperado afán de encontrar “inteligencias superiores” que puedan comprenderlos u otros continentes a los que depredar en paz. Porque, se dicen unos a otros, no es posible que vivamos sólo nosotros en tamaño universo.
Y sus navecitas salen por nuestros orificios humanos como de la atmósfera las sondas que mandamos al “espacio exterior” o aquellos ovnis a los que se les ve meterse o emerger de los cráteres de los volcanes o las superficies del océano y que sugieren a algunos la existencia de una civilización intraterrestre, teoría a ratos más lógica que las que pretenden que los aliens vengan desde mundos situados a distancias humanamente inconcebibles.
Pero también hay naves que entran a ese universo de ellos. Cuando me hicieron la gastroscopía, mis helicobácteres vieron clarito en su oscuro cielo un objeto volador tipo La guerra de los mundos —la nueva, la de Tom Cruise— que no sólo echó un espectacular rayo de luz sobre su minúscula vida, sino que tomó muestra para estudios científicos “extraestomacales” y abdujo en ella a varios de sus congéneres. Esa intrusión fue el antecedente de la batalla que marcó el fin de otra de sus eras —ellos viven periodos más cortos que nosotros—: la gran guerra de la claritromicina y el pantoprazol que casi los aniquila como civilización.
Esos microorganismos nuestros no saben —o confunden— las relaciones que existen entre los recipientes en los que viven. Cuando un amigo se acerca a susurrarte un chisme u otro cuerpo se refocila encima —o debajo— del tuyo, los bichitos que habitan nuestra piel, debajo de las uñas, entre los múltiples pelos de nuestro cuerpo, han de explicárselo a sus hijos y registrarlo en sus anales como el paso de un cometa, el choque de un meteorito, las faces de la Luna. Una fiesta en casa de la familia les parecerá una conjunción de astros que puede ser peligrosa, cuando menos amenazante, si acaba en alguno de los acercamientos antes citados. Los agoreros anunciarán el fin de los tiempos en cuanto oigan el tintinear de las cervezas congelándose en el refri y lo interpreten como las trompetas del Juicio.
Para los que viven en el interior, las percepciones son aun más perturbadoras. Los movimientos oscilatorios y trepidatorios del amor, por ejemplo, son como un terremoto con sus réplicas que pueden llegar a predecir por esos sonidos guturales que brotan desde el fondo de su Madre Tierra —o sea, nosotros— segundos antes del evento telúrico. Desconcertados y agónicos, también ellos a veces se amotinan, se aglutinan, se asocian y nos ponen a sudar la gota gorda en fiebres y vómitos que a los doctores, siempre tan despistados, se les dificulta diagnosticar o lo hacen con cualquier buen pretexto que les permita salir del paso. La gripe, por ejemplo.
En el universo que creemos conocer, la Tierra es sólo un microbio del que nosotros somos sus parásitos ególatras y presumidos, con ínfulas de animales superiores aferrados a nuestros irrevocables l.q.q.d. [lo que queda demostrado], aun cuando me ha contado Francisco ―que sí sabe de esas cosas― que hasta las leyes de Einstein han tenido que revisarse y actualizarse por ser demasiado relativas ya para esta época. Tan faltos de humildad, menospreciamos a las especies según nosotros —y sólo nosotros— “inferiores”, cuando somos simplemente una especie más. Un piojo del planeta que es, a su vez, un ácaro de la galaxia que es, a su vez, una ladilla del universo que seguramente es una liendre dentro de los miles de mundos cohabitantes que pueden existir ―¿por qué no?― más allá —y hasta más acá— de los 18 mil millones de años luz, lo más lejos que conocemos. O creemos conocer.
Cuentan en ¿Y tú qué %#$ sabes? (What the Bleep Do We Know!?) que cuando Colón llegó a las islas del Caribe, aunque estaban fondeadas a pocos metros de la costa, los aborígenes no veían las carabelas. Sus brujos, más avezados en el uso y reconocimiento de las percepciones, aunque sentían las ondas energéticas que desprendían esas naves —como cualquier objeto o ser—, tampoco consiguieron verlas hasta después de días de aguzar los sentidos. Entonces les contaron a sus pueblos y aquéllos, ya sabiendo cómo eran y a qué distancia estaban, finalmente pudieron verlas. ¿Por qué sucedía eso? Según los físicos cuánticos de la película, porque el ojo humano no es capaz de “ver” —ni los órganos cerebrales que sustentan la visión de procesar— aquello que no conocemos previamente.
Me pregunto, entonces, cuántas cosas estarán pasando delante de nuestras descreídas, egocéntricas y alzadísimas narices sin que nos demos por enterados…

14 comentarios:

  1. Ajá, sólo alguien en pleno disfrute de sus días de asueto es capaz de escribir sobre microbios y miopias, joy joy joy.
    Tal vez por eso yo ya no veo, por lo tanto, he perdido la habilidad de percibir un encuentro cercano, más joy joy joy. Saludos

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  2. gracias, odette. increible lo de las carabelas. bello articulo.

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  3. mi querida... me ha encantado este acercamiento que has hecho al gran tema que nos obsesiona y preocupa... cualquiera como medio dedo de frente sabe de que estas hablando, ahora falta que comencemos a dar rienda, como en los viejos tiempos, al proceso de critica y autocritica...
    microbio insignificante, asi me siento yo... microbo que aborrece los himnos, las banderas, toda seña de identidad... lesbiana, heterosexual, gay, transexual, que importancia tiene, me define como, enfrente de quien... de otro microbio con otro universo por descubrir, igual o mejor que el mio, frente a quien, frente a que...
    gracias por la sabiduria...
    siempre mi abrazo,
    m

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  4. Así es mi estimada Odette, somos
    un microbio en el infinito universo que habitamos,
    un microbio que ha sido capaz de admirar esa inmensidad,
    un microbio único en esta Tierra pletórica de especies.
    El único que ha elevado su mirada al cielo para contemplar su magnificencia y belleza. Ese microbio que mira hacia el pasado para comprender su origen y que sabe que está hecho de la misma materia cósmica de todo lo conocido.
    Un abrazo.

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  5. Pues sí señora, ¿qué estará pasando por delante de mis narices que no logro ver?, mejor no darle mucho seso a eso porque con lo que veo y sé ya tengo tremendo revolico.

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  6. Me gustó mucho y sí es preocupante, supongo que indios al fin nosotros, sepamos aun menos que los otros lo que tenemos en las narices sin avizorar. O quizás en saber menos esté la dicha de ver MAS... !!!Gracias amiga!!!

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  7. Esa comparación tan bellamente descrita, esa analogía parasitaria me ha puesto a pensar mucho. ¿Quién sabe si la mentada crisis en que estamos ahora es sólo un retorcijón estomacal del... monstruo apolocalíptico en que vivimos todos sin saberlo? Va y termino con pesadillas esta noche, fíjate.

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  8. Un gran abrazo Odette t disfruté mucho esta lectura llena de puntos-instantes que ya no limitan, están libres en el Cosmos...

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  9. Doctora: que increible que de una desparasitada haya salido este maravilloso y divertido artículo, está muy bueno. Cada vez escribe usted más bonito (como dicen en mi finca), más con el alma, siga, siga no pare.

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  10. Me pregunto cuántos bichos de esos me habitan. Creo que convnvimmos en paz porque no tengo ningún síntoma de su presencia.
    Y cuántos de los otros, esos invisibles, estarán en mi cerebro...

    Odette, eres divina.

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  11. Hola Odette, he llegado hasta aquí a través de nuestra común amiga Alina Galliano. Un placer pasear por tus letras. Enhorabuena por tu blog.
    Besos

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  12. mi niña bienvenida al clud de ya soy un/una temba, la semana pasada me someti a un stress test, la prueba del esfuerzo, y un electrocardiograma por inocentes dolores de pecho (yo , te inmaginaras, que si me operaban de la garganta mecapaban), al final no era nada mas que un padecimiento que suestamente nuevo , se sabe que es muy viejo pero con otro nombre:fibromyalgia, dolores a veces rabiosos del sistema musculoesqueletal debido a tanta mierda de ejercicio para tratar de vernos lo mejor posible( en el niombre de la cabrona vanidad diria yo) asi que ya vez `tenemos que aprender a vernos como eso como simples halitos en el vasto universo y despues que te quiten lo bailado!! un abrazo....

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  13. Odette: Hoy estuve de paseo por el Ajedrez, mirando el articulo que me dedicas, de los microbios, honor que me haces. Gracias. Eres muy linda.
    Siempre supe que un cuerpo contiene muchos grupos de cuerpos. "Como es arriba, ASi es ABajo". Una vez lei lo siguiente en un libro: "Cada cuerpo que contiene a otros se convierte en sí como el Dios de ellos", de la misma forma que nosotros estamos contenidos en un universo. Imaginate que tu tienes un cuerpo,
    una mente y un alma, eres un conjunto de elementos que determinan tu conciencia, pero todas las celulas y micro-organismos que te forman, tambien tienen conciencia, pero no de ti como entidad, viven dentro de ti, pero no saben que tu eres un ser pensante que los contiene a ellos. Tu eres el SER X.
    Un dia, en el estomago, hay dos entidades celulares conversando y una le dice a la otra: Tu crees que SER X existe? Y la otra le contesta: Yo nunca he visto a SER
    X, por lo tanto pienso que SER X es un producto creado con nuestra
    imaginacion. Los dos concluyeron que la unica existencia era la de
    ellos. No habia nada mas. Un ejemplo de ateismo celular. Mientras esta conversacion tomaba lugar, tu, EL SER X, el contenedor de la existencia de estas celulas, se movia, pensaba, existia. Las Celulas no podian abarcarlo por lo tanto no lo sentian, no sentian su existencia. EL SER X si sabe que el contiene millones de entidades dentro. Las entidades no saben que son contenidas. Una conciencia grande abarca las pequenas. En terminos de microbios: no es tanto el cuerpo como la conciencia que lo mueve. Los microbios no sabian que EL SER Odette los contenia, pero tu si sabias de su existencia como entidades!
    Cuanto se duda de la existencia de la Conciencia de Dios! no nos damos cuenta que somos sus microbios. Un tsunami puede ser un estornudo y mira cuantos muertos.

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