Jetzabeth Fonseca, Arlette Luévano, Françoise Roy, yo y Ana Franco Ortuño.
A mis compañeros de aventura,
ahora que llega, inclemente, la noticia
de la muerte de la poeta Enriqueta Ochoa.
ahora que llega, inclemente, la noticia
de la muerte de la poeta Enriqueta Ochoa.
Hace dos días tengo pegada en la cabeza aquella canción infantil que decía: “Yo quiero ser marinero capitán/ de un gran barco en alta mar”. Tal vez sea porque la semana pasada estuve en Manzanillo, puerto del Pacífico y, como parte de las actividades del Cuarto Festival de Poesía, leímos a bordo de El Zapoteco, buque de la Armada Mexicana que cada noche abrió su cubierta de proa para que, entre el balanceo de las aguas y el frescor del ocaso, leyeran los invitados.
“Yo quiero ser azafata de un avión/ y volar a propulsión”, decía la segunda estrofa de aquella tonada que me traslada a la infancia, a aquellos tiempos en que los jueves mi abuelo José me llevaba a El Caney. “Caney de Oriente, tierra de amores/ cuna florida donde vivió el siboney,/ donde las frutas son como flores,/ llenas de aroma y saturadas de miel”… Nísperos y caimitos, cañandonga y marañón, melón de agua y de Castilla, anón y guanábanas, piñas, mangos, mamoncillos… ¿Adónde irían a parar esas frutas que nunca volvieron a la canasta de centro de la mesa de los abuelos?
Por entonces el gobierno nacionalizó la tiendita de abarrotes de Eugenio y el camión de fletes de mi abuelo. Y el bar de la esquina con la vitrola que cantaba: “A la bahía de Manzanillo/ voy a pescar la luna en el mar”. Con esas melodías rondando mi cabeza y las imágenes viejas del puerto cubano, me fui el miércoles a este otro Manzanillo donde el avión aterriza junto al mar, a la par de la orilla, casi mojándose las llantas en la espuma blanquísima.
Después del frío espantoso del amanecer y el banco de niebla que mantuvo inactivo por horas el aeropuerto de la ciudad de México, aquello parecía el paraíso. Lo confirmé cuando me asomé al mar, apenas haber dejado la maleta en la habitación. “Aquí podría vivir”, me dije recostada de la barda de madera que separa el hotel de la playa. “Aquí podría vivir”, me repetí la mañana siguiente al asomarme a la ventana del cuarto y mirar el poco pacífico Pacífico.
Toda la ciudad se llenó de poesía desde ese mediodía: la orilla del mar, las escuelas y librerías, los restaurantes, los cafés, los bares, la fuente danzarina del Centro. Y la gente, respetuosa, escuchaba a los poetas, les aplaudía. “Sin poesía no hay ciudad”, aquel grafiti que me sorprendió hace unas semanas a la entrada de Monterrey, pintado como parte del proyecto de “poetización de paredes” que encabezó Armando Alanís en la Sultana del Norte, parecía hacerse realidad también en Manzanillo donde, cuentan, una de las primeras tareas de Avelino Gómez Guzmán, poeta al fin y al cabo, al frente del Instituto Municipal de Cultura, fue llenar de versos los muros de la ciudad.
“En Manzanillo se baila el son, en calzoncillo y en camisón”, tarareaba quedito mientras la camioneta avanzaba hacia el centro y veía, de un lado, los contenedores del puerto y, del otro, las casitas que cuelgan de los cerros surcados de escaleras. “Allí podría vivir”, dije elevando la vista, imaginándome todo el mar de frente, aunque Jetzabeth me alertaba de que es una chinga tener que subir esas escalinatas. “Imagínate con las bolsas del súper… en el calor de agosto”. La ilusión dura poco en la casa del pobre.
Lo que sí dura es la emoción, el resonar cadencioso de los versos sobre ese aire limpio, las risas de los amigos. ¡Porque mira que se ríe uno en esos jolgorios! Vuelvo a vivirlo todo: la primera cerveza con Armenta y César y las compartidas con Arlette y Armando jugando con la arena; Servín comiéndose de lengua un taco… en salsa verde; Herminio cantando en italiano “Ella quiso quedarse/ cuando vio mi tristeza…” y midiendo los hemistiquios en las canciones de José Alfredo; Wong que es una máquina ―china― de inventar chistes y juegos de palabras; la cena apresurada en Starbucks donde, según Lara, venden los sángüiches más caros ―y más avejentados― de América Latina; el cumpleaños de Ana; las chispeantes anécdotas de las fotos prohibidas de Françoise; la asombrosa memoria de Gaytán; la seriedad de Baudelio y de Molina y Vedia; la picardía de ese Adán que nos puso en el Mapa; el "éxito social" del joven Mijail; la lectura de poemas de Avelino en el Bar Social, al lado de Juan Carlos; las sorpresas de Jetza; la límpida belleza de Lidia al borde de los 18; los enormes tacos de buenísima arrachera de La Sonrisa; el balcón sobre el océano del bar Boras y de Doña Concha; la fiesta final. Y el salitre pegado a los resquicios de la piel y del alma, allí donde no tallan las esponjas.
Por esos intersticios asoman los recuerdos cuando la cotidianidad vuelve a agobiar con su insistencia absurda. Y volvemos a sonreír cuando llegan las fotos y los mensajes de los amigos nuevos y de los viejos. Y mientras canto: “A la bahía de Manzanillo/ voy a pescar la luna en el mar”, remedo a Eugenio de Rastignac cuando, divisando a lo lejos aquella otra ciudad, poquito más europea, aseguró: “Ya nos veremos las caras”.
Leyendo poemas de Avelino en el Bar Social
como siempre bella. Un abrazo.
ResponderEliminarJennie
Qué hermosa crónica Odette. Parece que la escuchara de tu propia voz y del mar, otra vez, me viene la brisa.
ResponderEliminarAbrazos.
Avelino
Odette, querida,
ResponderEliminarAcabo de leerme las nuevas memorias en el Parque. Me ha encantado el juego de las memorias con las canciones de la música cubana. Las canté contigo, en silencio, pues en la oficina nadie se imagina que mientras te escribo tarareo interiormente las canciones de "Manzanillo..." en pleno viaje virtual entre Mexico y Cuba.
Pues sí que creo que eres marinero en alta mar.
Odette: Me alegro tanto de esas excursiones poéticas y de la libertad que sientes cuando navegas. No dejes de pescar la luna en el mar y todas las semanas debes ponerla encima de una mesa, en el parque, por si decidimos jugar ajedrez o simplemente compartir contigo todas las posibilidades de existencia.
un abrazo.
Siempre que llego a una ciudad con mar, pienso, como tú, que allí me gustaría sentar mis reales...aunque tenga que subir los acantilados con la bolsa del súper. Bueno, y gracias con que hay pa ir al supermercado, ¿no?
ResponderEliminarDesde el desierto
Cada día logras mejor poder de síntesis en tus comentarios. En la medida que leía tu artículo manzanillero me fui contigo -otra vez- a Santiago de Cuba y volví a vivir el júbilo de aquélla contienda poética, tan hermosa y humana, de la que fuimos parte. ¿Quién dice que la poesía no es indispensable y que la patria no se salva en el corazón de los hombres? Te abrazo como el mar. Tu hermano Assef.
ResponderEliminarLindo, once again you did it. Me gusto mucho tu escrito, bueno, como siempre, en relacion con las frutas desaparecidas, te recomiendo que cuando vuelvas a Santiago te des un salto por el Puerto de Boniato, aun se pueden encontrar algunas de ellas, era mi lugar favorito para encontrar las frutas perdidas (antes de llegara la cima en una curva donde hay un manantial de agua). Felicidades otra vez.
ResponderEliminarGracias, Odette, por dar(me) esta visión de ese otro Manzanillo, poético. "Dando cintura sin compasión", decía."Para las novias de los mari(dos)nos", recuerdo.
ResponderEliminarMe alegro que te hayas sentido bien allá, junto al mar.
Un abrazo:
Félix Luis Viera
Me alegra mucho, Odette, que la hayas pasado tan bien... Ya ves, nunca había sabido de un recital de poesía en un buque de guerra. Qué maravillosa alegoría. ¿Qué mejor uso podría dársele a tal artefacto? Bonito texto... Como siempre. Abrazos.
ResponderEliminarJorge
Querida Odette, desde que me anunciaste tu ida para Manzanillo en el Pacífico supé que iba ser de maravilla... Por cierto me recordaste algunos frutos que de tanto no ver o saborear no incluía en lo que existo.
ResponderEliminarUn besazo, tu amigo Queve
Obs: me puedas escribir -hablar- bajito, sobre los mariscos y pescados que te comiste, a mí el mar me queda tan lejos... imagínate que para ir al más próximo tengo que cruzar la coordillera y llegar a Chile.
Niño, soy alérgica a los mariscos! (di tú!...). No obstante, me comí unos tacos de pescado ahumado muy buenos (con mayonesa, aguacate, tomate, cebolla y su picantito), unas tostadas con ceviche, otras cositas menos marinas... y miiiiles de cervezas, como decía mi amiga queridísima Bertha del Castillo.
ResponderEliminarCoño mi reina estás hecha una estrella DE LA POESÍA, si además bailas como Shakira tienes la tierra y el cielo ganados.
ResponderEliminarUn beso y feliz navidad con lechón y congri.
Tu amigo, EVV
Muy linda tu cronica, Odette, gracias por compartirla.
ResponderEliminarAprovecho para desearte un 2009 pleno, muuucha salud, que no nos falte el Amor y mucho menos la Esperanza. Sea posible, por que no? hacer realidad el sueño de alcanzar la luna plena, en la bahia de Manzanillo, cantando un son en Libertad.
Mi querida Odette.
ResponderEliminarDe verdad es tan grato recibir tus artículos. Este, en especial me remonté a mi niñez. Por 10 años consecutivos mis padres siempre nos llevaron a esa playa maravillosa que es Manzanillo, pero sabes que es lo más encantador?, tu forma de expresión, el cómo llevas al lector a adentrarse en tu relato, al encuentro que aunque nosotros no estemos ahí vivimos en tus palabras, la experiencia, y eso es lo genial de ti.
Saludos
Vicky
Hola mi querida Odette, primero una disculpa por tardarme tanto en escribirte por aquí, este post lo leí hace un rato, pero por alguna razón que no recuerdo no comenté...
ResponderEliminarleerte, fue tener otra vez el sabor del placer en la piel, al saberse rodeado de tanta gente con el alma de fuera...
espero seguir dando sorpresas...
"ya nos veremos las caras"
jetzabeth
Estimada, recordando mi infancia llegue a tu blog por aquella canción de niños que decía "yo quiero ser marinero capitán...", de casualidad recuerda el nombre de dicha canción y quién lo cantaba? yo solo recuerdo que era un disco de vinilo de los chicos que se perdió en uno de los tantos cambios de ciudad que viví.
ResponderEliminarSaludos