martes, 21 de octubre de 2008

Ciudad salvaje

Estación del metro en hora pico


A Sarita y Alejandro, con quienes no podré estar hoy
por razones de esclavitud



Yo no vivo en la ciudad salvaje. Eso volví a repetirme, una vez más, el viernes en la tarde cuando regresaba de Tacubaya justo a la hora en que el metro es una catarata humana. Ciega, rotunda, tumultuosa. Arrastrada por ella, envuelta en ella, recorrí pasillos, subí y bajé escaleras y entré al vagón mientras miraba alrededor y recordaba un viejo dicho de mi madre: “Qué cara, qué gesto… ¡qué carajo es esto!”
Nunca he tenido carro, por lo que el metro ha sido mi medio de transporte por excelencia durante los últimos 16 años. En él lo he visto casi todo: enamorados que se besan sin prisa, saboreándose, como si nunca fueran a llegar a ningún lado; muchachas que se delinean el párpado o se enrizan las pestañas en medio de aquel traqueteo siempre con el riesgo —pienso yo— de quedar tuertas; muchachos que tocan roqueras guitarras invisibles al son de sus ipods; aquella avispa que fue a clavarse golosamente en mi cogote; un ciego desgranando en una mandolina “Vereda tropical”; gente abrigada como si fuera al polo en los ardientes mediodías de la primavera y ventanas cerradas a cal y canto que no hay mano caritativa que las mueva ni aunque el termómetro marque la misma temperatura que en el averno.
Cuando trabajaba en Casos Extraordinarios —que no era una revista de nota roja ni de adefesios, sino de cuestiones paranormales y esotéricas—, una de las teorías que me hacía flipar —dirían los españoles— era la que afirma que los extraterrestres no vienen del espacio sideral sino del interior del planeta. De modo que no son extra, sino intraterrestres. Y sé de cierto que hay un mundo debajo de este mundo. Aunque no conozcamos a qué profundidad exacta están los aliencitos, cualquiera que viaje en él sabe que la vida transcurre a otro tempo y con otra lógica en ese inframundo que es el metro.
Siempre, en la vida toda, me han gustado más los traslados que las estancias. Así, me acomodo en uno de sus duros asientos verdes y si bien no puedo observar la superficie, asisto al paisaje en secuencia de mis propios pensamientos matizados, como en sordina, por el rock en tu idioma o la música de los dioses, lo mejor de la salsa y la cumbia o Las cuatro estaciones de Vivaldi. Y pienso y pienso… que luego existo. Luego no de tiempo, sino de modo, como el aun que no se acentúa. Y observo los rostros de todos mis acompañantes inventándome que pueden serlo, también, en una aventura de película en la que tendremos que salir por las ventanas y caminar sobre la oscuridad de las vías guiados por Indiana Jones.
Mientras yo debrayo —verbo muy mexicano que refiere al que ya perdió la cordura y empieza a divagar—, alguien estampa su humanidad sobre la de otro, con mejores o peores intenciones; un gordito toca música latinoamericana y vende a quince pesos los cidís de su grupo; un indígena nos entrega un papelito curiosamente impreso en computadora y hojas coloridas donde dice que acaba de llegar de la Sierra de Puebla y no tiene para comer; un chavo banda se arroja, la espalda descubierta, sobre vidrios triturados mientras afirma que prefiere hacer eso que robarnos la cartera; un joven, que no parece nada malo, pide dinero para los enfermos terminales de sida; miles de vendedores ofrecen desde chicles y golosina hasta agujas de coser y una pomada hecha con veneno de víbora que siempre me hace recordar a una que otra amiga. Y música, mucha música, de todo tipo, que puede oírse, a volumen atronador, a través de las bocinas que cargan en sus mochilas.
En medio de ese jolgorio, arrullada por la velocidad del convoy y las voces varias, uno puede abstraerse de increíble manera. A veces fantaseo que si me quedo dormida, despertaré en una estación desierta y silenciosa. Tacubaya, digo, tal vez porque es en sí misma una ciudad y porque como en ella trasbordé durante años, conozco sus recovecos. Los recorro, extrañada de tanta soledad y, al subir por la escalera que sale justo frente a los puentes de Periférico, la ciudad es una ruina. Todos los edificios derrumbados, cubiertos de un moho de décadas. Mísera como los tiempos del fin.
Allí, en Tacubaya, apeñuscada con otro montón de cristianos —que el metro transporta cuatro millones cada día—, pensaba el viernes que no vivo en la ciudad salvaje, pero en cuanto cambio media milésima la ruta diaria o medio segundo el horario de rutina, caigo de bruces en ese otro México. Porque no sobrevivo en los barrios bravos del Centro o Iztapalapa, ni en la zona conurbada que prácticamente se junta con Puebla, Querétaro o Hidalgo, sino en un México pueblerino de callecitas arboladas, flanqueado por dos o tres centros comerciales adonde se va a hacer todo: a comer, al cine o al teatro, al banco, a comprar la despensa o los lujillos. Un México pacato y afortunado del que nos quejamos sin fin los que no tenemos que apachurrarnos en el metro a las horas pico ni viajar así cuatro horas diarias.
Pocas veces he oído a un defeño decir “qué linda es esta ciudad”. Esa frase la escucho en labios de extranjeros, de turistas. Me la repito muchas veces cuando la veo desde el aire, cuando observo los volcanes nevados al oriente o esos atardeceres rojísimos silueteando las montañas del poniente, cuando al entrar a la plancha del zócalo me retiembla en sus centros la tierra, cuando camino por Reforma. ¿Será que el aire contaminado que respiramos y el agua podrida que nos bebemos nos convierten en una raza mutante sin sentimientos ni emociones para algo más que las telenovelas o el futbol?
Estoy en Tacubaya, rodeada de gente que regresa a sus hogares un viernes en la noche, alcoholizados unos, otros dormidos, pocos alegres, sabiendo que le quedan dos horas de camino y miles de responsabilidades postergadas para el fin de semana. Aquí nos tocó vivir, diría Cristina Pacheco como un himno a la resignación. Yo me pregunto y entonces comprendo muchas cosas: ¿alguien con estas rutinas y presiones tiene tiempo —o ánimo— de mirar la ciudad y de amarla?

20 comentarios:

Milagro Haack dijo...

Mis saludos Odette.
Vaya que si me llevaste por los cuernos con esta narración, aún tengo palpitaciones.
Quizás, nadie diga "que bella es mi ciudad" porque no la suspira como tu, con su rapidez y su estado de época. Quizás, pueda decirte que vivía en un paraíso o casi, y de pronto toda ella parecía espejismo, y aún me pregunto dónde estoy. Me recordaste a la Caracas de mi hija Cathi, vaya que anda de metro en metro y se parece a ella. La mía aún no es tan rápida sino en las muertes.

Un gran abrazo

Anónimo dijo...

Odette, como te había comentado en mi primer correo, cada día escribes mejor, mujer!!
Respecto a este artículo sobre el Metro de la ciudad de México, he de confesarte que ni loca me subo a ese transporte, prefiero pasar no sé cuántas horas-nalga en un microbús, o en un autobús de la RTP, o pagar $$$$$ de taxis y hacer recorridos maratónicos por las calles y vías exteriores de esta ciudad, que viajar no sé cuántos metros bajo tierra, con la claustrofobia que esto me causa… tengo la loca idea (por que sé que está fuera de toda lógica) de que me voy a quedar atrapada entre estación y estación, en el túnel oscuro y cerrado y que ahí me voy a morir sin que nadie en el exterior sepa nada de mí, como en aquellas leyendas de la Colonia en las que el marido celoso emparedaba a su mujer y nadie volvía a saber de ella!!! Ay Dios mío, ya no quiero pensar en eso por que me dan calosfríos…

Anónimo dijo...

Ay, Madán, leí con detenimiento esta edición sobre la ciudad y el metro y la pintas perfecta. Y es cierto:sólo los turistas se consternan en medio de tanta mierda, podredumbre (salvo raras excepciones, salvo raras zonas excepcionales, digo, valga la redundancia, contaminación visual, auditiva y el carajo bendito. Y eso de Tacubaya, oh, yo también lo he sufrido. Para unos aquí les tocó vivir porque aquí nacieron y se quedaron, para otros aquí les tocó vivir porque se tuvieron que ir de donde nacieron.
Bueno, terrible.
Muy buena la narrativa además.

Cariños:

FLV

Fabricio Estrada dijo...

Hermosa crónica, Odette, pude ir, fui veloz y atribulado junto a usted

Anónimo dijo...

Aquí nos tocó vivir. Frase contundente que se arraigó en el imaginario colectivo de los
habitantes de esta megaciudad y de aplicación directa e individual,
según nos trate el día, la época del año o el desamor.
Corre, corre, corre... tienes que llegar a la hora pactada. Bendito Metro. Prácticamente crecí con el Metro, y lo recorrí cuando sólo corría de Zaragoza a Tacubaya, de La Raza a Centro Médico, de Tacuba a Taxqueña, o algo así. Entonces tendría entre 9 o 10 años de edad. En él llegué a La Merced por el abastecimiento de casa de mis padres; a Chapultepec por
diversión; a Balderas por estudio; al Zócalo por amor; a San Antonio
Abad por cine.
Crecí a la par de la red del Metro y mis rutas cambiaron para bien o
para mal.
En mis recuerdos prevalece una gran mancha hemática a la salida de la estación Candelaria de la línea 1, seguramente de algún desafortunado golpeado o tasajeado por los malandrines del barrio; los esquites y patitas de pollo a la salida de la antigua estación Basílica; los tacos al pastor de la estación Tlatelolco (únicos que servían con una embarrada de frijoles refritos); mis frecuentes traslados para ir de mi casa a las diferentes oficinas en las que trabajé: en la colonia Juárez,
en la avenida Chapultepec, en la avenida Reforma Centro, en San Ángel, en la Del Valle, en la San Simón.
Son memorables los apretujones y vomitadas en Pino Suárez, en San
Lázaro, en Tacuba, en el Zócalo. De igual forma los encuentros casuales con amores de antaño que en ese breve instante se onvierten en un personaje más del amorfo gentío, o los abusos incomprensibles de aquellos que pretenden demostrar su hombría toqueteando traseros o enseñando sus partes privadas (también se le puede clasificar como tasajo o colgajo).
En fin, me ha servido como punto de referencia y reunión entre
parientes, hijos, novias, amigos y amantonas. Efectivamente, aquí nos
tocó vivir.

Anónimo dijo...

Muchas gracias, Odette. Precioso relato. Un regalo para el final de mi día. Estuve en México, en el DF, dos veces, en marzo y abril del 85, justo antes de aquel desgraciado terremoto, y no me atreví a experimentar el Metro porque los amigos de allí me lo desaconsejaron por peligroso. Ya ves, tú te mueves en él sin problemas. Y no sólo eso, sino que le sacas material para acariciarnos los sentidos. Qué bien se te da la literatura, niña. Qué bien... Por cierto, me encantó el "dicho" de tu madre. No lo conocía... O no lo recordaba. Quién sabe. Te abrazo.
Jorge

Anónimo dijo...

Odette: Impresionante -la fotografía y el texto-, devastador para mí ver esa muchedumbre en espera. tienes mucha razón y me da gusto descubrir que tú si encontraste tiempo para mirar la ciudad y describirla.
saludos y un gran abrazo.
atte. juan carlos quiroz

Anónimo dijo...

te pegaron la pinga en el metro... querida poeta santiaguera?... besitos de tu negro

Anónimo dijo...

Odette: entre la foto y tu narración, fiel a la imagen, pienso que New York es "una niña de teta" al lado de esa humanidad desbordada en el andén que me produce una claustrofobia que ni el mismito Castillo de Chichén Itzá me causó subiendo la escalera "two ways" en busca del tigre interior de la pirámide.
Es algo impresionante tu relato, y de acuerdo con las otras personas
que comentan sobre este trabajo, elogio tu buen escribir que se mezcla con la imagen "como agua para chocolate"
Se te quiere.

Anónimo dijo...

¡Qué bello texto!
Chica, y el dicho de tu mamá me encantó, se lo voy a tomar prestado, con tu permiso, para un cuentito que estoy escribiendo. ¿Y la revista Casos Extraordinarios todavía existe?
Pero ese metro no tiene desperdicio, vaya una colección de periquillos sarnientos contemporáneos. Oye, y tampoco he oído a muchos habaneros decir “qué linda es esta ciudad” tampoco. ¿Será que la belleza sólo se aprecia cuando es ajena?

Elsa Noemi Am dijo...

Odette, sin duda el aire enrarecido, la variación del tiempo, el sortilegio de la melodía interna a fin de olvidar el ruido, el crujido del tren en las vías, la furia del interminable convoy se comparten como memorias comunes de las ciudades de metro.
Me acercaste a la turbulenta Buenos Aires, a la fusión de la muchedumbre, que también en hora pico atiborra el subsuelo descubriendo su sórdida vocación de hormiga. Sin duda, también comparto que estamos en el lugar que nos toca estar, estamos regados por una mano arbitraria que juega al tinenti con nosostros. Que es el tinenti? un juego que compartimos los cincuentones cuando Buenos Aires era una ciudad de calles como patios y pasábamos la tarde revoleando piedritas para poder cogerlas con las manos palma abajo.Un abrazo, soy Elsa aunque mi remitente sea Viento Solar.

Sandro Cohen dijo...

Estimada Odette:

Es casi regla que la gente local no aprecia del todo el lugar donde vive. Y la Ciudad de México presenta un problema especial: son muchas ciudades. Algunas son hermosas; otras feas por pobres y con grandes faltas de infraestructura. Todavía otras se defienden con ganas de ser vivibles y funcionales. Hemos padecido muchos años de depredación comercial y política, pero ahí la llevamos.
Vivo en Santa María la Ribera, la cual es una de esas colonias en transición hacia un "lugar agradable" desde un área que amenazaba con transformarse en otro agujero negro de la urbe, digno de ser evitado, olvidado.
¡Y qué decir del Centro Histórico, que ya es otro! Tengo mi estudio en la calle de Regina -y ojalá que me visites pronto-, que se está convirtiendo en una belleza. Todo el Centro es un agasajo para caminar, cafetear, tomarse la copa, escuchar jazz, ver obras de arte (sean seres humanos bellísimos o cuadros y esculturas).
Cuando no tengo que dar clases ni cumplir con compromisos varios, me echo a caminar por el Centro y lo veo con los ojos de un turista y termino exclamando, casi siempre: "¡Qué bonita es la Ciudad de México!". Salucita, pues. Sandro

Anónimo dijo...

Mami:
Ni pienses que te dejo de leer, es mas, en estos ultimos y dificiles tiempos que me han tocado vivir, sentarme a leer las nuevas entradas a el Parque asi como los comentario de los ya numerosos amigos, es lo unico que me saca de este batallar diario con abogados, medicos, diagnosticos, papeleos y tragedias en las que estoy envuelta vaya a saber por cuanto tiempo mas.
Pero mi amiga (y amigos todos), vamos al grano. No crean que el subway de Mexico es la exclusividad. Yo tengo carro y me acostumbre bien rapido a manejar. Odio esos enormes pasadizos para lombrices, pero me ha tocado tambien usarlos por lo dificil y caro de los parqueos en los newyores. Los odio porque en cuanto bajo una escalera pierdo el sentido de la orientacion y me molesta seguir como chiva tras de cualquier rebano, y le temo porque en ellos puedes encontrar los especimenes mas raros y cara dura que circulan por esta metropoli. Por la foto que pones al inicio, me percato de que el mejicano es mas limpio que el de aqui y para el que le quede dudas, ahi les va: el metro neuyorkino esta poblado de chinches y como pican las malditas. Pobre de quien creyendo que tiene buena suerte, tenga la mala idea de poner el culo en uno de sus bancos de madera. Y esto pasa en cuanto lugar concurrido exista en la ciudad (las escuelas, los hospitales, las cortes de justicia, las oficinas gubernamentales, en fin, que estamos minados). Pero a medida que avanza mi conocimiento de tercer mundista ignorante de estas plagas, voy haciendo descubrimientos maravillosos que no quiero dejar de compartir (aunque Goty me llame espantado y me diga que no tengo verguenza) para que todo el mundo se prepare, que a fin de cuentas, nadie sabe cuando le lleguen los insecticos, por no decir bichos que aqui es una palabra que alude al organo reproductor masculino.
- El ciclo lo componen las palomas, que atraen a las ratas y esta se encargan de portar lo huevecillos en este laberinto de tuneles, pasadizos y paredes huecas por donde correr el sistema de calefaccion y a su vez sirven de avenidas para los roedores que hacen de cada edificio su submundo.
- Las chinches son lesbianas, pican las hembras y prefieren el calor corporal de las mujeres.
- Y por ultimo, quiero aconsejarles que no gasten un solo centavo en fumigaciones ni productos que te ofrezcan milagros. Mierda y mas mierda. Petroleo es lo unico que las elimina.
Como veras mi amiga, cuando el mal es de ir al bano, las guayabas verdes salen sobrando. Yo cumplo con avisarte ahora que llega el invierno, las temporadas de fiestas y tantos mejicanos van a pasarlas con sus familiares por alla. Las chinches viajan para cualquier lado, no necesitan visas y te dejan cual maqueta geografica.
Aqui te lo dejo, no tengas pena en publicarlo, a fin de cuentas ya me empece a preparar tambien para la amenazante invasion de los piojos de la que se han comenzado a emitir alertas.
Mejor me tiras el beso de lejos, seguro que de tenerme frente a ti, me lo dices.
Ines

teresa coraspe dijo...

Odette: Esperé que el tren llegara para acercarme a saludarte; no me agradan las multitudes y por eso prefiero la soledad de este patio, muy cerca de donde te escribo. Quizás estas palabras tengan la dirección de expresarte que siempre recorro el "Parque" por donde tan bien te desplazas. Un abrazo desde Venezuela. Teresa.

Anónimo dijo...

Me gustó, como casi siempre el Parque d A. 57, me recordó el metro de Sao Pablo, porque el de Río es menos tumultuoso, tiene menos rutas, digamos que más chico y el de Buenos Aires, que es del año de la nana, es otro su cantar. Este subte porteño me lleva a una ciudad y un tiempo desconocido, fuera de orbita, sin pasado, presente, o futuro, no sé por qué.
Un beso, gracias
Queve

Anónimo dijo...

Gracias, Odette querida, por tu texto -que siempre aprecio mucho como lector fiel- y en este caso, por tu cariñosa dedicatoria. Me agradó sobremanera este texto tuyo porque dice lo que casi ningún chilango declara: lo encantadora que es esta Ciudad de México. Para los que como tú y yo venimos de ciudades moribundas donde no hay casi tráfico, es una bendición
ver tantos coches, tantas tiendas, tanta VIDA... incluídos las sirenas de las ambulancias y el sobrevuelo de los aviones. El DF es una ciudad VIVA, palpitante, como mujer en celo.
Además, hablando del Metro, ¿te has fijado que es el lugar del mundo donde más personas escuchan música cubana? Siempre he tenido la curiosidad de saber quién es el programador del audio del metro defeño, porque sin duda alguna, además de un gran conocedor, tiene una colección de música cubana tradicional impresionante.
Te mando un montón de besos,
Alesso

BAO dijo...

Odette, amiga cómo estás.
La ciudad y sus extravios. Ciudad que sin tí no puedo vivir aunque me insoles.
Siempre escribiendo, siempre con tus ojos viviendo el entorno, su realidad.
Qué tal te pareció Eleonora, cuéntame de tí, de mucho

Anónimo dijo...

Acabo de leer tu desgarrada cronica. Las guaguas cubanas de mi infancia olian a colonia 1800, la de Crusellas, a tabaco, amenizadas por algun que otro musico ambulante que al son de las maracas decia coopere con el artista cubano. Eran ingenuas. A mi me daba muchisima pena pedir una transferencia. Despues llego el comandante y mando a parar...En el 94, justo frente al Capitolio, la gente abordaba el camello palamar, desde las ventaniilas. Pura genetica, el mas fuerte era el primero, salvese el que pueda.. Es la primera ley del sucialismo desarrollar los peores instintos para sobrevivir la carente urgencia de cada dia.
En los madriles, alla por los 60, un dia por aventura tome el metro, tenia yo 21 años y me dirigia a la Academia Berlitz, donde una inglesa trataba sin entusiasmo de suavizar la pronunciacion de GUESTINJJAUZZE por Uestinjaus. Casi imposible tarea para los gaitos... Nunca mas repeti la experiencia. Podia darme el digamos lujillo de utilizar otro tipo de transporte. En Miyami, manejar es necesidad, comparo el carro con el refrigerador en Cuba.
Muuuuuuuuuuchos años despues, visite el DF para encontrarme con mi madre. Confieso que seria incapaz de manejar por esas avenidas enormes. Me senti hormiga en la Ciudad que considero hermosa. Mi visita fue desde el alma, me senti niña paseando con su mama. Pero si vi en las calles cuanto describes magnificamente en tu necesario viajar en el metro.La capacidad de amar, lo sabes, esta en nosotros. Dios mismo la sopla, o no, en el instante en que la Muerte nos regala la Vida.
No te canses, soy de las que afirma que siempre puede ser mejor.
Un abrazo,
Nancy

Anónimo dijo...

Hola soy estudiante de español en el Taos, New Mexico. Gracias por su poste. tampoco me gusta el metro en Nueva York o en otra parte. mejor caminas y tomas aires frescos, gracias.

pachiristgo dijo...

hola,te invito a visitar el metro de Paris