martes, 23 de septiembre de 2008

Venía yo pensando




Venía yo pensando, en la fría y húmeda mañana, que al cuerpo hay que hablarle con cariño, con ternura. Qué autoestima puede tener una parte a la que se llame vulva, tan similar a vulgo, tres de sus cinco letras de las últimas del alfabeto. ¿No pudieron encontrar algunas entre las veintitantas anteriores para inventarle otra denominación? Como Alemania, ¿llegamos tarde a la repartición y tuvimos que conformarnos con las letras que sobraban?... Y vagina, también con uve, marcada como inexistente en el diccionario de Word. Como si las cosas de la mujer —entre ellas, su anatomía— tuvieran que ser las relegadas, las más ocultas. ¿Seré la única inconforme? ¿A mis demás congéneres les gustarán sinceramente esos nombres? No sólo que los acepten como algo dado, inalterable, sino que les guste su fonética… Tendríamos que hacer una marcha para que desfilen quienes las apoyen. La marcha del orgullo vúlvico.
Venía pensando, mientras observaba perder altura a un avión de Mexicana, que desde el cielo cualquier población es un caserío. Así nos ve Dios desde lo alto, sin destacar rasgos ni proezas: todos iguales e insignificantes como hileras de hormigas nerviosas o enanos inútiles. Aun cuando, curioso, interpusiera una lupa entre su ojo y nuestro mundo, vería una maqueta de escala infinitesimal, como las que hacen los niños de las escuelas o los arquitectos e ingenieros para sus proyectos. ¿Qué sabe él de nosotros? Lo mismo que nosotros suponemos de las hormigas o las moscas. Con la misma certeza. O sea, casi nada.
Venía pensando en el binomio Jack Bauer/Tony Almeida de la serie 24. El protagonista, el héroe, con frialdad y entereza pasmosas, no repara en lo que tenga que hacer, incluso contra sus afectos más cercanos, si de cumplir su misión y salvar a su país se trata; el otro, el latino, es considerado traidor por anteponer su amor por la esposa a las causas de la patria. La patria, ese concepto tan guerrero y masculino; la mujer, esa otra patria que, más que patria, es hogar. A mí —femenina y hogareña, al fin y al cabo— me parece que el hecho de que los espías sean necesarios para la seguridad del Estado es una cosa; que se convoque a celebrarlos públicamente como a héroes es otra muy distinta.
Venía pensando, casi al llegar a la esquina, que la mayoría de las personas no es consciente de las misiones que viene a cumplir a esta vida, algunas de las cuales se zanjan como al azar, sin que nos demos cuenta. Tal vez cuando espanto a esa palomita gorda que ya no puede ni volar, le evito que la mate una rama que caerá del árbol al minuto siguiente o la salvo del golpe de una piedra lanzada por uno de los albañiles de la construcción aledaña. Yo no me habré enterado, incluso me regañaré por haberla asustado. Así ha de pasar con la gente que supuestamente nos hace daño. A lo mejor, al cerrarnos un camino, nos abren otro.
Venía yo pensando, muy concentrada, cuando un estruendo de metales me hizo detenerme y dar media vuelta. Dos autos habían colisionado. El que avanzaba por Xola no respetó la roja del semáforo y el de Rebsamen, respondiendo instintivamente a la verde, había metido el pie en el acelerador con singular entusiasmo. Los vidrios saltaron como surtidor. Unos segundos el mundo pareció detenerse. Todas las miradas estaban fijas sobre los carros inmóviles. De pronto, al mismo tiempo, como una coreografía previamente ensayada, salieron los dos choferes. Dos perros rabiosos listos para el combate. Uno señalaba a gritos el semáforo; el otro, quién sabe qué podía reclamar con tanto ímpetu si era el infractor. Hum, cosa de hombres, pensé, y reanudé mi camino hacia el metro.
Iba recordando que unos días atrás entré al andén flanqueada por dos señores. El empujón que le dieron a los torniquetes fue como para zafar la manivela y que, del golpe, atravesara el piso, el globo terráqueo y fuera a salir del otro lado, en el metro de Pekín (ahora Beijing). Bien han dicho siempre las abuelas que los hombres no controlan su fuerza como los niños no miden el peligro. “Allá deben estar todavía peleando aquel par”, me dije pensando en los del accidente, e inmediatamente reparé en cuántas veces atravesamos despreocupados, con descuido y hasta con negligencia, esa misma esquina, todas las esquinas del mundo. Con qué imprudente tranquilidad, con qué confianza. Como semidioses. Como idiotas.
Carpe diem, me dije una vez más. Que nadie sabe cuándo va a chocar el carro o a pasar un vendaval; cuándo un avión embestirá una torre o un hijo de puta lanzará una granada; cuándo un cangrejo de mierda se te instala entre pecho y espalda; cuándo te envolverá una calma repentina, un “por fin ya”. Carpe diem, repito y les repito, aunque tantas veces no lo tome en cuenta. Carpe diem.

7 comentarios:

  1. Simplemente magnífico. Propongo que anotes detalladamente el recorrido de este paseo, que algún día será seguido, con reverencia. "Los caminos de Odette mientras medita", o algo así. (O pa'hacer un documental así bien modelno y tal, con tu voz en off -pero que no será la tuya, sino la de 54 mujeres diferentes- (vale, una de'llas, la tuya) que van leyendo el texto mientras las imágenes van saliendo de las señales de tráfico (¿hay señales de tráfico en DF? semáforos, ya veo que sí... aunque por gusto), o de las ventanas de las casas, o de los perros (perros callejeros, seguro que sí hay...)
    Bueno, lo dejo ahí. Termino de preparar las dos conferencias que tengo pendientes, y ya retomo el guión. :-)))

    ResponderEliminar
  2. Qué bonito texto, Odette. Muchas gracias. Estoy casi terminando de trabajar hoy y me ha venido muy bien para desconectar. Un magnífico relato corto. Enhorabuena... Mucha suerte con tu lectura de mañana bajo el límpido manto de Obbatalá...
    Abrazos.
    Jorge

    ResponderEliminar
  3. Un escrito maravilloso, como siempre. Gracias por hacerme el día con tu magnífico humor y reflexión.

    ResponderEliminar
  4. Chica, gracias por levantarme el animo y hacerme reir. Estaba yo pensando en que clase de aldea del culo del mundo he venido a parar (aqui SI que no hay ni semaforos, creo que hay solamente dos en todo el poblacho) y esa interesante meditacion sobre la ortografia vulvatica me volvio a la tierra.
    Mucha suerte mannana! Nos vas a poner un enlace en video?
    Teresita

    ResponderEliminar
  5. Coñóooo mujer! cómo tú piensas de una esquina a la otra!!!!! me gustó mucho tu artículo; útero es otra palabra fuerte, pero dura en fonética...

    ResponderEliminar
  6. Sí parece loco, mas es así, me gustas cuando vienes pensando, ¿¡y en cómo Dios nos ve!? ¡ja!... ¡Cuidado con las esquinas, puede rompérsete una dentro!
    Que vaya mucha gente hoy a paladear "Runas del deseo", besos, te quiere
    Queve

    ResponderEliminar
  7. Querida Odette:
    Me fascinó "Venía yo pensando", excelente! A mi también me sucede que cuando conduzco, pienso en la desnudez femenil, gran estímulo para no quedarme dormida sobre el volante.
    Pues a mi me gusta "vagina" y "vulva", creo que son excitantes, quizás por lo que dices sobre esa especie de "ocultismo" que recuerda reverencia, intriga, misterio, es decir, lo prohibido, lo imaginado, lo dulcemente esperado, el Verso bajo la falda, eVa en el paraíso, el palpitar de la Vida, un Viaje al centro de la tierra, los Volcanes que emergen al oler el mar... En fin, la V tiene sus buenos rollos, y por supuesto, los mejores de todos, aquellos que no pronuncian los tímidos y esconden los puritanos (pero que les provocan morbo, Vampiros hipócritas).
    Por otra parte, el Virtuosismo del cuerpo femenino, Vale por Veinte, es la Victoria más Venerada, como el Vino, y es su Virginidad la máxima redención, a la que rinden tributo hasta las Vacas sagradas.
    Tu Parque está lleno de Violetas y Voluptuosidades!
    Un fuerte abrazo,
    Karin

    ResponderEliminar