Del guantanamero Dayron Robles se espera la medalla de oro
Estuve a punto de quedarme despierta la madrugada del viernes esperando a que Juan René Serrano, el representante mexicano en el tiro con arco olímpico, ganara la medalla que todo parecía augurarle después de haber quedado primero en la ronda clasificatoria. Hice bien en no desvelarme, porque sólo hubiera postergado el sueño para verlo perder dos veces y no alcanzar nananina en tres patines, como decíamos en Cuba quienes nunca oímos La Tremenda Corte —prohibida cuando sus protagonistas emigraron— y no reconocíamos en esa frase a los personajes del programa cómico.
“No hay manera de que estos muchachos dejen de decepcionarnos”, he pensado al amanecer de cada uno de estos días olímpicos, que siempre nos depara la mala nueva de una eliminación azteca y cada vez menos posibilidades de mejorar en el medallero. Volví a pensarlo anoche, cuando después de comandar la prueba por un buen rato, el triatlonista Francisco Serrano fue relegado a la posición 44 y esta mañana, cuando vimos caer al clavadista Yahel Castillo no sólo del trampolín, sino también del muy propicio y esperanzador cuarto lugar con el cual había pasado a la final.
A los deportistas, creo, hay que inculcarles, además de la fuerza y la constancia físicas, el espíritu militar, ése que permite saberse merecedor de la victoria y, para lograrla, aplastar sin contemplaciones a quien se le ponga delante. Que no en vano los primeros atletas fueron los soldados griegos y el mundo antiguo enarbolaba su Mens sana in corpore sano o, lo que es lo mismo, además de corporeidad y técnica impecables, fortaleza de espíritu. Porque justificar las derrotas con la presión de la competencia es absolutamente absurdo: ¿cuál será el torneo que no vaya a tenerla como elemento consustancial?, ¿acaso la mecánica del deporte no se trata, precisamente, de superar la presión e imponer la voluntad?
Acostumbrados a derrotas históricas que se les recuerdan y recalcan cada día como machote imborrable en el cerebro y el alma, los mexicanos —y buena parte de los latinoamericanos— tienen un temperamento resignado y conformista. Fatalista incluso. Los cubanos —a quienes todavía no les va muy bien en Beiging— nacimos, en cambio y a pesar de, en una nación donde no importaban las batallas perdidas, ni aun las más contundentes: los reveses se convertían en victorias. Con ese espíritu crecimos las generaciones posteriores a la revolución de 1959, creyéndonos el ombligo del mundo, aprendiendo a vivir como guerreros que no tienen otra opción que ganar. Y así aprendimos —y aprehendimos— las glorias del olimpismo: viendo a Alberto Juantorena darle la vuelta al óvalo con esas zancadas tremendas; a Stevenson mandar a la lona a cuanta mole le pusieran enfrente; a Sotomayor tocar el cielo en cada salto; a las negritas del voleibol —¡aquella Mireya Luis!— rompiendo las duelas con los remates. Y, por si fuera poco, compartimos como propios los triunfos de Nadia Comaneci, Marita Koch, Kornelia Ender o Sergei Bubka con “nuestros hermanos” del campo socialista.
En los pueblos modernos, donde las guerras son mal vistas y el afán de colectividad aplasta las individualidades, los deportistas son los únicos capaces de llenar ese vacío epopéyico que nos ha dejado la “civilización”. Y tener héroes es una necesidad para alentar las autoestimas nacionales y también el progreso económico. Eso lo saben muy bien los gobiernos que, para respaldar sus intereses políticos o comerciales, imponen su presencia global también en el ámbito deportivo. En busca de esa reafirmación internacional, los estados socialistas de Europa del Este —a los que se adscribía el cubano aunque estuviera al otro lado del mundo— invirtieron todos los recursos posibles en el deporte. Era parte de la guerra fría, de la correlación de fuerzas, de la propaganda comunista. Esa misma búsqueda de presencia internacional y reafirmación respalda en estos momentos al deporte asiático y al español.
América Latina, en cambio, pareciera conformarse esperando a que alguna personalidad individual despunte, pero casi convencida de que eso no sucederá. Ese mismo pensamiento está sembrado en sus deportistas: se les escucha decir que van a tratar de hacer lo mejor que puedan. El llamado extra de los campeones sólo lo tienen quienes están convencidos de serlo y luchan por ello hasta el límite de sus fuerzas e incluso más allá. Ésa es una condición del espíritu fortalecido en la confianza, entrenado para ello. Es el caso de Michael Phelps, Usain Bolt, Elena Isinbaeva o Yang Wei, cada uno en sus lejanos confines, disciplinas atléticas y circunstancias nacionales: sólo hay que verles la cara para saber que no conciben otra posibilidad que el triunfo. Un campeón nunca piensa que será un gran logro quedarse con el bronce. Quienes van a hacer lo mejor posible, siempre esperan un golpe de suerte, un error del contrario, la bondad del azar, un milagro de Dios… cosas externas. Y así no se gana ni un chícharo.
A veces pareciera que nuestros países eternizan la noción del fracaso predestinado por encima de las posibilidades de superación y éxito. El grito de “Sí se puede” o “Sí se pudo” lo deja muy claro: el triunfo es algo que difícilmente se puede conseguir. Así, salvo las honrosas excepciones que no hacen más que confirmar la regla, nuestros países enfrentan como talón de Aquiles, además de la indiferencia gubernamental y los desmanes de sus directivos, la actitud derrotista de sus competidores. Pienso en el comportamiento arrogante y despectivo de Ana Gabriela Guevara, el icono más contundente del deporte azteca en las últimas décadas. Ella se sabía una campeona. Tanto que cuando se supo sin posibilidades de triunfo, prefirió armar el numerito del retiro antes que ir a perder a Beiging. Y no es que tengan que ser bofes, pero ¿no será posible meterles en la cabeza a los demás que también pueden ser campeones? ¿Para qué se incorpora alguien al deporte profesional sino para ganar todos los torneos habidos y por haber, especialmente olimpiadas y mundiales? Un atleta que no tenga ése como su objetivo vital, no llegará muy lejos o, lo que es peor, se conformará con cualquier décimo lugar. Un reportero de Televisa le preguntó hace unos días a Gary Kasparov qué significaba para él la medalla de plata y el gran ajedrecista ruso respondió: “La plata es mejor que el bronce, pero para mí ganar era sólo obtener la medalla de oro”.
En las transmisiones de estos juegos, el ex campeón gimnasta Bart Conner decía que si un atleta escoge una rutina de alto grado de dificultad, aunque cometa un error tendrá ventaja sobre sus competidores; ergo: no conformarse con poquito. ¿Será posible enseñarles esas ambiciones y esas estrategias a nuestros deportistas y a sus entrenadores? ¿Enseñarles a venir de abajo y no dejarse aplastar al primer traspié? ¿Tatuarles en el alma el significado de Citius, altius, fortius?
para Cuba el jueves en los 110 con vallas
Por Irving Saladino, Mijaín López, César Cielo Filho,
Juan Esteban Curuchet y Walter Fernando Pérez,
nuestros nuevos campeones olímpicos latinoamericanos.
Y por los que vendrán en los próximos días.
nuestros nuevos campeones olímpicos latinoamericanos.
Y por los que vendrán en los próximos días.
Estuve a punto de quedarme despierta la madrugada del viernes esperando a que Juan René Serrano, el representante mexicano en el tiro con arco olímpico, ganara la medalla que todo parecía augurarle después de haber quedado primero en la ronda clasificatoria. Hice bien en no desvelarme, porque sólo hubiera postergado el sueño para verlo perder dos veces y no alcanzar nananina en tres patines, como decíamos en Cuba quienes nunca oímos La Tremenda Corte —prohibida cuando sus protagonistas emigraron— y no reconocíamos en esa frase a los personajes del programa cómico.
“No hay manera de que estos muchachos dejen de decepcionarnos”, he pensado al amanecer de cada uno de estos días olímpicos, que siempre nos depara la mala nueva de una eliminación azteca y cada vez menos posibilidades de mejorar en el medallero. Volví a pensarlo anoche, cuando después de comandar la prueba por un buen rato, el triatlonista Francisco Serrano fue relegado a la posición 44 y esta mañana, cuando vimos caer al clavadista Yahel Castillo no sólo del trampolín, sino también del muy propicio y esperanzador cuarto lugar con el cual había pasado a la final.
A los deportistas, creo, hay que inculcarles, además de la fuerza y la constancia físicas, el espíritu militar, ése que permite saberse merecedor de la victoria y, para lograrla, aplastar sin contemplaciones a quien se le ponga delante. Que no en vano los primeros atletas fueron los soldados griegos y el mundo antiguo enarbolaba su Mens sana in corpore sano o, lo que es lo mismo, además de corporeidad y técnica impecables, fortaleza de espíritu. Porque justificar las derrotas con la presión de la competencia es absolutamente absurdo: ¿cuál será el torneo que no vaya a tenerla como elemento consustancial?, ¿acaso la mecánica del deporte no se trata, precisamente, de superar la presión e imponer la voluntad?
Acostumbrados a derrotas históricas que se les recuerdan y recalcan cada día como machote imborrable en el cerebro y el alma, los mexicanos —y buena parte de los latinoamericanos— tienen un temperamento resignado y conformista. Fatalista incluso. Los cubanos —a quienes todavía no les va muy bien en Beiging— nacimos, en cambio y a pesar de, en una nación donde no importaban las batallas perdidas, ni aun las más contundentes: los reveses se convertían en victorias. Con ese espíritu crecimos las generaciones posteriores a la revolución de 1959, creyéndonos el ombligo del mundo, aprendiendo a vivir como guerreros que no tienen otra opción que ganar. Y así aprendimos —y aprehendimos— las glorias del olimpismo: viendo a Alberto Juantorena darle la vuelta al óvalo con esas zancadas tremendas; a Stevenson mandar a la lona a cuanta mole le pusieran enfrente; a Sotomayor tocar el cielo en cada salto; a las negritas del voleibol —¡aquella Mireya Luis!— rompiendo las duelas con los remates. Y, por si fuera poco, compartimos como propios los triunfos de Nadia Comaneci, Marita Koch, Kornelia Ender o Sergei Bubka con “nuestros hermanos” del campo socialista.
En los pueblos modernos, donde las guerras son mal vistas y el afán de colectividad aplasta las individualidades, los deportistas son los únicos capaces de llenar ese vacío epopéyico que nos ha dejado la “civilización”. Y tener héroes es una necesidad para alentar las autoestimas nacionales y también el progreso económico. Eso lo saben muy bien los gobiernos que, para respaldar sus intereses políticos o comerciales, imponen su presencia global también en el ámbito deportivo. En busca de esa reafirmación internacional, los estados socialistas de Europa del Este —a los que se adscribía el cubano aunque estuviera al otro lado del mundo— invirtieron todos los recursos posibles en el deporte. Era parte de la guerra fría, de la correlación de fuerzas, de la propaganda comunista. Esa misma búsqueda de presencia internacional y reafirmación respalda en estos momentos al deporte asiático y al español.
América Latina, en cambio, pareciera conformarse esperando a que alguna personalidad individual despunte, pero casi convencida de que eso no sucederá. Ese mismo pensamiento está sembrado en sus deportistas: se les escucha decir que van a tratar de hacer lo mejor que puedan. El llamado extra de los campeones sólo lo tienen quienes están convencidos de serlo y luchan por ello hasta el límite de sus fuerzas e incluso más allá. Ésa es una condición del espíritu fortalecido en la confianza, entrenado para ello. Es el caso de Michael Phelps, Usain Bolt, Elena Isinbaeva o Yang Wei, cada uno en sus lejanos confines, disciplinas atléticas y circunstancias nacionales: sólo hay que verles la cara para saber que no conciben otra posibilidad que el triunfo. Un campeón nunca piensa que será un gran logro quedarse con el bronce. Quienes van a hacer lo mejor posible, siempre esperan un golpe de suerte, un error del contrario, la bondad del azar, un milagro de Dios… cosas externas. Y así no se gana ni un chícharo.
A veces pareciera que nuestros países eternizan la noción del fracaso predestinado por encima de las posibilidades de superación y éxito. El grito de “Sí se puede” o “Sí se pudo” lo deja muy claro: el triunfo es algo que difícilmente se puede conseguir. Así, salvo las honrosas excepciones que no hacen más que confirmar la regla, nuestros países enfrentan como talón de Aquiles, además de la indiferencia gubernamental y los desmanes de sus directivos, la actitud derrotista de sus competidores. Pienso en el comportamiento arrogante y despectivo de Ana Gabriela Guevara, el icono más contundente del deporte azteca en las últimas décadas. Ella se sabía una campeona. Tanto que cuando se supo sin posibilidades de triunfo, prefirió armar el numerito del retiro antes que ir a perder a Beiging. Y no es que tengan que ser bofes, pero ¿no será posible meterles en la cabeza a los demás que también pueden ser campeones? ¿Para qué se incorpora alguien al deporte profesional sino para ganar todos los torneos habidos y por haber, especialmente olimpiadas y mundiales? Un atleta que no tenga ése como su objetivo vital, no llegará muy lejos o, lo que es peor, se conformará con cualquier décimo lugar. Un reportero de Televisa le preguntó hace unos días a Gary Kasparov qué significaba para él la medalla de plata y el gran ajedrecista ruso respondió: “La plata es mejor que el bronce, pero para mí ganar era sólo obtener la medalla de oro”.
En las transmisiones de estos juegos, el ex campeón gimnasta Bart Conner decía que si un atleta escoge una rutina de alto grado de dificultad, aunque cometa un error tendrá ventaja sobre sus competidores; ergo: no conformarse con poquito. ¿Será posible enseñarles esas ambiciones y esas estrategias a nuestros deportistas y a sus entrenadores? ¿Enseñarles a venir de abajo y no dejarse aplastar al primer traspié? ¿Tatuarles en el alma el significado de Citius, altius, fortius?
Excelente.
ResponderEliminarMarlenys Villamar
En la Grecia antigua, cara Odette, no habían medallas de plata ni de bronce: sólo de oro. Ese fue un invento del Barón de Coubertin, "políticamente correcto", para que algunos se llevaran "algo" aunque sea.
ResponderEliminarEntre los mayas beibolistas, el ganador era sacrificado a los dioses, no el perdedor, porque era la mejor oferta.
Los grandes campeones de las Olimpiadas clásicas fueron los espartanos, grandes guerreros, feroces incluso. Eran "los cubanos de la antigüedad". "Con
el escudo o sobre el escudo". No había de otra.
Dice el Saltamontes: "Lo importante no es ganar, sino competir". Y responde el Maestro: "¡Pinche lema de perdedores!"
Un beso y un abrazo: siempre es un placer leerte.
Alesso
Odette, amiga mía, me sorprende tu afición por el deporte, y más aún, tu mentalidad competitiva. No es frecuente que los intelectuales se acerquen al deporte, y mucho menos que lo hagan con esa voracidad de victoria. No te lo critico, en lo absoluto, me resulta interesante por infrecuente, y alentador por humano. Yo, que me crié en aquel mundo de "iguales" donde el perdedor era nadie, sigo disfrutando el deporte, pero ya no con la perspectiva que explicas. Claro que me gusta que ganen "los míos", pero ya no me la vida en el asunto. Ahora disfruto más del hecho deportivo en sí, que de la fastuosidad y la pompa que ineludiblemente implica la victoria. Incluso me da miedo el mal uso que suelen hacer los gobiernos y los otros estamentos que ostentan los diferentes poderes de los éxitos deportivos. No sé, me agrada mucho que ganen los "débiles" salvo que se enfrenten con cubanos y españoles, y a veces, aunque se enfrenten con ellos. Ya ves, la flacidez no sólo invade mis músculos, invade también mi fe en lo inocuo de todos los procesos selectivos. Aquí en España políticos y periodistas están tan preocupados por el medallero olímpico como lo estaban sus homólogos en Cuba. ¿No te parece eso un poco raro? En fin, que sigas disfrutando de la olimpiadas en todos los sentidos posibles. Yo, un poco más escéptico y cauteloso, también lo hago.
ResponderEliminarTen el abrazo de siempre, un poco más deportivo esta vez...
Jorge
NO por algo Odette, me leo tus comentarios. Soy cubano y como tú vibré y vibro con mis atletas, los de la tierra en que nací como también me alegran los nuestros latinoamericanos y los de éste mi país de adopción: USA. Creo que es cierto. El deporte es para competir y para ganar. De otro modo hacemos ejercicios y en paz. Julio Benitez
ResponderEliminar¡Mentira!, niña Odette. La participación de los atletas mexicanos en Juegos Olímpicos nos ha dejado lo siguiente:
ResponderEliminar10 medallas de oro
18 de plata
24 de bronce
Lo que aún no te menciono es que dichas cifras corresponden a un periodo que va de 1900 a 2008, es decir, más de un siglo de triunfos (jo jo jo).
¡Verdad que sí! Y me he reído mucho con el comentario de Alesso sobnre el maestro y el Saltamontes...Aquí tengo de visita a una amiga azteca también que igual sigue las Olimpíadas toda palpitante y me dice: “Claro que sí. Que la idea es ganar en una competencia y no tocarse el fondillo unos a otros los atletas” (sic.)
ResponderEliminarY te has ganado otra fan, Odette, dice mi cuata que va a leerte a partir de ahora..
Teresita
Querida Odette, tu análisis hasta el tuétano lo dice todo, más esta conclusión a la que arribaste no sólo le cabe al deporte, sirve para la vida con sus matices, lo sabes. Besos
ResponderEliminarQueve
Hoy sí amanecí feliz: Guillermo Pérez ganó, en taekwondo, la primera de oro para México... ¡Así sí!
ResponderEliminarpara un cuarenton como yo , exdeportista, y nadador por exelencia, tu comentario me llena de alegria, yo les dijera: audades fortuna iuvat", a fin de cuentas esa es la verdad; todo se puede si se motiva el espiritu; mira la Torres con 42 años y en el top, es gracioso, porque hace unos meses, sin pensar en los juegos empece a nadar de nuevo ( tengo una piscina frente a la casa )y los muchachos de las tropas seal nadan conmigo( nellos no entienden la disciplina de los entrenedores cubanos en cuanto a cantidad )dicen que yo no tengo fin para nadar , yo les digo, esa es la forma que me inculcaron bien hondo; llega al final ,y despues que llegues sigue hasta el otro final; ahora con 45 años puedo hacer 1 minuto flat en 100 metros y pienso en todos mis compañeros que nadaros conmigo si pudieran tener las mismas posibilidades que pasaria con el deporte en cuba; ..............
ResponderEliminarDesde el fondo del alma sé, Odettica querida, que cuando escribes sobre deportes no hablas sólo de eso.
ResponderEliminarTe envío un gran abrazo.
Leticia Vaninna.
Mi amor:
ResponderEliminarEl verdadero deportista, jamas puede desprenderse de las practicas. Eso se lleva dentro, es como las musas para los artistas, o sea, se nace con aptitudes para el deporte al igual que para la pintura, lo que luego toca perfeccionarlas y aplicar las tecnicas en todos los casos.
El deporte cubano es una escuela en muchos puntos insuperable. Las captaciones desde temprana edad creaban en los futuros deportistas, disciplina fisica, mental y corporal y entusiasmo por llegar a ser el mejor en tu especialidad, fuera como fuere. No era solo el practicar todo un ano para llegar a formar equipo en los Juego Escolares, era entonces meterle mas fuerza para alcanzar las Nacionales libres y que los considerados campeones en esos momentos, supieran que alli estabas tu, pisandole los talones. Nos colabamos en sus entrenamientos, le seguiamos su rutina y que felicidad inexplicable te abarcaba cuando en los resultados finales del evento lograbas desplazar a alguno de ellos de la lista de rendimiento. Claro, renunciabamos a muchas cosas a las que los otros ninos y jovenes estaban familiarizados de acuerdo a su edad. En el caso de los nadadores (Goty lo sabe) pasabamos jornadas de 6 horas metidos en las piscina, subiamos y bajabamos escaleras, estabamos en pie desde las 4 de la manana para hacer preparacion fisica y las ninas de Nado Sincronizado teniamos extra la escuela de Ballet por las noches. Todo esto, sin descuidar la docencia, porque sin buenas notas, no habian competencias.
Ahora, mas de 20 años despues, recuerdo aquellos tiempos con mucha nostalgia. A finales del 98, me mude a North Miami Beach a unos condominios con piscina. Cuando regresaba de trabajar cerca de las 9 de la noche, me tiraba a nadar para relajarme y poco a poco me embulle a hace algun que otro pinino. Pronto tuve buena cantidad expectadores que eran vecinos mios esperando para verme practicar. Como dice el dicho, lo que bien se aprende, nunca se olvida. Ahora que todo el mundo va a los ginmasios para lograr esas figuras prefabricadas, que ponchan tarjetas de credito y se endeudan en el empeno, que compran lujosos trajes deportivos y tienen maquinas en sus casas como floreros o cuadros decorativos, me pregunto a donde hubieramos podido llegar el Goty y yo de contar con todas las facilidades que aqui son tan accesibles. Pero como no pierdo las esperanzas, ni el tampoco, cuando me entere que estan preparando olimpiadas para abuelitos, lo inscribo a el y atras yo de cabeza.
Eso si, y tengo que reconocerlo, me endiabla cuando alguien me pregunta sobre lo que hago para tener los musculos de las piernas definidos, o cuando alguien me pide que le pase mi rutina para las mismas.
Respuestas:
1.- Con piernas se nace.
2.- Cinturon y tobilleras de plomo y kilometros en una piscina.
No tengo ningun secreto, sin embargo cuando les comento, dicen que soy grosera. Como si a mi me los hubiera traido Santa Claus de regalo.
Un beso olimpico,
Ines