Hace como mil ochocientos años, cuando empezábamos el quinto año de la carrera en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de Oriente, le dije a Marlenys Villamar que había equivocado mi elección profesional, que prefería ser periodista que maestra de español. De más está decir que mi ilusión no era reportar la marcha de la zafra azucarera, el avance de las microbrigadas ni la agenda del primer secretario del partido en la provincia, sino ser columnista, un término que no tenía muy claro —pocos columnistas hay en la prensa cubana; poca prensa hay en Cuba—, pero que interpretaba como una especie de cronista (y crítica) del acontecer cultural y social.
Ahora tengo que decirles que mi debilidad —Marlenys caerá redonda ante esta confesión— es ser columnista de espectáculos. Sí, sí, ya sé que la prensa del corazón, como le llaman en España, suele ser la más inculta y superficial, pero me (y los) divertiría analizando, por ejemplo, los nuevos métodos de división silábica, hiatos y diptongos que proponen a la enseñanza de la lengua castellana los frígidos de Sin Bandera: “Que-to-doel-mundo ca-beenel-telé-fono/ que-nohay-dis-tancias grandespa-ranues-troamor…”
Alertaría a mis congéneres de que el grasiento de Arjona no es su inspirado cantor, sino su más denigrante detractor, porque no hay canción en la cual la coprotagonista (el protagonista es él, por supuesto) no tenga cuatro décadas y se le cuelguen los pellejos, o sea una histérica menstruante que lo pone a dieta cada 28 días, o una cretina virgencita que hay que estrenar con el Concierto de Aranjuez, o una idiota obsesionada por la gordura y las dietas, o una aburridísima bibliotecaria de lentes de fondo de botella, o una puta que se acuesta con el primer taxista por naco que sea. Y claro, si él fuera mujer, sería Demi Moore y presidenta.
Ahora tengo que decirles que mi debilidad —Marlenys caerá redonda ante esta confesión— es ser columnista de espectáculos. Sí, sí, ya sé que la prensa del corazón, como le llaman en España, suele ser la más inculta y superficial, pero me (y los) divertiría analizando, por ejemplo, los nuevos métodos de división silábica, hiatos y diptongos que proponen a la enseñanza de la lengua castellana los frígidos de Sin Bandera: “Que-to-doel-mundo ca-beenel-telé-fono/ que-nohay-dis-tancias grandespa-ranues-troamor…”
Alertaría a mis congéneres de que el grasiento de Arjona no es su inspirado cantor, sino su más denigrante detractor, porque no hay canción en la cual la coprotagonista (el protagonista es él, por supuesto) no tenga cuatro décadas y se le cuelguen los pellejos, o sea una histérica menstruante que lo pone a dieta cada 28 días, o una cretina virgencita que hay que estrenar con el Concierto de Aranjuez, o una idiota obsesionada por la gordura y las dietas, o una aburridísima bibliotecaria de lentes de fondo de botella, o una puta que se acuesta con el primer taxista por naco que sea. Y claro, si él fuera mujer, sería Demi Moore y presidenta.
Les llamaría la atención acerca del pésimo compositor que es el Gran Juanes, cómo rima ver con ver, eso con esto y fotografía con fotografía y cómo ese pretendido himno de “A Dios le pido” es simplemente un estribillo.
Les rogaría que observen bien a Enrique Iglesias y a Gael García Bernal y me juren que los ven guapísimos… ¡Ayúdenme, por favor, a descubrir la buenitud en esos bracitos de pollo de dieta! Y hablando de buenitud, les insistiría a las mujeres en que no se engañen: esas lagartijas que desfilan en las pasarelas y en los anuncios publicitarios no son representantes de la belleza ni de lo que prefieren los varones. Si no me creen, háganles una prueba de Pavlov ante dos fotos: Paulina Rubio y Galilea Montijo, y vean de qué lado cae más baba.
Y les avisaría —¡jajajá, jojojó!— cómo se transparentan las nalgas de Shakira a través de ese vestido vaporoso de “Don’t bother”. Escenas, ¡ojo!: cuando sale del cuarto dejando en la cama al manganzón y al final, cuando levanta el brazo en señal de despedida. Corran, corran a verla, después hablamos…
Les rogaría que observen bien a Enrique Iglesias y a Gael García Bernal y me juren que los ven guapísimos… ¡Ayúdenme, por favor, a descubrir la buenitud en esos bracitos de pollo de dieta! Y hablando de buenitud, les insistiría a las mujeres en que no se engañen: esas lagartijas que desfilan en las pasarelas y en los anuncios publicitarios no son representantes de la belleza ni de lo que prefieren los varones. Si no me creen, háganles una prueba de Pavlov ante dos fotos: Paulina Rubio y Galilea Montijo, y vean de qué lado cae más baba.
Y les avisaría —¡jajajá, jojojó!— cómo se transparentan las nalgas de Shakira a través de ese vestido vaporoso de “Don’t bother”. Escenas, ¡ojo!: cuando sale del cuarto dejando en la cama al manganzón y al final, cuando levanta el brazo en señal de despedida. Corran, corran a verla, después hablamos…
Ojalá no te suceda como a mí, que una vez participé en unas "pruebas" para ser redactora en un programa de espectáculos y le pregunté a otra de las oponentes un detalle mínimo relacionado con una de las hermanas de Thalía. La mujer se quitó las gafas, me miró de arriba a abajo y, como quien se siente la misma reencarnación de Albert Einstein y de Marguerite Yourcenar,juntos, me dijo -suficientemente alto como para que el resto también escuchara: "Ohhh no! Eso sí que no puedo decírtelo, mi reina. Éso,es cultura general!"
ResponderEliminarMarvillamar
Me alegro de tu blog. Yo era menos asiduo del Parque del Ajedrez, seguramente por un tema generacional, pero sí recuerdo que el café era más caro. Yo iba a La Isabelica a escuchar al benny santiaguero (Blly Carbonell) y a los chicos descargosos con sus guitarras. Ah, y en pleno periodo especial completabamos el cafe con un poco de agua de azúcar. Luego, las dependientas de La Isabelica racionaron el azucar para evitar los postres. Un abrazo, de MICHEL SUAREZ
ResponderEliminarQuerida Odette-Odile:
ResponderEliminarRecibí tus mensajes sobre Parque del Ajedrez, pero hasta hoy no caí en cuenta de que se trataba de un blog TUYO TUYITO. Mira qué cosas: nacimos en el bloqueo y nos reencontramos en el blogueo.
Devoré los textos, uno por uno, y son joyitas. No puede esperarse menos de ti. ¿Será que me llevaste alguna vez a ese parque del ajedrez? Las noches delirantes de Santiago (tampoco es que Santiago es Ámsterdam; el delirio lo ponían la juventud que teníamos y el ron paticruzao) daban para eso y más.
En cuanto a ser cronista de farándula, ahí está tu próxima parada aunque no sé si en México te comprarían la idea. Acá en Venezuela, ni soñarlo. ¿Quién los convence de que, por ejemplo, Gloria Estefan es María Elena Pena con dólares? Hace unos años, por el Día Internacional de la Mujer, que aquí se celebra, pero sin Clara Zetkin ni Rosa Luxemburgo ni Nadezhda Krupskaia ni ese poco de viejas amargadas que se hicieron comunistas para que alguien las mirara; hace unos años -repito- tenía yo que hacer un programita de media hora por ese día, y alguien saltó con el original "la belleza venezolana". Yo, que como saben quienes me conocen, nunca he tenido mucho que aportarle al tema, propuse que usáramos el gancho para hablar de las mujeres cojonudas: las que crían 12 hijos sin marido y sin trabajo, las que le sobreviven al cáncer: en fin, las bellas de verdad. Me comieron, y sin cubiertos. Venezuela es famosa por sus (operadamente) bellas mujeres. Y PUNTO, COÑO. Lo peor es que quien más defendía el argumento era una gorda patética y bizca. El cuento terminó en que le pregunté de qué país era ella, porque con ese baremo no era venezolana ni de vaina.
Incluye, aunque sea de vez en cuandito, alguna crónica al respecto. Y habla de la denodada lucha de Arjona por no caer en las garras de la inteligencia, y de la perspicacia de Juanes al ponerse una camisa blanca en el video de La Camisa Negra. Y dedícale un apartado al pendejo que hace la tortica de manteca en primera fila en el Unplugged de Alejandro Sanz. Nu-nu-nu-nu… como dice un amigo mío.
Para cerrar con Santiago –no creas que ésta va a ser la única metida de cuchareta en tu blog- por acá tengo a Patricio Word, y nos estábamos acordando de un vez que fuimos a Santiago, a algún Festival de Cualquier Cosa –la idea era darse el viaje y ver a los amigos- y nos soltaron en un hotel de Enramada, cundío de cucarachitas (aquí les dicen “chiripas”) y Patricio, siempre tan ecuánime, suspiró, miró la miríada de cucarachitas mínimas que cubrían las paredes, y dijo: “menos mal que no vinimos la semana que viene”.
Un beso desde Caracas.
Camilo Hernández
PS: De paso, Caminito de Guarenas es una canción venezolana. Guarenas es un pueblo que ya se tragó la ciudad, y que de paso es feeeeeeeo… Pero como así me decían, y me dicen, muchos...