En la esquina de Enramadas y Santo Tomás, en pleno corazón de Santiago de Cuba, está el Parque del Ajedrez. En una especie de mezzanine descubierto, hay un pasillo con banquitas y mesas de cemento sobre las cuales está empotrado, en granito blanco y negro, un tablero del ancestral pasatiempo.
La intención era —supongo— que los amantes del juego disputaran largas y atormentantes partidas o que todos nos convirtiéramos en futuros Karpov de la patria socialista; pero como en Cuba eso de romperse la cabeza no es precisamente cosa de juego, el espacio estuvo mucho tiempo abandonado, sucio, cubierto por las hojas y ramas que caían de los frondosos árboles hasta que, a mediados de los ochenta, como parte de aquel aparente esplendor que permitió abrir supermercaditos y otros comercios, se instaló allí un expendio de café. El café caro le llamábamos, porque la tacita de líquido retinto, concentrado, costaba 40 centavos, muchísimo más que el que se vendía en las cafeterías “normales” o en “La Isabelica”.
A eso de las seis de la tarde, cuando el calor empezaba a bajar —esto es un eufemismo, porque el calor en Santiago nunca baja—, nos encontrábamos en el café caro un grupo de amigos recién salidos de las respectivas oficinas. Allí fuimos amigos los que ya lo éramos y los que nos conocimos compartiendo aquellas mesas duras. Y allí conversábamos de todo y de nada hasta que la noche nos clavaba en la boca del estómago un hambre casi siempre insaciable. Allí hablamos de los temas más serios y de asuntos baladíes, nos peleamos y nos aliamos de nuevo, nos enamoramos y nos desencantamos. Por aquel pasillo desfiló más de una generación y allí dejamos, seguramente, una impronta, un hálito, que aunque parezca otra cosa, ni el tiempo podrá borrar. Por eso quiero que esta columna sea un tributo a aquel espacio y a mis amigos, estén en donde estén, dondequiera que los haya arrastrado la marea del exilio o del insilio. Aquí podemos encontrarnos de nuevo para disertar de literatura y de arte, hablar mal de Quien Tú Sabes o arrancarle las tiras del pellejo hasta al más pinto de la paloma, o sea, a Mazantini el torero, a tutti le mundachi. Así que apúrense a coger asiento, pídanle un buen café a la dependienta y espérenme, que ya llego.
El Parque del Ajedrez... Oh my God, cuántos recuerdos, cuántos amores a medias, cuántos poemas por primera vez!!! Cuánta vida! Menos mal que la vivimos. Con hambre... pero bien vivida! Te quiero, corazón.
ResponderEliminarLa villa del mar.
Hola mi niña, tu como siempre plasmando esa nuestra y hermosa realidad, cuantos recuerdos vividos en ese cafe, sin jugar al ajedrez, que tiempos de juventud, que generación casi perdida, que melancolia entrañan tus palabras, ojala algun día podamos volver a tomar aquel rico cafecito con los amigos de siempre.
ResponderEliminarTe quiere tu negron de barcelona.
mas que jovenes eramos muy felices,ahnelabamos las 6.00pm para encontrarnos alli,tomar el mejor cafe y si no teniamos mucho dinero entonces pediamos agua...recuerdas?
ResponderEliminarDe madre por no decir otra cosa, si ese parque hablase dios mio, todos los cuentos, anecdotas y quien sabe que mas guarda ese parque en sus entranas. ASi es marlenys con Hambre o sin hambre siempre me la pase bien en ese parque, la mezcla y variedad de la clientela es unica e irrepetible. Abrazos a todos los que anoramos cada segundo vivido aun cuando el cemento estaba super caliente o cuando compartias es poco espacio nalga con nalga con amigos y hasta desconocidos. BESOS
ResponderEliminarMi amiga:
ResponderEliminarQué gran idea. Que alegria recibir tu pagina, eso me acerca un poco a mi (nuestro) Santiago. Un nombre muy significativo en nuestras vidas. Que iniciativa. Otra vez coincidiremos en un punto comun que nos trae tantos recuerdos. El Cafe Caro, como tambien lo llamabamos por el precio del mismo, que para aquellos momentos era bien elevado: 45 centavos. Cuantas veces volcabamos las carteras para completar la suma de dos tacitas, sobre todo al medio dia cuando no teniamos a los varones para que nos pagaran. A esa hora, cuando el perro no sigue a su amo, saborear aunque fuera una tacita compartida entre las dos era una necesidad para no dormirnos entre la papelera y la burocracia de las oficinas de Cultura. Si alguien nos trababa de localizar a esa o cualquier hora y no nos encontraban en el edificio, de seguro nos podia localizar alli, si hasta Normita, la recepcionista, sabia que aquel sitio era nuestro lugar predilecto. Y como no serlo; ademas de la rica taza espumosa y humeante del bendito liquido, muchas otras cosas se colaban y cocinaban en aquel lugar. Que no sabremos nosotras!. Los habituales comensales nos conociamos y eramos una gran familia. Por alli desfilaban los fotografos, en su afan de encontrar otra fiesta de quince o un matrimonio donde poder ganarse unos billetes (siempre ocupaban mesas de seis). Las empleadas de las tiendas de ropa hacian alli tambien sus traquimañas para ganarle la batalla a la Libreta de Ropa. Pero sin temor a equivocarme, los que de una forma u otra estabamos dentro del sector cultural, eramos los que por mas tiempo permaneciamos en el lugar, muchas veces sin tomar cafe, pero alli.
Por aquella escalera viene subiendo Saskia o Ana Maria de Aguero con otro nuevo proyecto para un monologo. Pardo llega por la otra con algunos manuscritos. Bienvenido el cafe, pero si no habia, bienvenida la amistad. De seguro al rato aparecia Lilian Poveda o Eder con sus bolsas al hombro. Los actores del Cabildo y aquellas muchachas que tuvieron la osadia de ensenar los senos en Asamblea de las Mujeres, grandes heroinas para tiempos dificiles, pero fueron las unicas que lograron llevar al tipico guapo santiaguero a una sala de teatro. Por alla se van Carlos Reiners, Raulito el hijo de Zenon y Yanet la del Fondo. O un "murallo" nombre por el que denominabamos a los integrantes del grupo Muralla. Bienvenido Alfredo, y entre nos, nunca mas he vuelto a saber nada de el. Besos para Abelardo Larduet que acaba de incorporarse luego de terminar un ensayo. Hablemos bajito que este otro no es de los nuestros o no tiene cara de confiable. Revoleteando de mesa en mesa y entre cada uno de nosotros, Meibor la dependienta, alta y muy delgada, que fue capaz de entendernos y atendernos a cada uno de nosotros, incluso de darnos cafe sin cobrar cuando suponia que no habia de donde sacar. Que magnifica persona, si hasta nos ponia al corriente de lo que acontecia mientras estabamos ausentes. De ella nunca escuche un comentario de mal gusto. Tenia una enorme capacidad de asimilacion y sin confundirse te decia a que hora llegaba cada cual o si una persona determinada ya se habia ido del lugar. Nosotras ahi, en una mesa de dos al medio dia o en una de cuatro por la tarde junto a Orlando y Rafelito. Sabes, alli escribi algo que en el momento no supe interpretar o no entendi pero hoy me doy cuenta de que subconciente me orientaba buscar otros horizontes. Te lo dejo porque creo que a ti tambien te paso algo parecido:
Es mediodia
la ciudad engendra un sueno de difuntos
sus calles no serpentean
y no me alerta el concierto infatigable de vocinas.
Estoy viva
mis pies se niegan a tocar el pavimento.
Exitos, tu siempre amiga,
Inés María
Niña:
ResponderEliminarQue rico leerte... y reencontrarnos en esos rincones...
Besitos para ti y la Piri
Mary