martes, 7 de junio de 2011

Pastillas para no comer



En la farmacia puedes preguntar:

¿venden pastillas para no soñar?

Sabina



La tarde de domingo cayó suavecita. Las sombras entraron por las ventanas y en un segundo, cubrieron la sala de mi casa. La noche transcurrió como agua, mientras yo disfrutaba la compañía de mis amigos de Facebook. Cuando miré el reloj faltaba poco para las once, tenía que ir pensando en acostarme. Y entonces me di cuenta de que se había ido el fin de semana —¡otra vez!— sin preparar comida para llevarme al trabajo.

A regañadientes, ya entonces cansada y de mal humor, puse agua a hervir, eché un paquete de espaguetis, lo mezclé con la salsa a los cuatro quesos de la cajita de Hunt y hasta mañana. Al otro día me levanté con la misma furia de cada lunes —preguntándome por qué hay que ir a trabajar—, me enredé en las rutinas matinales y cuando estaba a punto de salir, con la bolsa colgada al hombro, me acordé: “¡Aish, la maldita comida!” Mentando madres abrí el refrigerador, eché un poco de pasta en el tupper, le rocié queso parmesano, la envolví en una bolsa de supermercado y la zumbé en el fondo de la mochila.

Acaban de asistir a uno de los episodios recurrentes en mi relación con los productos alimenticios, que se completa, en este caso, cuando, al mediodía, el horno de microondas deja esa pasta reseca e incomible y así me la atarugo gaznate abajo. Por eso, hace unos días afirmaba, ante el asombro de muchos, que seré inmensamente feliz el día que inventen las pastillas para no comer y las vendan en GNC o las tiendas naturistas como esas otras píldoras de equinácea, omega 3, nopal o cartílago de tiburón.

No es un inhibidor del apetito lo que deseo, sino un sustituto de los nutrientes esenciales, porque lo mío no se trata de un asunto estético, como pensaron inicialmente algunos amigos —lo de estar flaca o gorda nunca ha sido parte de mis preocupaciones—, sino práctico. Y es también un tópico familiar; mi prima Astrid no me dejará mentir, ni Piri ni mi mamá: las Yodú preferimos un sándwich de jamón con ensalada rusa a un bistec o un potaje. Para honrar a quien honor merece, la susodicha pastilla ha sido el reclamo sempiterno de mi madre cada vez que tiene que cocinar, labor que le desagradaba tanto como a mí, pero no podía evitarla porque las madres, las pobres, no sólo deben que comer como cualquiera, sino que tienen la responsabilidad de alimentar a esas criaturas despreciables que critican todo lo que ellas hacen con su mejor esfuerzo y lo comparan con quienes supuestamente lo hacen mejor, aquéllos que las desvalorizan hasta que ellos mismos se convierten en padres… ¡porque Dios es infinitamente grande y tenebroso en su capacidad de venganza y de humillación!

Aclaro para que no se me malentienda: no compañeros, no estoy pidiendo que baje una circular del Comité Central ordenando la ingesta obligatoria de la píldora antijama. No quiero que les restrinjan a ustedes sus placeres, simplemente expongo mi caso sin ánimo de contrariar ni cuestionar goces ajenos. Confieso: no es la comida uno de los míos. No es que no disfrute un platillo que me guste, pero me gustan pocas cosas; no es que quiera dejar de comer para siempre —que hasta los fakires tienen que echarse su almuercito de vez en cuando—, pero sería genial no tener que hacerlo obligatoriamente todos los días.

Y hablo de obligación porque jugar dominó, acampar, comer cañandonga, volar papalotes, incluso aspirar los humos del tabaco u otras yerbas y libar los elíxires de la etilia son placeres que si bien dan deleite a quienes los practican, no son imprescindibles para la supervivencia del resto. De hecho, nada es imprescindible más que las funciones orgánicas que nos mantienen vivos; lo demás es floritura, modos de hacer más llevadero el trayecto. Y alimentarnos es una de esas funciones necesarias, mientras que los goces de guisar y degustar forman parte de esos otros hobbies para alegrar el alma.

Este carácter obligatorio de la deglución, revestido del disfrute que éste ocasiona a la mayoría, la dotan de una fuerza avasalladora. Cuánta no tendrá en el consciente y el inconsciente colectivo que, por ejemplo, las huelgas de hambre son utilizadas como mecanismos de presión para exigir derechos políticos y demandas que poco tienen que ver con el caldero. Y cuánto de la dependencia al hábito excesivo no se originará en la crianza, si a los niños que no quieren comer —a esa tierna edad en que todavía tenemos tan claros los instintos y sabemos los porqués— se les persuade de tragar, aun a disgusto, amenazándoles con quitarles lo que más quieran.

Pero tal vez la reflexión más importante que me dejan las reacciones de alarma y hasta de enojo de mis contertulios cuando les hablo de este tema, es la percepción de la capacidad de intolerancia del humano ante su propia diversidad. Hasta yo misma, cuando comprendo que soy diferente —¡también en esto!—, empiezo a buscar explicaciones a tales “disfunciones” en posibles traumas infantiles —una fijación oral a lo Shakira, si me habrán violado de niña o me quitaban la merienda en el recreo, si fue demasiada el hambre de los planes escuela al campo y el período especial— porque siempre nos enseñaron que lo natural, lo normal, lo aceptable, es sólo aquello que le gusta a la mayoría —o que repiten por hábito aun sin la seguridad del gusto—, cuando natural es todo, porque todo nace y crece dentro de la Naturaleza.

Eva me recordó hace unos días que Rantés, el protagonista de Hombre mirando al sudeste, sospechoso de ser extraterrestre, diagnosticado como maniático y encerrado en un hospital para enfermos mentales por razonar y actuar de manera distinta a como lo hace el resto, pedía: “Yo no quiero que me curen, quiero que me entiendan”. Yo ni siquiera pretendo eso —cómo pedirle a alguien que ama la comida y sus rituales que entienda lo contrario—, simplemente muestro y reivindico la posibilidad de ser diferente —¡también en esto!— sin tener que considerarme, incluso a mí misma, una extraterrestre.

22 comentarios:

Alberto Lauro dijo...

Yo quería lo mismo. Pastillas de comida de cosmonautas. Una pastilla de chícharo. Otra de arroz y una de huevo frito. Y para de contar en épocas castristas. Besos Lauro

RF dijo...

Me he divertido mucho leyendo: “sabrosamente” escrito jajajajajaja…

muriel dijo...

Odette:
Aunque no comparto tu ánimo de fakir, sí que detesto y empatizo contigo en lo de meterse a la cocina, gastar neuronas para diseñar un menú, invertir alrededor de 90 minutos preparando la comida para que lleguen los trogloditas y, en el mejor de los casos, se traguen todo en 15 minutos sin decir naday luego proceder, otros 40 minutos, a alzar ahora el maldito tiradero...
Yo lo que quiero es un genio que, a un tronido de dedos, me prepare unos chiles rellenos de puré de plátano macho y queso panela en salsa de frijoles...
Qué buena narración nos convidaste,
Muriel del Olmo

La Editora dijo...

¿Sabes una cosa? Me recordaste a mi abuela Cuca, ella también decía lo mismo cada vez que tenía que cocinar. Así es que no me parece tan raro... Nada, que me gustó mucho la nota pero lo que no me gustaría es que se inventara la pastillita esa, me niego a renunciar a los pastelitos del Versalles, entre otras cosas...

A. Naveda dijo...

me uno a las pastillas para no comer.... abrazo

Ardilla Rabiosa dijo...

sigo pensando, pero cierto que me gusta la idea para esos dias en los que llevo prisa, que es casi siempre.

Muerdecabras dijo...

Querida Odette:
No te imaginas como he disfrutado este post bloggero.
Me he reído...
Trato de comprenderte, sí. No diré de ninguna manera que me pareces extraterrestre ni mucho menos.

Que puedo decirte, yo soy de esas personas terribles que adoran la buena mesa y algo peor: COCINAR !

Y aunque tú dices que es floritura lo que hacemos aparte de las actividades primarias para sobrevivir ( con lo cual concuerdo totalmente). Es para mí, degustar un plato bien elaborado, un verdadero placer. Si hay que alimentarse para vivir, pues que sea algo rico.
Como te diré, trataré de hacer una analogía:  Hay que alimentar la mente  y para ello, podría leer textos educativos,científicos, etc ( que vendrían a ser como tus pastillas para no comer)... 
Un deleíte ( que además alimenta) un hermosa novela bien escrita, con detalles, interesante de principio a fin ó un exquisito poemario, produce casi el mismo placer que la comida que yo adoro.

Vamos, no trato de convercerte de nada, solo un poco explicar y nos comprendas a lo tragones. XD

Gracias de nuevo por el agradabilísimo momento leyendote, mientras comía un bocadito horneado de queso crema con espinacas (soy de lo pIor).

Pd.- Y haciendo referencía a la analogía expuesta dire: 
"Pasaré siempre por este lugar, cocinan muy rico"

Un abrazo.
Edna

maya dijo...

Hola queridaOdette, ha sido fascinante leerte con el tema de la comida.
Yo adoro comer, pero como tú, no me gusta cocinar.
En mis tiempos de soltera, comía en los restaurantes alrededor de la universidad y para mi era fascinante escoger uno distinto, probar cosas diferentes y buenas; era un ritual que me daba ilusion a la vida.
Indiscutiblemente, mis gastos de presupuesto eran mas altos, pero mis recuerdos de esa época son buenos: la comida como un placer natural de la vida, por la cual yo pagaba como si fuera el teatro.
Pastillas? no no no no...jajajaja!! se ahorra tiempo y dinero, pero se pierde el placer de la comida y el momento hedonista del buen comer!... pastillitas no! jajajaja

Teresa Dovalpage dijo...

Odette querida, me he reído mucho con tu post, también me ha puesto a meditar. Yo era de niña flacucha como un clavo e inapetente, y las pastillas sustitutas del alimento fueron siempre mi sueño dorado (en realidad, me imaginaba más bien un líquido contenedor de todas las proteínas del mundo.) Pero los tiempos cambian y ahora disfruto mucho de la jama...y qué hambre me dio La Editora al mencionar los pastelitos del Versailles...
abrazos taoseños

Lázaro Buría dijo...

Las cosas de la vida se pueden explicar de manera muy diferente -¡en esto también funciona la diversidad!-, pero me pregunto porqué suele gustarme una más que otras. Por ejemplo -en mi caso-, cuando leo o escucho deshojar a esa "diversidad", opto por cómo tú lo has hecho ahora. De aquí, que respalde tu tesis de que la necesidad de la tripa es quien nos gobierna el cuerpo, pero como carece de ojos y oidos, es muy sencillo engañarla, sobre todo cuando las monedas en el bolsillo no son suficientes para que lo entiendan a uno y le lleven a este hospital al que yo he venido por mis propios piés y les he dicho al resto de los ingresados: "...no se preocupen, yo les comprendo, pero por favor no hagan más huelgas de hambre porque la comida se pierde..."

LB

Xabier Lizarraga Cruchaga dijo...

Querida Odette, a diferencia de otros de tus lectores, a mi tu texto me pareció profundamente triste... tristísimo; tuve que interrumpir la lectura para picar un poco por aquí y por allá en la cocina.
Me solidarizo con tu clamor por "pastillas para no comer", que suponen "no cocinar", como me solidarizo con todas las causas que busquen apapachar el hedonismo y la desmesura que nos hizo humanos; pero no podría unirme a la empresa de conseguir que el animal que somos consiguiera esas metas, porque no sólo amo los placeres polimórficos, pofifónicos y politécnicos del cocinar: sazonar, sobrefreir, hornear, cocer, cortar, mezclar sabores y texturas, conseguir maridajes entre carnes y verduras, frutas y mariscos, frutos secos y especias... y un larguísimo, aromático y sugerente etcétera... sino que también amo introducir en mi boca algo que beber, masticar, degustar y deglutir. Estoy tan convencido de que cocinar permitió que el primate homínido se transformara en el primate contradictorio que somos, que para mi sería más interesante que en vez de monumentos e iglesias se construyeran bellísimas cocinas y acogedores comedores en los que los mejores artistas pláticos vertieran sus dones y fantasías. Quizás para tí sería como publicitar los tormentos del alma, pero para mi sería maravilloso que los campos militares, los estadios de futbol, las oficinas administrativas de los Estados y los conventos (por sólo mencionar algunos sitios) se transformaran en maravillosas alacenas, cocinas y centros de reunión para platicar masticando y masticar orgasmos dustativos: soy una especie de Alicia detrás de la sartén.
Te mando un abrazo, cuidando no incluir aroma alimenticio alguno.

rafa dijo...

Y, cada loco con su tema, puedo entenderte despuès de esa pasta seca sin ceremonia...mas: apuesto que cambiarìas de opiniòn cuando te enfrentes a uno de mis platos, de eso que me invento para mis queribles. Cariños, estuvo bueno. Queve

Elisa Hb dijo...

Me gustó lo de pastillas para no comer, bueno, me gusta como escribes, pero a mi me gusta comer, me parece ritualístico, por ejemplo, mis amigas y yo nos reunimos para cocinar... me gusta reunirme alrededor de X alimento para compartir experiencias, hablar y hablar...sabes? es como el fuego... Abrazo!

Silvia Loustau dijo...

Comparto este deseo de Odette, es mi deseo desde la infancia... pero además destaco que me gusta mucho el estilo en que Odette relata lo cotidiano. Abrazos

Malena dijo...

Para mí es un placer comer, mientras no sea en casa. Confieso que alguna vez he comprado papilla para bebé solo para cumplir el trámite... conozco a quien compra de esas malteadas para adultos mayores por lo mismo :-S

Gloria Careaga dijo...

Ay muchacha, tú sí que disfrutas de la rareza propia...!!

Anónimo dijo...

Qué viva: finalmente alguien que se atreve a reconocer que no es cierto que comer es el mejor de los placeres. Es coger por supuesto, seguido por el de estar al sol una tarde, por el de dormir la siesta, por el de pensar, por el de caminar en una tarde fresca sin miedo, por el de ir al cine.
Guauuu: qué viva la liberación de la mentira de que el placer es comida, que la comida es placer, que pasarse horas ante la estufa para mezclar alimentos es un juego deleitoso. Qué viva que haya quien diga que se come para vivir, que se come para caminar, que se come para echar la hueva. Todo ello es más placentero que llenarse la barriga hasta reventar.
Y a los amigos, a las amigas se les apapacha con la palabra, con el silencio, con el cuerpo, con un tecito de hierbas!!!!
Francesca

Dina dijo...

Al fin encontré a una extraterrestre con la que comparto el gusto por los sandwiches y odio cocinar. Enhorabuena, cuando nos juntemos seremos felices comiendo pan con lechuguita, queso, jamón y tomate.Sin embargo, hago unos frijoles cubanos que hasta tú me pedirías la receta. UMMMMMMMM

Anónimo dijo...

MI MADRE DE SEGURO SECUNDARIA LA MOCION, ELLA ODIA COCINAR TANTO COMO YO ADORO HACERLO.

MALENA PEREZ BALUJA dijo...

A MI COMO QUE ME ENCANTA COCINAR Y COMERRRRRRRRR, DEJAME A LA ANTIGUA.
QUE LO QUE DA GUSTO NO ES SENTIRSE LLENO SINO OLER, MASTICAR, SABOREAR, TRAGAR Y POR ULTIMO SUSPIRAR.......
NO OBSTANTE ME GUSTO EL BLOG, YA LO VISITARE A MENUDO.
SALUDOS DESDE MAYAMI.
M.

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo, eso de comer tres veces o más al día (excepto en Cuba y otros sitios) es una perdedera de tiempo. Alguna pastilla debería resolver este problema. Y todavía hay tipos que invitan a una mujer a comer para cortejarla; si yo fuese mujer y un comemierda de estos me invitara a comer, le respondería: “Invita a tu madre, ¿o acaso me ves cara de hambre?”.

Félix Luis Viera

Susana dijo...

Viendo tus fotos se me hace muy "rarito" y un poco falso que no te guste comer... en fin.