martes, 16 de septiembre de 2008

La esperanza era verde




A quienes tienen el coraje de cambiar
sin importar lo que cueste.



Todo empezó, tal vez, cuando los negros salieron a la calle con sus enormes radiograbadoras de pilas acomodadas en el hombro para oír a todo volumen su música irredenta y bailar break dance en las aceras del mundo. Quedaba claro que este entretenimiento universal había rebasado los espacios cerrados de las casas, salas de concierto, salones de bailes, discotecas y cabaretes. Los nuevos tiempos y los nuevos individuos, más volcados hacia afuera y más autoselectivos, requerían que su música, la que ellos escogieran, de ser posible atronadora, los acompañara a todos los sitios y superara, así, el resto de los sonidos. Porque el ser humano no sabe estar en silencio.
No pasó mucho tiempo antes de que se inventara otro artefacto más pequeño y cómodo de transportar: el wallman que, como su nombre lo indica, permitía al hombre ―y a la mujer― caminar por la vida y realizar todo tipo de actividades acompañado del disco de su predilección. Con el cambio de siglo y los avances vertiginosos de la tecnología, ha ido surgiendo toda una gama de aparatos fabulosos: computadoras portátiles, teléfonos celulares, blackberries, ipod y juguetitos por el estilo que tienen cámara, almacenes de fotos, videos y otros archivos, conexión a internet, transmisiones de radio y televisión y hasta un misil electronuclear por si alguien que te caiga bastante mal anda jodiendo demasiado.
Son artefactos para llevar la vida a cuestas, como el caracol; espacios donde vivir lo que ya no se puede en el “mundo real”. Y como los aparatos, hay sitios colgados de la nada donde se reproducen la casa y los afectos, nuestro componente humano y adolescente. Si bien nos acercan a los lejanos, My Space, Hi5 o Facebook también nos acercan a los cercanos, llenan el vacío que cavan los modelos laborales ―inhumanos―, porque como cada vez queda menos tiempo exclusivo o específico que dedicar a familiares o amigos, estas “redes sociales” permiten acceder a ellos cuando el trabajo nos da un breake o en las muchas horas inútiles que se pasan en las oficinas con los brazos cruzados y las nalgas planas.
Ya no es necesario llegar al hogar para ver a los hijos; en esos cachivaches están sus fotos, sus videos y sus cartitas cariñosas. Ya no necesitas irte a un café a charlar con los amigos o al cine a ver una película; en los mensajeros conversas con ellos a cualquier hora y en el Hi5 están sus canciones y tus películas favoritas para compartirlos. Y también sus fotos, para que no se te olviden sus caras aunque no los veas en meses… que también ellos están demasiado ocupados. Y si tienes algo que decirles, mándales un email o un mensajito de teléfono. Que ya hablar no es imprescindible. Así vamos perdiendo la capacidad de comunicación oral y en vez de decir “hola”, pegas una pelusa con un cartel que dice la palabra y para despedirte plantas una bolita amarilla y sonriente que mueve la mano.
Una de las teorías más socorridas para explicar la supuesta existencia de los aliens, esos extraños chaparritos o gigantones que nos inquietan con su presencia incomprensible, es que vienen del futuro: son el “hombre evolucionado”, nosotros mismos dentro de varios siglos, que viajan a alertarnos a que recapacitemos y cambiemos lo que sea necesario para no ir a dar a ese paraíso de máquinas y satisfacciones fatuas. Y pienso que como van las cosas por acá con esto de las comunicaciones, es bastante lógico que ni bocas tengan y sus dedos sean tan largos.
Contaba Albertico, que vino de vacaciones de una Nueva York que ya es casi como esas ciudades del futuro, que en el bufete donde trabaja su amiga la coreana, un gran consorcio en un rascacielos de aquéllos, varios pisos están dedicados a lo que llaman “amenities”. O sea, que el alto ejecutivo después de mil horas metido en su oficina resolviendo los grandes problemas de la humanidad, puede bajar a esos espacios, nadar en la piscina, merendar en la cafetería o tomarse una copa en el bar, echarse un partidito de billar y luego regresar a su oficina por las mil horas que le restan al día a seguir resolviendo los grandes problemas de la humanidad; o sea, ninguno, que si los resolvieran no tendrían que estar allí tanto tiempo. ¡Y uno que pensaba ―ingenuamente, oh decepción― que los gringos eran respetuosos de la sacrosanta jornada laboral de ocho horas que le costó tantos ahorcados al movimiento obrero y tantas horas de análisis de capitales y plusvalías al mantenido de Karl Marx, que nunca disparó un chícharo que no fuera mental!
Nosotros no somos tan modernos ―¿lo seremos algún día?―, pero como siempre, copiamos lo peor. Gente que trabaja ―trabaja es un decir; generalmente se hace muy poco― hasta las 10 u 11 de la noche y todavía te dice: “no nos queda de otra… afuera la cosa está muy mala”. Afuera. O sea, que la “verdadera vida” transcurre adentro, en el encierro físico y mental de las oficinas. Como si nos estuviéramos preparando para esas películas de Schwarzenegger, Stallone o los Wachowski en las cuales la humanidad sobrevive bajo tierra, en grandes espacios cerrados.
Quienes están presos en esa rutina son privilegiados, tienen que cuidar como oro su cárcel… no vaya a ser que un día queden libres y, como el pajarillo que escapa de la jaula, no sepan sobrevivir. Pero el que pretenda o se atreva a romper o simplemente cuestionar esos modelos será considerado un desadaptado, un paria, un loco… alguien que no aguanta nada. Porque aguantar como los machos, violencia sobre violencia, desmán y atropello uno tras otro, es lo que vale para esta sociedad del nuevo siglo. Eso no tiene vuelta atrás, es un destino prefijado del que no podremos escapar ni aunque nos esforzáramos… ¿Dónde habrá ido a parar la era de Acuario?
A la entrada del Infierno ―dice el Dante, que bien lo supo― hay un letrero que dice, más o menos: “Perded toda esperanza”. Yo la tengo perdida. Me quejo porque soy de los desadaptados, de los parias. Porque no quiero resignarme. Porque creo que hacerlo es envejecer y no quiero ponerme vieja. Pero en el fondo ―y no tan profundo― sé que la esperanza era verde… ¡y se la comió un chivo! Que no hay tiempos mejores, como dijo un amigo hace unos días en los comentarios de este Parque del Ajedrez. Nadie que tenga este ánimo tan poco edificante debe andar contagiándolo porque, como decía mi abuela Cristina, quejarse llama ruina. Y aunque mi abuelo José, el asturiano bruto, me enseñó que en la vida siempre habrá que nadar río arriba, a veces prefiero callar y cuelgo el letrerito en la puerta virtual de esta comunidad de amigos generosos que espero sepa perdonarme cuando la energía merma.
¿Que qué tiene que ver esto con celulares, blackberries y aliens?... Es una advertencia de los dioses, parabólicos como son ellos: no se les ocurra darme su número de fon, no vaya a ser que esta tiñosa se les pose, además, en el tronco de la oreja. ¡Que yo no tengo Hi5!
Y como dirían Los Van Van: “¡Hasta la semana que viene!”

5 comentarios:

el goty dijo...

vosotros los que entrais (al paraiso digital)abandonad toda esperanza"nada hermana que ahorita como dicen los mejicanos seremos dinosaurios si no nos unimos al digitalismo sin sentido, yo mi amiga , hago como el candido de voltaire, me disfrazo de tonto y aprendo cuanta tecnologia sale al mercado legal a ilegal ( que parqa eso somos cubanos vaya!!)pero sigo usando el tocadiscos(aunque a mi hijo le de gracia)para oir mis favoritos; un abrazo grande el goty.

Anónimo dijo...

Ay, Odette, qué bueno estaba eso. ¡Y cómo dices las cosas tristes del mundo en un tono jocoso! Me he reído cantidad con tu entrada, aunque comprendo que de risible no tiene nada, pero me hace gracia la manera en que mezclas a aliens, Marx, los ejecutivos y nosotros mismos en el futuro. Es bueno quejarse, además, nos recuerda que estamos vivos!!! Y que todavía nos queda aunque sea un cachito de la hierbabuena de la esperanza..
Teresita

Anónimo dijo...

Odette querida, celebro tu vuelta al ruedo del Parque enredada entre placas que hacen viajar, comer, cagar, sonreír, llorar, amar, odiar, coger y todo los verbos posibles accionando desde la misma silla, donde todo parece pero no es, y es no lo que parece, pero también gracias a esto a veces pensamos un poquito en los otros. Besos
Queve

Anónimo dijo...

Odette, amiga, me alegra mucho tu vuelta al Parque... El texto muy bueno. La imagen final, la de los dioses y la tiñosa, buenísima. Gracias por seguir ahí. Te abrazo,
Jorge

Anónimo dijo...

¡Muy bueno! Sí, esto de haber nacido en el milenio pasado (que ya comentaste en su momento...) nos ha conferido el dudoso privilegio de ver como escribir con el pulgar pasó de ser cosa de analfabetos a lo más cool de lo cool... :-(